Dividido entre el corazón y su mente

1441 Palabras
Maya se estremeció, pero alzó la barbilla con desafío, no iba a dejar que la aterrorizara, por mucho que su corazón latiera desbocado. —Marcus, yo... Déjame explicarte… —Balbuceó. —¿Explicarme qué? —rugió él, acercándose peligrosamente— ¿Cómo investigaste mis secretos más íntimos para exponerlos ante el mundo? ¿Cómo has tergiversado la verdad para hacerme parecer un ser patético y débil? ¿Por qué lo has hecho, Maya? La agarró por los hombros con fuerza suficiente para lastimarla dejando marcas, Maya jadeó de dolor y de miedo, pero no apartó la mirada. —Hice lo que tenía que hacer —susurró con voz temblorosa— tú destruiste mi vida, Marcus, me utilizaste y me desechaste como si no valiera nada. ¡Tenía que hacer pagar por lo que me hiciste! Maya aún no estaba lista para enfrentarlo por el pasado, una risa amarga brotó de los labios de Marcus. —Oh, Maya... No tienes ni idea de lo que has hecho, acabas de firmar tu sentencia de muerte —sus ojos se tornaron oscuros, prometiendo un sufrimiento sin fin— Cuando acabe contigo, desearás no haber nacido, te haré pagar cada palabra, cada mentira, cada humillación, y cuando termine, no quedará nada de ti salvo un caparazón vacío, es una promesa. Y con esas palabras, la arrojó contra el sofá como si no pesara nada, Maya se hizo un ovillo, temblando incontrolablemente. Maya supo, con terror, que había desatado a la bestia. Una bestia que no descansaría hasta verla completamente destruida en cuerpo y alma. Se sintió como una presa acorralada, atrapada en las garras de un depredador, Marcus esbozaba una mueca cruel, sus ojos despedían un brillo que helaba la sangre. —Me amenazas de muerte... —murmuró Maya, con un nudo en la garganta— ¿Es eso lo que quieres? ¿Venganza hasta el último aliento? Marcus la observó con una intensidad que la hizo estremecerse, parecía disfrutar cada momento de su sufrimiento, cada respiración entrecortada, cada destello de miedo en sus ojos. —No es solo venganza, Maya —dijo Marcus con voz fría — es justicia. Justicia por todo el daño que has causado, por cada mentira, por cada traición, y te aseguro que seré implacable. Maya se mordió el labio inferior, luchando por mantener la compostura, sabía que enfrentarse a Marcus sería una batalla perdida, pero algo en su interior se negaba a rendirse sin luchar. —¿Y qué hay de ti, Marcus? —replicó— ¿No tienes nada de lo que arrepentirte? ¿Ninguna sombra en tu pasado que te atormente por las noches? Marcus la miró con sorpresa, como si no esperara que tuviera el coraje de desafiarlo. —No te equivoques, Maya —dijo con un tono más suave, pero no menos amenazante— no soy como tú, no tengo remordimientos, solo tengo objetivos, y haré lo que sea necesario para alcanzarlos. Maya tragó saliva, sabía que enfrentarse a Marcus era como enfrentarse a un huracán peligroso e impredecible. —Entonces, ¿Cuál es tu objetivo, Marcus? —preguntó, tratando de ocultar el miedo en su voz— ¿Qué es lo que realmente quieres? Marcus la observó durante un largo momento, sus ojos oscuros parecían estar evaluando, como estuviera viendo a través de su alma. —Quiero que sufras, Maya —dijo finalmente, en un tono que a Maya le pareció siniestro— quiero verte retorcerte de dolor, suplicando por misericordia que nunca llegará, quiero verte destruida, para que todos vean lo que sucede cuando se atreven a desafiarme. Maya sintió un escalofrío recorrer su espalda, pero se obligó a mantener la calma, no podía permitirse ceder ante el miedo, no ahora. —Entonces, ¿Qué vas a hacer conmigo? —preguntó. Marcus sonrió, con un gesto cruel que le heló la sangre. —Eso, querida Maya, es algo que descubrirás muy pronto —dijo, antes de darse la vuelta y alejarse para salir del despacho. Maya se quedó sola, temblando de miedo, sabía que lo peor aún estaba por venir, y que enfrentarse a Marcus sería la prueba más difícil de su vida. Marcus había salido del despacho, pero su furia necesitaba más, así que se dio la vuelta y volvió al interior del despacho. Al