Alejandro
En el momento en que Mariana Villalobos cerró la puerta de mi oficina, exhalé, fue una exhalación larga, controlada, pero necesaria, el nivel de tensión en esa habitación había sido casi... sofocante.
Se había ido, y por primera vez en toda la mañana, me permití relajar la mandíbula, caminé hacia el ventanal, el mismo lugar donde me había parado para intimidarla, mi reflejo me devolvió la mirada: traje impecable, expresión impasible, sin duda un Ogro, pero por dentro, algo había cambiado.
No era ira lo que sentía. Era... diversión, era algo a lo que no quería ponerle un nombre, pero que sin duda rompía mi rutina.
Era un sentimiento que no había experimentado en mucho tiempo, no desde Elena, Emiliano tenía razón estaba aburrido, mi vida era una serie de juntas, reportes y proyecciones, predecible y segura, pero sin vida y lo peor se había vuelto monótona
Y entonces, llegó Mariana Villalobos como un tornado, como un huracán de torpeza, caos y... honestidad brutal y sincera, "Ogro sexy", "revolcón contra la pared de su oficina carísima". No necesitaba volver a leer su mensaje, me lo había aprendido de memoria y comenzaba a sentir una punzada que no podría explicar de que era,
Emiliano me había enviado la captura de pantalla a las tres de la mañana con un texto que decía: "¡¡TE SACASTE LA LOTERÍA, HERMANO!!"
Mi primera reacción había sido furia. ¿Cómo se atrevía? Era una falta de respeto, una violación al código de conducta era como le dije a Emi, acoso laboral.
Y Emi se había reído. "¡No es acoso si tú también quieres, Ogro!"
¿Yo quería? Aun no sabia la respuesta, pero… quizá… quizá pronto encuentre la respuesta.
Colgué.
Pero no pude volver a dormir.
La había visto en la entrevista, nerviosa, pero rápida e inteligente, y esos hermosos ojos que parecían cambiar de color y la contraté en contra de mi mejor juicio, porque Recursos Humanos la amaba y porque, en el fondo, supe que era un error, pero era un error... interesante.
Y ahora esto. La confrontación en la oficina había sido... estimulante. Verla toda palida pasar del terror a la mortificación absoluta, oírla balbucear sobre el tequila... Fue un ejercicio de poder, y luego, mi "castigo".
La gala de Consorcio Rivas, la verdad era que odiaba ese evento, era un nido de víboras corporativas, y sí, siempre iba solo. Elena solía acompañarme, pero usaba esos eventos para hacer "contactos", que era su eufemismo para coquetear con mis competidores.
Llevar a Villalobos... Era una locura, era meter al enemigo en casa, o peor, meter el caos en mi fortaleza, era un movimiento impulsivo y yo nunca era impulsivo, pero la idea de verla, fuera de su traje sastre genérico, en un vestido de gala... La idea de tenerla a mi lado, obligada a sonreír, mientras yo controlaba cada aspecto de su noche... Era, admitir para mis adentros, un juego que me moría por jugar.
Llamé a Lucía por el intercomunicador.
- ¿Señor? —su voz, profesional, pero la oí carraspear. Se estaba aguantando la risa, Lucía lo sabía todo.
- Lucía, necesito que envíe el vestido de gala que seleccionamos a la dirección de la señorita Villalobos en talla seis.
- Talla cuatro, señor —me corrigió.
Mierda. ¿Cómo sabía ella eso?
- Talla cuatro, entonces, y confirme el auto para las ocho.
- Entendido, señor. ¿Algo más?
- Sí. Cancele mi almuerzo de la una voy a salir.
- Claro, señor.
Necesitaba aire y necesitaba hablar con las únicas dos personas que entendían mi nivel de locura.
A las dos de la tarde, entré en "Atemporal", un restaurante privado en Las Lomas que requería membresía y garantizaba cero fotos, Emiliano y Rodrigo ya estaban en nuestra mesa habitual, en el rincón más discreto.
- ¡El Ogro Sexy ha llegado! —canturreó Emiliano, levantando su copa de vino blanco, llevaba una camisa rosa chillón bajo un saco de lino, todo un pavorreal.
- Baja la voz, idiota —dije, sentándome.
