Siempre me ha gustado considerarme como una mujer de ciudad, a pesar de venir de una realmente pequeña. Pero nada de lo que había visto antes en Ciudad de México me preparó para la abrumadora sensación de aterrizar en Nueva York. Desde el inicio el aeropuerto era enorme y confuso; mi inglés no era ni la mitad de bueno que el que escuchaba por todos lados, definitivamente sonaba mucho mejor en mi cabeza. Me estremecí al pensar como sobreviviría en este lugar por dos años con ese idioma que era completamente diferente al mío. Buscaba desesperadamente los letreros en nuestro alfabeto, pero no había nada, solo letras que formaban palabras incoherentes . Un trabajador del aeropuerto se acercó a mí, preguntándome si necesitaba algo, pero no supe que contestar. ¿Qué necesitaba a aparte de dejarme de sentir tan perdida en esta nueva ciudad? Se alejó de mí y lo seguí, viéndome aún más ridícula pues en verdad tenía que saber donde pedir un taxi que me llevara al piso que había alquilado para vivir.
— Disculpe… — hablé demasiado alto, odiando mi acento a cada minuto que pasaba — ¿Dónde puedo conseguir un taxi?
El anciano trabajador me dedicó una sonrisa de lado y me indicó con lujo de señas y detalles donde se encontraba el sitio oficial de taxis al aeropuerto. Después de entregarle una generosa propina, me acerqué a aquel lugar y pedí un taxi que me llevara a mi nuevo hogar. ¡El taxi era demasiado caro! Sentí un nudo en el estómago pensando en la cantidad de dinero que gastaría mientras aprendía a vivir en aquella caótica ciudad. Ciudad de México era muchísimo más pequeña y yo estaba acostumbrada a caminar por toda la ciudad, conociendo la mayoría de los rinconcitos y atajos para no tomar el metro o un taxi, y mi ciudad natal era aún más pequeña, pero Nueva York era todo lo contrario y yo ya estaba amándola aunque tuviera que gastar toda mi beca en transporte y comer aire. Estaba segura que pronto necesitaría un trabajo o unos buenos tenis deportivos. Finalmente, después de dar la dirección, me subí al automóvil y dejé que me conduciera hasta el corazón de la gran manzana.
Recorrí toda la distancia del aeropuerto a Manhattan con el rostro pegado a la ventana, tratando de absorber el nuevo paisaje frente a mí. No quería olvidar nunca lo que estaba viendo, por si mi suerte me hacia despertar en algún momento y darme cuenta que era un un sueño. En poco menos de media hora llegamos a la casa donde viviría y parpadeé varias veces al darme cuenta que viviría a pocos minutos caminantes del famosísimo “Central Park”. Me imaginé a mi misma recorriendo el famoso zoológico muchas veces, pues siempre me habían fascinado los animales; seguía volando en mi imaginación con todas las cosas que podría hacer en ese parque cuando el conductor del taxi me abrió la puerta y me indicó con un escueto movimiento de la cabeza cual era la casa en la que viviría.
Había conseguido un buen trato para rentar el ático de un viejo Brownstone, las clásicas casas de Manhattan, donde la parte de abajo de la casa era ocupada por un viudo y su hija. Sabía que el ático tenía su propia entrada independiente, pero aún así me emocionaba el hecho de compartir la vivienda con alguien propio de la ciudad. Bajé todas mis maletas y toqué al timbre, poniendo mi mejor cara de seriedad, esperando que ellos no creyeran que una bailarina era alguien demasiado caótico para su tranquila vida. Me abrió la puerta una chica más o menos de mi edad, con el cabello oscuro amarrado en un alto moño.
— ¿Eres María Celeste, verdad? — dijo con su acento neoyorquino.
— Así es.
— Yo soy Anne, Anne Brown. ¿Quieres que te ayude con tus cosas?
— ¿Brown?
— Sí, no estoy acostumbrada a usar el apellido de mi padre, ahora verás porque. ¿Qué tal estuvo tu viaje? — dijo, mantenido la cara seria.
— Bastante tranquilo, muchas gracias — contesté modulando la voz para tratar de ocultar mi acento.
