10 EL CAOS VISTE DE SEDA VERDE

1350 Palabras
ALEJANDRO Odio las galas, odio el esmoquin, odio el champagne barato que sirven en copas caras y la música de cuerdas desafinada, odio la falsedad, las sonrisas de plástico y las conversaciones triviales sobre dinero que ya se tiene, y por encima de todo, odio la gala del Consorcio Rivas en Nochebuena, es un monumento a la hipocresía. Mientras me ajustaba las mancuernillas de ónix frente al espejo de mi departamento —un ático minimalista en Bosques de las Lomas, todo cristal y acero—, me pregunté, por décima vez, qué carajo estaba haciendo, la advertencia de Rodrigo resonaba en mi cabeza. "Parece... frágil". "Estás jugando con fuego". Rodrigo era un buen abogado, pero un pésimo analista de personas, Mariana Villalobos no era frágil, era una granada de mano con el seguro quitado, era caos, era el tipo de variable que podía destruir un sistema perfectamente balanceado y yo, en un movimiento que desafiaba toda lógica, acababa de invitar a esa granada a la fiesta más importante del año. ¿Por qué? Emiliano diría que estoy "colgado" de ella, imbécil. Yo me decía a mí mismo que era control, era un castigo, era una lección, le estaba mostrando que sus acciones tenían consecuencias, que yo controlaba su vida profesional y, si era necesario, la personal, pero mientras me ponía el saco Armani, hecho a medida, tuve que admitir una verdad más profunda. Estaba aburrido. Mi vida, desde Elena, se había convertido en una fortaleza tan segura que se había vuelto una prisión ordenada, predecible y vacía, y Mariana... Mariana era un jodido desastre y era lo más interesante que me había pasado en años. El "revolcón contra la pared". La frase era vulgar, inapropiada y se había repetido en mi cabeza toda la tarde, la imagen de ella, acorralada contra el ventanal de mi oficina, no era profesional, era... perturbadora y excitante y por primera vez en años me hacia sentir algo que no sabia explicar y no quería explicar. El vestido. Había sido una idea impulsiva, le dije a Lucía que consiguiera algo "apropiado" de mi cuenta personal en la boutique más exclusiva de la ciudad, la personal shopper me había enviado tres opciones por foto, dos eran negros, seguros, aburridos, pero el tercero era el verde, era un vestido que no susurraba, gritaba, era un desafío y lo elegí en un segundo. Quería verla en él, quería ver si se atrevía, quería verla tropezar con él, sentirse incómoda. A las 7:45 PM, bajé, el Mercedes ya me esperaba. - A la dirección que le di, por favor. El viaje a su edificio en la Condesa fue rápido. Las calles empezaban a vaciarse. 8:00 PM. En punto. El chofer anunció su llegada, miré por la ventana de mi lado, hacia el tráfico inexistente. Esperé. ¿Bajaría? ¿Se acobardaría? ¿Renunciaría por mensaje de texto? Sin importar que no quería que renunciara, quería verla seguir adelante ante mi “castigo” 8:01 PM. Empezaba a impacientarme. Y entonces, la puerta del edificio se abrió. Y ella salió. Mi primera reacción fue pensar que el chofer había recogido a la persona equivocada, la mujer que caminaba hacia el auto no era la asistente torpe con manchas de pasta de dientes, no era la chica pálida que vomitaba en el baño de mi oficina. Esta mujer... era luz. La luz del poste la golpeó, la seda verde se movía como líquido sobre sus curvas, curvas que el traje sastre genérico había hecho un trabajo criminal en ocultar. El pelo recogido, exponiendo la línea elegante de su cuello y... joder... su espalda, la espalda estaba completamente desnuda. Vi al chofer, un profesional con veinte años de servicio, casi tropezar al abrirle la puerta. Se inclinó para entrar. Y la abertura del vestido se movió, revelando un muslo largo, pálido y firme. Mi garganta se secó. Se deslizó en el asiento, en el otro extremo, lo más lejos posible de mí, el auto, de repente, se sintió pequeño, muy pequeño, el