Soñando Alto

4811 Palabras
              Adam Harris no dejaba de mirarme y yo no sabía que hacer con respecto a eso. A pesar de  haberme presentado en cientos de congresos y estar acostumbrada a hablar con colegas de distintos lugares, no sabía que hace cuando las personas me miraban tan de cerca. Sonreí incómodamente y Nina pareció darse cuenta de eso porque se apresuró a hablar.   — ¿Qué haces en NYU, Adam? — preguntó de tajo.               El rubio se encogió de hombros, dejando ver una sonrisa socarrona de lado, se notaba que estaba pensando en una respuesta ingeniosa para darle a Nina.   — ¿Qué un hombre libre no puede caminar por donde quiera en Nueva York? Me siento ofendido, Ramirez.   — No eres cualquier hombre, Harris. Además, deberías estar en el laboratorio, ¿no es tu horario de trabajo? ¡Quién te viera rompiendo las reglas! — contraatacó ella.   — Para tu información, he tomado una optativa aquí y es precisamente esta.   — ¿También estudias? — no pude evitar preguntarle con sorpresa.   — Estudio un doctorado en Nanoparticulas.               Parpadeé varias veces. ¡Un doctorado! Estaba frente a alguien que en verdad había dedicado su vida al estudio y no lo estaba haciendo simplemente por probar una experiencia nueva como yo.   — Cierra la boca, Santillán — Nina me sacó de mi ensoñación — No es la gran cosa.   — Perdona, es que me parece increíble que estés haciendo un doctorado. ¡Te ves tan joven! — sonreí a lo que Adam soltó una carcajada.   — ¡Soy joven!   —Eres mayor que nosotras, imbécil — dijo Nina, enfurruñada.               El rubio iba a contestarle cuando llegó el profesor, haciendo que nos viéramos forzados a dejar nuestras introducciones y poner atención a la clase. Marcus Cooper era uno de los hombres más letrados en el tema de Física Cuántica, y yo estaba bastante emocionada por tomar una clase con él, incluso había pasado parte de mi verano re-leyendo los libros que publicó sobre los experimentos que le habían válido una nominación al premio nobel, pues aunque mi mayor afición siempre había sido la química en todas sus formas, yo era también una adicta a la física, me parecía un gran y enorme cuento vivo que transcurría por la naturaleza. Así que mezclar física y química me parecía la fusión perfecta.   —Buenos días— dijo el señor  Cooper y todos respondieron de la misma manera.               Así fue como comenzó la clase y me dispuse a poner toda la atención requerida, pero fue imposible porque el condenado de Adam Harris no dejaba de mirarme. Concentré todos mis años de coqueteo en la adolescencia no ruborizarse, porque sabía todos los contextos que podía tener esa mirada. No me atrevía a devolvérsela, así que cerré los ojos y enfoqué mi vista en el pizarrón. Sabía que el aula iba a ser eterna, así que me reprendí a mi misma por estar pensando en un hombre cuando no tenía ni siquiera un mes en Nueva York.   —¿Señorita Santillán?—el profesor me hizo reaccionar—¿Por qué no pasa al frente y nos cuenta algo sobre la física en su país?   El resto de mis compañeros observaban en silencio mientras yo hablaba cada vez más rápido, sin pensar en lo que decía.   —Con calma, señorita Santillán—pidió el profesor con una media sonrisa— Parece que usted sabe bastante de su país, o al menos de como funciona el sistema.   Me encogí de hombros.   —Siempre me ha gustado saber de donde vengo, es la mejor forma de entender a donde voy. —¿Cuál es su programa de posgrado?—preguntó el profesor  Cooper. — Química nuclear — sonreí de lado cuando lo dije en voz alta.   — No me esperaba a ver a nadie de ese programa en mi clase — dijo sonriendo — Estoy satisfecho de tenerla aquí y creo que nos llevaremos bien. Puede sentarse, señorita Santillán.   Solté un suspiro de alivio y volví a mi asiento, donde Nina me miraba asombrada mientras que Adam me veía con interés.   — ¿Cómo sabías todo eso? — pregunto Adam con admiración. — Una mexicana tiene sus secretos—bromeé. — Quiero conocerlos — el rubio sonrió de lado — ¿me lo permitirías?               ¿Estaba coqueteando conmigo? Mi historial amoroso no era mejor y después de mi debut y despedida en el mundo de los negocios sexuales me había alejado aún más de los hombres, convenciéndome a mi misma que no me interesaban, que lo único que me interesaba era el ballet y conseguir el titulo de prima ballerina, por eso cuando lo obtuve no supe que más hacer con mi vida. Aún recuerdo ese momento donde recibí el título de bailarina en el Teatro Bólshoi donde mis padres, mi hermana y algunos pocos de mis amigos estaban viéndome con interés y felicidad, pero yo no sentía eso. Desde niña estuve siempre esperando mi siguiente misión, mi siguiente meta, que nunca me sentía satisfecha cuando terminaba una. Por todo eso era que los hombres no eran muy importantes en mi vida y no sabía decir bien cuándo me estaban coqueteando. No lo tomen a mal, no soy ciega y sé que soy una mujer guapa para cualquier hombre o mujer que me vea; pero estoy tan cerrada al resto de las personas que todos se alejan corriendo como si tuviera la peste. Parpadeé varias veces, dispuesta a contestarle algo a Adam Harris pero Nina se me adelantó.   — ¿Crees que vas a añadir a mi hermana latina a tu larga lista de conquistas? Estás pero operado del cerebro, Harris.   Adam soltó una carcajada mientras yo le dedicaba una mirada furibunda a Nina, aunque sabia que después le agradecería por haberme alejado de un mujeriego.   — ¿Hermana latina? ¿Entonces siempre si eres Colombiana, Nina? — se burló Adam. — Déjame en paz— siseó Nina. — Cálmate bruja.   Ambos se vieron y soltaron una sonora carcajada que les costó una mirada represiva del profesor  Cooper.   — Ya he dicho que no estamos en la preparatoria, señores.               Nina, Adam y yo nos observamos tratando de contener las carcajadas para después dirigir la vista al frente y concentrarnos en la clase que estábamos tomando. Todo lo que resto del aula pudimos concentrarnos en lo interesante que era la historia del física primitiva, que era donde comenzaba nuestra clase, hablando de las primeras formas de explicar la existencia de las particulas y de la importancia que eso tendría para cimentar las bases de nuestra sociedad. La clase terminó después de tres horas y salimos a tomar aire al patio principal de la escuela.   — Sigues sin decirme que haces aquí, Adam — dijo Nina — ¿Qué te trajo desde Harvard?   Fruncí el ceño. Así que se conocían de la universidad, eso era bastante interesante.   — Quería tomar la materia con el profesor  Cooper pero su horario de clases en Harvard se cruzaba con mi horario de trabajo en el laboratorio. — ¿En qué laboratorio trabajas? — pregunté con curiosidad. — En el Fermi — dijo con una sonrisa. — Vaya… — No lo conoces, ¿verdad?   Punto para Adam Harris por saber lo que estaba pensando a pesar de que me acabara de conocer, realmente no tenía interés en conquistarlo o dejarme conquistar por sus encantos, pero estaba segura que podíamos ser buenos amigos. Riendo, negué con la cabeza mientras él asentía satisfecho de haber dado en el clavo.   — No he tenido tiempo de conocer la ciudad del todo —confesé. — ¡Eso se arregla fácil! — exclamó el rubio — Tienes al mejor guía turístico a tu servicio — se señaló — ¡Nada mejor que un nativo! — Creo que conozco la ciudad mejor que tú que nunca sales de Brooklyn — intervino Nina. — O podrían llevarme los dos a conocer esta ciudad y sus secretos — alcé una ceja.   — Interés en mí, ¿hermana latina? — Nina replicó mi acción y ambas nos reímos al ver como Adam se incomodaba un poco, para ser un mujeriego no estaba tan a gusto con las expresiones abiertamente sexuales de dos mujeres.   