CAPÍTULO 1 ~ El sobre que no debí abrir
💋 Advertencia
Este no es un cuento de hadas…
Aquí no hay príncipes azules ni finales suaves.
Aquí hay cicatrices que sangran en silencio,
miradas que queman más que el sol,
y un hombre al que jamás deberías amar…
pero no puedes evitar desear.
Si entras, no saldrás ilesa.
Si sigues leyendo…
ya no hay marcha atrás.
Bienvenida al lugar donde el odio y el deseo se besan con los ojos cerrados.
"El día que abrí ese sobre, sentí que alguien me había firmado la sentencia de mi propia historia."
Cataleya pensaba que su turno en la sala de emergencias iba a ser como cualquier otro. Pacientes, inyecciones, gritos, diagnósticos mal hechos por doctores con egos inflamados... y muchas tazas de café. Lo de siempre. Lo manejable.
Hasta que apareció el sobre.
Uno simple, beige, sin remitente. De esos que parecen inofensivos. De esos que, si supieras lo que traen dentro, quemarías antes de abrir.
Estaba en su casillero, escondido entre la bata y un estetoscopio olvidado.
Lo tomó sin pensar.
Al principio, pensó que sería un aviso médico, una carta de inspección, una estupidez burocrática.
Pero cuando lo abrió...
Sus manos dejaron de moverse. Su garganta se cerró. Y sus ojos se clavaron en una imagen que no recordaba haber visto nunca, pero que sentía grabada en la piel.
Una niña. De unos seis o siete años. Pelo enmarañado, una sonrisa apenas dibujada, y una cicatriz pequeña en la ceja izquierda.
Esa era ella.
Pero... no podía ser.
Su corazón comenzó a latir tan fuerte que le hizo eco en los oídos. En la parte de atrás de la foto, había algo más. Un nombre escrito con tinta negra:
MOREAU.
Y un código: B-0319
Sintió un escalofrío subirle por la columna. Como si de repente, alguien le hubiera recordado que hay pasados que no se dejan enterrar.
Guardó la foto de inmediato, pero no pudo evitar mirar a su alrededor. En el vestidor no había nadie. Pero algo... algo no estaba bien. Sentía el peso de una mirada invisible, una tensión en el aire que la empujaba a salir.
Cataleya salió del hospital esa noche sin dar explicaciones. No podía trabajar. No podía pensar. Solo necesitaba respirar, y hacerlo lejos de paredes que la oprimían.
Tomó su motocicleta y subió hasta la azotea del estacionamiento abandonado donde solía esconderse cuando el mundo le pesaba demasiado. Allí, entre concreto y viento, sacó de nuevo la fotografía.
—¿Quién eres tú? —murmuró, sabiendo que la pregunta era para sí misma.
El cielo estaba nublado, y las luces de la ciudad titilaban como si algo estuviera a punto de explotar. Cataleya sintió esa opresión en el pecho que aparece cuando sabes que nada volverá a ser igual.
Y entonces, escuchó pasos.
Secos. Lentos. Demasiado cerca.
Se giró. Nadie.
¡Pero los había sentido!
—¡Hola! ¿Hay alguien ahí? —gritó, con la voz quebrada.
Silencio.
Y luego... un clic. Como un encendedor siendo activado. Como el aviso de que algo acaba de empezar.
Cataleya no esperó. Guardó la foto, subió a la moto y huyó de esa azotea como si el diablo le soplara la nuca.
Pero mientras descendía por las rampas, sintió algo bajo el asiento.
Un papel doblado.
Lo abrió con manos temblorosas. Tres palabras, en tinta negra.
"Te estoy buscando."
Y en ese instante, lo supo:
Ese sobre no era el comienzo. Era el recordatorio de que alguien nunca dejó de mirar.
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En su apartamento, esa noche no pudo dormir.
Cataleya caminaba de un lado a otro del pequeño salón. El aire acondicionado no funcionaba bien y las paredes parecían cerrarse sobre ella. Había dejado la fotografía sobre la mesa, junto al sobre y el papel con el mensaje amenazante. Todo parecía salido de una pesadilla mal contada.
Tomó su celular. Buscó el nombre "Moreau" en Google. Los resultados eran extraños: artículos viejos, referencias científicas, documentos médicos de los años noventa.
—¿Qué demonios es esto...? —susurró.
Una imagen le llamó la atención. Era un símbolo. Un logotipo antiguo, con forma de espiral. Lo había visto antes, pero no sabía dónde. Quizás en una vieja caja de recuerdos que su madre le había prohibido abrir cuando era adolescente.
Decidió intentarlo. Bajó al trastero del edificio con una linterna, temblando de frío y adrenalina. La llave aún servía. Allí, entre polvo, humedad y cajas viejas de navidad, encontró una con su nombre: Cataleya.
Dentro, había cuadernos de cuando era niña, dibujos, una mantita bordada con su inicial... y una carpeta gris. Al abrirla, sintió que el suelo se deshacía bajo sus pies.
Había más fotos. La misma niña. La misma cicatriz. Pero con otras personas. Médicos. Camillas. Salas blancas.
Y en una de ellas, detrás de la niña...
Killian.
Más joven. Pero era él. Estaba ahí.
Cataleya se arrodilló, sintiendo cómo su cabeza giraba sin control. Nada tenía sentido. ¿Por qué él estaba en una foto de su infancia si se habían conocido hace apenas unas semanas?
O... ¿eso también era mentira?
El teléfono vibró de nuevo.
Mensaje desconocido:
"Bienvenida de nuevo, Cata."
Y esta vez, ya no pudo contener el grito.
Porque al pie del mensaje, había una imagen adjunta.
Una foto suya.
Tomada esa misma noche.
Desde la azotea.
Ese sobre no era el principio. Era solo el segundo aviso. El primero... tal vez ya lo había olvidado.