Termino de lavarme el cabello y cierro el agua, con ganas de salir de allí. De repente desearía que Nate se hubiera quedado. Me doy cuenta de que nunca me dio una forma de contactarlo. Ni siquiera tengo su número de celular. Todo lo que puedo hacer es esperar hasta que regrese.
Como no quiero vestirme con mi ropa sucia, busco una gruesa bata blanca y me siento en el borde de la cama, deshaciéndome los nudos del cabello con un endeble peine n***o, también proporcionado por el hotel. Enciendo la televisión, queriendo ahogar mis pensamientos, y me siento allí, perdiendo la noción del tiempo.
Un golpe me sobresalta y me pongo de pie de un salto. Abro la puerta y encuentro a una mujer de unos cuarenta años afuera. Está bien vestida y tiene una barandilla portátil con una funda a su lado. Me lleva un momento reconstruir quién es ella o qué podría querer.
—¿Señorita Flores?— ella pregunta.
Asiento con la cabeza. —¿Sí?—
—Mi nombre es Anna. El señor Reynols me pidió que le buscara algo de ropa—.
Hay un toque de acento en su voz, pero no puedo ubicarlo. Me doy cuenta de quién es la mujer: la compradora personal que contrató Nate.
Parpadeo y luego recuerdo mis modales. —Sí, claro. Entra. Eso fue rápido—.
—Soy bueno en lo que hago—. Ella frunce el ceño y me mira de arriba abajo. —Espero que el Sr. Reynols haya sido preciso con sus tallas—.
Ni siquiera se me había ocurrido que tendría que pasarle mi talla de ropa a esta mujer. De repente me doy cuenta de que esa era probablemente la razón por la que me había estado estudiando antes. Mi mente pervertida había asumido que estaba pensando en mí sin ropa interior. Debo estar enfermo de la cabeza. El hombre es mi padrastro y probablemente sólo me ve como una niña pequeña.
Cierro la puerta detrás de Anna y ella abre la cremallera de la barandilla, dejando al descubierto una selección de ropa. Los revisa, selecciona ciertos conjuntos y los arroja a la cama.
—Te sugiero que empieces probándote estos—, dice. —Queremos que tengas un guardarropa cápsula y luego puedas combinarlo en capas—.
Miro impotente la selección de ropa. ¿Un armario cápsula? Ni siquiera estoy seguro de qué es eso.
—Estoy feliz con sólo tener un par de jeans y algunas camisetas—, le digo.
Ella abre mucho los ojos hacia mí con horror. —No puedes usar jeans en una sala de conciertos—.
Yo suspiro. —Está bien, ¿qué necesito ponerme entonces?—
Me pondré en manos de esta mujer; ella puede hacer conmigo lo que quiera. Ni siquiera me importa.
Primero, me busca un tanga de encaje n***o y un sujetador sin tirantes y espera mientras me los pongo, todavía acurrucada dentro de los pliegues blancos y esponjosos de la bata.
Vuelve a la barandilla y selecciona un par de vestidos.
Ella señala la bata. —Vas a tener que quitártelo—.
Me resisto a dejarlo pasar, pero no tengo otra opción. Me paro como un maniquí mientras ella me pone varios vestidos y conjuntos en la cabeza hasta que encuentra uno que le gusta.
—Este combina perfectamente con tu color—, dice y luego me mira fijamente. —Tus ojos son del tono de azul más inusual—. Mi cara se calienta. —Gracias—, murmuro.
No estoy acostumbrado a recibir elogios.
De sus dedos cuelga un par de zapatos de tacón alto. —Ahora vamos a los zapatos—.
Sacudo la cabeza. —UH Huh. De ninguna manera. Me romperé el tobillo con esos. Sólo pisos.—
Suspira, como si la hubiera decepcionado, pero encuentra un par adecuado. No uso tacones, y no es sólo por miedo a romper algo. Soy alta y los tacones sólo me hacen más alta, lo que significa que atraigo la atención de la gente cuando prefiero pasar a un segundo plano.
