SIPNOSIS
Tania corría hacía lo más profundo de sus sueños oscuros, ella sabía que había pecado, que sus errores eran profundamente imperdonables.
Sin embargo, nunca imaginó encontrarse en aquella situación, aquella situación de sentirse tan vacía, de sentir que no tenía absolutamente nada. Ni siquiera el hecho de haber parido a una preciosa bebé de apenas un año y un mes le alegraba la vida, pues no, ese pequeño ser era un completo error.
Y ahora, ella era merecedora del más cruel de los castigos por la decisión que tomaría.
Dejar la vida, no aferrarse y luchar por ser feliz, simplemente irse.
—Tú serás quien vengue mi muerte, el hombre que más amaba me desgració la vida, prefirió irse con otra. Pero ese será su karma, saber que he muerto, que existes y no poder encontrarte, vivirá con una duda iracunda por siempre —
Detrás de aquella puerta se hallaba su madre, la abuela de esa pequeña bebé llamada Carmín había oído esa despedida. La alarma sonó en su conciencia cuando escuchó aquello e inmediatamente irrumpió en la habitación de la niña, en donde su Tania estaba arropándola por última vez.
—¿Qué has dicho Tania? ¿Por qué dijiste esas cosas? —
Más sin embargo la joven de tan solo 23 años no contestó, solo la miró con cariño y pidió.
—Cuídala mamá, por favor. Has de Carmín una excelente persona, quiérela, trátala como si fuera yo y háblale de mí, dile que la amé demasiado y que me perdone...porque no he podido seguir —
—Pe-pero ¿Qué? ¿Acaso has enloquecido? Tú la cuidarás junto a mí, no digas esas cosas hija por dios —
—Te amo mamá, pero a él lo amo a más que nada en el mundo y sin su amor y perdón no puedo seguir —
—No, no digas esas cosas. No permitiré que salgas de aquí, no dejaré que cometas alguna locura, piensa en la bebé — la mujer intentaba hacerla entrar en razón, pero ya era tarde, Tania había tomado su decisión.
—Fuiste la mejor del mundo, gracias, mamá —
Sin esperar más y de sorpresa, la chica salió corriendo de la habitación, Sarah, su madre, gritó desesperada por lo imprevisto, logrando que la casi recién nacida despertara en llanto.
La tomó en brazos y en acto reflejo corrió con ella tras su única hija.
Al llegar a la entrada de su casa notó que el carro no estaba, miró hacia al frente y notó que Tania lo había llevado. Rápidamente reaccionó llamando al taxista que vivía al lado, quien con astucia encendió su coche y la siguió.
El llanto de Carmín cada vez era más escandaloso, lo que volvía más tétrica la situación. El chofer conducía lo más rápido que los rocosos caminos le permitían. Sin embargo, en un descuido el móvil de adelante se perdió de sus campos de visión desviándose con una destreza indescriptible.
Fueron alrededor de quince minutos tortuosos en los cuales estuvieron dando vueltas y vueltas sin encontrar nada.
Entonces, finalmente a Sarah se le vino una dirección en su mente.
—Santa Barbara al 3400, acelere — exigió dando la dirección en la cual su hija había tenido más de un encuentro con tal hombre.
El taxista tomó partido sin perder ni un segundo, en menos de cinco minutos llegaron, la bebé ya se encontraba calmada para su suerte. Vieron el auto de Tania estacionado y sin esperar, Sarah bajó y se dirigió al monoambiente.
Subió las escaleras hacia el segundo piso y cuando por fin vio el número “8” en una de las puertas no dudó en abrirla.
¿Para qué? ¿Para qué tomé tal partido?
¿Por qué no fui capaz de detenerla?
Fueron los primeros pensamientos frívolos que pasaron por su mente al ver frente a sus ojos una horrorosa escena.
—NOO, TANIA ¡MI HIJA, MI HIJA! — los gritos desesperados de aquella mujer mezclados con llantos fue lo que dio comienzo a una promesa totalmente obsoleta.
Su más amada y única hija estaba colgada de un ventilador de techo, sus pies no tocaban el suelo y su mirada estaba perdida, sin vida, el brillo que tanto amaba ya no lo portaba en el rostro, que ahora, estaba morado. Sin pensarlo se abalanzó a ella para abrazarla y juró algo que marcaría el destino de su pequeña nieta, a quien aún seguía sosteniendo con la poca fuerza que le restaba.
—Te prometo que me voy a vengar — sollozaba — te prometo que tu hija y yo haremos honor a tu nombre, lo juramos —
Y ahí es donde todo comenzó...