Entramos a la casa y no pudo evitar alzar una ceja por la impresión que esta me causaba. Era enorme y arreglada con buen gusto y estilo moderno, no cabía duda de que Anne participaba activamente en mantener ese lugar pulcro e impecable.
— Mi padre se encuentra en su despacho, me ha pedido que te muestre cual es tu espacio y después vayas a hablar con él — dijo Anne.
Asentí con la cabeza y seguí a Anne hasta la habitación del ático. Era bastante más pequeña que la que tenía en el apartamento que compartía en Ciudad de México con Camila, pero no por eso menos ventilada y hermosa, además tenía todo el espacio vacío del ático que, de acuerdo a que lo que proponía el anuncio en internet, serían míos para hacer lo que yo quisiera. Dejé mis maletas encima de la cama y seguí a Anne hacia el despacho, sintiéndome repentinamente nerviosa ante la perspectiva de conocer a mi casero. Toqué dos veces a la puerta y esperé.
— Adelante — dijo la voz gruesa del señor Ollivier.
Abrí la puerta y crucé el umbral hasta llegar frente a su escritorio. El señor Nicholas Ollivier era alto y de piel oscura, tenía solamente un ojo y el otro estaba cubierto con un parche. Me inspiraba una enorme sensación de respeto, mezclada con un poco de miedo, pero ya estaba aquí, ya había pagado el primer mes de alquiler y no iba a echarme para atrás.
— ¿María Celeste? — preguntó.
— Así es, señor, María Celeste Santillán.
— Supongo que ya habrás conocido a Anne.
— Fue muy amable, me indicó donde viviré. La casa es hermosa.
— Obra de mi esposa, la madre de Anne. Cuando ella falleció, adopté a su hija y desde entonces hemos estado solos los dos. Eres la primera persona que aceptamos en esta casa.
— Gracias — dije en un susurro. Ahora entendía porque la joven era tan diferente a su padre y porque no usaba su apellido.
— He leído todo tu currículum antes de que vinieras — dijo mirándome fijamente. Me di cuenta que eso era lo que me ponía de nervios, que con un solo ojo era capaz de leer mi pensamiento.
Pedí un deseo a cualquiera estrella que estuviera pasando en ese mismo instante en el firmamento para que no supiera nada de mi antiguo trabajo de preparatoria. Mi padre y Paola Durán se habían encargado de pagar a quien fuera necesario para que nada de eso saliera a la luz, pero con temas como la pornografía nunca se puede estar seguro. Siempre hay alguien que va a tener una prueba suficiente de que me vendía por un poco de dinero a mis compañeros y otros chicos adinerados en mis tiempos del colegio. Esa fue una de las razones por las que era bastante privada con mi vida en Ciudad de México y me negaba a que mis compañeros conocieran muchas cosas de mi, ni siquiera de donde venía. Cuando alguien me decía que me conocían de Guadalajara, me tensaba completamente y me alejaba de esa persona, deseando que se olvidaran de mí. El Instituto de Química siempre me concibió como altanera y déspota porque me negaba a salir con ellos, en plan de amistad o de relación.
El silencio con el señor Ollivier se estaba haciendo muy tenso y tosí para hacer algo de ruido y cortarlo.
— Me parece que tu currículum es muy completo, María Celeste. Pero me llama la atención, ¿por qué dejarlo todo y hacer un posgrado en un lugar tan lejano? — interrogó.
Sentí como el alma me volvía al cuerpo.
— Porque estaba deseando tener nuevas experiencias y enriquecer mi vida antes de dedicarme por completo a trabajar.
— Jefa de un laboratorio, casi nadie lo consigue y menos en una escuela de ese nivel. Felicidad María Celeste, eso me permite ver que eres una mujer disciplinada y que sabes a que has venido a Nueva York, entonces no causarás problemas en mi casa. Esa fue una de las razones por las que te acepté. Espero también que puedas ser amiga de Anne, mi hija está demasiado sola cuidando de mi, aunque yo no necesito nada.
Luché contra toda mi fisiología para no ruborizarme.
— Espero no defraudarlo, señor Ollivier.