Adam casperreó sonoramente, haciendo que Nina y yo volviéramos a fijar la mirada en él.   — ¿Vas a querer ir a ver el bozón de Higgs o no?   Abrí los ojos como platos.   — ¿El bozón? ¿Puedes entrar a ese laboratorio? — no podía evitar sonar como una fanática pues desde muy pequeña leía con avidez toda la información de los grandes científicos que buscaban la partícula más pequeña del mundo en el Laboratorio de Acelador de particulas.    Adam se mordió el labio tratando de no reír, mientras Nina me veía con los ojos desorbitados.   — ¿Sabías que ese laboratorio se llama Fermi? — habló por fin el rubio.   En ese momento quise darme un golpe en la frente o pedir que la tierra me tragara, ¿cómo pude haber sido tan estúpida? Sonreí nerviosamente.   — No—reí—Siempre leía acerca de eso por encima, no sabía donde era exactamente. — No pasa nada — concilió mi nueva amiga — Todos los que somos bilingües tenemos ese problema. — Gracias, Nina. — ¿Entonces si quieres ir? — dijo Adam sin dejar de sonreír.   Asentí con nerviosisimo, como un muñeco de automóvil descompuesto.   — Me encantaría.   Adam consultó su reloj   — Debo irme a trabajar, pero prometo que cumpliré con mi promesa de llevarte. ¡Las veo pronto!   Nina me sonrió cuando Adam se fue.   — Te gustó Adam Harris, ¿eh Lele? — ¡Claro que no! — exclamé — ¡Pienso que seremos grandes amigos! — Cómo tu digas — Nina me dedicó una sonrisa que no me gustó mucho, como si supiera algo de mi que no conocía — ¿Tienes más clases el día de hoy?   Negué con la cabeza.   — Tengo que volver a ensayar y conocer al grupo de ballet en la tarde, pero primero debo buscar donde comer.  — ¡Te invito a comer a un lugar que me encanta!   Sonreí encantada.   — De acuerdo.               Nina se levantó y tomó mi muñeca para dirigirme a un pequeño café-bar que estaba a unas calles de NYU, escondido entre los frondosos árboles de Central Park, parecía un lugar que nadie sabría donde estaba a menos que fueras el dueño del lugar, mis ojos no dejaban de inspeccionar todo, buscando en vano un rostro conocido, como solía hacer en las cafeterías de Moscú en espera de mis amigos.   — ¿Cómo conoces este lugar? — pregunté intrigada. — Es de mi hermano — dijo Nina con una sonrisa.               Alcé una ceja y me intrigó aún más aquel lugar y aquella chica Checa que había conocido en mi primer día en NYU, me parecía que era una buena persona pero de todos modos no pude evitar reprenderme al pensar que dirían mis padres por verme hablar tan Tatyauralmente con extraños. Cuando de por si eres una persona reservada y tus padres son sobreprotectores, dejas de confiar en la gente a tu alrededor.   — ¡Hola Nini! Hola… ¿amiga de Nini? — dijo un chico saliendo de atrás de la barra. — ¡Hola! — saludé con una sonrisa tímida. — Alex, esta es Lele Santillán. Lele, él es mi hermano Alex Ramirez.   Los dos estrechamos las manos y sonreímos, el chico parecía ser de nuestra edad, aunque tenía el pelo pintado de un brillante color platinado que contrastaba con el oscuro castaño de Nina, podías ver similitudes en ellos pero nadie creería que eran hermanos a menos que ellos te lo hubieran dicho. Alex hablaba rápidamente a su hermana en checo, su idioma Tatyaal, y daba pequeños saltos, parecía que el chico vibraba y yo conocía perfectamente ese comportamiento porque lo había visto en Igor, mi mejor amigo desde que éramos pequeños.   — ¿Tienes hiperactividad? — solté de repente, cubriéndome la boca al darme cuenta que podía ser inoportuna.   Pero a Alex no le pareció ofensivo y asintió con la cabeza varias veces.   — Trastorno de déficit de atención e hiperactividad, a tu servicio — me dijo haciendo una reverencia que me hizo soltar una carcajada. — Encantada, porque somos dos — dije viendo a Nina — ¡Tu hermano es muy simpático! — Nina, esta chica es un verdadero delirio — dijo Alex mientras nos conducía a una mesa — ¿de dónde la robaste?   