CAPÍTULO DOS

2620 Palabras
ELAXI Observo mi reflejo en el espejo opacado debido al humo que emana del agua caliente, deslizo mi mano sobre la superficie y trato de no pensar en la rabia que me invade al recordar los sucesos de la noche anterior. Agradezco que ambos estuvieran demasiado ebrios como para sostenerse, lo que me dio la oportunidad de salir corriendo y buscar una calle más segura. Llamé al servicio de taxi que solo tardó cinco minutos, por lo que pude llegar sana y salva. —Cretino —musito por lo bajo. Desciendo la mirada y mis ojos se anclan en los frascos de medicamento, tal vez una pastilla para el dolor de cabeza, no es tan mala idea. Tomo una bocanada de aire, me niego, no me gusta llenar mi sistema con medicina. Me alisto y me preparo para ir a la universidad. Mi móvil suena, es el número de mi padre, por lo que atiendo rápido. —Hola, papá. —Princesa, ¿cómo estás? Miro el auto que está estacionado a las afueras de mi lugar en el estacionamiento. —¿Qué significa esto, papá? —Me acerco, observando el enorme moño color dorado que adorna la parte superior del automóvil—. No tenías por qué hacerlo. —No es un carro tan ostentoso, es lo más normal que encontré, ¿cómo te está yendo? ¿Has hablado con tu madre? —Al fondo de su voz, escucho varias más, mezcladas con el ajetreo de la oficina. —La verdad es que no, y no quiero que sepa en dónde estoy —me muerdo el labio inferior, recordando su ritual por las mañanas, cada vez que está en casa. —Me llamó hace dos horas, piensa venir a Londres con la excusa de una nueva firma con otra empresa de moda. Cree que estás conmigo y que no le quiero decir, solo hazme un favor, princesa, no acudas a ella hasta que el enfado se le pase. —Lo sé, papá, lo sé. Localizo una pequeña cajita al lado de una de las llantas, la recojo y veo una llave. —Tengo que irme o, si no, llegaré tarde a la escuela —anuncio entrando al auto que huele a nuevo. —Hablé con el director, tienes buenas notas, estoy orgulloso de ti. Siento que sus palabras, más que halagarme, me sientan como patada en el estómago. Empujo el sentimiento de ahogo por este día, cuelgo la llamada, y enciendo el motor. Sé que a mamá no le importo, ella solo me mira como un medio para poder retener a papá, y de ese modo seguir en su circo. Aparentando ante el mundo entero, que somos una familia feliz. Por esa y mil razones más, decidí alejarme de ese mundo. Aquí tampoco tengo amigos, tuve una mala experiencia con Katrina, Diane y Verónica, pero está bien, solo necesito un poco de paz antes de saber, con exactitud, qué hacer con mi vida. Al llegar a la escuela, estaciono mi auto, tranquila de no tener que preocuparme más por subir al autobús escolar. Camino directo a mi primera clase. Tratando de hablar con el profesor Town. —Disculpe, ¿puedo hablar con usted un segundo? —le pregunto, agradeciendo que haya llegado antes que todos. Observo la hora que marca mi reloj de mano, faltan diez minutos para que comience la clase. El profesor me mira y se quita los lentes de aumento, se inclina hacia delante y emplea un tono que me produce tranquilidad. —¿Sucede algo malo, señorita Young? —Sí, se trata de Ozzian Carter, el chico que me asignó para el proyecto optativo —rebusco en mi mente las palabras exactas—. Quisiera pedirle que me concediera hacer el trabajo yo sola, soy buena, y prometo que no lo defraudaré. Los ojos del profesor siguen siendo fríos, aunque su sonrisa es cálida. —¿Puedo saber cuál es el motivo? —se inclina más sobre su silla de cuero. «Ese chico es tétrico, problemático, todo lo que tenga que ver con él es malo, además de grosero, sin contar que por su culpa casi me violan». —Me siento más cómoda si lo hago yo sola —trato de emplear una de las tantas sonrisas aduladoras que me enseñó a mostrar, Katrina, cuando éramos todavía amigas—. Es que no soy buena relacionándome con la gente. Solo espero que no sea de los que sabe leer las mentiras, tan fácilmente. El profesor se queda callado un par de segundos, hasta que parece que ha tomado su decisión. —Usted misma me ha dado una razón para que no le permita hacer el trabajo sola, señorita Young. Hablar y convivir con el joven Carter, le hará bien. Puede que su apariencia dé una mala impresión la primera vez, pero sin duda es uno de los mejores alumnos del colegio. Espero a que me diga que se trata de una broma; no obstante, no parece tener la intención de hacerlo. —Pero... —Nada de peros, señorita Young, usted hará el trabajo con el señor Carter; si no lo presenta con él, reprueba, y esta clase optativa es importante para sacar el año con excelencia. —Entiendo, señor, lo siento mucho —musito por lo bajo. Es un caso perdido; la clase continúa. Ozzian Carter