La furia del diablo

1558 Palabras
—¿Qué cojones es esto, Dan? —siseó Marcus, apretando el libro con tanta fuerza que sus nudillos se pusieron blancos —esto no es lo que hable con ella, esta información yo no se la he dado. Dan tragó saliva, Marcus le dio el libro para que leyera, no podía creerlo. —Ha sido una jugada maestra, Marcus. No tengo ni idea de cómo lo ha hecho, pero Maya ha desenterrado hasta el último detalle de tu pasado. Todo está ahí, expuesto para que el mundo lo vea. Marcus tomó el libro y lo ojeó de nuevo, sintiendo que la rabia y la incredulidad crecían con cada página que pasaba. Su infancia de abusos y abandono, sus años en las calles, su implacable ascenso en el mundo de los negocios... Maya había escrito lo que él le había dicho, pero más adelante se encargó de desmentirlo. Escribió sobre cómo había sido abandonado por su verdadera madre, su mala vida dentro del orfanato del que había escapado para volver a las calles y como había regresado por Dan para llevarlo con él a dormir bajo los puentes. La chica también había escrito que había adoptado a una mujer de la calle como su madre, y ella fue quién murió de cáncer, Marcus había cambiado la verdadera versión de su vida por una a su conveniencia. Estaba tan necesitado de amor que ante la mínima muestra de amor de esa desdichada mujer, él ya no pudo separarse más de ella. Incluso lo acusaba de gigoló, de enredarse con mujeres pudientes de clase alta con tal de conseguir dinero para intentar salvar a su verdadera madre, ¿Cómo podía mentir de esa manera? ¿Acaso se estaba vengando de esa manera al sentirse despreciada? ¿De qué manera se había enterado de su verdadero pasado? Se había atrevido a escribir sobre su madre adoptiva, había cometido un error muy grande, porque eso sí que no iba a perdonarlo, para él la mujer que le dio amor de madre era sagrada. Incluso escribió sobre la fotografía que Marcus guardaba donde aparecía su verdadera madre, acusando que lo hacía porque en el fondo deseaba que lo amara. La historia que Maya contaba no lo hacía parecer un hombre fuerte y decidido que había vencido la adversidad durante su niñez que era lo que él buscaba, sino que mostraba a un hombre inseguro que pasaba la vida buscando el amor de su madre, incluso en una mendiga de la calle. Marcus alzó la mirada hacia Dan, y sus ojos reflejaban la furia que sentía. —Tráela —ordenó— me importa una mierda si tienes que arrastrarla hasta aquí, pero tráeme a esa zorra manipuladora. Voy a hacer que se arrepienta del día en que se cruzó en mi camino. Dan asintió, sin atreverse a llevarle la contraria, conocía lo suficiente a Marcus para saber que, cuando se ponía así, era capaz de cualquier cosa. Mientras salía del despacho para cumplir la orden, no pudo evitar sentir una punzada de miedo por Maya. Por mucho que la apreciara, sabía que había desatado un infierno sobre sí misma al provocar la ira de Marcus. Y algo le decía que, antes de que todo esto acabará, más de uno iba a salir quemado, solo esperaba que Maya tuviera la fortaleza para resistir la tormenta que se avecinaba. Porque una cosa estaba clara: Marcus Arched no iba a descansar hasta verla destruida. Y cuando el diablo quiere tu alma, no hay lugar en el mundo donde puedas esconderte. Muy a su pesar Dan tuvo que obedecer la orden de Marcus para no hacerlo enfadar aún más, desde ya sentía una profunda lástima por la chica, ¿Qué demonios pasaba por la cabeza de Maya cuando se le ocurrió hacer esa tontería? Marcus ordenó que lo acompañaran dos de sus más temibles hombres, sabía que Dan era más blando que un pudín, y que no tendría el corazón de tratar con mano dura a la chica. El chico siempre lucía en su rostro una resplandeciente sonrisa, por eso era que no le pedía acompañarlo a reuniones con otros miembros de su grupo, ni con miembros enemigos, con ese rostro tan amable, ¿Quién le temería? Mientras crecían, Marcus tuvo que poner en su lugar a los que molestaban a Dan, pues él jamás se defendía, y como siempre sonreía, nadie tomaba en serio sus amenazas, lo tomaban a burla. Horas después, Dan sentía un nudo en el estómago mientras conducía hacia el edificio de Maya en Nueva York. Sabía que estaba a punto de destruir la confianza y la amistad que había construido con ella, pero no tenía otra opción. Las órdenes de Marcus no se