Nina le pegó un golpe a su hermano en el bíceps.   — De México.   Alex se dejó caer dramáticamente en el asiento frente a nosotras, abriendo los ojos casi de manera cómica.   — ¡Eres latina! ¡Cómo nosotros…y la salsa! — Ese chiste deja de ser divertido en algún punto — reí. — ¿Qué van a querer de comer? — dijo una coqueta mesera que llegó en ese momento y le hacia ojitos de borrego enamorado a Alex mientras Nina rodaba los ojos. — Yo quiero una ensalada y una botella de agua mineral con limón, por favor.               Nina pidió una hamburguesa, y Alex se excusó diciendo que ya había comido, mientras ambos se burlaban de mi elección de menú pero le recordé a Nina que yo tenía que volver a la escuela corriendo. Comimos mientras charlábamos y así fue como me enteré que Nina y Alex eran gemelos, ella 12 minutos mayor que él, y habían venido a los Estados Unidos de América a estudiar con el dinero de su tío Erik Herrera, un nombre que yo había escuchado porque se trataba de un importante magnate de la industria de los metales. Resultaba que él era amigo de su madre y cuando esta murió, se quedó a cargo de los gemelos y los trajo a Nueva York en cuanto pudo. Nina aprovechó esto para estudiar, mientras que Alex tomó todo el dinero que pudo para abrir su restaurante y perseguir sus sueños de libertad. Los hermanos me parecían bastante opuestos pero sería interesante ver como podía ser una amistad con ellos dos. En cuanto terminé mi almuerzo me despedí de ellos, a pesar de las protestas de que debía quedarme más tiempo hasta que empezará la barra libre.   — ¡Tengo trabajo, chicos! — exclamé ante sus protestas. — Tienes que prometer que volveras. — ¡Tenlo por seguro, hiper Alex!               Me fui de aquel lugar con una enorme sonrisa, pensando en que aquel día no solo había hecho amigos en la escuela, y en que quizá no todo lo que me esperaba en aquel país era trabajo. Llegué a mi nuevo lugar de trabajo y ya se encontraba la directora del laboratorio, una mujer bastante seria y recta llamada Anne Vanderbilt, que se notaba que a pesar de que sería estricta con ella, tenía comprensión y respeto por sus alumnos. Era un grupo bastante reducido dado que era el más avanzado de la escuela, por la forma en que mis compañeros me miraban me di cuenta que sabían quién era yo. No pude evitar bajar la mirada, pensando que siempre sería la mexicana, la única extranjera en este salón.   “Levanta la cara Celeste, que llegar a donde estás mucho te ha costado”.               La voz de mi madre, Guadalupe, resonó en mi cabeza y me hizo sonreír. Si algo podría agradecerle a mi madre era que me enseñó a esforzarme siempre por conseguir lo que quería. Guadalupe nos educó a Camilia y a mí para intentar, luchar y lograr, así que eso era lo que estaba poniendo en practica. Iba a luchar ser la mejor en este posgrado, sin importar lo que me costara y algún día cercano, cumpliría mi sueño de tener un premio Nobel. Pero para eso faltaba tiempo, apenas estaba en la parte de luchar y eso implicaba pasar cinco o seis horas diarias en el laboratorio, prácticando todo lo que había hecho durante cinco años y medio. Veía la resto de mis compañeros batallar un poco después de la primera hora de experimento, así que no pude evitar sonreír altanera al pensar que nada se compararía al trabajo mexicano que era casi tortura medivial. Después de la clase mis compañeros salieron sin siquiera mirarme, me encogí de hombros y decidí continuar hasta terminar.   — Eres buena en lo que haces, Santillán — dijo la profesora Anne Vanderbilt, por lo que alcé la mirada sorprendida — Pero no dejes que te suba a la cabeza, la altanería siempre acaba en tragedia.               