Capítulo 16

1093 Palabras
NARRA DIMITRI —Señor… creo que lo mejor es que suba. Llevo varios minutos intentando que la señorita me abra la puerta, pero no contesta. Desde que discutieron, se encerró en el baño y no ha salido —dice Rosa, la voz temblándole de preocupación. No necesito escuchar más. Me levanto bruscamente, subo las escaleras casi corriendo. Al entrar en la habitación escucho el agua caer del otro lado de la puerta del baño. Golpeo la puerta. —Elizabeth… abre. Te lo advierto: si no abres, voy a romper la puerta. Silencio. Vuelvo a llamar, más fuerte, con el corazón latiéndome a mil. Nada. Sin pensarlo, le doy un fuerte golpe. La puerta cede bajo la fuerza, rompiéndose. Y lo que veo al entrar me corta la respiración. Ella está en la bañera, el agua completamente roja. Sus muñecas abiertas. Su piel tan pálida que parece de mármol. —¡Dios! —grito, corriendo hacia ella. La saco del agua, su cuerpo está helado. Le pongo la cabeza sobre mi brazo mientras con la otra mano busco unas toallas para presionar sus heridas. —¡ROSA! ¡LLAMA A LA AMBULANCIA! —rujo, con la voz rota por el pánico. Ella no se mueve, no respira. Busco su pulso. Nada. El corazón se me encoge. Empiezo a hacerle el boca a boca, una, dos, tres veces. Golpeo suavemente su pecho, susurro su nombre con desesperación. —Vamos, Elizabeth… por favor, respira… por favor… De pronto, ella respira entrecortadamente. Un suspiro roto que me devuelve el alma al cuerpo. Me quedo unos segundos quieto, temblando, sintiendo que voy a desmayarme del alivio y del miedo. Yo… que juré protegerla. Y casi la pierdo. Por mis palabras. Poco después llega la ambulancia. Se la llevan mientras yo solo puedo seguirla, con las manos manchadas de su sangre, sintiendo una culpa que me atraviesa. En el hospital, cada minuto es una tortura. Pasan horas. Horas en las que solo puedo pensar en lo que le dije, en lo que ella me gritó, en su mirada rota. Finalmente, el médico sale. —Casi no lo cuenta esta vez. Ha tenido suerte. Su estado ahora mismo es estable, pero necesita descansar. No debería quedarse sola estas semanas hasta que mejore su estado mental. Más adelante la verá el psicólogo. Le hemos hecho una transfusión de sangre, pero ahora está fuera de peligro. —Gracias… —es lo único que puedo decir, la voz ronca, rota. Cuando me permiten entrar, la veo en la cama. Está despierta, pero tan débil… y cuando me ve, gira la cabeza hacia la ventana, tapándose con la sábana. —No quiero ver a nadie. Ni hablar con nadie… menos contigo —susurra, con una voz tan cansada que me parte el alma. —Eliz… —¡FUERA! —grita. Su voz no tiene fuerza, pero me atraviesa como un disparo. Asiento en silencio, sintiéndome más miserable de lo que me creí capaz, y salgo de la habitación. Voy a casa. Me cambio. Miro mis manos, todavía manchadas de sangre seca, y siento unas ganas terribles de romper todo lo que veo. ¿Cómo llegamos hasta aquí? Cuando vuelvo al hospital, ella duerme. Me acerco despacio, la observo. Su respiración es pausada. Tiene ojeras profundas, el rostro más frágil que nunca. Extiendo la mano, acaricio su mejilla suavemente. Pero cuando veo que se mueve, retiro la mano de inmediato. —Lo siento… —susurro. Nunca creí que podría hacerle tanto daño. Le dije que había dejado al amor de mi vida… pero nunca imaginé que esas palabras la romperían así. Me dejé llevar por la rabia, por el miedo de que solo estuviera conmigo por obligación. El saber que casi la pierdo me consume. La imagen de su cuerpo frío en aquella bañera me perseguirá toda la vida. Entonces la escucho. —¿Por qué estás aquí? —pregunta, sin mirarme—. No quiero que estés. Quiero que me dejes sola. Vete. —Estoy aquí por ti. Porque quiero estar a tu lado —digo, con la voz rota. Me acerco más, apoyo mi frente contra la suya—. No quiero perderte, Elizabeth. Estuve a punto de hacerlo y no sabes lo mal que me he sentido. —Nunca pensé que fueras un error… y, si lo fueras… eres el mejor error que he cometido. Las lágrimas me caen sin poder contenerlas. Ella alza la mano, me limpia las lágrimas despacio. —Nunca me importó lo que los demás dijeran de mí… pero tus palabras, Dimitri, tus palabras duelen tanto que siento que me rompen por dentro. —Lo siento —susurro, sosteniendo su rostro entre mis manos—. Lo siento tanto… no quise hacerte daño. Estaba enfadado… y dije cosas que no debía. Ella me mira, los ojos brillando de lágrimas. —Podría soportar cualquier dolor… menos el saber que te perdería. El saber que también te irías tú… ya no tendría razones para seguir viviendo. —Su voz se rompe—. Lo que me duele de todo esto no son tus palabras, Dimitri… Lo que me duele es haberme enamorado perdidamente de ti. No sé en qué momento, no sé cuándo… pero antes de darme cuenta, ya te amaba. Me quedo sin palabras. Porque no puedo decirle que la amo. Porque sería mentir. Pero sé que me importa más que nadie. Que verla así me destrozó. No le contesto. Solo la beso, con cuidado, con una ternura que me sorprende incluso a mí. Un beso largo, intentando que entienda todo lo que no sé decir. —No me quieres, ¿verdad? —pregunta, su voz rota. —Elizabeth… no quiero mentirte —digo, abrazándola. Ella entiende, aunque no diga más. —Más adelante haré que me ames tanto como yo te amo, Dimitri. El tiempo será testigo —susurra. Se hace a un lado en la cama, haciéndome espacio. Me acuesto junto a ella. Ella pone su cabeza en mi pecho, me abraza con una fuerza que casi me rompe. —Aunque no me ames… tengo suficiente amor para los dos. Haré lo imposible para que solo puedas mirarme a mí. No pienso perderte. Yo solo acaricio su pelo. Sus palabras me duelen y me enternecen a partes iguales. —Solo tengo ojos para ti, Elizabeth —susurro, mintiendo un poco… o tal vez no del todo. Pero cuando miro su rostro dormido, tan vulnerable, tan rota… solo sé una cosa: nunca permitiré que vuelva a intentar algo así. Aunque para protegerla tenga que convertirme en algo peor.
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