no ha llegado, necesitamos ponernos de acuerdo con el tema, odio las finanzas, por lo que, al término de la última clase, decido visitar la dirección general. —Ozzian Carter —menciona una de las secretarias, sin apartar la mirada del monitor de la computadora—. Avisó esta mañana que faltaría a clases, parece que se ha enfermado. Frunzo el ceño. —Gracias. Esta vez, la pelirroja de ojos azules, me mira y voltea a todos lados. —Es mejor que no te acerques a él, jovencita, ese chico solo lleva a la perdición a todo aquel que se acerca demasiado, no importa que tenga buenas notas —susurra en un tono apenas audible. —¿Por qué la gente le teme? La mujer vuelve a mirar hacia los dos lados, se quita los anteojos y me indica con un gesto de mano, que me acerque más a ella. —Dicen que es un hijo de la mala vida, que vende drogas, incluso órganos, también es mujeriego, ladrón, nadie se mete con él —argumenta con seguridad. Hago un esfuerzo por no soltarme a reír, asiento en modo complaciente, recojo mis cosas y me despido de la mujer que cree que ese chico es el mismísimo diablo en persona, ¿quién soy yo para juzgar? ¿Acaso no pienso de él lo mismo? Para cuando subo a mi auto, he tomado una decisión, no debería; no obstante, el profesor dijo que este trabajo es importante para la calificación final, así que piso el acelerador y me pongo en marcha. Agradezco tener memoria fotográfica para recordar el camino que me lleva directo al mismo edificio en el que estuve anoche, con luz de día. Pese a que el sol se ocultará en un par de horas, no se ve tan mal. Al entrar, busco las escaleras y subo con la esperanza de encontrar el piso correspondiente. «Nota mental, necesito hacer ejercicio». Río para mis adentros ante tal pensamiento, porque pese a que no estoy en forma, tengo un buen cuerpo y me da pereza hacer ejercicio, llegando al piso que recuerdo, con sorpresa veo a Ozzian Carter, sentado en una de las esquinas, cercana a su puerta, sus cosas siguen estando afuera, aunque ordenadas. Mermo el espacio, me acerco con cautela, parece dormido, así que me inclino, me pongo en cuclillas y detallo su rostro, es apuesto, aunque no es mi tipo. —Ozzian —le llamo. No despierta, trago grueso, me armo de valor y le toco el hombro. —Ozzi. En cuanto lo hago, abre los ojos, el color azul eléctrico golpea mi pecho, parece confundido, extrañado, me observa en silencio tratando de descifrar si soy real o una alucinación, es ahí cuando me doy cuenta de su estado, tiene la ropa húmeda, el cabello oscuro alborotado y la piel más pálida, me tomo el atrevimiento de estirar la mano y colocarla sobre su frente. —Tú —dice con voz ronca. —Dios, estás que ardes —expreso con preocupación. —No pensé que era el tipo de chicas como tú, pero al parecer soy el tipo de todas —arrastra las últimas palabras. Sus pupilas están dilatadas, sus ojos parecen un poco fuera de órbita. —¿Qué mierda haces aquí? —recobra el conocimiento. Intenta levantarse, pero se balancea y termina cayendo sobre mí. Su pecho aplasta el mío, dejándome sin aliento. —Hueles bien —dice en un susurro apenas audible. Siento su respiración caliente en mi cuello, jamás había tenido a un chico encima de mí, esa es una de las razones por las que Nathan se follaba a Verónica, jamás quise tener sexo con él, y ahora que sé la clase de persona que es, me alegro de no haberlo hecho, sin duda, el recordar todo por lo que he escapado, hace que una oleada de dolor me golpee. —Oye, tienes que levantarte, tienes fiebre —empujo su cuerpo. Parece comprenderlo, porque enseguida hace un esfuerzo por apartarse de mí, dejando caer su cuerpo a un costado, cerrando los ojos con fuerza. Me pongo de pie justo cuando una anciana mal vestida, a modo indigente, se acerca molesta. —¿Viene a ver el departamento, señorita? —me pregunta mirando mi atuendo de arriba abajo. —¿Departamento? ¿Acaso no es de este chico? —señalo a un Ozzian inconsciente. La anciana se echa a reír sin gracia. —¡Ese chico no es más que un delincuente que me debe cinco meses de renta, aquí, si no pagas, te largas! —exclama furiosa, con el entrecejo a punto de estallar, dándole un puntapié en la pierna—. Se lo advertí muchas veces, está aquí porque no tiene a dónde ir, seguro que ninguno de sus vagos amigos le quiso dar asilo. Anoche estuvo uno de ellos, trató de persuadirme, pero no sirvió de nada. Observo con sorpresa a Ozzian, tirado en el suelo, con sus cosas, no debería importarme, pero recuerdo mi lista de cosas por hacer, antes de ir a Londres con mi padre. «Recuerda, prometiste vivir experiencias nuevas, no meterte en problemas». Además, Ozzian Carter, parece ser del tipo orgulloso. —¿Entonces quieres rentar el departamento, o no? —La