Capítulo 11

1255 Palabras
NARRA DIMITRI —¿Cómo se encuentra mi esposa? —pregunto en cuanto el médico sale, apenas capaz de controlar la ansiedad que me consume. —Su estado ahora mismo es estable —dice él, con esa calma que intento imitar—. Pero me temo que ha sufrido un aborto espontáneo. Lo siento mucho— Sus palabras me perforan, aunque ya lo sospechaba por cómo la vi retorciéndose de dolor. Siento que algo se me quiebra por dentro. —Ella debía estar relajada y descansando. La última vez que hablamos se lo dejé claro. Se ve que sufre demasiado de ansiedad y estrés... ¿Qué fue lo que pasó? —pregunta él, mirándome con la confianza de los años que nos conocemos. —No lo sé... —respondo, y por primera vez admito que realmente no lo sé. Mi madre, el pasado de Elizabeth, todos esos secretos... Siento que la he fallado. —No pasa nada, podréis tener hijos más adelante —dice, intentando consolarme. —¿Ella no tendrá dificultades para volver a quedarse embarazada? —pregunto, temiendo la respuesta. —Tal vez le cueste un poco, pero no creo que sea imposible —explica—. Le hicimos una analítica cromosómica y no veo problemas graves. Aun así, le recomendaría esperar. Tanto por su cuerpo como por su mente. En su historial veo que ya había tenido dos abortos... pero este ha sido espontáneo, provocado por la caída que sufrió. Asiento en silencio. Trago saliva, siento la garganta arderme. —Gracias —digo finalmente, aunque la palabra se me queda pequeña. El tiempo después avanza lento, denso como el humo. Camino de un lado a otro, esperando que despierte. No sé qué voy a decirle. No sé si bastará. Finalmente, después de horas que parecen años, ella abre los ojos. Su mirada está confusa, como si no supiera dónde está. Lo primero que hace es llevarse una mano temblorosa al vientre. —¿Lo perdí? —pregunta, con una voz tan rota que me parte en dos. Respiro hondo. Quiero darle fuerza, no dolor. —Eso no importa ahora. Lo más importante es que tú estás bien —le digo, acercándome a su cama—. Podremos intentarlo más adelante. Los médicos dicen que tienes posibilidades de volver a quedarte embarazada... Tal vez el médico que te dijo que no podrías tener hijos se equivocó, nunca te hizo pruebas reales— Ella llora, silenciosa, sin hacer ruido. Pero sus lágrimas dicen más que mil palabras. Siento un vacío tan grande que casi no puedo respirar. Me acerco, la rodeo con mis brazos con cuidado, queriendo protegerla de todo. —Si te hace sentir más tranquila, pediré que te hagan más pruebas, las que quieras. A veces las cosas no surgen porque no es el momento... No era el momento de ser padres. Pero lo será en un futuro, te lo prometo —le susurro contra el cabello. Ella apoya la frente en mi pecho. —¿Por qué eres tan bueno conmigo? —susurra entre lágrimas. —Porque me importas más de lo que imaginas —respondo—. Haré todo lo posible para que seas feliz. Esto... solo es un pequeño bache. Lo superaremos juntos, amor— Ella no dice nada, pero sonríe, aunque es una sonrisa rota. —A tu lado me siento segura... —dice, aferrándose más a mí—. ¿Seguro que podré volver a quedarme embarazada?— —Claro que sí, amor. Más adelante, cuando estés lista. —Le acaricio el rostro, quitándole un mechón de la frente húmeda. Varias semanas después Regresar a casa después de todo lo que pasó es extraño. Es como entrar a un sitio que conoces, pero que ya no se siente igual. La busco por toda la casa hasta que la encuentro abajo, en la piscina. Está recostada en una hamaca, mirando el cielo. Parece tranquila, pero su mirada tiene algo que me preocupa. Voy a cambiarme, me doy una ducha rápida para quitarme el calor que siento por dentro. Bajo a la piscina, me meto despacio, el agua fría me ayuda a calmar los pensamientos. Al rato, ella se incorpora, se acerca hasta que siento su cuerpo pegado al mío. —Ese bikini te sienta genial —le digo, mirándola de arriba abajo. —Pensaba que no te gustaría... porque tenía la esperanza de que me lo quitaras —dice, y justo entonces, se deshace de la parte de arriba, dejándome ver sus pechos, que tanto he deseado besar. Se pega más a mí. Comenzamos a besarnos, lento, como si el tiempo no importara. Es un beso que tiene algo de consuelo, algo de dolor, pero también mucho deseo contenido. Mi mano baja hasta su entrepierna. La acaricio, la masajeo, desatando el bikini hasta dejarla desnuda. Siento cómo tiembla, cómo su respiración se vuelve irregular. Cuando meto un dedo dentro de ella, suelta un gemido suave que me enciende más. Meto otro, después un tercero. Ella se arquea, sus uñas se clavan en mi hombro. Se retuerce de placer hasta que la siento temblar con el orgasmo. Antes de que se recupere, bajo mi short, saco mi m*****o y la penetro despacio. Su gemido me rompe. Ella rodea mi cintura con las piernas, la abrazo fuerte, beso su cuello, juego con sus pechos. Es un momento que no tiene nada que ver con olvido, sino con recordarnos que aún estamos aquí. Al rato salimos de la piscina. Ella se sube encima de mí en la hamaca, se recoge el cabello, dejando sus pechos a mi vista. Se mueve despacio, en círculos, mirándome a los ojos. La sostengo de la cintura, acaricio sus pechos, escucho sus gemidos mientras acelera el ritmo hasta que ambos llegamos juntos. —Hoy has ido demasiado rápido —me dice al oído, con una sonrisa cansada. —Esto solo fue una pequeña sesión —bromeo, aunque por dentro siento algo más profundo: la necesito, no solo físicamente. Nos damos una ducha juntos. Nos vestimos. Subimos a cenar. Y mientras comemos, me atrevo a preguntarle algo que llevaba días dándole vueltas. —Lealtad, fidelidad y dolor... ¿por qué te tatuaste esas palabras?— Ella baja un momento la mirada. Se toma su tiempo antes de contestar. —Porque lo más importante en una relación es la lealtad. La confianza. Si no hay confianza, no hay nada. Dolor... porque el amor duele. No existe amor sin dolor— —¿Crees que todo aquel que ama, sufre? —pregunto, intentando comprenderla. —No existe una relación perfecta, Dimitri. El amor duele cuando te das cuenta de que no amas a la persona indicada. O cuando crees que sí... y te equivocas. Una vez me enamoré tanto... que daba igual lo que me hiciera. Pensaba que me pegaba porque me amaba— Se queda callada. Su sonrisa es triste, cargada de cicatrices. —¿Quién? —pregunto, aunque en el fondo sé la respuesta. —Tal vez... en otro momento hablemos de ello —dice, mirándome a los ojos—. No quiero abrir heridas que tú casi has logrado cerrar. Desde que estoy contigo, esas heridas están empezando a cicatrizar— Me quedo en silencio, procesando sus palabras. Siento que algo se enciende dentro de mí: la certeza de que haré todo lo posible para que nunca más vuelva a llorar por el pasado. Y en ese momento, más que nunca, entiendo que no quiero perderla. Ni a ella... ni la promesa de un futuro juntos.
Lectura gratis para nuevos usuarios
Escanee para descargar la aplicación
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Autor
  • chap_listÍndice
  • likeAÑADIR