Sin decir más se fue del laboratorio. Me quedé un rato más trabajando, pensando en que no quería ser altanera pero que no lo evitaría si eso me haría protegerme a mí misma. No iba a dejar que el ego de esas chicos me lastimara. Cuando tuve suficiente del silencio de la habitación y el eco de mi cerebro, me levanté para ir a casa. Caminé las pocas calles que me separaban de la casa de Nick Ollivier y Anne Brown, donde me di una ducha después de darme cuenta que no había nadie en casa. Me habían advertido que ellos usualmente no estaban por sus respectivos trabajos, así que yo tendría que cenar sola cosa que no me molestaba porque estaba acostumbrada a vivir de esa manera cuando entré a la universidad y cuando Camilia se fue a vivir con Igor.   — Oh, amada soledad — canturreé en español y me encaminé a preparar la cena, en pijama.               Puse un poco de música en el teléfono móvil, sonaba un grupo sueco que era uno de mis favoritos desde la infancia, mi padre solía usarlos para enseñarnos inglés a mi hermana y a mí. Dejé que sonara una de mis canciones favoritas mientras me deslizaba por la enorme cocina para preparar algo de cena, podía hacer algo relativamente elaborado pero no tenía ganas de mucho, aunque me moría por un chocolate caliente como el que hacia mi abuela pero ese tendría que esperar hasta que fuera a un supermercado para conseguir los ingredientes necesarios. Preparé un sandwich y un vaso de leche con miel, el mejor remedio para dormir junto con seis horas de ejercicio mental matador. Aburrida de estar sola, subí mi cena a la habitación para ver una serie en internet y dormir temprano, suponiendo que así serían el resto de mis días en Nueva York. Que equivocada estaba.               Mi primera semana en NYU siguió ese mismo curso, aunque no pude hablar con nadie con la misma facilidad que lo hice con Nina Ramirez y Adam Harris. A la morena la encontré varias veces en la escuela, practicando con su saxofón o leyendo artículos viejos de Einstein, mientras que al rubio no lo había vuelto a ver, aunque su cara no podría olvidárseme nunca. Las clases eran similares en forma y contenido a lo que había llevado en la Universidad pero completamente diferentes en estructura y enseñanza. La profesora Vanderbilt quería que preparara una clase muestra para mis compañeros que solo habían sido parte de laboratorios pequeños, pero nunca habían tenido un proyecto propio, así que pasaba bastantes horas con los audífonos puestos, buscando algo que pudiera impresionar y enseñar al mismo tiempo al resto del curso. Estaba pensando en lo que haría mientras veía el domingo llegar a por la ventana.   — No puedo con esto, maldita sea.               Eran raros los días en los que tenía insomnio porque era algo que, aunque había sufrido desde adolescentes por causa de mi hiperactividad, llevaba tratamiento desde hacia varios años por lo que me había acostumbrado a dormir bien y toda la noche. Sin saber que hacer con el insomnio y aprovechando que estaba en una nueva ciudad, decidí salir a dar un paseo por el hermoso Central Park. Llevaba zapatillas de correr y unos pantalones ajustados, así como un top, porque había visto demasiadas películas como “Sexo en Nueva York” y aunque no esperaba encontrar a un hombre y viviera el amor a la americana, si era divertido deleitarme con la mirada que los hombres me dedicaban. Corría por una de las principales veredas cuando escuché un grito, alguien me llamaba.   — ¡Hey! ¡Guapa!   Inmediatamente me giré y me encontré con Adam Harris.   — ¡Maldita sea! — susurré en español al ver lo guapo que se veía.   Era un pecado lo guapo que ese hombre se veía, traía unos pantalones color caqui ajustados para hacer ejercicio y una camisa blanca pegada a sus pectorales, donde solo destacaban una placas militares que me causaron mucha intriga. No sé si me quedé babeando mucho tiempo pero Adam volvió a hablar.   — ¿Qué dijiste?  — Perdona — dije con una media sonrisa — Aún no me acostumbro mucho a saludar en inglés. — Estas perdonada si me dices que dijiste. — Un saludo — mentí, cosa que se me daba muy bien.   El se encogió de hombros.   — ¿Vives por aquí? — pregunté casualmente, buscando que lo traía por ese lugar y queriendo saber de él. — De hecho vivo algo lejos, vivo en Brooklyn.   Alcé una ceja, era obvio que no tenía ni la menor idea de donde quedaba eso en la enorme ciudad de Nueva York.   — Ilumíname, Brooklyn, ¿por dónde quedan tus terrenos?   Se ruborizó de una manera que me dió ternura.   — Está como a 35 minutos de aquí.   Abrí la boca, asombrada.   — ¿Entonces? — Me gusta venir a correr por acá, además me queda más cerca de la escuela.   Eso explicaba bastantes cosas.   — ¿Una carrera? — pregunté retadora. — ¡Dudo que me puedas ganar! — exclamó Adam y echó a correr.               Lanzando una maldición en ruso, corrí tras él con la intención de ganarle, pero era imposible, porque el hombre parecía tener muchísimo entrenamiento. Puse más velocidad a mi carrera pero apenas conseguí alcanzarlo cuando echó a correr dejándome atrás. Decepcionada con mi condición física, me tiré en el pasto y a los pocos segundos el rubio estaba sentado junto a mí, soltando carcajadas que después se convertirían en mi perdición y eran la firma de su personalidad.   — ¿Cansada, Santillán? — No me retes, Harris — levanté una mano amenazadora — Puedo matarte con un solo movimiento todavía. — ¿Qué eres? ¿Una espía? ¿Una asesina? ¿Narcotraficante? — Peor, soy una química entrenada   Adam hizo una reverencia a modo de broma y se acomodó a mi lado.   — ¿Qué puedo hacer para que no me mates?   Fingí meditarlo por unos segundos.   — ¡Llevarme a desayunar! — exclamé levantándome de un salto.               El rubio se levantó junto a mí y comenzamos a caminar por el sendero tranquilo de Central Park. Era un día bastante tranquilo, un domingo soleado de verano donde no hacia tanto calor y yo estaba caminando con un hombre guapísimo. Definitivamente esto era mejor que cualquier película que hubiera visto en mi adolescencia. Adam Harris y yo apenas comenzábamos a conocernos y yo ya me estaba prometiendo a mi misma que no tendría nada con él, simplemente una buena amistad. No tenía ganas de enamorarme de nadie, sobre todo porque tenía la meta firme de volver a México y un hombre solo atrasaría mis planes. Después del episodio de pornografía en mi adolescencia y mi relación con mi anterior novio, me negaba a estar con un hombre para algo que fuera más profundo que un revolcón y, dado que tenía muy pocos amigos, tampoco me acostaba con mis amigos, prefería conservarlos cerca como personas importantes a desperdiciar su compañía porque quisieran una relación formal aparte del sexo.   — ¿A dónde iremos? — me preguntó Adam.   Inmediatamente recordé el restaurante de Alex Ramirez, escondido cerca del parque.   — Conozco un lugar — dije. — ¿No que no conocías Nueva York? — se burló. — Una mexicana tiene sus secretos. — Debo ir por unas cosas al laboratorio, ¿quieres acompañarme? — preguntó dudoso, de repente — No tienes que hacerlo pero sé que lo querías conocer.   Intenté no ponerme a saltar como una cría de cinco años.   — ¡Lo hubieras dicho antes! ¡Vamos!   Comenzamos a caminar, esta vez al Museo Metropolitano de Arte, mientras platicábamos un poco para conocernos.   — ¿Eres de Ciudad de México? — me preguntó. — No, nací en Guadalajara, una ciudad del centro, viví en la capital solo después de entrar a la Universidad.   La mirada de Adam Harris me dijo todo.   — No tienes ni idea de donde está eso. — La verdad no — reconoció. — Guadalajara es la ciudad donde se originó el mariachi y el tequila—expliqué, buscando lo más famoso de mi ciudad. — ¿Por qué te mudaste? — Por la escuela, un poco antes de que llegara mi hermana. — ¡Tienes hermanos! ¡Qué genial! — Solo una, Camilia. A veces es una patada en el trasero, pero en días buenos la considero mi mejor amiga — bromeé. — Debe ser divertido — suspiró con melancolía. — ¿Hijo único?   