— Llámame Nick — dijo sonriendo por primera vez en todo ese tiempo.
Con eso dió por terminada la conversación y yo volví al ático. Anne y Nick me habían invitado a cenar ese mismo día, así que tenía algunas horas para acomodarme en la habitación y ponerme cómoda, pero no podía hacerlo. Anne me pasó la contraseña del internet y yo aproveché para conectar mi teléfono, recibiendo cientos de mensajes de mi familia, quienes no sabían de mí desde hacia dos días. Dejé sonar el teléfono mientras me sentaba en la cama, tratando de aceptar que estaba en Nueva York, que lo había logrado. Mi teléfono celular volvió a sonar y ví un mensaje de Camila.
— “¿Llegaste?”
Solté una carcajada y contesté.
— “Hace unas horas, ya estoy en el ático.”
La luz me indicó que acaba de contestar. Alcé una ceja, calculando mentalmente las horas de diferencia entre mi país y Nueva York. Eran cuatro horas, lo que significaba que para mi hermana era la medianoche.
— “¿Qué haces pegada al teléfono y no disfrutando de tu vida en pareja con Franco?”
— “Esperando saber si mi hermana si llegó a Nueva York o tengo que llamar al F.B.I. o a la guardía nacional. Habla con mis padres, que están a punto de volverse locos sin saber de ti.”
— “Lo haré. Ve a disfrutar, Mila.”
— “Tú también. Fóllate a un americano por mí.”
— “Estúpida.
— “Me amas.”
Sonreí ante el último mensaje y me decidí a marcar el número de mi padre, pensando en que debía verme bastante cansada y con poco maquillaje, cosa que a mi madre no le gustaría para nada, pero era lo que había. Después de un solo timbrazo, contestó mi padre.
— “¡LELE” — su voz gruesa me llenó de nostalgia y los ojos se me llenaron de lágrimas. No podía pensar que pasaría dos años sin verlos.
— “¡Papá!” — exclamé — “¿Cómo están?”
— “Somos nosotros los que deberíamos preguntarte eso. ¿Has llegado bien? ¿Qué tal los dueños de la casa? ¿Ya comiste algo?” — se escuchó la voz de mi madre.
Sabía que me harían demasiadas preguntas, pero era la primera vez de mi vida que lo estaba disfrutando. Aquí mis padres no podrían tener injerencia en mi vida, pero aún así era bonito saber que seguían preocupándose por su hija mayor. Les resumí como pude mi viaje y los aeropuertos y la dificultad de comunicación, tratando de no omitir muchos detalles, así como la presentación con Nick Ollivier y Anne Brown. Por sus tonos de voz supe que estaban felices de que estuviera en una casa y no en una “indecente fraternidad”. Solté una carcajada, pensando que mis padres vieron demasiada televisión americana y que eso no era nada bueno para los conceptos que tenían de la ciudad en la que yo vivía ahora. Mi nueva tarea, cuando pudiera comunicarme con ellos, era convencer a ese tradicionalista y conservador matrimonio latino de que su hija no se había ido a vivir al tercer circulo del infierno. No quería saber que dirían cuando supieran que la vida nocturna en Ciudad de México era igual o peor que la americana, pero prefería que vivieran en su feliz inocencia, por ahora, ya les había dado suficientes problemas con mi alocada adolescencia. Terminé la llamada, insistiéndoles que estaba bien y que debían dormir algo pues eran casi las dos de la madrugada para ellos, pero prometí llamarles después de conocer la universidad y antes del primer día de clases. Dejé el teléfono y me apresuré a ordenar mis cosas en la habitación, cuando terminé bajé al gran comedor de la casa y me sorprendí al ver unas cajas de pizza. Alcé una ceja y Anne me sonrió.
— Pensamos que sería una buena idea que probaras la famosa pizza de Brooklyn. Cómo tu primera introducción a esta ciudad, ¿qué opinas? — dijo Nick
— ¡Es genial! — exclamé con una sonrisa — Yo les he traído esto — señalé la botella de tequila que puse frente a la mesa — ¡Un auténtico tequila mexicano!