Anna mira alrededor de la habitación. —¿Tienes maquillaje?—
—No, no lo uso—.
Ella me mira fijamente como acabo de decir. Camino por la calle con las tetas afuera. —Bueno, debemos cambiar eso. Sentarse.— Señala el taburete frente al tocador.
Hago lo que ella dice.
Ella busca sus suministros en su bolso y hace su magia en mí. En diez minutos, estoy parpadeando ante alguien que apenas se parece a mí.
—Ahí—, dice ella. —Lo sorprenderás—. ¿Guau él?
Me arden los oídos. —Oh, Dios, no. No es así.—
¿Cree que estoy saliendo con Nate Reynols? Tiene edad suficiente para ser mi padre. Quiero decir, él es literalmente mi padrastro, incluso si no ha estado en mi vida desde que tengo uso de razón.
Ella me da una palmadita en el hombro y me guiña un ojo. —No creo que ninguna mujer de sangre le diría que no a Nate Reynols. Y espera hasta conocer a sus hijos—.
Me quedo boquiabierto y, antes de que pueda explicarlo con más detalle, ella ya ha recogido sus pertenencias y sale rápidamente de la habitación.
Me siento terriblemente cohibida con mi vestido esmeralda hasta el suelo. Mis hombros están desnudos, al igual que mis brazos. Al menos logré evitar que me pusieran un par de zapatos de tacón alto y en su lugar opté por zapatos planos con tiras. Anna ya me quitó el pelo del cuello y lo recogió. No me parezco a mí. Una parte de mí quiere rebelarse. ¿Por qué tengo que vestirme como quiere este hombre? Pero la otra parte de mí no quiere parecer el outsider, el pobre que no encaja.
Me pregunto cómo serán los dos hijos y qué tan bien se llevarán mi repentina aparición. Ambos son adultos, así que no es como si tuviera que llevarme bien con un par de adolescentes de mal humor. Supongo que lo mejor que puedo esperar es que básicamente me ignoren.
Mi cabeza todavía da vueltas, incapaz de procesar lo que pasó.
Mi mamá está muerta. Mi mamá murió. Nunca volveré a ver a mi mamá.
Soy huérfana.
Me digo las líneas una y otra vez, como si me las probara para ver su tamaño o el dolor que causan. Nada de eso parece real. La realidad simplemente aún no se ha asimilado.
Debería estar acurrucada en la cama, sollozando a carcajadas, en lugar de estar parada aquí con un vestido de quinientos dólares, el pelo arreglado y la cara llena de maquillaje. No quiero extenderme en esto, pero todavía me siento aliviado de que haya terminado. Nunca tendré que volver al tráiler preguntándome en qué estado encontraré a mi madre o si tendré que lidiar con algún imbécil que ella trajo a casa. Tuve muchas noches en las que dormí afuera porque no quería entrar allí. Algunos de los hombres eran tan rudos que pensarían que yo también era un presa fácil. Había luchado contra más de uno de ellos, sin ningún respaldo de mi madre.
Alguien llama a mi puerta y respiro.
Voy a contestar. Nate está parado al otro lado vistiendo un esmoquin. Verlo allí me sacude como una descarga eléctrica. ¿Cómo no me he dado cuenta de lo guapo que es? Mide fácilmente más de seis pies de altura y sus hombros llenan el esmoquin maravillosamente. Tiene una boca generosa y una mandíbula fuerte. Por la sorpresa en sus ojos, verme vestida de esta manera le ha afectado tanto como a mí.
—Genesis—, dice, sus ojos azules se abren un poco, —pareces...— hace una pausa como si buscara la palabra correcta antes de decidirse por —el papel—.
Tengo la sensación de que había estado a punto de decir algo más pero cambió de opinión en el último minuto.
—Gracias—, digo. —Tú también te ves bien —.
