G-ONCE Parte 10

1933 Palabras
Pasaba del mediodía y la luz del sol iluminaba el campo de tiro corto. Liana tomó el arco y se esforzó por tensarlo con la poca sutileza de quienes lo intentan por primera vez. Hermes se acercó por detrás para corregirle la postura. — No así. Tus brazos deben estar firmes — dijo, colocándole las manos en la posición correcta. — La espalda recta. Relaja los hombros. Su voz era baja, precisa. El contacto fue inevitable: su pecho casi rozaba la espalda de Liana, sus dedos guiaban los de ella sobre la cuerda. Liana contuvo la respiración, disfrutando la cercanía. — ¿Así está bien? — Casi. Ahora respira… y dispara cuando sientas que el aire se detiene. Liana tensó la cuerda, pero no soltó de inmediato. Se recargó hacia atrás y en esa ocasión fue bastante obvio lo que intentaba hacer. La flecha cayó al suelo. Liana se lamentó — lo hice muy mal. — Fue un gran esfuerzo y la flecha recorrió una larga distancia, para ser su primera vez, lady Liana, hizo un trabajo excelente — la elogió. Liana sonrió y fue por otra flecha — una vez más, siento que lo haré bien — dijo, mientras se colocaba en posición y dio otro paso atrás esperando el contacto físico que, a esas alturas… era inevitable. Hermes colocó la mano sobre la cintura de Liana y se recargó para hablarle al oído — no tengo problemas en hacerle compañía, pero me temo que para usted los resultados serán diferentes. Lady Liana, no debería coquetear tan abiertamente, especialmente con alguien que se casará pronto. Liana se mordió el labio y mantuvo la postura — también lo pensé al comienzo. Lo imagino absorto en su lectura, rodeado de caballeros y consejeros sin un solo descanso por largos días mientras otros disfrutan de la vista y pensé: es incorrecto, no debo tener estos pensamientos. Pero luego vi al archiduque Fausto y a mi hermana, y pensé que estaba permitido — volteó a verlo — ¿me equivoqué? Hermes siguió sosteniéndola — me gustaría que fuera más clara. — Quiero decir, siendo la hermana de Erika tengo prohibido entrar al estudio de lady Ana para no interrumpir, pero el archiduque Fausto lo hace todo el tiempo, incluso acompaña a mi hermana de regreso a nuestra residencia y por las mañanas lo he visto afuera de la barda, mirando la puerta con mucha determinación en espera del momento en que Erika sale para sus clases. Hacía lo mismo en la villa, ¿nadie se lo dijo?, solía observar a mi hermana por las noches desde fuera de su ventana. Una vez, lo vi trepar una escultura para tener una mejor vista. Si eso está permitido, entonces — no terminó la frase. Tensó el arco y el proyectil se clavó sorprendentemente cerca del centro. — ¡Lo logré! —exclamó. Antes de que Hermes pudiera decir algo, Liana obstruyó su vista con una gran sonrisa — gracias por enseñarme. Quizá no soy tan torpe como todos creen… Hermes permaneció inmóvil un segundo. Luego, palmeó suavemente la espalda de Liana. — Buen disparo. Ella se apartó con una sonrisa en los labios. A esa misma hora Erika tenía un dilema moral. Lady Ana estaba de pie junto a la ventana, ella rara vez se sentaba, le gustaba permanecer de pie para mirar a sus estudiantes desde un punto alto y transmitirles la presión que experimentarían cuando dejaran el salón de clases y se enfrentaran al mundo real. Fausto estaba leyendo en espera de que Erika tuviera una respuesta y Teresa practicaba caminar con la espalda recta, la cabeza ligeramente inclinada y la mirada apuntando al suelo. Después de unos segundos Erika dijo — no pienso que esto sea correcto. Fausto dejó su libro y lady Ana se acercó al escritorio. El documento sobre la mesa planteaba una situación hipotética. Usar o no, la máxima pena permitida por el imperio. Había un castigo muy especial, reservado para los criminales más inhumanos, un castigo que rayaba en la tortura y de solo imaginarlo ponía pesadillas en la mente de Erika. “La séptima muerte” Esta condena establecía que el cuerpo del criminal debía ser repartido en siete tumbas. El propósito era confundir a los mensajeros del Dios de Otoño para condenar al alma a vagar por melros, sin descanso eterno y sin llegar a su destino, también destruía todas las normas y costumbres conocidas. Un criminal paga su deuda con la muerte, entonces, más allá del jardín de Otoño, no debía seguir siendo tratado como un criminal. Esa condena era horrible y presionaba el corazón de Erika de una forma que no podía describir. — No podría — dijo Erika. — ¿Sabes por qué existe esa ley? — preguntó Fausto, ganándole la palabra a lady Ana — algunos casos son abominables, criminales que no tienen una, dos o tres víctimas, sino docenas, personas inocentes que sufrieron muertes quizá peores que esta, familias que experimentaron el dolor y el sufrimiento de perder a un ser querido y cuando ellos escuchan, que la persona que les hizo daño, que destruyó sus vidas y lastimó a quienes más amaban será colgada. Y eso será todo. Piensan que no es suficiente. Quien mató inocentes debe morir una vez, por cada víctima. El detalle es que nosotros no podemos matar a una persona más de una vez. Por eso nuestros antepasados crearon este castigo y lo reservaron para los peores criminales. Esto es por las familias de las víctimas y el hecho de que esta ley exista, es una forma de inculcar miedo sobre aquellos que quieren hacerles daño a otros. Erika entendió el mensaje detrás de todo y comprendió que era un castigo necesario. Incluso si jamás