Prólogo
—Cariño ya sal, estoy muy nervioso.
—Espera. —contestó ella. Después de unos minutos la mujer salió del baño, llevaba en sus manos una prueba de embarazo, tenía los ojos cerrados, no quería mirarla. Sin dudarlo se la pasó a su marido, prefería que fuera él quien confirmara la noticia.
—Cariño, estás…
—Embarazada, lo sé sin mirar, ya tengo experiencia. —dijo ella con el rostro casi verdoso, llevaba días que las náuseas y los vómitos estaban haciendo estragos en su cuerpo. El hombre no podía emitir ninguna palabra, no le salían.
—Cierra la boca cariño, se te va a entrar una mosca.
—Yo… estoy feliz, pero no me lo esperaba, ha sido una…
—Sorpresa para los dos, creí que después de Savannah ya no tendríamos más hijos, ha pasado mucho tiempo. —dijo ella con añoranza, ese embarazo la hacía feliz, a los dos los hacía felices, pero primero tenían que asimilar la noticia, después pedirían cita al ginecólogo para corroborar que era un hecho y cuando se aseguraran de que todo estaba bien y que no habría ningún contratiempo se lo dirían a su hija.
El matrimonio conformado por Brenda y Oliver estaba estructurado sobre el amor, respeto y admiración, llevaban quince años de casados y tenían una hija de trece que en ese momento estaba en el instituto. Por ello no se esperaban que después de tantos años y de acostumbrarse a ser una familia de tres, dentro de siete meses habría un nuevo m*****o en la familia.
—Cariño… lo primero es visitar al ginecólogo y que nos diga que todo está bien, después de eso hablaremos con Savannah.
—Sí, voy a pedir cita.
—Deja, la pido yo, tú ve a recostarte, a partir de ahora yo me encargo de todo.
—En un rato hay que ir a por Savannah, me recostaré hasta que regrese, no quiero que sospeche nada, aún.
—De acuerdo. —Oliver sacó su teléfono para llamar a la clínica donde se hacía los chequeos su mujer, y en su cara se dibujaba una gran sonrisa. Tener otro hijo era su sueño, pero pasaron los años y su mujer no quedaba embarazada a pesar de que su médico siempre les había dicho que todo estaba bien, ellos ya habían perdido las esperanzas.
Ni él, ni su mujer tenían familias cercanas, solo tenían un gran amigo que era casi como su hermano, pero vivía en Londres. A pesar de que no tenían ningún contacto, era la persona que tenía como referencia para cualquier situación que se les presentara, por ello siempre quisieron tener más hijos, no querían que Savannah fuera hija única.
—Señorita, buenos días, soy Oliver Walker, llamo para programar una cita.
—Señor, llama usted a una clínica de ginecología.
—Sí, perdón, no es para mí, es para mi mujer, su nombre es Brenda Walker, disculpe estoy muy nervioso, ella está…
—Oliver… —Brenda lo interrumpió desde el sofá, pero su cara tenía la misma expresión que la de su marido, y el regaño que iba a decirle se convirtió en una gran sonrisa.
—Dentro de una hora tenemos un hueco señor, si es muy urgente puedo reservarlo, de lo contrario no tenemos nada hasta la semana que viene.
—Perfecto, a esa hora nos viene genial, ¡Gracias, señorita!
— ¿Me repite el nombre de su esposa?
—Brenda Walker. —después de estar hablando unos minutos con la persona que estaba del otro lado del teléfono, Oliver se acercó a su mujer que descansaba en el sofá
—Cariño, no hay hueco hasta la semana que viene, pero hay uno dentro de una hora.
—Podemos ir y a la vuelta recogemos a Savannah y si todo está bien le damos la noticia. no creo que tú aguantes hasta la semana que viene.
—Eso pensé. —dijo Oliver, aún seguía riendo.
—Me cambio y salimos.
—Yo le voy a revisar las cadenas a los neumáticos del coche, está nevando. —cuando estuvieron listos salieron para la clínica, su sonrisa aún seguía dibujada en sus caras, tenían asumido que empezarían de nuevo a cambiar pañales, a tener un bebé en casa, su hija ya había crecido y no recordaban muchas cosas, pero ser padres está en la naturaleza de cada uno y ellos asumieron ese compromiso muy jóvenes. Cuando tuvieron a Savannah no tenían nada de experiencia y todo salió bien, tenían a una hija maravillosa que se convertiría en hermana mayor. Estaban seguros de que cuando el bebé llegara todo fluiría
— ¿Qué crees que sea? —preguntó Brenda mirándolo. Oliver conducía, iba muy atento a la carretera, a su lado llevaba uno de sus tesoros más preciado.
—Niño y se llamará como su padre, es una tradición familiar. Además, tú elegiste el nombre de Savannah, así que ahora me toca a mí.
—Llevas razón, gracias por dejar que nuestra hija lleve el nombre de la ciudad donde nací.
— Ha sido muy fácil.
— ¿El qué?
—Negociar el nombre de nuestro bebé.
—Sí, pero solo en caso de que sea niño, así que aún tengo opciones. —contestó ella con burla.
—Será niño, pero la realidad es que me da igual, siempre que esté sano y fuerte. — en ese momento Oliver volteó la cabeza para mirar a su mujer y no se dio cuenta de que delante venía una máquina quita nieves. No le dio tiempo a reaccionar empotrando su coche justo delante de ella.
Fue un aparatoso accidente donde las ilusiones, los sueños y la vida se fueron por el garete, dejando huérfana a una niña de trece años a quien la vida se le detuvo y que lo único que sentía era no estar en ese coche con sus padres.