MARIANA
Salí del baño de mujeres sintiéndome como un trapo, el vómito número tres me había dejado temblando y con un horrible sabor de boca, la humillación era un abrigo pesado que no me podía quitar. Lucía, desde su escritorio, no dijo nada, solo me observó con esa mirada de "sé lo que hiciste el verano pasado... y esta madrugada". Su silencio era casi tan ruidoso como la risa que, estaba segura, reprimían todos los demás en el piso 20.
El resto de la jornada laboral fue una tortura china.
"Revisa la minuta".
Revisé la minuta, y sí, estaba llena de errores, mi cerebro había escrito "prostitución de datos" tres veces, en lugar de "prospección, tal como lo había mencionado aquel hombre en la junta que tanto me hizo reír, quise morirme por cuarta vez. Al ogro no lo volví a ver quizá porque la puerta de su oficina permaneció cerrada el resto del día, pero lo sentía, sentía su presencia al otro lado de la puerta, como un villano de película que afila sus cuchillos, esperando la noche.
A las tres de la tarde, Lucía levantó la mirada.
- Señorita Villalobos, puede retirarse.
- ¿Perdón? Pero el señor Montenegro...
- Me pidió que le informara. Para que tenga tiempo de... —hizo una pausa, buscando la palabra— ...prepararse. El auto la recogerá a las ocho en punto, ah y señorita Villalobos sea puntual porque él odia la impuntualidad_, lo dijo apuntando con el rostro hacia la puerta de la oficina cerrada.
- Gracias, Lucía.
- Mariana —me dijo, y fue la primera vez que usó mi nombre de pila, su voz se suavizó un milímetro—. Tenga cuidado esta noche, la gala del Consorcio Rivas no es un juego, es un campo de batalla y usted va del brazo del general más temido.
- Yo no voy del brazo de nadie —mascullé—, voy como... como carnada.
Lucía casi sonrió.
- Pues que sea la carnada más espectacular que hayan visto. Feliz Navidad.
Salí de ahí corriendo. El Uber a casa se sintió eterno. Mi celular no había parado de vibrar.
Chat: "El Aquelarre" (48 mensajes no leídos).
Abrí la puerta de mi departamento y fui recibida por un grito doble.
- ¡¡MARIANA VILLALOBOS!!
Valeria y Damián estaban sentados en mi sofá, rodeados de bolsas de papitas y con una botella de vino blanco (eran las cuatro de la tarde por Dios santo), me miraban como si yo fuera el capítulo final de una serie de Netflix.
- ¡¿Cita?! —gritó Valeria, saltando del sofá—. ¡¿Te invitó a salir?! ¡Funcionó! ¡El deseo funcionó!
- ¡No es una cita, Valeria, es un castigo! —exclamé, aventando mi bolsa al suelo y dejándome caer en el sillón—. ¡Me odia! ¡Me humilló! ¡Me dijo... me insinuó que era una mujerzuela!
- ¡¿Qué?! —Damián dejó su copa—. ¿Usó esa palabra? ¡Qué anticuado! ¿Quién dice "mujerzuela"? ¿Una villana de telenovela de los ochenta?
- ¡Dijo "mujerzuela borracha"! —chillé, tapándome la cara con un cojín.
- ¡Espera, espera! —Valeria me quitó el cojín—. A ver, rebobina. ¿Qué te dijo exactamente?
Les conté todo. El silencio en la oficina, la Silla de los acusados, la forma en que leyó mi mensaje en voz alto, el "revolcón contra la pared", la gala, el vestido, el coche.
Cuando terminé, Damián se levantó y empezó a caminar en círculos, pensativo.
Valeria, en cambio, tenía los ojos brillantes.
- ¡Güey, no mames! ¡Esto es mejor que una cita! ¡Esto es el capítulo uno de una novela erótica! ¡Te está chantajeando para que seas su acompañante!
- ¡Valeria, no es sexy, es horrible! ¡Es Nochebuena! ¡Se supone que íbamos a cenar recalentado y a criticar películas navideñas!