Los ojos de padre e hija se abrieron como platos y sonreí complacida conmigo misma, había logrado romper el hielo con mis caseros. Nick se levantó de la mesa y volvió con platos y tres pequeños vasos de shots. Yo traía algunas carnes, encurtidos y botanas propias de mi país, pero decidí racionarlas porque no pensaba compartir mucho de ello, así como mis propias botellas de vodka que estaban escondidas a resguardo bajo la cama. La cena pasó de manera acogedora mientras conocía a la familia que le había abierto los brazos a una rusa desconocida. Eran muy agradables y reservados, cosa que me gustó porque sabía que no se meterían en mi vida y yo tampoco en la de ellos. Supe que Anne era abogada y que trabajaba junto a su padre en una empresa de seguridad privada que era bastante conocida en el país. Como pude suponer, tenían muchas dudas acerca de mi país y de como se vivía en él, dudas que yo estaba encantada de responder riendo al ver las cosas tan locas que los americanos inventaban de nosotros, casi como si fuéramos extraterrestres que caminaban en la luna y no en su frontera sur.
Había llegado a Nueva York quince días antes de que comenzaran las admisiones y los cursos introductorios de la Universidad de Nueva York, por lo que tenía algo de tiempo para explorar la ciudad y saber como llegar a la escuela sin perderme en el intento. De la zona de Manhattan donde se encontraba la casa de Nick Ollivier a la universidad había que caminar unas cuadras para llegar al Central Park y luego tomar un autobús que me dejaría en frente de la escuela. Lo intenté varias veces, pero me resultaba bastante aburrido el trayecto, sin embargo era mi mejor opción, porque caminar hasta la escuela era casi imposible ya que cruzaba el enorme parque y me perdía en mis pensamientosy en las distracciones que este lugar me provocaba. Mis tardes las ocupaba en vagar en las r************* , husmeando un poco en la vida de mis antiguos conocidos y sintiéndome levemente satisfecha al ver que yo era la única que consiguió salir del espacio de conformidad donde crecimos todos; mientras evitaba a toda costa leer los varios libros y cientos de artículos científicos que podrían servirme. El tiempo que me quedaba libre lo usaba para conocer Nueva York, con la compañía de Anne, que estaba tan ansiosa como yo de tener un compañero de aventuras, pero no nos animamos a recorrer zonas lejanas de Manhattan. Fuimos a varios cafés, museos, bibliotecas y tiendas de ropa. Además, fuimos a Broadway, pues cuando Anne se enteró que a parte de la cienca, adoraba el teatro musical insistió en que tenía que verlo de primera mano.
Finalmente, llegó el día en que debía presentarme en la escuela. Me levanté más temprano que de costumbre, y después de tomar un café y una barra de chocolate, salí corriendo a tomar el autobús y llegué media hora antes de la hora en la que me habían citado, cosa que agradecí porque la Universidad de Nueva York era la escuela más grande en la que había estado, en definitiva. Deseaba tener un mapa en ese momento porque me sería imposible llegar a mi primera clase a tiempo. Sentí un peso molesto en el estómago al pensar que realmente no era lo suficiente buena para estar en ese lugar. Quería hacer todo para demostrarme a mí misma que era la mejor bailarina de todas en Ciudad de México y ahora me había metido a un posgrado que no era completamente mi área de profesionalización. Quizá esta era una locura y debía volver a Ciudad de México. Caminé por todos los jardines, tratando de tomar valor para entrar a la escuela y entregar mis papeles. ¿Y si ya estando aquí me rechazaban? ¿Qué era lo que iba a hacer? No tenía una visa de trabajo. Todos los pensamientosde lo que podía salir mal me llenaron la mente y me absorbieron mientras caminaba a la entrada de las oficinas administrativas, donde debía entregar mis cartas de aceptación y referencias.
— Hola — dijo una voz detrás mío — Se ve que no eres muy buena para hacer amigos.
Al escuchar eso último, giré la cabeza y me encontré detrás mío a una joven de ojos verdes, morena, que me sonreía con timidez.
— No es eso — respondí escuetamente, alzando el rostro.
