CAPÍTULO TRES

3316 Palabras
ELAXI Trato de procesar sus palabras, pero me es difícil cuando él me corta la respiración. Su vena carótida resalta y creo que está a punto de matarme. El pánico debe reflejarse en mis ojos, porque enseguida me suelta a tiempo, tomo varias bocanadas de aire hasta que recobro la consciencia. —Te hice una pregunta —espeta con firmeza. Levanto la mirada, atisbo la intensidad de la rabia en sus ojos color azul eléctrico. —¿Qué? —La casera me lo dijo, no solo pagaste mi deuda, sino, que te atreviste a pagar tres meses más de renta —da dos pasos adelante, su pecho golpea el mío de manera violenta. Mi piel se eriza como si desatara una corriente eléctrica por todo mi cuerpo, nadie nunca me había tratado de este modo, me siento como una delincuente que acaban de atrapar, creí que eso le haría feliz, pero ahora, al ver su rostro casi contorsionado por el enojo, me parece que he cometido un grave error. —Yo... Algunos alumnos comienzan a pasar a nuestro lado, murmuran con miradas discretas hacia nuestra dirección, me les quedo viendo, suplicando por mi vida un segundo. Él parece darse cuenta de lo ocurrido, porque enseguida tira de mi mano, me arrastra hasta el edificio de la biblioteca, subiendo hasta la terraza, en el camino, observo a algunos profesores, esperando a que lo detengan, no lo hacen, por el contrario, solo apartan la mirada, hasta el personal docente le tiene miedo a este chico. Recuerdo las palabras de la secretaria, debería sentir el mismo miedo y pánico que el resto, sin embargo, lo único que me produce, es una terrible sensación curiosa por saber de este chico, jamás me había sentido tan intrigada por alguien, en Orange no hay chicos así, todos son unos pijos que creen tener el mundo en sus manos. Al llegar, me suelta y cierra la puerta a mis espaldas, la brisa gélida golpea mis mejillas y al instante las siento escarchadas. Respiro profundo, sintiendo el latir de mi corazón, palpitar fuerte en mis oídos. —Dios, ¿qué es lo que te sucede? —Elevo la mirada, estoy agitada. —Eso mismo debería preguntar yo —enciende un cigarrillo y extrae el humo en una gran cantidad por la boca, después de inhalarlo. —Oye —siento que me falta el aire—. Solo traté de ser amable. —Eso fue caridad, no soy un jodido proyecto, tampoco necesito que chicas como tú, me tengan lástima o que me intenten cambiar para ser un chico bueno, no lo soy y nunca lo seré —acusa con ojos asesinos. —¿Qué? —recobro mi postura—. ¿Chicas como yo? —No entraré en detalle —reitera con una calada a su cigarrillo—. Creí haberte advertido las cosas desde el primer día en el aeropuerto, pero no lo hiciste. No solo fui tu pequeño proyecto de caridad, sino, que te atreviste a tocar mis cosas, incluso a limpiar mi ropa. No estoy de acuerdo con eso, también me proporcionaste alimentos como si fuese un mendigo. Retrocedo, dolida por su jodida reacción. —¿Acaso tienes el síndrome de la madre? —mueve el cuello con estrés—. Invadiste mi privacidad, ninguna chica lo ha hecho antes, y crees que, por ser nueva en el pueblo, en la Universidad, tienes el derecho de tratarme como a un maldito indigente. —Solo trataba de ser buena persona, de ayudar —mi voz se escucha tan lejana—. Nunca quise ofenderte. —No te lo solicité —me interrumpe, observando hacia el patio, apaga su cigarrillo y se pasa una mano sobre el cabello—. ¡Maldición! Tenso el cuerpo. No imaginé que lo vería de ese modo, jamás había ayudado a alguien de esta manera, creí que le estaba haciendo un bien, resulta que me he equivocado de nuevo. —Lo siento —empujo las palabras que siempre me han costado un mundo decir, cuando sé que no he hecho nada malo, cosa que es el caso. Desciendo la mirada al sentir la suya sobre la mía. Vislumbrando el suelo, como si ahí estuviera la respuesta que necesito. —Escucha —arguye en tono hostil, aunque menos amenazante, al menos dos notas menos—. Haré este trabajo solo porque la clase del profesor Town es importante, pero quiero que te queden claras algunas cosas, Ela. Alzo la vista. Su presencia impone demasiado. —No somos, ni seremos jamás amigos, no somos nada, ¿está claro? —revisa algo en su móvil—. Después de que entreguemos el trabajo, no te volverás a interponer en mi camino, es por tu propio bien. Ladea una sonrisa de media luna. —A menos que te guste el peligro. Niego con la cabeza, al tiempo que él asiente satisfecho