- ¡Eso puede esperar! —intervino Damián, deteniéndose en seco y me apuntó con un dedo—. A ver, Mari. Analicemos fríamente, el tipo es un Ogro, sí, es un desgraciado manipulador, también. ¿Pero qué logró?
- ¿Humillarme?
- ¡No, tonta! Logró: 1. Quedarse en tu cabeza. 2. Asegurarse de que vas a pasar la noche más "romántica" del año con él. Y 3. ¡Te va a vestir él!
Me quedé helada.
- Damián tiene razón —dijo Val, comiendo una papita—. ¡El güey te está vistiendo! ¡Te está comprando ropa! ¡Mariana, es el movimiento de sugar daddy nivel Dios!
- ¡No es un sugar! ¡Es mi jefe y me está castigando!
- ¡Es un power move! —dictaminó Damián, con la seguridad de un juez de moda—. Te está diciendo: "Tú eres mía esta noche, y te vas a ver como yo quiero que te veas". Es territorial, es primitivo, es... ¡Ay, qué envidia!
- ¡Están locos! ¡Yo no quiero ir!
- ¡Claro que vas a ir! —dijo Valeria—. ¿Y sabes qué? Vas a ir y te vas a ver tan espectacular que se le va a caer la baba y cuando te pida un revolcón, ¡le dices que no!
- ¡Nadie va a pedir ningún revolcón!
En ese preciso instante, sonó el interfón.
Era Don Paco, el conserje.
- ¿Señorita Mariana? Le llegó un paquete. Bueno, más bien una caja, una cajototota. ¿Le pido al de mensajería que suba?
Mi corazón dio un vuelco.
- Sí, Don Paco, que suba.
Nos miramos los tres. "El Aquelarre" en pleno. El silencio era total.
Minutos después, tocaron la puerta, un mensajero uniformado traía una caja blanca, enorme, sin remitente, solo mi nombre en una elegante caligrafía.
La metió al departamento, le di una propina y cerré la puerta.
La caja ocupaba la mitad de mi sala.
- Es un ataúd —dije—. Me mandó un ataúd, Dios es el fin, no, es mi fin.
- ¡No seas dramática! —Damián sacó un cúter de su bolsa (nunca entendí por qué cargaba uno) y empezó a abrir la caja con la precisión de un cirujano.
Quitó la tapa y dentro, había una funda de tela negra, gruesa y a un lado, una caja de zapatos de marca (una que yo solo había visto en revistas) y un pequeño estuche de terciopelo.
Damián abrió la funda y los tres nos quedamos sin aire, era un vestido, pero no era un vestido, era el vestido. Era de seda, de un profundo, casi hipnótico, color verde esmeralda, el color del dinero.
Damián lo sacó con un cuidado reverencial y lo extendió.
- No puede ser... —susurró Damián, tocando la tela—. Mariana... esto es... esto es un Balmain. ¡Un puto Balmain de la última temporada! ¡Esto cuesta más que tu liquidación!
No tenía mangas, el escote era... profundo, no vulgar, pero sí peligroso, se ceñía a la cintura y caía en una falda que tenía una abertura lateral, una abertura que no empezaba en la rodilla, empezaba mucho, mucho más arriba, pero lo peor, o lo mejor, era la espalda, porque no tenía, era un escote trasero que llegaba hasta la base de la columna. Un abismo de seda verde.
- Güey... —Valeria fue la primera en hablar—. No puedes usar calzones con esto, ni bra.
- ¡Obvio no! —dijo Damián—. ¡Es un vestido de guerra! ¡Es un "mírenme todos, pero jódanse porque no me pueden tocar"!
- ¡No me voy a poner eso! —dije, sintiendo el pánico—. ¡Se me va a ver todo!
- ¡Esa es la idea, estúpida! —gritó Valeria—. ¡Te quiere ver!