— Es que no te veo hablar con nadie y todos parecen conocerse. Tenia entendido que a los posgrados de NYU solo asistían sus alumnos.
— Parece que no es así, porque yo soy nueva.
Al escuchar esto, extendió la mano hacia mí.
— ¡Mi nombre es Nina Ramirez! Posgrado Física cuántica, ¿y tu eres?
— ¿Ramirez? — no pude evitar preguntar acerca de su apellido, alzando una ceja porque esa clase de apellidos no eran propios de este país— No eres americana, ¿verdad?
— Soy Colombiana, nací en Medellín y llevo algunos años estudiando en América.
Mi sonrisa se hizo un poco más grande. A pesar de no ser del mismo país, ambas éramos chicas de latinoamerica y eso hacía que compartiéramos cierta complicidad y cultura que no tendrían la mayoría aquí.
— Me llamo María Celeste Santillán.
— Ya veo el origen de tu pregunta — contestó con una carcajada — ¿también vienes de latinoamerica? ¡No lo pareces!
Asentí con la cabeza, sin estar muy segura de si eso era una ofensa o una alabanza. Había crecido sabiendo que no era igual a las otras mexicanas, con mi exuberante cabello rojo y rizado; siempre sonrosada, larguirucha y alta.
—Soy mexicana…—dije con una media sonrisa.
—¡Pues bienvenida al sueño americano!—exclamó Nina.
De inmediato me sentía más cómoda en aquel lugar, al menos había alguien más con quien hablar y poder maldecir a gusto.
— Tiene mucho tiempo que no escuchaba esa expresión — dije con una sonrisa que ella me devolvió.
— Supongo que también vienes al posgrado, ¿no?
Asentí con la cabeza, de nuevo.
— Química nuclear.
Nina silbó impresionada.
—¿Planeas hacer explotar una estación nuclear o hacer armas químicas?
Sonreí de lado.
— Aunque suena impresionante, es mucho más aburrido de lo que parece. Puedo explicarte, si quieres…
— No gracias — sonrió alzando las manos — Prefiero mantenerme tratando de hacer funcionar algunas viejas ecuaciones de Einstein.
Abrí los ojos de sorpresa.
— ¡Vaya! Eso me parece una responsabilidad enorme.
— No hay adrenalina como saber que puedes joder todo el trabajo del mayor genio que jamás haya pisado en la tierra.
Ambas reímos.
— Me gusta tu humor.
— Humor latino, le dicen.
Nuestra conversación se vio interrumpida cuando entramos a la oficina, pues deberíamos ir a secciones separadas de aquel lugar. Me recibió una señora bastante mayor y con el rostro serio.
— Siéntate — me indicó — Entrégame tus papeles.
Obedecí las instrucciones y observé como los leía y releía varias veces, no pude evitar morderme el labio, una de mis tantas costumbres para evadir el mostrar mis sentimientos, mientras lo hacía. Finalmente bajó los papeles y me dedicó una media sonrisa.
— Así que tu eres la famosa química mexicana.
Me estremecí.
— ¿Famosa?
— Encontrarás que este lugar te gustara mucho. Esperamos que tu experiencia también ayude a nuestros alumnos aquí, como parte del programa de becas tendrás que colaborar con algunas de las clases de primer año, ¿estás de acuerdo?
— ¡Me encantaría! — solté. La enseñanza siempre me había llamado la atención, pero en México era un trabajo muy mal pagado y no viviría con menos de lo que mis padres me habían dado en la adolescencia.
—Tienes un nombre muy complicado— mencionó la directora del programa — Sería más fácil acortarlo para la publicación de artículos y facilitarle el trabajo a los profesores.
— Creo que sería lo adecuado—respondí, tragando grueso.
— De acuerdo, entonces escríbelo aquí — señaló el espacio abajo de mi firma en la carta de aceptación — así todas tus credenciales quedaran inscritas con ese nombre.
Después de hacerlo, le entregué los papeles.
— ¿Sería todo?
— Así es, María Celeste. El resto de la información la recibirás vía electrónica, bienvenida a la Universidad de Nueva York.