con mi respuesta silenciosa. —Bien —se me queda viendo—. En cuanto tenga todo el dinero, te pagaré, te doy mi palabra —merma el espacio entre los dos, ¿está claro? Ajusto la correa de mi bandolera. —Claro —musito por lo bajo. —No es personal —arguye de malas. Se da la media vuelta, me da la espalda y sopeso el tiempo que me tomará salir corriendo de ahí, antes que me pueda alcanzar. —No me has dicho por qué me ayudaste —rompe el silencio que nos envuelve—. Quiero decir, solo nos hemos visto una vez, y ya me ayudas, ¿acaso te gusto? No me creo que ese cuento de que eres buena persona. Abro los ojos como platos. —No —respondo con seguridad—. No me gustas. Eso lo hace voltear, entrecierra los ojos. —Le gusto a cada chica de este instituto —esta vez se pasa los dedos de la mano izquierda, por debajo de la barbilla—. ¿Eres lesbiana? —No —frunzo el ceño—. Ya te lo dije, solo trataba de ser amable, eso es todo. No parece muy convencido, pero ya no me hace más preguntas, así que... creo que estoy a salvo por ahora, no parece querer asesinarme. —Hagamos el trabajo. —Quisiera que fuera sobre arte —propongo—. La economía no me agrada, y pienso que debemos llevar a cabo el trabajo con un tema en el que estaremos de acuerdo. Se cruza de brazos y me observa con detenimiento. —Bien, será arte, como dices, solo porque te debo una —apunta. Mis hombros se relajan. —Gracias. Su teléfono móvil suena con rapidez, aparta la mirada de mí y atiende mientras se aleja, lo observo a conciencia, es verdad, es muy apuesto, y realmente me resulta difícil comprender qué sea el Quarterback del equipo de fútbol americano, porque es popular entre las mujeres, al parecer todos le temen, pero su forma de vestir, siempre con vaqueros oscuros, cazadoras del mismo color, playeras a juego, mezclado con ese olor a alcohol y marihuana, me dice que hay más en él de lo que el mundo podría ver. —Está bien, nos vemos más tarde —alcanzo a escuchar qué dice, antes de colgar y recordar mi existencia. —Yo... —Comencemos el trabajo hoy, nos vemos a las seis en la cafetería Kins, que está al lado de la gasolinera en la carretera 84, —dice sin mirarme—. Empezaremos el trabajo. Y diciendo esto, sin nada más que añadir, me abandona, dejándome con una sensación ácida en el estómago. Estando a solas, creo que vuelvo a respirar. Ese chico es tétrico. En Orange, no hay chicos como él, ninguno huele a la clase de peligro que emana de Ozzian Carter. El resto del día transcurre sin más, no me vuelvo a encontrar con Ozzian, eso me deja tranquila. Al terminar las clases, localizo mi auto y a lo lejos veo a ese chico, subirse en su moto, arrancando para luego marcharse como si el mundo se estuviera acabando. Entro a mi auto, y me dirijo hacia mi residencia. Hago los deberes, me ducho, me pongo unos shorts cortos, color azul cielo, unas botas estilo militar de agujeta café, una blusa blanca de tirantes y recojo mi cabello en una coleta alta, me maquillo lo mínimo, resaltando el color verde de mis ojos, cuando da la hora exacta en la que me citó, me encamino hacia la cafetería de la que habló. Espero paciente, tomando asiento en la mesa más apartada de toda la cafetería, reconozco algunos rostros de la Universidad, la mesera se acerca a mí y pide mi orden, no he probado alimento, por lo que pido una hamburguesa con papás fritas y una soda, el tiempo transcurre rápido, saco los libros y la tablet que traje para comenzar sobre el tema de arte barroco. Apenas y estoy terminando mis papas, cuando las sombras de cinco chicas me acorralan en mi asiento. —Tú debes ser la chica nueva —habla primero una rubia de ojos azules. Me quedo callada. —Sí, la que, de la noche a la mañana, parece haber robado la atención de nuestro Ozzian Carter —añade otra morena de ojos avellana, me mira con desprecio. Me les quedo viendo a las cinco, su molestia y celos no tienen sentido. —Yo... —Quiero que te quede clara una cosa —la rubia se inclina hacia delante y me susurra al oído—. Más vale que te alejes de Carter, si no quieres tener problemas con nosotras. Tan rápido como llegan, se van, reprimo la carcajada que se me atora en la garganta, esto es... increíble, es decir, soy la única persona que no lo ve como objeto s****l solo porque es apuesto, nunca he intentado llamar su atención y, sin embargo, haremos un trabajo juntos, solo espero que llegue pronto, no me gustan los lugares con