Él no reacciona a mi sarcasmo.
Nos miramos torpemente y luego él señala hacia el pasillo.
—¿Debemos?— él dice.
Asiento, tomo mi bolso (también nuevo y que ahora contiene mi teléfono celular) de la mesa de la consola y lo sigo. Estoy nervioso, mi estómago revolotea. Aprieto las manos a los costados para evitar que tiemblen.
Nate camina rápido, sus largas piernas avanzan a zancadas por el pasillo, así que tengo que darme prisa para seguirle el ritmo. Estoy muy agradecida de no llevar tacones o ya me habría caído de culo.
Un coche espera delante del hotel. El conductor baja y nos abre la puerta trasera. Le sonrío en señal de agradecimiento y subo. Nate me sigue y se sitúa a mi lado.
Nunca antes había estado en un auto como este: una limusina, todos los asientos de cuero y un interior caro. Me siento tan fuera de lugar que sólo quiero volver corriendo a mi remolque y cerrar la puerta con llave.
También siento la tensión irradiando de Nate. Por muy incómodo que me sienta con esta situación, él es igual.
¿Espera que le pregunte por mi madre? ¿Preguntarse por qué se fue? ¿Preguntarse en voz alta si alguna vez pensó en mí o en qué tipo de vida llevaba? No quiero darle la satisfacción de intentar explicarse. Preferiría dejarlo cocerse. Él tampoco saca el tema y me siento frente a la ventana, viendo pasar el centro de Los Ángeles en una mancha de color y luces.
Hay un poco de tráfico, pero pronto llegamos a la sala de conciertos. El conductor detiene la limusina y sale, abriéndonos la puerta trasera una vez más. Llamamos la atención de los demás cuando salimos, y puedo ver a las personas inclinando la cabeza hacia los demás, susurrando preguntas sobre quiénes somos.
Hay una corriente de gente hermosamente vestida que entra a la sala de conciertos, y nosotros nos unimos a ellos, entrando al impresionante edificio. Me siento completamente fuera de lugar, pero me obligo a levantar la barbilla y echar los hombros hacia atrás.
Mi estómago revolotea de nervios y mi sangre burbujea por mis venas.
¿Qué estoy haciendo aquí? Mi madre murió hoy. Esto es demasiado.
¿Por qué ni siquiera se me ocurrió decirle a Nate que me quedaría en la habitación del hotel mientras él asistía al concierto? En cambio, me dejé llevar por lo que Nate me dijo que hiciera, y ni siquiera se me ocurrió resistirme. He estado sonámbulo durante todo el día y supongo que se debe en parte al shock.
Miro a Nate con curiosidad. ¿Se da cuenta de eso? ¿O está tan atrapado en lo que tiene que hacer que no ha pensado ni un solo pensamiento en mi bienestar mental?
Al menos estoy agradecido de que no me haya permitido presentarme con jeans y camiseta. Al menos, vestida como estoy, puedo mezclarme entre la multitud. La gente se mezcla y muchos de ellos beben altas copas de champán. Nate saluda a la gente con sonrisas y asentimientos, como si los conociera a todos.
—Ah, aquí hay alguien que quiero que conozcas—, dice Nate, señalando con la cabeza al otro lado del vestíbulo.
Sigo su línea de visión y es todo lo que puedo hacer para evitar que mi mandíbula golpee el suelo.
Juro que este tipo es el hombre más grande que he visto en mi vida. Fácilmente mide un metro noventa y no es sólo que sea alto. Definitivamente ha estado dedicando algo de tiempo al gimnasio y no tiene miedo de demostrarlo. Está vestido con pantalones negros, una camisa negra con botones y zapatos brillantes. Al igual que yo, siento que está vestido para la ocasión. Los tatuajes que suben por el costado de su cuello y bajan por sus manos y nudillos insinúan su estilo normal.
—Este es tu hermanastro, Cade—.