se usaba, el solo hecho de existir era una garantía, sin embargo — y si…, y si la condena está equivocada. Si atrapamos al criminal incorrecto, lo enviamos a una séptima muerte y después, descubrimos que era inocente. — De ser así — dijo lady Ana — lo correcto es esconder la investigación, determinar que el criminal ejecutado es el verdadero culpable y nunca, jamás — dio un paso al frente — poner en riesgo la seguridad y confianza del pueblo, por un inocente. Si perdemos su respeto, lo perdemos todo. Erika se levantó llorando y corrió hacia la puerta. Fausto se levantó — no tenías que ser tan agresiva — le dijo a lady Ana. — Es mejor que llore ahora, le recordará que el peso que lleva sobre sus hombros es real — respondió ella — además, que haya tenido esa reacción es una buena señal. Lo hará bien. Esa explicación no fue suficiente para Fausto, él salió al pasillo y buscó a Erika con la mirada, pero ya no pudo verla, fue su culpa por no salir antes. Teresa corrió — en el quiosco — dijo, de pronto — alteza, hay un quiosco con rosas por allá, mi señorita suele ir cuando está agobiada. Fausto la miró — buen trabajo, ¿cuál era tu nombre? — Teresa. — Lo recordaré, vamos. Erika lloraba sentada en los escalones bordeados por rosas que conducían a un pequeño quiosco, era su lugar favorito dentro de los jardines del palacio porque olía igual que su villa y la hacía sentir en casa. Pensó que lo entendía, el peso de sus acciones, las consecuencias inmediatas y el repentino valor que había cobrado su palabra. Pero estaba equivocada. Fausto llegó corriendo y se detuvo frente a ella — lamento esto — intentó explicarse, pero era difícil. — Es demasiada responsabilidad — dijo Erika — no debería recaer sobre una sola persona — negó con la cabeza. — Entiendo — dijo Fausto y se sentó a su lado — y tienes razón, es por eso que tenemos rangos, los investigadores, el ejército, los nobles a cargo de las cuestiones judiciales, los consejeros. No estarás sola — la miró — cada decisión que llegue a tu mesa ya tendrá una respuesta y un plan de acción, y te olvidas de lo más importante. Erika se limpió las lágrimas — ¿qué? — Mi hermano — soltó Fausto en voz baja — el príncipe Hermes, futuro emperador, no dejará que tú cargues con todo el peso. Quizá te lo mencionaron, es el sujeto alto con el cabello castaño, si lo miras bajo la luz del amanecer se vuelve rubio. O eso dijo el sujeto que pintó su retrato. Erika sonrió — sí, me hablaron sobre él. — Pues, confía en que estará apoyando — dijo Fausto, aunque no se sintió muy feliz de decir esas palabras. — ¿Interrumpo? Los dos se pusieron de pie, a corta distancia y sin que ellos lo notaran, se encontraba el príncipe Hermes, su consejero el Conde Silas y sus dos caballeros. Erika se apresuró a mostrar una leve reverencia — alteza. No interrumpe. El príncipe Hermes pasó la mirada de su hermano Fausto a su prometida — lady Erika, la buscaba para invitarla a comer, ya que mi hermano está aquí, los tres podemos compartir la merienda. Síganme — dijo, y dio la vuelta. Fausto ya conocía el tono de su hermano, pero Erika se sorprendió bastante, porque esa no fue una invitación. Fue una orden. Los caballeros cerraron filas en la parte de atrás y el grupo volvió al castillo, el príncipe Hermes aceleró el paso y Erika levantó ligeramente su falda para poder igualar la zancada. Su destino fue una habitación alargada donde la luz dorada del sol entraba por los ventanales abiertos. La mesa estaba preparada con la vajilla imperial, copas de cristal y un arreglo floral discreto en el centro. Uno de los caballeros se adelantó para acomodar la silla del príncipe Hermes, después Fausto y Erika tomaron sus lugares. El príncipe Hermes dio la orden de que sirvieran. Los sirvientes acomodaron los platillos y se retiraron, dejando que él mantuviera la mirada sobre su prometida. — Mi madre ocupa un momento de la tarde para contarme sobre sus grandes avances en el entrenamiento, lady Erika, debo decir que es muy difícil impresionar a mi madre y usted lo ha conseguido — anunció el príncipe. Erika sonrió ligeramente — es un honor recibir entrenamiento de lady Ana, estoy muy agradecida. Y la emperatriz es muy generosa, mi desempeño no ha sido tan bueno. — Sí lo es — intervino Fausto — lady Erika es muy capaz, lo sabrás a su debido momento, deja a lady Ana sin palabras y eso es más difícil que impresionar a mamá — sonrió. El príncipe bebió de su copa con lentitud. Se hizo una pausa involuntaria, Erika comió con delicadeza y Fausto dejó de hacer comentarios, el príncipe Hermes era el más correcto en el grupo, tomó una servilleta y dio pequeños toques para limpiarse los labios, después hizo una seña y la puerta de la habitación se abrió. Liana entró casi corriendo e hizo una pronunciada reverencia — alteza. Perdón por llegar tarde, estaba buscando un vestido apropiado, ¿qué le parece? — dio una vuelta para mostrar el vuelo de su falda. Hermes paseó la mirada y observó a las dos hermanas, el gesto coqueto de Liana y su atrevida decisión de dejarse los hombros descubiertos contrastaba con la expresión contenida de Erika. Pese a haber crecido juntas, una de ellas se expresaba con cada parte de su cuerpo, mientras que la otra se reprimía y mantenía el silencio. Dada su personalidad, Liana era más de su gusto. Fausto tensó la mandíbula, Liana siguió sonriendo y Erika mantuvo la mirada baja.
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