discutían. Aparcó frente al edificio justo cuando Maya y su madre Rita salían por la puerta principal. Maya le había contado que Rita había prometido cambiar y que iba a darle otra oportunidad, permitiéndole seguir el tratamiento en casa. Dan no pudo evitar sentir una punzada de compasión por la ingenuidad de Maya. Cuando Maya lo vio, una sonrisa iluminó su rostro, pero al notar la expresión sombría de Dan, su sonrisa se desvaneció. —Ya lo sabes, ¿Verdad? —Lo sé, y Marcus también lo sabe —respondió Dan con pesar— Maya, no tienes ni idea del infierno que has desatado sobre ti y los tuyos, lo siento, pero tendrás que venir conmigo, tu madre también. Maya bajo la mirada, resignada. Rita, que hasta entonces había estado observando el intercambio, soltó uno de sus acostumbrados comentarios despectivos a su hija.. —¿Qué nueva estupidez has hecho, niña? ¿En qué lío nos has metido ahora? Dos hombres corpulentos y de aspecto amenazador salieron de la camioneta y agarraron a Maya y Rita por los brazos, obligándolas a subir al vehículo. Maya forcejeó y gritó, pero fue inútil. En cuestión de segundos, estaban de camino al aeropuerto. Durante todo el trayecto, Rita no dejó de lanzar insultos y reproches a su hija, culpándola de todos los males del mundo. Maya se encogía en su asiento, las lágrimas rodaban por sus mejillas mientras trataba de bloquear la voz venenosa de su madre. —¡Cállate de una puta vez, Rita! —estalló Dan, harto de sus comentarios hirientes, a pesar de todo sentía lástima por la chica, sí su madre era como esa, entonces era afortunado de que lo abandonara en el orfanato— o te juro que te arrancaré la lengua y haré que te la tragues. Rita palideció y se quedó callada, la amenaza había funcionado, al menos por el momento. Llegaron a un hangar privado donde un jet los esperaba, al bajar de la camioneta, Maya vio su oportunidad y logró zafarse del agarre de su captor con un movimiento brusco. Echó a correr hacia la pista. Pero entonces, escuchó el grito agudo de su madre, al mirar por encima del hombro, vio que los hombres arrastraban a Rita hacia el avión. A pesar de todo el daño que le había hecho, Maya no tenía el corazón para abandonarla a su suerte, después de todo, era su culpa que estuvieran en ese lío. Con un sollozo resignado, dio media vuelta y regresó al hangar, donde Dan la esperaba con una expresión indescifrable. —Lo siento, Maya, no quería que las cosas terminaran así —murmuró cuando la tuvo cerca. Pero Maya no respondió, estaba demasiado destrozada por dentro para hablar, simplemente se dejó guiar hasta el interior del avión, donde una azafata le ofreció una taza de té. Bebió sin pensar, ansiosa por cualquier cosa que pudiera tranquilizarla. No se dio cuenta de que el té estaba adulterado hasta que fue demasiado tarde, una somnolencia pesada se apoderó de ella y pronto se quedó dormida. Cuando despertó, desorientada y con la boca seca, ya habían aterrizado en Sicilia, Rita había sufrido el mismo destino, y ambas fueron sacadas del avión y metidas a empujones en otro vehículo. El viaje hasta la villa de Marcus fue una tortura, Maya sentía el estómago revuelto por el miedo que sentía, ¿Qué le haría Marcus cuando la tuviera cara a cara? ¿Hasta dónde llegaría su sed de venganza? Al llegar a la imponente propiedad, fueron separadas de inmediato, Rita fue arrastrada a una habitación por Dan, no sin antes intentar una última y desesperada táctica. —Oye, guapo, ¿Por qué no dejas a la mojigata de mi hija y te vienes conmigo? —ronroneó, contoneándose— te puedo enseñar cosas que esa niñata ni siquiera imagina. Dan la miró con repugnancia antes de empujarla dentro del cuarto y cerrar la puerta de un portazo. —¡Vieja loca! —exclamó con desprecio mientras se alejaba, Rita a pesar de su edad aún era bella, pero lo que la hacía repugnante era la manera en la que trataba a su hija. —Mientras tanto, Maya fue conducida hasta un despacho, allí, de pie frente a un ventanal, estaba él. Marcus Arched. El hombre al que había traicionado, el hombre cuya vida había expuesto sin piedad en las páginas de un libro, el hombre que ahora la miraba como si quisiera destrozarla por completo. —Vaya, vaya... Pero si es la dulce Maya —su voz destilaba veneno— la inocente escritora que resultó ser una víbora mentirosa.
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