demasiada gente, me recuerdan a mi vida en el Orange. Me concentro en adelantar un poco el trabajo, revisando la hora cada diez minutos. No llega, el tiempo corre lento hasta que cierro los ojos unos instantes. —Oye, despierta, cariño. Alguien mueve mi hombro con delicadeza, poco a poco logro despertar, me sobresalto al darme cuenta de que me he quedado dormida en la cafetería, y no solo eso, sino, que ya ha anochecido bastante. Una de las meseras me sonríe. —Es demasiado tarde, no es que no queramos que te quedes, pero esta zona suele ser demasiado peligrosa, no es bueno que una chica ande por aquí sola —me explica en tono dulzón—. Ya no hay nadie aquí, en este horario solo atendemos a personas que van de paso. Trago grueso. Reviso la hora que marca su reloj colgado en una de las paredes cercanas a la entrada: son las doce de la noche. Ozzian no llegó. —Lo siento —sonrío. Recojo mis cosas, pago y salgo. La brisa gélida golpea en mi rostro. Saco mi móvil una vez estando en mi auto, con la intención de llamarle, pero como si fuera la broma del siglo, recuerdo que ni siquiera tengo su número, tal y como él lo dijo, no somos amigos, no somos nada. Al estar en mi apartamento, después de una ducha de agua caliente, examino la única red social que tengo aún activa: i********:. Mala idea, porque en cuanto lo hago, recuerdo demasiado tarde que no he eliminado a nadie, por lo que me aparece en la primera noticia, fotos de Nathan abrazando a Verónica, el chico de quien estuve enamorada muchos años, y la chica que consideraba casi una hermana. Entro en su i********: y observo que Nathan ha eliminado todas las fotografías que tenía conmigo, lo mismo que ella. Las únicas que conservan las fotografías son Diane y Catrina. Cierro la laptop y me dirijo a la nevera por una botella de Vodka, nunca he ingerido vino, la primera vez que tomé una copa, descubrí que no me agradaba, alzo la mirada mientras la abro, veo el enorme calendario que tengo colgado en una de las paredes, fijo mi visión en el número que marca el día previsto en que regresaré a Londres, a los brazos de la única persona que me ama en el mundo. Nathan me engañó, me abandonó cuando más lo necesitaba. Mi madre renunció a mí desde antes de nacer, alejando a mi padre de mí. Al mismo tiempo, mis amigas no son mis verdaderas amigas, no tengo amigos verdaderos. Volveré a Londres con papá, sin haber experimentado el sentir que eres importante para alguien, sin conocer a una persona que se juegue todo por ti. Me iré sin sentir que me aman de verdad. Bebo el siguiente trago, arrugando el entrecejo. Creo que, para el quinto trago, no me sabe tan mal esto. Me dejo caer en el sofá, enciendo música, incluso el chico más amado y temido del pueblo, me dejó plantada sin conocerme, solo me ha desechado, ojalá no le hubiese ayudado. Pero estaba en mis venas el no dejar a la deriva a alguien que lo necesita, y en esos instantes, él parecía estar solo. Las horas pasan hasta que mi cuerpo se siente relajado, saco mi móvil y marco el único número que me sé de memoria, espero y al tercer timbre atiende. —¿Diga? Su voz quiebra algo en mi interior. —¿Por qué me dejaste? —pregunto sintiendo que todo el mundo da vueltas con violencia. —¿Ela? —suena lejano y extrañado—. ¿En dónde estás? ¿Por qué desapareciste de la noche a la mañana? —No actúes como si te importara —cierro los puños y cierro los ojos esperando que eso me ayude a que el mareo se detenga. —Ela, ¿estás ebria? —¿Y qué si lo estoy? —Tú no bebes, ¿estás con alguien? —¿Eso te pondría celoso? —¿Qué? No, solo me preocupas... —Claro que no, ¿por qué sentirías celos? Sí, ya tienes a Verónica, sabes... es una zorra que te dejará en cualquier momento por alguien mejor que tú, ella es así. Dios, me arrepiento de mis palabras, jamás he hablado de esa manera de nadie, el alcohol está sacando cosas de mí que no debería. —No entiendo qué es lo que pasa o por qué me llamas a las dos de la madrugada, creí que era una emergencia, pero no voy a permitir que hables así de Verónica —refuta. Duele. —Lo siento —cierro los ojos una vez más y los abro. —Esta es una de las cosas por las que te dejé, eres insensible, fría, calculadora, distante, pareciera que nadie te importa, te encierras en tu mundo y no dejas entrar a nadie, nunca quisiste follar, no me dejabas tocarte, ni siquiera sabes besar bien, eres peor que una mojigata —explica