El frío del mediodía del Bosque Susurrante era un bálsamo casi desconocido para Luna de Plata. No era el frío de la desesperación helada que emanaba de Sombra Oscura, sino un frío puro, limpio, que refrescaba sus sentidos agudos. Estaba en el antiguo sitio de reunión, ahora un lugar sagrado, donde la piedra tallada con la marca de la guardiana ancestral descansaba bajo la sombra de un abeto imponente. Su conexión con las sombras era innata, una herencia casi dolorosa de su linaje, pero en este lugar, bajo la luz directa del sol, sentía una extraña claridad, como si las sombras mismas se retirasen un instante, permitiéndole ver más allá de su propia naturaleza oscura. Cerró los ojos, concentrándose en el ritmo de su respiración, en el murmullo del viento a través de las ramas. No busca