entrar se quedó mirando a Maya que aún estaba sobre el sillón, temblando de miedo. Una parte de él, la parte que aún recordaba la pasión y la ternura que habían compartido, quería consolarla, abrazarla y prometerle que todo estaría bien. Pero la otra parte, la parte oscura y vengativa, rugía de furia al recordar las palabras que había leído en aquel maldito libro, cada página había sido como una puñalada directa a su corazón, exponiendo sus secretos más íntimos y dolorosos ante el mundo. ¿Cómo había podido Maya hacerle algo así? ¿Cómo había podido traicionarlo de esa manera tan cruel, después de todo lo que habían vivido juntos? —Levántate —ordenó—no he terminado contigo. Maya obedeció con el rostro húmedo por las lágrimas, Marcus tuvo que hacer acopio de toda su fuerza de voluntad para no ceder ante el impulso de secarlas con sus propios dedos. —¿Por qué, Maya? —preguntó, dejando traslucir por un instante el dolor que sentía— ¿Por qué me has hecho esto? ¿Tanto me odias? Ella alzó la mirada, y por un momento, Marcus vio un destello de algo en sus ojos, ¿Culpa? ¿Remordimiento? No estaba seguro. —Tú me hiciste daño primero, Marcus —susurró con voz quebrada— me utilizaste y me descartaste como si fuera un juguete roto, destruiste mi vida. Yo solo... solo quería que sintieras una parte del dolor que yo sentí. Marcus soltó una carcajada amarga. —¿Y pensaste que la mejor manera de hacerlo era exponer mis traumas ante el mundo? Muy maduro de tu parte, Maya. Se pasó una mano por el rostro, tratando de controlar la ira que amenazaba con desbordarse, no podía perder el control de la manera que estaba acostumbrado, no con ella. —Escúchame bien, porque no lo repetiré —dijo, clavando en ella una mirada helada— a partir de ahora, eres mi prisionera, tú y tu madre se quedarán encerradas en una habitación de esta villa hasta que yo decida qué hacer con ustedes, si intentas escapar o contactar con alguien del exterior, lo sabré, y entonces, conocerás la verdadera extensión de mi ira, ¿He sido claro? Maya asintió débilmente, Marcus hizo un gesto a los guardias, que la agarraron por los brazos y se la llevaron de allí. Cuando se quedó solo, se derrumbó en su sillón, cubriéndose el rostro con las manos, ¿Cómo habían llegado a ese punto? ¿Cómo habían pasado de ser amantes apasionados a enemigos acérrimos? Una parte de él, la parte que aún la amaba con desesperación, quería correr tras ella, estrecharla en sus brazos y suplicarle perdón por todo el daño que le había hecho. Pero la otra parte, la parte herida y traicionada, le recordaba a gritos que Maya había cruzado una línea que no tenía retorno. Ahora era su prisionera, y él se aseguraría de que pagará. Aunque en el proceso, tuviera que arrancar su propio corazón y destruirlo junto con el de ella. Mientras tanto, en la habitación que ahora compartían, Maya y Rita se miraban con una mezcla de resentimiento y desesperación, los guardias las habían dejado allí con órdenes estrictas de no abandonar el cuarto bajo ningún concepto. Rita, fiel a su naturaleza, no había tardado en apropiarse de la única cama, dejando a Maya en el suelo. —Esto es culpa tuya, ¿Sabes? —le espetó, acomodando los almohadones a su gusto— Si no fueras una zorra ambiciosa que no sabe cerrar las piernas, no estaríamos en este lío. Maya apretó los puños, tratando de contener las lágrimas de la rabia y humillación que le provocaban aquellas palabras, estaba atrapada en una pesadilla, y su mayor verdugo era su propia madre. —¿Cómo puedes decir eso, mamá? —susurró— después de todo lo que he hecho por ti, de todas las veces que he tenido que recoger tus pedazos y cuidar de ti... Rita soltó una risa desdeñosa. —No me hagas reír, niña, lo único que has hecho es arruinar mi vida desde el día en que naciste, deberías haberle hecho un favor al mundo y morir en mi vientre. Cada palabra era como una bofetada para Maya, ¿Cómo podía su propia madre odiarla tanto? ¿Qué había hecho ella para merecer semejante desprecio?
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