anciana se cruza de brazos con molestia. —Le pagaré lo que le debe —en cuanto las palabras se deslizan de mis labios, siento lo ridículas que se sienten—. Ahora mismo. Rebusco entre mi bolso y mi cartera. —¿Cuánto es? La anciana entrecierra los ojos. —Me debe quinientos dólares, pero más intereses, son seiscientos —anuncia dudosa—. Me gusta el efectivo. —Bien. Saco el dinero de mi cartera y se lo doy. La anciana toma el dinero con cautela, cuenta billete por billete hasta que su gesto se suaviza. —Está completo, muy bien, muchacha, aquí tienes, la llave de regreso, pero dile a este bueno para nada, que, si se vuelve a atrasar un solo mes con la renta, llamaré a la policía para que lo saquen del edificio —amenaza. —Entonces le pagaré tres meses más de adelantado —me atrevo a decir. La anciana toma el dinero y asiente, luego me pide mis datos. —Te daré un consejo, pareces una chica bien, no como la que viene luego a visitarlo. Aléjate de este chico, no parece tu tipo —le lanza una mirada de desprecio a un todavía inconsciente Ozzian—. Chicos como él, solo pudren a los que se acercan demasiado. Sigue mi consejo, busca a alguien que se comprometa de verdad, eres demasiado hermosa como para ser manchada por escoria como esta. Abro los ojos como platos. —Oh, no, se equivoca, solo somos compañeros de una clase, tenemos un proyecto juntos, eso es todo —mi voz se va apagando. La anciana sonríe con complacencia. —Me alegro, porque no es un buen tipo. La anciana gira sobre sus talones y se aleja, suelto un suspiro y vuelvo mi mirada hacia Ozzian Carter. —¿Y ahora qué haré contigo? Abro el departamento, como puedo, lo meto, pesa toneladas, no es lo más correcto, pero lo arrastro por los pies. Localizo un sofá desgastado; me cuesta un mundo; sin embargo, logro dejarlo sobre este. Meto sus cosas, el lugar es un desastre. Busco los productos de limpieza y ayudo a ordenar, limpiar el sitio, pareciera que no lo había hecho en años. Para cuando termino, el lugar parece demasiado decente, huele a limpio, incluso me tomé la molestia de lavar, secar y guardar su ropa, agradeciendo que tuviera una lavadora con ambas funciones. Es vieja y desgastada, pero cumplió su función: el olor a cigarrillo estaba presente en cada prenda. La noche llega, son las nueve, por lo que decido prepararle algo de estofado. Abro la nevera, no tiene nada, así que decido ir al súper, para cuando despierte estará listo. Busco medicinas, no hay nada, así que salgo y voy a la farmacia más cercana que vi la noche anterior, luego me dirijo al súper que es muy pequeño y apenas encontré cosas, sin embargo, compro lo necesario con suero incluido, para cuando regreso, sigue dormido profundamente, no me atrevo a volver a tocarlo, por lo que dejo el suero, las medicinas para la fiebre sobre la mesa. El estofado estará listo en media hora más. Si despierta y está frío, puede volver a calentarlo. Le echo un último vistazo, pienso en irme, pero sigue ardiendo en fiebre. Hago compensas de agua fría con una pequeña toallita, y la coloco sobre su frente. —No tengo por qué hacer esto, sabes —susurro—. En el fondo, no creo que seas tan mala persona como dicen y cómo te esfuerzas en demostrar, aunque sí, un idiota. Me quedo dos horas más hasta que pierdo el conocimiento y me quedo dormida. [...] A la mañana siguiente, abro los ojos lentamente, me incorporo de inmediato al ver que me he quedado dormida, es demasiado tarde y estuve todo el tiempo sobre su pecho. Reviso su temperatura. —Ya no tienes fiebre —arguyo con alivio. No me puedo quedar más tiempo y parece que no tiene la intención de despertar pronto, por lo que me pongo de pie, agarro mis cosas dejando la llave de su departamento sobre la mesilla de noche, al lado de las medicinas y el suero, para después salir. Apenas y me da tiempo para llegar al departamento que me compró papá, ducharme, vestirme e ir a velocidad a la universidad. A mis diecinueve años, no me resulta tan mala, la idea de vivir sola. La jornada en la escuela transcurre de manera habitual, necesito hallar un tema para la clase optativa, estoy caminando por el corredor para dirigirme a mi siguiente clase, cuando una energía huracanada me golpea, mi cuerpo se estremece, en menos de un parpadeo me acorralan en los casilleros, una mano rodea mi cuello y suelto mis documentos, los mismos que caen al suelo con un sonido estruendoso. No hay nadie a mi alrededor que me pueda ayudar, estoy sola. —¿Quién mierda te crees que eres? —ajusta más, arrebatándome la capacidad para respirar. El aire no llega a mis pulmones, pero no entro en pánico, porque me pierdo en el salvajismo intenso de su fría mirada.
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