interior se llenó de su perfume, no era nada pesado, era vainilla, y algo... cítrico, como limones, era adictivo. El chofer cerró la puerta. El silencio era absoluto. Lentamente, giré la cabeza. Y me encontré con sus ojos. Estaba aterrorizada, podía verlo, sus manos estaban apretadas sobre el pequeño bolso en su regazo, pero no bajó la mirada, me sostuvo la mirada, había miedo, sí, pero también había... desafío. - Buenas noches, señor Montenegro —dijo. Su voz, un temblor casi imperceptible. Mi cerebro, mi puto cerebro ejecutivo, tardó un segundo en reiniciar, concéntrate Alejandro. - Villalobos —respondí. Mi voz sonó más grave de lo normal, carraspeé. El auto arrancó. El silencio se estiró, no podía dejar de mirarla, ella fingía ver por la ventana, vi cómo la luz de los semáforos jugaba sobre la piel expuesta de su hombro, "Frágil", Rodrigo era un completo idiota, esta mujer no era frágil, era un incendio forestal. Tenía que recuperar el control. - Las reglas de esta noche, Villalobos —dije, mi tono volviéndose el del Ogro. Profesional y frío. Ella giró la cabeza, esos ojos. Joder. - ¿Reglas? —susurró. - Uno, usted es mi asistente, está aquí en calidad de asistente, sea profesional, no es mi cita. ¿Entendido? Ella asintió, su mandíbula tensándose, bien. - Dos, no se separa de mi lado, ni un centímetro, su trabajo es tomar notas mentales de quién habla conmigo y de qué. - ¿Notas mentales? - ¿Prefiere llevar una libreta? —repliqué, sarcástico. Ella negó—. Bien. Tres, no hable con nadie a menos que yo le hable primero o le presente a alguien, sea cordial, pero no... amigable. - El punto cuatro es el más importante: No beba. Sus ojos se abrieron. - Puede sostener una copa de champagne, pero no la quiero ver tomar más de un sorbo, no voy a cargarla borracha. Vi el rubor subir por su cuello, ira, perfecto, la ira era mejor que el miedo. - ¿Y cinco? —preguntó, con un filo en la voz. - Cinco, sonría, está en la gala más exclusiva de la ciudad, en Nochebuena, usando un vestido que cuesta su salario de seis meses, está encantada de estar aquí o al menos que lo parezca. Ella me miró fijamente, por un segundo, pensé que iba a abrir la puerta y lanzarse del auto en movimiento, pero solo asintió, una vez, cortante. - Entendido, jefe. El auto se detuvo, habíamos llegado al Hotel St. Regis, la entrada estaba atestada de fotógrafos de sociales y gente en ropa cara. El chofer bajó para abrir su puerta. Ella se preparó para salir. - Esperé —ordené. Me bajé de mi lado, alisé mi saco y caminé alrededor del auto. El chofer le abrió la puerta, ella sacó una pierna, la pierna de la abertura, vi el flash de una cámara, estiró la mano para apoyarse, pero el tacón de 12 centímetros se atoró en el borde de la alfombra roja. Se tambaleó. - ¡Mierda! —susurró. Mi brazo se disparó por puro instinto, mi mano se cerró sobre su cintura para estabilizarla. Y toqué piel, no había tela, no había vestido, mi mano estaba directamente sobre la piel desnuda de la parte baja de su espalda y fue como tocar un cable de alta tensión. Su piel era... joder, era suave, aterciopelada y estaba ardiendo o yo lo estaba, sentí cómo un escalofrío la recorría bajo mi palma, ella jadeó, un sonido diminuto, casi inaudible, no quité la mano, se enderezó, nuestros ojos se encontraron, estábamos cerca, muy cerca y podía oler la menta de su aliento. Su corazón, podía casi sentirlo latir contra mi mano muy rápido. "Ogro sexy". El juego acababa de cambiar. - Caminé, Villalobos —dije, mi voz ahora ronca—. Y sonría porque el espectáculo va a comenzar. Dejé mi mano ahí, en la curva de su espalda baja, no tenía intención de quitarla y ella no había hecho el intento que apartarse, y la guie hacia las luces.
Lectura gratis para nuevos usuarios
Escanee para descargar la aplicación
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Autor
  • chap_listÍndice
  • likeAÑADIR