Asentí con la cabeza mientras la pequeña María Celeste en mi interior despertaba a todos los mariachis para que tocarán por la felicidad que sentía. ¡ERA ALUMNA DE POSGRADO OFICIALMENTE! Yo, una pequeña niña de México que había intentando ponerse en puntas apenas al caminar había logrado llegar hasta aquí. Mis emociones eran tantas que salí a trompicones de la oficina, intentando que no se viera lo feliz que estaba. La disciplina de la ciencia, y la necesidad de esconder mi pasado, me habían enseñado a mantenerme siempre seria y a controlar cada una de mis gesticulaciones para que la gente se enfocara en el movimiento de mi cuerpo antes que en el de mi cara.
— ¡Bienvenida a la Universidad de Nueva York!— me dijo con un gritito— ¡Esto amerita ir a celebrar! — sin que yo me lo esperara enrolló su brazo con el mío y tiró de mi cuerpo hasta llegar a una cafetería.
Así fue como hice mi primera amiga, justo el día que me aceptaron formalmente en la escuela. Fruncí el ceño al pensar en lo horrible que era esa vida, yo prefería mi soledad aunque tuviera que usar el transporte y mi tiempo de traslado. Seguramente me volvería loca con tantas personas, y en el ático tenía mi propio espacio. Nina, en cambio, parecía feliz con todo eso. Me contó que había llegado a Estados Unidos con su hermano gemelo después de la muerte de sus padres, y vivieron por mucho tiempo con su tío Erik en una granja de Milwaukee, pero ella dejó ese lugar para perseguir sus sueños de conseguir algo más. Ambas teníamos historias de vida bastante parecidas, por lo que nuestra confianza fue creciendo mucho en las escasas horas de la tarde que compartimos. Me sorprendí al saber que Nina era un par de años más joven que yo, pero eso igual hizo que yo sintiera la necesidad de protegerla, pero quedé completamente sorprendida cuando me enteré que tocaba el violín.La semana pasó demasiado rápido entre aulas de introducción para poder dar clases que estuvieran a la altura de lo que se esperaba. No me interesaba mucho entablar relaciones cuando todavía tendría que soportar a mis compañeros de laboratorio, así que me limite a ir únicamente a clases y salir de la escuela, encontrándome con una divertida Nina fuera de ella. La chica no dejaba de hablar acerca de las fiestas que se organizaban cerca de la escuela en cuanto el semestre comenzaba, yo sabía que los artistas en todo el mundo eran alocados, pero nunca pensé que tanto. Acompañé, en esos días, a Nina a dar un pequeño concierto en un bar que estaba en Soho, ya que su pasión era tocar el violín. No había pasado mucho por esa zona y me intrigaba saber como era la vida nocturna neoyorquina, pues con Anne Brown no pasábamos mucho tiempo fuera en las noches. Llegué unos cuantos minutos antes y no encontré a Nina, cosa que me puso un poco nerviosa pues temía haberme equivocado de hora ya que ella y yo hablábamos en una mezcla de ruso e inglés, cosa que a veces llegaba a confundirme.
Me senté solitaria en una mesa y pedí una cerveza, pensando en cuánto tiempo era suficiente para irme, pero no fue necesario.
— ¡LELE! — la voz emocionada de Nina me hizo sonreír.
— ¡Hola Nina!
– ¡Ven a sentarte con mis amigos!
La acompañé hasta una mesa donde se encontraba un gran grupo de personas, que me veían con recelo. Obviamente era la recién llegada y no sabían de donde había sacado una amiga nueva.
— ¡Todos ella es Lele! ¡Lele te presento a todos! — soltó una risita —¡Debo irme! ¡Terminen las presentaciones!
