—¿Cómo que el entierro se adelantó? —preguntó histérica Selene.
Junto a su madre y Tobías se encontraban en la entrada del panteón privado donde descansaban los restos de la familia Wexford. Según les informaron en la entrada, el entierro de su padre se había adelantado media hora; pero eso no era todo, lo peor era que les habían prohibido la entrada. Selene estaba que echaba lumbre por las orejas.
—Esos malditos, cómo se atrevieron —dijo con la voz llena de rabia.
—Selene, por favor, tranquilízate— pidió su madre.
—No me pidas que me tranquilice, mamá, es una completa injusticia; pero esto no se quedará así, te juro que me voy a cobrar cada una de sus ofensas —aseveró la joven.
—Sel, no sabes la impotencia que me da verte así, amiga — Tobías se acercó a ella y la abrazó.
—Era mi padre Tobías —dijo la joven con un nudo en la garganta.
—Lo sé, amiga, y ahora él está rindiendo cuentas. Que Dios les perdone el daño que les hizo. Tú sigues tu camino y deja que la vida les haga pagar a aquellos que te están haciendo esto, no albergues más odio en tu corazón —aconsejo tiernamente Tobías.
—No, Tobías, no puedo resignarme ni mucho menos aceptar que nos hagan esto —respondió Selene, furiosa y dolida a la vez—. Debe haber alguna forma. No me voy a ir sin darle el último adiós a mi padre, aunque no se lo merezca. Es algo que necesito hacer, entiéndeme.
Selene se separó de su madre y caminó hasta el acceso por donde ingresaban los vehículos en busca de una posibilidad para poder entrar al panteón.
Por estar distraída buscando la forma de entrar, Selene no se percató de que un auto se acercaba. Para cuando reaccionó, el auto ya estaba demasiado cerca. La joven intentó quitarse del camino del automóvil; pero resbaló y cayó.
—¡Selene!
—¡Hija! —chilló su madre al mismo tiempo que Tobías.
Ambos corrieron a auxiliar a la joven que yacía sobre el suelo adolorida. La caída provocó que sufrió raspones en manos y rodillas.
El auto se frenó en seco y de él bajó un hombre ya entrado en años vestido con uniforme; era de suponerse que se trataba del chofer.
—Salió de la nada —se excusó el chofer —. ¿Está bien? —preguntó.
—Podría tener más cuidado, es un acceso de tránsito lento, por Dios — reclamó Tobías mientras ayudaba junto a la madre de Selene a ponerse de pie.
—No es su culpa, yo me distraje —aclaro Selene.
—De todas formas, debe tener más cuidado. Venía muy rápido —señaló Tobías.
—La señorita acaba de admitir que fue su culpa —se escuchó decir a una voz autoritaria, que provenía de un hombre demasiado atractivo que asomaba medio cuerpo desde una de las puertas traseras del auto—. Vámonos, Octavio, tengo prisa — ordenó. Y aunque miraba de manera despectiva a Selene, no le quitaba la vista de encima.
—Sí, señor Salomón — obedeció instantáneamente al chofer, dirigiéndose rápidamente al automóvil de nuevo.
—Disculpe, ¿viene del funeral del señor Wexford?, ¿ya terminó? —preguntó Selene. Al verlo vestido de n***o y en un auto tan lujoso, supuso que era alguno de los empresarios que había asistido a presentar sus respetos a su padre, además en ese momento no había más funerales que el de su padre.
El hombre del vehículo entrecerró los ojos, estudiando de arriba a abajo a Selene.
—He dicho que tengo prisa—respondió él de manera arrogante.
—Es solo una pregunta — continuó Selene.
—Entre y averigüe usted misma— dijo aquel hombre de forma burlona.
Selene apretó los puños, eso provocó que se lastimara los raspones que tenía en las manos, exhalando un leve quejido.
—Es usted un grosero—dijo Tobías.
El hombre en el vehículo, no esperó a escuchar más, se introdujo en el auto y se fue a toda prisa.
—Vaya, patán. ¿De qué le sirve estar tan guapo si es así de antipático? —se quejaba Tobías.
En ese momento Selene vio la oportunidad que buscaba, las rejas del portón por donde había salido el automóvil aún estaban abiertas.
—Vamos, es nuestra oportunidad—anunció. Rápidamente, tomó a su madre de la mano y corrió hacia las rejas. — Tobías, corre, anda — lo llamó.