furioso, subiendo de a poco el tono de su voz—. Y ahora vienes a llamarme a las dos de la mañana para insultar a mi novia, y pedir una explicación, lo siento, Ela, pero es demasiado tarde. La barbilla me tiembla y las lágrimas caen a borbotones por mis mejillas. —Lo siento... Nathan... —No, ya es tarde, no sé en dónde estás, pero espero que no vuelvas y nos molestes —dice enseguida—. Como eres, nadie pondrá sus ojos en ti, eres invisible. Tan fría como un témpano de hielo. «No te preocupes, Nathan, no volveré nunca, mi destino ahora está en Londres, con papá» —Nathan... Silencio, pero escucho el sonido de su respiración. Solo necesito escucharlo una vez, la última vez. —¿Alguna vez me amaste de verdad? —susurro en un tono apenas audible. Espero un par de segundos que me parecen eternos. —No, creo que no, solo estaba contigo por costumbre y porque nos conocemos desde niños —suspira—. Adiós, Ela. Cuelga. Esta vez, mi corazón se rompe completamente. Es una lástima que nunca más quiera verme. —Adiós, Nathan. Bebo lo que queda de mi vaso, agarro las llaves del auto y valiéndome de que esté ebria, subo, en estos momentos la rabia y la culpa me invaden, las palabras de Nathan golpean mi cabeza en todo el camino, manejo hasta llegar al edificio destartalado, subo las escaleras con un enorme esfuerzo y llamo a la puerta varias veces. Estoy herida, molesta, alguien tiene que pagarlo, al menos, en este estado es lo que me parece correcto, estoy por llamar de nuevo a la puerta, cuando esta se abre y aparece un Ozzian con el torso del cuerpo descubierto, solo trae un bóxer puesto, me quedo sin habla, su cabello oscuro está alborotado, me mira con ojos de odio. —¿Qué mierda haces aquí? —inquiere con voz ronca y varonil. —Me dejaste... plantada... —¿Manejaste ebria? —da un paso adelante entrecerrando la puerta. Toma mi rostro con una mano, queriendo comprobar mi estado, pero le doy un manotazo. —Me dejaste plantada, esperé y esperé, jamás fuiste —arrastro las palabras—. Eres... —¿Ozzian? ¿Está todo bien? Una voz femenina emerge desde el fondo de su departamento. La rabia que sentía antes se incrementa. —¡Todo bien, no es nada, enseguida vuelvo! —exclama él, mirando por encima del hombro. —¿Por esto es que no fuiste? Frunce el ceño. —No te debo explicaciones —replica molesto—. Dame las llaves, te llevaré a casa... Retrocedo. —Escucha, me molestas, vienes a mi casa, ebria como una puta... La palma de mi mano golpea su mejilla, el tiempo se detiene a nuestro alrededor. —A esto me refiero, no eres más que una niña mimada, pareces un témpano de hielo —sisea. Mi mano cae a un costado, es lo mismo que me dijo Nathan, una nueva clase de dolor atraviesa mi pecho, ya está, creo que... tiene razón, soy invisible, nadie nunca me ve, nadie nunca lo hará, las lágrimas vuelven. —Lo siento —mi visión se vuelve borrosa. —Se acabó —añade furioso—. No vamos a hacer el trabajo juntos. —Solo quería que fuéramos amigos... —Mi voz se rompe. —¿Amigos? —bufa—. Jamás seremos amigos, no me agradas, a nadie, de hecho, si pagaste mi deuda y alquiler tratando de comprar mi amistad y mi polla, pierdes tu tiempo, nunca me fijaría en alguien como tú. Le miro cuando me dice eso, habla con la verdad. Ozzian me retiene la mirada, las lágrimas dejan de brotar, sus palabras fueron el último puñal que terminó por acabar conmigo. Retrocedo en silencio, asiento. Él tampoco me quiere cerca, creo que una parte muy profunda de mí, tenía la esperanza de que pudiéramos ser... amigos. Nunca será. —Perdona las molestias, haré todo porque no tengas que volver a verme —me doy la media vuelta, dejando el mareo de lado. —Espera. No lo hago, escucho que maldice y enseguida el sonido de su puerta al cerrarse. Un desconocido me acaba de abrir los ojos, yo soy la que está dañada, la invisible, el témpano de hielo, la chica con la que nadie nunca debe encontrarse. «Soy la chica que siempre abandonan, nadie nunca se quedó a mi lado». Me siento demasiado mal, apenas puedo contener la respiración, llego a mi auto, intento abrir la puerta, las llaves se me caen, y al intentar recogerlas del suelo, mis rodillas flaquean, ni siquiera me importa el impacto de estas contra el pavimento, entonces, todo se vuelve una densa neblina y me pierdo en la oscuridad. Recordando la voz de Ozzian Carter. "Eres un témpano de hielo".
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