Asintió con la cabeza.   — Mi mejor amigo es como mi hermano, se llama William y tengo dos amigas muy queridas que también ocupan ese rol, Margot y Dalilah. — Es bueno que tengas amigos así, yo tengo muy pocos. — Espero que hagas amigos aquí en América — me dijo con sinceridad. — Espero lo mismo — sonreí. — Cuéntame más de tu laboratorio en México— sus ojos brillaban de emoción — ¿Cómo es tu país?   Con eso fue suficiente para tenerme hablando por varios minutos, amaba mi país con toda el alma. Desde pequeña era mi meta el poder hacer algo grande para él, así que hablé sin parar. Le conté a Adam Harris acerca de la difícil tarea de dirigir un laboratorio cuando no hay dinero, peleando con cualquier persona para conseguir financiamiento. Parloteaba sin parar sobre cuestiones políticas y de corrupción, mientras él solo sonreía.   — ¿Si es una tortura porque lo haces? — Porque lo amo, porque me da paz… y porque soy masoquista — dije soltando una carcajada. — Creo que nos llevaremos muy bien, Santillán. — Si no lo creyera, no estaría acompañándote Harris. Podrías ser Ted Bundy o alguno de los asesinos seriales que tienen tanta fama en los Estados Unidos.   Me miró ofendido.   — ¿Que ustedes no tienes asesinos seriales? — Uno o dos, pero ese no es el tema.               Ambos nos vimos y echamos a reír al ver como el tema se había desviado de tal manera. Seguimos caminando hasta ver el imponente letrero que marcaba la entrada hasta el Bozón de Higgs, donde no pude evitar abrir la boca emocionada, estaba por primera vez frente a uno de los lugares en los que siempre había soñado estar, aunque me había imaginado a mi misma con un perfecto vestido y no en ropa deportiva, nada me quitaba el sentimiento de haber cumplido otra de mis metas. Adam me veía sonriente, sin hablar, mientras yo apreciaba las enormes paredes color tierra con sus destacados banderines rojos.   — ¿Quieres entrar? — me preguntó después de un rato. — ¿Se puede? — no pude evitar que mi voz saliera más aguda por la emoción. — A las exhibiciones si, hoy está abierto el museo. — Mi cara de decepción era palpable — Aunque también podemos entrar a la parte donde trabajo, donde están los investigadores.               Pude haberlo abrazado si no fuera porque tenía muy poco tiempo que lo conocía, así que me limité a asentir con la cabeza mientras rodeábamos el museo para caminar a la entrada de personal. No podía evitar imaginarme como sería el lugar en el que trabajaría un hombre como Adam Harris, yo lo veía siendo un militar de alto rango o un luchador de la WFC, así que realmente no podía entender como era un curador de arte. Ese hombre me causaba muchísima curiosidad, pero no sentía la confianza suficiente para preguntarle acerca de sus placas o de porque le causaba tanta tristeza el hecho de ser hijo único, quizá debía preguntarle a Nina porque estudiaban en la misma escuela y era obvio que se conocían de muchos años atrás. Cerca de la entrada del personal, había bastante gente reunida leyendo la cartelera de exposiciones temporales del museo, entre ellos habían niños, adultos, y gente de todo tipo pero resaltaban dos hermosas chicas, vestidas como modelos, que parecían estar buscando a alguien. Estábamos por entrar cuando se escucharon dos voces detrás de nosotros.   — Hola Adam.   El rubio se giró y les sonrió.   — ¡Margot! ¡Dalilah! ¡Vengan a conocer a mi nueva amiga mexicana!   La forma en que me miraron esas mujeres al darse cuenta que estaba con Adam Harris me hizo ver que no nos llevaríamos nada bien.  
Lectura gratis para nuevos usuarios
Escanee para descargar la aplicación
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Autor
  • chap_listÍndice
  • likeAÑADIR