El trío logró entrar al panteón. No fue difícil encontrar el lugar donde descansaban los restos de su padre, solo tuvieron que seguir el camino contrario a los vehículos que se dirigían a la salida.
Al parecer, todo había terminado ya.
—No alcanzamos— se lamentó su madre.
—Logramos entrar, mamá, y eso es lo importante. Además, es mejor así, podremos despedirnos sin que nadie nos moleste —la animó.
—Es demasiado amiga, casi te atropellan y ese sexy y estúpido hombre grosero que no quiso ayudarte —refunfuñaba Tobías.
—Bueno, gracias a eso pudimos entrar.
—Admiro tu actitud positiva, amiga, no la pierdas, creo que todavía la vas a necesitar — Tobías le indicó a Selene que mirara al frente. Más adelante, a varios metros de ellos, estaba lo que quedaba de la decoración utilizada para las honras, una carpa, varias sillas, y el pódium desde donde el cura dio su misa.
El corazón de Selene se contrajo herido. Aquella escena representaba prácticamente toda su vida, su relación con su padre. Siempre le había tocado lo último de él, lo que le sobraba, lo que Aidán y su madre deciden dejarle.
—Ya estamos aquí, mamá —dijo con la voz quebrada y los ojos llenos de lágrimas.
—Su madre le respondió con un apretón de mano —anda, ve a despedirte.
Selene frunció el ceño —vamos —le pidió a su madre.
—Lo siento, cariño, no estoy lista para hacerlo, no aún, no espero que lo entiendas, eso solo que en este momento no me siento capaz — expresó su madre entre lágrimas.
—Tranquila, está bien, mamá— la animó su hija —Tobías, podrías acompañarla —le pidió a su amigo.
—No tienes ni que pedírmelo— Tobías se acercó a Cecilia y la abrazó por los hombros, ella recargó su cabeza sobre su pecho y se quedaron ahí a esperar a Selene.
Con cada paso que daba hacia donde se encontraba la tumba, el dolor de Selene aumentaba. Le habían arrebatado la oportunidad de recuperar a su padre, aunque ella guardaba un gran rencor hacia él, no podía negar el hecho de que lo extrañaba y anhelaba con todo su corazón que él volviera a su vida; pero esa esperanza se había ido, se la quitaron junto con su vida.
Estaba tan concentrada en sus pensamientos que no se dio cuenta de que había alguien más junto a la tumba de su padre. Estaba agachado con una de sus manos sobre la lápida.
Selene se quedó observando a Aidán, él ni siquiera se dio cuenta de que ella estaba ahí. Parecía estar sumergido en un gran dolor, los ojos de Aidán estaban rojos y vidriosos.
«Está llorando», pensó Selene sorprendida.
La joven comenzó a sentirse incómoda, estaba invadiendo su intimidad. Por un segundo sintió pena por él, no podía dejar pasar el hecho de que Aidán sufría por la muerte de su padre; pero esa pena duró muy poco, se esfumó cuando recordó todo lo que él y su madre habían provocado e incluso le prohibieron la entrada al entierro de su padre y eso casi hace que la atropellen.
—Juro que los haré pagar por su muerte —se prometió la joven así misma.
—No debiste irte, tío— habló de pronto Aidán. —No creo poder cumplir con lo que me pediste — Selene se quedó de piedra, se debatía entre irse o seguir escuchando, aunque no era esa su intención, Aidán ya estaba ahí cuando llegó y no quiso interrumpirlo.
—Pero ¿qué le habrá pedido mi padre?, ¿será eso de lo que hablo con Trevor? — se preguntaba la joven.
—Es muy difícil para mí —continuaba Aidán.
—Selene, no debes escuchar— se reprendió a sí misma. — Tose, muévete, haz algo —se ordenaba, aunque su curiosidad era más fuerte.
—No pensé que fuera a ser así, que yo todavía sintiera esto, lo siento, yo sigo … — Antes de que Aidán terminará, Selena carraspeó para llamar su atención.
Aidán se giró asustado.
—Viniste —murmuró.
—Bueno, es mi padre, aunque tú y tu madre no quieran aceptarlo, te hayan prohibido la entrada, es mi derecho de estar aquí — reclamó la joven.
Aidán se puso de pie y la miró, confundido.
—¿De qué hablas? Nadie te prohibió la entrada —aclaró él.
—Pues ve e informarle al de la entrada que no nos dejó pasar—reclamó ella.