Vi a todos sin saber que decir, pero no hubo tiempo para que se presentaran, el único que lo hizo fue un chico alto llamado Logan, porque anunciaron el programa y Nina sería la que iniciaría el programa. Me quedé asombrada al escucharla tocar, mi nueva amiga era una verdadera artista. Durante toda la presentación pude sentir como un rubio me miraba, así que le devolví la mirada con una sonrisa socarrona. Si quería sexo lo iba a conseguir, pero esperaba no volverlo a ver en mi vida, aunque no podía negar que era hermoso. Estaba decidido a hablar con él al terminar la presentación, pero recibió una llamada de teléfono y se fue del bar, maldije en español pero me dediqué a conocer a los amigos de Nina. Eran bastante divertidos y sabían como tener una buena fiesta. Tan buena que regrese a las cinco de la mañana a la casa de Nick Ollivier. Dos días después comenzaron las clases del posgrado, pero las cosas no salieron como yo había fantaseado tantas veces. Física cuántica era mi primera clase del posgrado y yo iba tarde. ¡Maldición! Parecía que mi cuerpo aún no se adaptaba a tener que ir a la escuela de nuevo o al horario americano. Corrí hasta la parada de autobús, vestida con un sencillo vestido rojo y poco maquillaje. Llevaba mi bolso, una libreta y unos cuantos lápices, pues realmente no sabía que era lo que podía necesitar en una clase del otro lado del atlántico. En el camino me deshice la trenza que llevaba, pues no me gustó mi cabello, dejándolo simplemente suelto. Entré y me desplomé en una banca, casi sin aire, pero me incorporé en cuanto me di cuenta que no había muchos alumnos. El miedo de equivocarme y malinterpretar el idioma se hacia presente de nuevo.
— Hola, hermana latina— dijo la voz de Nina — ¡Parece que compartimos clase!
Tenía taquicardia y estaba respirando tan fuerte que Nina lo notó.
— Lele, ¿estás bien?
— Si, perdona. Lo que pasa es que pensé que me había equivocado de día.
— No te preocupes, si vienes a Física Cuántica, está es tu clase, amiga.
Sonreí.
— Gracias al cielo.
— ¿Te sigue confundiendo mucho el idioma? — preguntó con preocupación.
— Realmente no tanto, pero creo que es una sensación que no se quita. Además, me levanté tarde y todo el día ha sido una crisis.
—No hay tal crisis—me dijo riendo.
— Eso espero, gracias Nina.
Charlamos en lo que el profesor llegaba y comprobé que mis compañeros de clase llegaban mucho más tarde que yo. Habían pasado cinco minutos de la hora en la que comenzaba la clase y no había aún rastro de nuestro profesor.
— ¿Conoces al profesor?
Nina negó en la cabeza.
— Sé quien es, porque he leído algunos de sus artículos, pero nunca lo he conocido en persona.
— ¿Dónde estudiaste la universidad, Nina? — pregunté con curiosidad.
— En la Universidad de Boston, ya sabes Harvard. Allí estudié física.
— Wow.
— ¿Tu vienes de la Universidad de México, no? — Nina se ruborizó — Disculpa, es que se ha oido bastante de eso en los últimos días y como eres la única mexicana simplemente lo asumí.
Palidecí pero sonreí para tranquilizarla.
— No es nada, pero ¿qué dicen de mí?
— Realmente nada. Solo que es la primera vez que alguien llega a ser jefe de laboratorio y lo dejar para estudiar de nuevo. ¡Eres una especie de celebridad!
— No me gusta eso — bufé — preferiría pasar desapercibida.
Continuábamos con la charla cuando un alumno más entró a la clase. Mis ojos se abrieron como platos y no pude evitarlo. ¡Era el rubio del bar! ¡Ese que me veía con ojos de “fóllame en la mesa” estaba en mi clase! Tuve tiempo de recomponerme cuando se acercó a nosotras con una sonrisa de lado, sus ojos azule brillando.
— Señoritas — dijo el rubio al vernos — ¿hay espacio junto a ustedes?
Nina soltó una carcajada y le hizo espacio al muchacho, quien la abrazó por los hombros y depositó un sonoro beso en su mejilla antes de sentarse. Parecía que se conocían bastante bien pero nunca podía estar con seguro con lo cálidos que eran los americanos, a comparación de nosotros los rusos. Y por lo que había aprendido de
— Mi nombre es Adam Harris. — dijo con una sonrisa de lado que me hipnotizó desde ese momento — ¿Y tú eres?
Era el momento de estrenar mi “nombre artístico” como lo había llamado la directora.
— Yo soy Lele Santillán.