Rodrigo Herrera, nuestro anfitrión, me miró por encima de sus lentes de armazón delgado. Rodrigo era lo opuesto a Emi, siempre en traje oscuro, siempre analítico, siempre callado y era el mejor abogado litigante de la ciudad y mi ancla a la realidad.
- Alex —dijo, en tono de saludo.
- ¿Y bien? —Emi se inclinó sobre la mesa, vibrando de emoción—. ¿Humo? ¿Cenizas? ¿Quedó algo de la asistente torpe?
Pedí un agua mineral al mesero.
- La corriste, ¿verdad? —preguntó Rodrigo, analítico—. Era lo correcto, te exponía a una demanda de...
- No la despedí —corté.
Emiliano soltó un grito ahogado de placer y Rodrigo frunció el ceño.
- ¿Cómo que no la despediste, Alejandro? ¿Te volviste loco? La empleada te acosó públicamente.
- "Ogro sexy" no es acoso, es un halago, pinche abogado amargado —dijo Emi—. ¡Sigue, Alex, sigue!
- Le dije que me debía un favor —continué, ignorando a Emi—. Va a acompañarme a la gala de Rivas esta noche.
Silencio.
Emiliano me miró y luego miro a Rodrigo, luego otra vez a mí y entonces, soltó la carcajada, no una risa, una carcajada estruendosa, de esas que hacían que los otros millonarios del lugar voltearan, molestos.
- ¡NO MAMES! ¡ERES UN GENIO! ¡Un genio malvado y retorcido!
Rodrigo, en cambio, se quitó los lentes y se talló el puente de la nariz, su señal de "estamos jodidos".
- Alejandro, piensa en esto fríamente.
- Lo estoy pensando fríamente.
- No, no lo haces, estás pensando con... otra cosa. La llevas a una gala ¿Qué mensaje crees que estás enviando al resto de tu oficina? ¿Si me ofrecen un revolcón, las llevo a una fiesta”?
- Es mi asistente, Rodrigo y va en calidad de asistente.
- ¡Claro! —dijo Emi, secándose una lágrima de risa—. ¡Una asistente en vestido de gala, en Nochebuena! ¡Eso es súper profesional! Hermano, estás jugando con fuego. ¡Y me encanta!
- No estoy jugando —mentí, bebiendo mi agua.
- Alejandro —la voz de Rodrigo era grave—. La última vez que mezclaste negocios con... esto... casi pierdes la empresa, Elena...
La sola mención de su nombre tensó el aire.
- Esto no tiene nada que ver con Elena —dije, mi voz bajando un tono, volviéndose el hielo que todos conocían—. Elena era una traidora manipuladora, Villalobos es... una idiota torpe que cometió un error estando borracha.
- Una idiota torpe que, casualmente, está guapísima y te acaba de ofrecer sexo explícito contra la pared de tu oficina —resumió Emi, con una sonrisa cínica—. ¿Y tú, en lugar de correrla, la invitas a salir? Alex, mi querido Ogro, se te nota hasta en los ceños fruncidos. ¡Estás colgado de la niña!
- No estoy "colgado" de nadie, es un castigo, es... control y le estoy enseñando una lección.
- ¿Una lección de qué? ¿De cómo ser la cita de un millonario? —Rodrigo negó con la cabeza—. Solo ten cuidado, Alex. Esta chica, la Villalobos... no es de nuestro mundo. No es como Elena, parece... diferente, más... frágil.
"Frágil" no era la palabra que yo usaría, "caótica", "impredecible", "peligrosa", pero no frágil. La había visto vomitar por el estrés esta mañana, y aun así, se había enfrentado a mí.
- No se preocupen —dije, cortando el tema—. Sé perfectamente lo que estoy haciendo.
Emiliano levantó su copa.
- ¡Por el Ogro Sexy y su revolcón navideño! ¡Salud!
- Imbécil —murmuré.
Pero mientras comía mi ensalada sin aderezo, no podía dejar de pensar en las ocho de la noche, en el vestido talla cuatro y en la expresión que pondría cuando viera el auto.
No era un castigo, no era control, era, como dijo Rodrigo, jugar con fuego, y por primera vez en años, estaba ansioso por ver qué pasaba si me quemaba.