Tres años después
Paloma
Estos tres años han sido difíciles; la partida de Diego me destrozó el corazón, pero con el tiempo entendí que fue lo mejor para ambos.
Me he concentrado en los estudios y mi familia. Mi abuela va mejorando; Julio entró a la Facultad el año pasado, estoy tan orgullosa de él. Ya no es el muchacho rebelde de antes. Es trabajador, ahorró dinero suficiente para asociarse con Juan y poner su propio taller mecánico. Empezaron desde abajo hace un año, pero ahora les está yendo muy bien a los dos. Y Flor es la mejor de la clase; casi cumple quince años, cada día se parece más a mamá.
Sergio ya acabó la carrera y está a punto de casarse con Jessica; son mi pareja favorita. En cuanto a mí, no he salido con nadie desde que terminé con Diego; no he sabido nada de él. Aun guardo la esperanza de que no me haya olvidado. Los dos acordamos, o mejor dicho, yo le pedí para hacerlo menos doloroso, que no me llame ni intente contactar conmigo.
Estoy trabajando con Don Eduardo y Luciano en la empresa. Él rompió su sociedad con los Montiel; ahora son competencia. Don Eduardo se enfadó mucho con lo que me hicieron y no quiere saber nada de ellos. Me siento un poco culpable por eso, pero no pude convencerlo de lo contrario. Más que nada por Don Gabriel; nunca quise perjudicarlo y terminé haciéndolo. Lo último que supe de él es que se divorció de Doña Darla e inició una relación con Lucila. Eso fue un escándalo en los periódicos, pero estoy feliz por ellos dos; se merecen ser felices. Lucila es una gran mujer y ella sabrá hacerlo feliz. Basta de chismes, bueno, quizás más adelante.
Me desperté temprano como siempre; luego me duché y elegí un vestido color beige. Ahora debo vestirme más formal por el trabajo; además, estoy haciendo prácticas de la carrera, me falta muy poco.
Nuestra situación ha cambiado; ganamos mucho mejor y Julio también. Con mucho esfuerzo, nos mudamos a una casa mucho mejor. No es una mansión, pero está en una mejor zona y lo más importante es nuestra y nadie nos puede correr.
Ahora estoy en la oficina aprovechando que acabé mi trabajo; estoy repasando algunos apuntes de la facultad.
— ¿Qué estudiosa, Ferrer? — bromea Luciano.
— ¿Qué esperabas de la mejor futura abogada? — alardeo.
— Y la más sexy — acaricia mi cabello.
Si digo que Luciano no ha insistido los últimos tres años para que salga con él estaría mintiendo.
— Nunca te vas a rendir.
— Nunca, ¿no te cansas de esperar a Diego? Él no volverá.
— No solo es Diego; estamos mejor como amigos.
— Bien, como amiga, me acompañarás a cenar, ¿no?
— Claro.
Fuimos a un restaurante que queda cerca de la empresa; según Luciano, hacen la mejor comida del mundo.
— ¿Supiste el chisme que recorre en todos lados?
— No.
— Los Montiel casi están en la quiebra.
— Deben ser rumores; es una empresa muy estable.
— Lo sé, pero dime, guapa, ¿no te daría gusto después de todo lo que te hicieron?
— No porque eso afectaría a Don Gabriel y los niños.
— ¿Y Diego? — bufa.
— Sí, sabes que lo quiero.
— Como yo te quiero a ti — acaricia mis labios —. Ni me has dejado besarte.
— Ni lo haré; los amigos no se besan. ¿Qué vas a ordenar? — cambio de tema.
— ¿Qué harás mañana?
— Salgo con las chicas.
— Voy contigo.
— Salida de chicas — bromeo.
[...]
Al día siguiente estaba charlando con Paulina; ella dejó las empresas Montiel y trabaja en las empresas Luna conmigo. Además de eso, estudia psicología en línea; está muy centrada.
— ¿Cuántos, siete? — me pregunta.
— No tantos — respondo.
— Muchos chicos de la Facultad y la empresa te invitan a salir.
Rodeo los ojos — eso que, no me interesa andar con nadie.
Se acercó Belinda.
— No tengo tiempo para esas cosas — se burla.
Hace un año nos reconciliamos; también trabaja con nosotras en las empresas. Sé que Eduardo las contrató porque son mis amigas.
— No necesito un hombre.
— No extrañas el sexo — bromea Belinda.
Río fuerte.
— No tienes que andar con alguien, solo follar — me aconseja.
— No es mi estilo.
Nos arreglamos; me coloqué un vestido dorado corto.
Pao se vistió de rojo y Belinda de n***o.
Llegamos al boliche de siempre; este lugar ya me hacía sentir vieja. Había chicos y chicas de 18 años.
Si me cruzo con mi hermano, ya sería el colmo, por Dios.
— Vamos a otro lugar — sugiero.
— En un rato se pone mejor — grita Belinda.
— No seas aguafiestas — dice Pao bailando.
Fui a la barra a beber algo y me encontré con alguien que no veía hace años, Iván Montiel.
Estaba vestido con una camisa azul y jeans negros. Tal vez ya no se acuerda de mí; ya no tengo que fingir que me cae bien.
Le pido al mesero mi trago, fingiendo que no lo vi.
Se me acerca y me agarra de la cintura — qué fresa, Paloma.
— Es un país libre — quito su mano de mi cintura.
— Ya salió la abogada — se burla.
Rodeo los ojos — qué chiste tan original.
— Mejor prueba esto — me ofrece una copa con una bebida verde.
— ¿Cómo sé que no le pusiste algo?
Él bebe un sorbo y luego me la ofrece. Yo bebo un sorbo y hago una mueca; él solo ríe.
— No sabes beber, bebita — me susurra al oído — solo manosear a desconocidos.
Lo empujo — ¿quieres saber lo que es fuerte? — le pido al mesero los ingredientes para preparar el trago misterioso.
— No mires o te mato.
— Ni que fueran tus tetas.
Sigue siendo un pervertido — no cambias.
— Ni tú.
Preparé la bebida, sin que él mirara, y luego se la serví en una copa. Él la toma de un sorbo.
— Es infantil.
— Solo espera que haga efecto.
Llegan Belinda y Paulina. A Belinda se le iluminan los ojos al ver a Iván; es todo lo que a ella le gusta. Rico y guapo.
— No te recomiendo tomar eso — dice Pao.
El mesero me da mi bebida. Yo me estaba dirigiendo a pagarle, pero Iván se me adelanta.
— No tienes que hacerlo.
— La próxima invitas tú.
— No habrá próxima — tomo mi copa y me voy a bailar con Paulina.
Todo en este boliche me recuerda a Diego. Me pregunto qué será de su vida, qué será de la vida de mi niño ego..