Damián abrió la caja de zapatos, wow y doblemente wow, tacones de aguja, negros, altísimos, mínimo 12 centímetros, de esos que gritan "mírame pero no me toques, y si te acercas te saco un ojo".
Y el estuche.
Lo abrí, era un collar, simple, de oro blanco y un pequeño diamante solitario y unos aretes a juego.
- Ok, ya —dijo Damián, ahora sí muy serio—. Esto no es un castigo, Mariana. Ningún hombre "castiga" a una empleada con un Balmain y diamantes, esto es... otra cosa.
- ¿Qué cosa?
- Es un juego —dijo, sus ojos brillando—. Y él puso el tablero, pero tú vas a mover las piezas.
Me metió a la regadera a la fuerza.
A las seis, empezó la "Operación Cenicienta Vengativa".
Valeria me obligó a ponerme una lencería de encaje mínima ("¡es para tu confianza, no para él!"). Damián, que es un genio, sacó su kit profesional de maquillaje.
- No te voy a tapar —dijo, mientras trabajaba en mi cara—. Te voy a pulir. Ojos ahumados, pero sutiles, labios nude pero provocativos y la piel... te voy a dejar la piel como si acabaras de tener el mejor orgasmo de tu vida.
- ¡Damián!
- ¡Es el look, querida, acostúmbrate!
Me peinó recogió mi cabello en un moño bajo, complicado y elegante, dejando unos mechones sueltos que enmarcaban mi cara, la idea era dejar el cuello y la espalda completamente expuestos al mundo, y a él
Finalmente, el vestido.
Ponérmelo fue un ritual, la seda era fría contra mi piel, se deslizó como agua. Me quedaba... perfecto, maldito Ogro y maldita Lucía y su espionaje de tallas, la abertura de la pierna era escandalosa, el escote era un desafío, la espalda descubierta me hacía sentir increíblemente vulnerable y, al mismo tiempo, ridículamente poderosa.
Damián me puso el collar y sus manos estaban frías.
- Listo.
Me giré hacia el espejo de cuerpo completo.
La mujer que me devolvió la mirada no era yo, no era Mariana, la torpe, la que tira el café, la que manda whatsapps estando ebria.
Era... otra, una mujer alta (gracias a los tacones), elegante, con una mirada peligrosa, una mujer que podría, tal vez, sobrevivir a una noche con Alejandro Montenegro.
El interfón sonó. 7:59 PM.
- Señorita Villalobos... su auto está abajo
Tragué saliva, mis manos sudaban y mi respiración me fallaba.
- Es la hora —dije.
- Bien —Valeria me pasó el mini bolso que venía con el vestido—. Tu celular, un brillo labial y estos chicles de menta, por si acaso_ dijo sonriendo como el gato de Cheshire.
- Recuerda —Damián me tomó por los hombros—. Camina derecho, no te toques el pelo, no te rías como loca y por el amor de Dios, no te caigas. Míralo a los ojos y no bajes la mirada, eres su igual esta noche.
Asentí.
- Gracias, Aquelarre. Los amo.
- Nosotros más. ¡Ahora ve y tráenos la cabeza del Ogro!
Salí del departamento, el pasillo se sentía diferente, don Paco estaba trapeando el lobby cuando el elevador se abrió, de detuvo y se quitó la gorra.
- Señorita Mariana... —dijo, con los ojos como platos—. Se ve... wow, como una estrella de cine.
- Gracias, Don Paco. Feliz Navidad.
- Igualmente, señorita... igualmente.
Empujé la puerta de cristal del edificio, y ahí estaba, un Mercedes-Benz n***o, un chofer uniformado salió y me abrió la puerta trasera.
Me incliné para entrar.
Y lo vi.
Estaba ahí, en el otro extremo del asiento de piel, no volteó, estaba mirando por la ventana opuesta, su perfil recortado contra las luces de la ciudad, él llevaba un esmoquin n***o. Impecable, se veía increíblemente guapo y sexy
Me senté, el chofer cerró la puerta y el Ogro, lentamente, giró la cabeza para mirarme.