EPÍGRAFE
ELAXI
Miro la pantalla de mi celular una vez más, tratando de procesar lo que estoy leyendo en el chat grupal de mis amigas, las cuales deben estar ebrias como para haber olvidado que estoy incluida y leyendo todo.
CATRINA: ¡Vamos, perras, esta fiesta es lo más grandioso que hemos vivido aquí en Orange!
DIANE: Joder, ¿cuánto has bebido? Pensé que ya estabas en tu casa.
CATRINA: No podía irme sin que me follara Hernest.
DIANE: Eres una puta.
CATRINA: Di lo que quieras, mojigata, ¿sabes quién más está follando hoy, ahora mismo?
DIANE: ¡Cállate, perra maldita, Ela está...!
Pero es demasiado tarde, para cuando Diane le está dando la advertencia de que yo estoy también en el chat, Catrina ya ha enviado el mensaje bomba.
CATRINA: Verónica está follando con Nathan.
El alma se me cae a los pies, me congelo y dejo de enviar aire a mis pulmones. Nathan, debe haber un error, tiene que ser otro chico que se llame así, pero ¿A cuántos chicos con el nombre de Nathan conocemos en Orange? Las manos me tiemblan, cierro el chat y marco el número de mi novio, con quien llevo más de seis años.
El número que usted marcó, está fuera del área de servicio.
«Maldita contestadora»
Llamo un par de veces más, no atiende, por lo que decido tomar las llaves de mi auto e ir directo a la fiesta que se hizo en una de las casas de uno de los jugadores de rugby. No queda muy lejos de mi residencia, llegando, me encuentro con una casa cubierta en algunas secciones de la construcción, cubiertas con rollos de papel de baño, música a un nivel que bien podría dejarte sorda, camino entre el mar de gente, debido a que están demasiado aturdidos, no me prestan demasiada atención, lo que me facilita llegar al primer piso de dormitorios.
Camino hacia la primera puerta, la abro, un chico está besando a una de las porristas del equipo de Quarterback, en el que Nathan es el mariscal de campo, cierro y paso a la otra, esta vez me encuentro con tres chicas besándose, salgo, voy a la siguiente, nada, solo un grupo de cinco chicos fumando marihuana. La ansiedad comienza a carcomerme, mis nervios me empujan a seguir abriendo las puertas. Algunas chicas me miran y sueltan a reírse con los ojos inyectados en sangre, balbucean y me señalan.
No me interesa, llego a la última en el segundo piso, en donde el sonido de la música se escucha lejano, toco la perilla fría, la giro, abro, y lo que veo me confirma el comentario imprudente de Catrina, Nathan, mi novio, se está follando a Verónica, una de mis mejores amigas, la está embistiendo como animal por detrás, mientras ella jadea como puta en celo, el ácido estomacal se me sube por la garganta, intento moverme, pero es que la escena y el descubrir esto, hacen que mi cuerpo no reaccione.
Algunos curiosos ebrios y drogados tienen el descaro de asomar las cabezas por encima de mi hombro, empujando mi cuerpo en el acto, ríen y se escuchan los flashes de sus celulares, Nathan levanta la vista en cuestión de segundos, sus ojos se agrandan al tiempo que se clavan en los míos, empuja a Verónica como si fuera una muñeca de trapo.
—¡Mierda! —brama tratando de ponerse el bóxer.
—¡Oye! —exclama Verónica tratando de entender lo que está pasando hasta que me mira—. ¡Joder, no, Ela!
Su voz es el impulso que necesito para girar sobre mis talones y salir de ese sitio. A mis espaldas escucho que Nathan me llama, me pide que me detenga, no lo hago. La gente me abre paso como el mar a Moisés, llego hasta mi auto, abro la puerta, pero esta se cierra de un golpe, todo me da vueltas.
—Ela, hablemos, por favor —me suplica.
Algo en mi interior se rompe, una oleada de asco, decepción, traición, me asfixia, duele, aunque no por los motivos que pensaría la gente.
—No hay nada de que hablar —mi voz brota como el sonido ahogado de alguien que se está desmoronando.
—Lo hay, deja que te explique —insiste colocando su mano sobre mi hombro.
