03 de diciembre
En la cocina de MOOD no podía hacer más calor. Maite secaba el sudor de su frente con el puño de su delantal, mientras terminaba de entregar uno de los últimos pedidos de esa noche. Suspiró aliviada cuando Ernesto, el encargado del salón le anunció que casi no quedaban mesas ocupadas, solo restaba que dos comensales solicitaran sus postres y darían por finalizada la jornada.
Maite llevaba poco tiempo como chef, se había esforzado mucho para conseguirlo, había terminado su carrera en tiempo récord y se desempeñó varios años como ayudante de uno de los mejores chef del país. Sin embargo, su relación no había terminado de la mejor manera, cuando ella le informó que tenía un ofrecimiento para hacerse cargo de un pequeño restaurante en la zona de Palermo, él se había enojado muchísimo.
Ella nunca había terminado de conocer a Blas, sólo sabía que era un excelente cocinero, demasiado exigente y con poco tiempo para distenderse. Todos sus empleados le temían y lo evitaban, ella como su primer ayudante no había tenido opción. Lo respetaba, le hacía caso a sus consejos y con su habitual habilidad de manejarse con diplomacia había llegado a responder con altura a sus malos modos. Nunca llegaron a ser amigos, pero Maite creía que tenían una relación diferente a la de los demás empleados.
Blas era alto y de brazos fuertes, con el rostro anguloso, la nariz ancha y los ojos grandes. Llevaba la seriedad tatuada en sus líneas de expresión. Era raro verlo sonreír y sin embargo, ella lo había logrado en alguna que otra ocasión.
Nunca creyó que la encontrara atractiva. Sus anchas caderas y generosos pechos, lejos de hacerla sentir sexy, siempre le habían parecido exuberantes, llevaba el pelo corto hasta el cuello, y normalmente cubierto por una gorra que le daba a su rostro una forma aún más redondeada de la que ya tenía. Sus labios carnosos y sus ojos marrones tampoco colaboran con su autoestima. Llevaba tanto sin tiempo libre, que su vida amorosa era inexistente, Blas se había convertido en la persona con la que más tiempo pasaba.
Eso fue lo que más le había dolido, si bien Blas nunca mostraba sus sentimientos, creyó que al menos se pondría feliz por su progreso. Su reacción fue todo lo contrario, se puso furioso, mucho más malhumorado de lo que normalmente era y le gritó delante de todos que ella no era capaz de lograrlo, que regresaría para rogarle que vuelva a emplearla y que no lograría jamás tener un restaurante propio.
Agotada por la larga noche en su nueva cocina intentó no volver a pensar en él, pero cuando se sacó la gorra y comenzó a desabrocharse la chaqueta para cambiarse, Ernesto volvió con el volcán de chocolate que le había entregado minutos antes y sus ojos desorbitados.
-Perdón Maite, uno de los clientes pidió hablar con vos, dijo que este volcán era inaceptable. - dijo con voz temblorosa.
Maite dejó su gorro sobre la mesada y se apresuró a probar el postre, no recordaba haber hecho algo mal al prepararlo, no entendía que podría haber pasado. El sabor era exquisito y el punto de cocción el indicado, comenzando a sentirse enfadada le sacó el plato de las manos a Ernesto y salió al salón. No era la primera vez que alguien intentaba inventar una queja para no pagar la cena, pero en esta ocasión, lo defendería con su vida.
Cuando se acercó a la única mesa que quedaba ocupada se quedó petrificada. Sentado sobre el respaldo de su silla, luciendo una camisa oscura y su cabello prolijamente peinado hacia atrás, la observaba con aire de superioridad el mismísimo Blas.
-¿Qué estás haciendo acá?- le preguntó ella intentando controlar la bola de nervios que llevaba en el estómago.
-Así que finalmente duraste más de un mes. -le dijo él alzando su barbilla. Ella lo desafió con la mirada por un instante sin ocultar su enfado.
-Este postre está perfecto, si no tiene nada más que objetar, le voy a pedir que se retire. - le dijo intentando sonar calmada.
Entonces Blas la observó con descaro de pies a cabeza, a diferencia del uniforme que debía vestir en su restaurante, Maite llevaba unos jeans oscuros que se ajustaban demasiado bien a su figura y la chaqueta a medio cerrar, que dejaba ver una musculosa blanca con su escote asomando tímidamente entre las solapas. Su pelo corto algo alborotado se empecinaba en caer sobre su frente, por lo que ella se aventuró a volver a acomodarlo y miró nerviosa el piso.
-El postre está bastante bien, también tuviste un buen maestro. - agregó Blas mientras se lo quitaba de las manos y saboreaba con lentitud una cucharada.
-¿Querés acompañarme?- le preguntó haciendo un gesto para señalarle la silla vacía a su lado.
Maite volvió a mirarlo anonadada. ¿Qué significaba ese cambio de actitud? Miró hacia la cocina donde todo el personal observaba la escena como si se tratara de una obra de teatro y les hizo un gesto que fue perfectamente interpretado al retirarse todos rápidamente del salón.
-¿Qué querés, Blas?- le preguntó con resignación.
- A menos que hayas venido a pedirme disculpas, te voy a pedir que te retires. - agregó negando con su cabeza y volviendo a mirar el piso.
-Vine a pedirte disculpas. - dijo él contra todos los pronósticos.
Maite tuvo que tomarse de la mesa para no caerse, no podía creer escuchar esas palabras de la boca de su soberbio jefe.
Cuando Blas vio que no reaccionaba levantó ambas cejas demostrando que esperaba una respuesta.
-Eh… está bien, no sé qué decirte, estás disculpado. -dijo sin poder mirarlo a los ojos y cuando él iba a volver a hablar ella lo interrumpió.
-Ahora si me disculpas vos a mí tenemos que cerrar. - agregó, para recibir una mirada de decepción de parte de su antiguo jefe.
-Está bien, ya me voy. - le dijo poniéndose de pie.
-Maite.- la llamó antes de salir.
-Te felicito, te merecías esto. - y sin esperar su respuesta salió del lugar dejando a una Maite con el corazón a punto de salir de su pecho y demasiadas preguntas en su mente.