Elara no estaba segura de cómo había terminado sentada en la segunda sala del palacio, frente a un platillo que olía demasiado bien para haber salido de un lugar tan frío. La cesta que Steven había traído estaba completa de buena comida, fruta, carne y pan que estaba suave. Damon estaba a un lado, muy erguido como siempre, observándola con la misma intensidad tranquila que tenía al estudiar los mapas de su habitación.
Steven, por su parte, parecía cómodo. Era uno de los pocos vampiros que no la escaneaba con asco.
—Entonces vimos la ventana, corrimos hacia ella y nos lanzamos —movió las manos haciendo una señal de lo que acababa de narrar.
Damon coloco la mano en su boca cuando empezó a reírse, pero Elara por su parte abrió los ojos con sorpresa, se tragó el pedazo de carne para poder hablar.
—¡Era un tercer piso! —exclamó —. ¿Cómo pudieron hacerlo?
—No pasa nada, los vampiros desarrollamos nuestra habilidades desde pequeños, no tenemos que esperar a la adultez, así que podemos saltar desde varios metros arriba sin hacernos daño.
—¿Los lobos no pueden hacer eso? —dudó Damon.
Elara vio el cesto de comida, apenas había tomado un poco, aún tenía hambre, pero lo mejor era guardarlo para más tarde, no sabía cuando iba a volver a tener comida. En la manada, a veces se les olvidaba que ella estaba ahí y no le llevaban comida hasta el siguiente turno, así que aprendió a distribuir sus porciones.
Miro de nuevo a Steven, no sabía qué responder, ella jamás había tenido ninguna experiencia con su manada, no conocía a sus miembros, sus recuerdos habían empezado en esas cuatro paredes y tampoco era una loba, así que no sabía si podían saltar desde lo alto.
—Supongo —murmuró apenas cuando envolvió de nuevo la mitad del pedazo de carne —. Yo no saltaba de ventanas. Además, nunca tuve mucho espacio como para intentarlo.
—¿Y los encontraron después? —Damon se apresuró a preguntar.
—Oh sí, y estuvimos castigados en nuestra habitación por una semana, recuerdo que Darius daba vueltas por toda la habitación muy rápido para mantenerse distraído y tenía esas cartas.
Steven la miró con una mezcla de simpatía y algo más serio, pero no dijo nada.
El ambiente se volvió ligero durante un rato. Damon escuchaba las historias sin sonreír, pero hacía preguntas, y Steven respondía con esa paciencia cálida que uno no esperaría en un vampiro. Elara los observaba mientras pensaba en la forma de llevarse la comida a su habitación y que no se arruinará, ya encontraría la forma.
Steven se veía como alguien bueno, tal vez le traería comida después, pero no sabía cuánto tiempo la trataría hacía, podría aburrirse o podría desaparecer como lo hicieron con una sirvienta ante que Mara solo por ser amable con ella. Elara estaba acostumbrada a estar sola.
Entonces la puerta se abrió. El aire cambió de inmediato. Elara lo sintió enseguida, el aire se volvió más frío, espeso y casi eléctrico, vio hacía la puerta como si esa entidad la llamará como un ligero susurro a su oido.
Darius Valen estaba ahí, la sombra de su figura llenó la habitación antes de que su cuerpo lo hiciera. Su traje n***o. Su piel pálida. Sus ojos verdes, resplandecientes y llamativos que fueron directo a Damon. El niño fue el primero en reaccionar, se levantó tan rápido que la silla apenas hizo ruido.
—Me voy a mi habitación —dijo con rigidez.
No esperó respuesta. Simplemente desapareció por el pasillo, como si se esfumara entre sombras.
Steven apretó la mandíbula.
Darius miró el lugar exacto donde Damon había estado y luego dirigió sus ojos hacia ella. Esa loba repugnante con quien ahora estaba obligado a convivir por un contrato matrimonial de alianzas que no estaba dispuesto a cumplir. Esa misma especie que odiaba, que le había hecho daño a todos los suyos, ahora lo querían obligarlo a perdonarlos. Nunca lo haría.
—¿Qué sucede aquí? —gruñó.
Elara tragó saliva y se limitó a bajar la cabeza, justo como lo hacía cuando su padre le hablaba molesto.
Steven se irguió, intentando colocarse entre ambos sin que pareciera demasiado obvio.
—Nada fuera de lugar —respondió con calma—. Solo estaba acompañando a Elara mientras comía. Damon quiso...
—No pregunté por Damon —escupió Darius, pasando junto a Steven como si no existiera.
Sus pasos resonaron con un ritmo pesado. La mesa entre él y Elara se sintió demasiado pequeña de repente.
Elara quiso retroceder, pero su cuerpo se congeló cuando Darius se inclinó ligeramente hacia ella. Su mano se extendió y la tomó del brazo con fuerza, esa loba no tenía derecho a inclinar la cabeza, a hacerse la víctima, él le quitaría ese disfraz.
Darius la jaló hacía él con brusquedad, un solo tirón. Pero cuando la tuvo cerca Darius inhaló su aroma. Escuchó la sangre en su interior, el aroma que desprendía, sus sentidos se alertaron de inmediato, los dientes le cosquillearon y desde el interior sintió la necesidad de acercarse a su cuello, de pronto se fijó en el, en esa piel suave y delicada, soltó un gruñido bajo.
Fue un sonido bajo, casi imperceptible… pero hambriento.
Sus ojos verdes se oscurecieron aún más, tornándose de un verde profundo, peligroso y casi hipnótico. Sus pupilas se dilataron. Su pecho subió apenas, como si luchara por no acercarse más.
Elara sintió cómo el aire se espesaba. Su propio cuerpo respondió de una manera que no podía controlar. Una oleada de calor subió desde su abdomen hasta su cuello. Todo se volvió más lento, más intenso. La cercanía de él era como una corriente que tiraba de su pecho, como si cada fibra de su cuerpo quisiera acercarse un centímetro más.
Su piel se estremeció de inmediato, como si toda su sangre hubiera decidido correr hacia donde la tocaba. Algo quemaba por dentro especialmente cuando ese aroma dulce, oscuro, intensamente masculino que no tenía sentido que existiera en un vampiro entraba por sus fosas nasales.
Fue en un segundo como un chispazo que encendió algo prohibido entre ambos.
Era como si una bruma dulce los arrastrará al abismo. Darius apretó su agarre, su mandíbula tembló como si estuviera luchando contra su instinto.
Entonces, de golpe, la empujó con brusquedad.
Fue como si necesitara poner distancia antes de hacer algo que no debía.
—Vete —exclamó con un tono rasgado, casi animal.
Elara parpadeó, confundida, avergonzada y sin aliento. Se levantó intentando controlar el temblor en sus manos, dio dos pasos atrás… y salió corriendo.
Mientras huía por el pasillo, su corazón latía con tanta fuerza que podía oírlo. No sabía si corría de Darius… o de la sensación ardiente que él había despertado en ella.
Cuando llegó a la habitación su cuerpo aún temblaba, no conocía a los vampiros. De hecho no conocía a nadie de otra especie, ni tampoco de su misma especie, pero estaba segura que lo que tuviera ese vampiro, era peligroso y debía mantenerse alejada de él.
Mientras tanto, Darius se quedó inmóvil, respirando como si acabara de pelear por su vida, con la marca de su propio deseo en la mirada.
Quería seguirla y seducirla, probar su sangre. Quería más y eso lo enfurecía.
Steven lo observó en silencio.
Y el rey de los vampiros cerró los ojos, como si maldijera al destino mismo por haber traído a esa loba a su palacio.