No hay nada, no está el habitual hormigueo, no hay esa descarga de electricidad que me erizaba la piel, solo el vacío que comenzó a agrandarse en mi pecho desde hace un par de años, cuando descubrí que solo estábamos por costumbre y ya no sentíamos lo mismo que al principio, ¿entonces por qué vine? ¿Por qué se aferra a darme explicaciones cuando no le importa? Cierto, porque necesitaba verlo con mis propios ojos, precisamente hoy. Sus razones, las desconozco.
—Nathan —le llama Verónica—. Ela, deja que te expliquemos.
Cierro los ojos durante unos segundos eternos.
—¿Desde cuándo? —respiro profundo, apretando con fuerza las llaves del auto en mi mano.
Hay un breve silencio, incluso la música ha dejado de escucharse y los murmullos de todos comienzan a ser cero discretos, es normal, somos los más populares del Orange.
—Desde abril del año pasado —dice Verónica y noto lo ridículas que suenan sus palabras.
¿Pero qué gano con enfadarme y hacer un drama? Nada, es que ya no tiene caso alguno tratar de reparar algo que los dos hicimos, todo por romper y alejarnos.
—Ela —Nathan trata de que les dé la cara.
Pero no quiero que me vean débil, llorosa, no ahora, cuando lo que más necesito es ser fuerte, lo recuerdo bien, papá siempre dice "Debes ser más fuerte que tus dificultades" es una mierda, porque ahora mismo me está costando un mundo no romper en llanto delante de todos, lo que es seguro, es que seré la comidilla de todo el condado mañana.
—Recuerda tu promesa —le susurro a él—. Me debes tan siquiera eso.
Nathan me suelta de inmediato, al menos lo recuerda, abro la puerta del auto y entro, enciendo el motor, arranco y dejo caer las lágrimas que ruedan por mis mejillas y se pierden en el mar del silencio entre la penumbra de la noche, y el sonido de las olas del mar, ojalá tuviera una nueva oportunidad para hacer las cosas diferentes con él, el corazón me sangra, y solo quiero una cosa; alejarme de este mundo banal que solo vive de las apariencias, se alimenta de las desgracias ajenas y bebe de la tristeza de otros.
[...]
CATRINA: Mierda, creo que la he cagado. ¿Hay alguien despierta aquí?
DIANE: Jódete, puta. (Video adjunto)
VERÓNICA: ¡Eres una hija de perra! ¿Cómo pudiste?
CATRINA: Yo solo estaba ebria, pero tú te has estado follando al novio de tu mejor amiga, Diane y yo deberíamos tener cuidado de ti, zorra barata. ¿Cuál es tu justificación?
DIANE: Buen punto, Ela... ¿Estás aquí?
CATRINA: ¿Por qué preguntas eso? Márcale a su número.
VERÓNICA: ¡Púdranse las dos, malditas, dicen y critican, pero bien que sabían de esto, no le dijeron nada a Ela por la misma razón que todo el mundo, por tratar de proteger a la princesa!
DIANE: Si lo pregunto por aquí, es porque ya intenté llamarle, incluso a su mansión, pero nadie me atiende. Esto es tu culpa, Vero.
VERÓNICA: Lo admito, soy la pecadora, pero ustedes son cómplices porque lo sabían.
Ela abandonó el chat.
El sonido del teléfono me da dolor de jaqueca, una de las chicas del servicio lo trajo hace veinte minutos; aun así, no tengo la intención de contestarles. Mi móvil suena y atiendo al tiempo que termino de masticar un pedazo de carne, admirando el lujoso y enorme comedor en el que me encuentro sola. Al ver el número que aparece en la pantalla, mi corazón late y atiendo de inmediato.
—¿Princesa?
—Hola, papá, ¿pudiste arreglarlo?
—Todo está listo, cariño, pero tengo que preguntarlo una vez más. ¿Estás segura de hacer esto? Sé que como experiencia puede dejarte mucho en la vida, pero... ¿No crees que es un poco extremo? Podrías venir a Inglaterra, vivir conmigo antes de lo planeado, aunque a tu madre le dé un infarto.
Frunzo el ceño con la mención de mi madre.
—Necesito alejarme de todo esto que es como una infección que poco a poco se propaga por todo mi cuerpo —susurro a broma personal, el apetito se me ha ido—. Quiero hacerlo, por favor, confía en mí.
Escucho cómo mi padre suelta un largo suspiro.
—Está bien, sabes que siempre te voy a apoyar, todo está arreglado, te he mandado los datos y las direcciones a tu correo, yo me encargaré de tu madre en caso de que quiera provocar un apocalipsis, ahora mismo está en Italia, por su desfile de modas. ¿Cuánto tiempo estará allá?
Hago un poco de memoria.
—Una semana más.
—Perfecto.
Mis padres; Amira y Bernat Young, la primera es una diseñadora de modas, y el segundo, un empresario que llora dinero y oro a montones, ellos ya no están juntos desde hace más de ocho años, pero no se divorcian porque les conviene y porque a mamá le gusta aparentar que seguimos siendo una familia unida, solo porque eso le facilita las cosas en la industria de la moda, le gusta jugar a la buena esposa, la madre amorosa y la mujer perfecta, lástima que es todo lo contrario.
Papá se fue a vivir a Londres hace cinco años, viene solo cuando se trata de eventos especiales y cuando tiene que aparentar y actuar que ama a mamá, y que no la quiere ahorcar hasta la muerte cada que la ve, mientras que mi madre, nunca está, se la pasa de gira en gira, de pasarela en pasarela, y cuando vuelve, solo es para revisar mi peso y criticarme por cualquier cosa.
Observo el documento que tengo a un lado del plato, las letras en él son claras, concisas, a un costado, está un folleto de una de las universidades más prestigiosas de arte, mi sueño, uno al que ya estoy renunciando desde ayer.
—Gracias, papá, te llamaré en cuanto me instale.
—Sabes que tendrás todo lo que necesites, llama si sucede algo, he hablado con el señor Diker, todo estará bien.
—Lo estará —mi voz se quiebra al recordar la noche que pasé—. Te amo, papá.
—Y yo a ti, princesa.
Colgamos, las manos me tiemblan de la rabia por la mentira de mi mejor amiga y de Nathan, respiro profundo, bebo un poco más de jugo y miro mi reflejo en el espejo que he colocado delante de mí, observando mi reflejo, siempre lo he hecho, cuando me ha tocado comer, cenar o desayunar sola, mi cabello castaño ha perdido su brillo en menos de veinticuatro horas, mis pecas se detallan más y mis ojos ahora son de un verde opaco. Sé que soy guapa, pero en mi opinión, la belleza está sobrevalorada.
Me pongo de pie, le echo un último vistazo a mi alrededor, y tomo mis maletas, camino por el vestíbulo sin mirar atrás, salgo y me preparo para lo que se viene, sabiendo que este nunca fue mi hogar. Orange no es mi lugar.
Para cuando llego al aeropuerto de Bermaunt, el aire fresco me sienta de maravilla, la gente parece amable y es totalmente distinta a las personas ricas y superficiales de Orange, he cambiado de móvil, de número, solo porque no quiero saber nada de mi antigua vida, localizo un taxi, estoy dando apenas un paso adelante, cuando alguien se me atraviesa en el camino y choca contra mí, traspillo un poco hasta que un brazo fuerte me sostiene.
—¿Estás bien? —me pregunta una voz ronca y hostil.
Levanto la mirada y me encuentro con un par de ojos azul eléctrico.
—¿Acaso te comieron la lengua los ratones? —gruñe y me suelta como si tuviera la peste.
La magia de encontrar a personas amables se rompe al instante en el que él me mira con odio. Como si yo le hubiera hecho algo.
—Estoy bien, gracias —respondo cortante.
—Eres nueva, ¿cierto?
—¿Se nota mucho? —enarco ambas cejas con incredulidad.
El chico en cuestión, de cabello oscuro, y tez clara, con vestimenta de chico malo, y una cazadora que huele a cigarrillo y alcohol, me mira de arriba abajo.
—No me tienes miedo —parece molesto.
—¿Por qué lo tendría? No te conozco, ¿eres traficante de drogas? ¿Un violador? ¿Tal vez asesino?
El chico ladea una sonrisa que está lejos de ser graciosa o ser amable, merma el espacio entre los dos, se inclina y me susurra:
—Te daré un consejo, más vale que me temas y que te alejes de mí, o te comeré viva, conejito.
Y diciendo esto, juro que me respira en la curvatura de mi cuello y se marcha dejando mi cuerpo helado.