— No llega tarde — dijo el príncipe Hermes y desvió la mirada — olvidé decirles, también invité a lady Liana, pronto ella será mi cuñada y espero que podamos tratarnos como una gran familia.
Uno de los sirvientes acomodó la silla del otro lado de la mesa, por la posición, Liana quedaría de frente al príncipe y había un problema con ese acomodo; el florero justo en el centro, le obstruía la vista.
Liana se mordió el labio y sin pensarlo, se levantó y tomó el florero — esto estorba — dijo, poniéndolo en las manos de uno de los sirvientes y se sentó.
Durante el movimiento, el florero empujó el vaso de agua de Erika y este se ladeó, ella logró atraparlo a tiempo y solo un poco del líquido se vertió sobre el mantel. Después de acomodar el vaso, mantuvo su porte con naturalidad, pero lanzó una mirada sobre su hermana.
Liana no lucía afectada.
El príncipe Hermes sonrió — estuve hablando con lady Liana y descubrí que es una señorita muy divertida, me preguntaba, después de la boda, ¿cuál será su destino?, ¿planea quedarse en el castillo?
— Ella… — comenzó a decir Erika.
— Así es — respondió Liana — no quiero dejar a mi hermana sola, por eso me quedaré en el palacio para hacerle compañía, ya encontré muchas actividades interesantes para una persona como yo, que no tiene una ocupación — suspiró con cierta tristeza.
Fausto entendió el mensaje.
— En ese caso, veré que sea cuidada apropiadamente — dijo el príncipe Hermes.
Liana tomó una copa y bebió — alteza, escuché que hay un campo de tiro largo, me gustaría practicar, nunca antes había usado un arco, pero siento que lo amo y que podría ser increíblemente buena.
Erika frunció el ceño y volteó a verla.
— ¿No lo crees hermana? — preguntó Liana, tomándola por sorpresa — también crees que seré increíble con el arco, ¿cierto?
Erika se quedó en blanco. Liana era una cazadora. La tía abuela le enseñó a cabalgar, también a usar un arco, todo desde los siete años. Lo sabía, pero no podía dejar a su hermana como una mentirosa delante del príncipe Hermes y el archiduque — claro — susurró — pienso que serás increíble.
Liana sonrió satisfecha — lo ha escuchado, alteza, ¿qué opina?
El aire parecía haberse detenido. De las cuatro personas en la mesa solo dos conversaban, no había espacio para más porque Liana interrumpía cualquier comentario que Erika quisiera hacer y conforme Fausto lo fue notando, se alejó de la conversación. El príncipe Hermes sonreía y de pronto, la conversación tomó un giro que Erika no vio venir.
— Se lo aseguro — dijo Liana — el archiduque Fausto cuidó de mi hermana todo el camino, lo hizo con tanta delicadeza. Me atrevería a decir que la ha cuidado como si fuera su más preciado tesoro.
Fausto apenas giró la cabeza. La sombra de una mueca crispó la comisura de sus labios — lady Liana… —advirtió en un susurro grave.
Pero Liana ignoró la advertencia, o peor, la saboreó. Continuó con la mirada fija en su copa de vino, agitando con elegancia el líquido como si sus palabras no estuvieran cargadas de doble filo.
— Recuerdo muy bien cuando nos detuvimos en un pueblo y no podía encontrar a mi hermana, mamá dijo que había ido a la biblioteca y de inmediato me preocupé, porque mi hermana jamás había dejado la villa y podría perderse — se llevó la mano al corazón — además, el archiduque y su caballero tampoco estaban. Salí del hotel corriendo y entonces, logré verla caminando por la calle en compañía del archiduque Fausto — giró la mirada hacia Erika — ambos conversaban y estaban tan inmersos en su propio mundo. Les hablé y ninguno me respondió, hermana, fue muy cruel de tu parte ignorarme.
Erika sintió que el aire alrededor se condensaba y no le permitía respirar libremente.
— Mi trabajo era cuidar de la prometida de mi hermano — dijo Fausto — lady Liana, lamento no haberle respondido, pero fue difícil considerando que usted se escondió en el callejón. Sir Sebastián la vio y me lo reportó.
Liana fijó la mirada en el rostro de Fausto y forzó la sonrisa — debió ser cuando mi doncella sufrió un mareo, ahora entiendo, fue por eso que no pudieron verme. Me preocupaba que estuvieran molestos, hermana, perdón por malinterpretarte.
Hermes observó en silencio, apoyado con gracia en el respaldo de la silla. Había seguido cada palabra y su rostro no mostraba ni agrado ni molestia, pero sus ojos estaban fijos en Fausto.
Fausto, por su parte, se irguió lentamente — lady Liana — dijo con voz clara esta vez — ciertos comentarios dichos a la ligera pueden prestarse a malos entendidos. Si desea pasar su tiempo en el castillo y su alteza lo aprueba, le sugiero recibir educación sobre cómo comportarse en la corte o qué tipo de conversaciones son aceptadas durante la hora de la merienda.
Liana ladeó la cabeza, fingiendo sorpresa — archiduque, ¿he dicho algo inapropiado?
— La forma correcta de referirse a mí, es “alteza”, lady Liana.
Hermes dejó su copa sobre la mesa con un leve clic — me retiraré primero, tengo un asunto urgente que atender, solo tenía unos minutos y me alegro de haberlos pasado con tan buena compañía — tomó una uva para comerla antes de irse — pueden quedarse a disfrutar del resto de la comida.
Los tres se pusieron de pie. Erika levantó la vista solo un momento, pero no dijo nada. Liana pareció decepcionada.
— ¿Tan pronto, alteza?
— La corte no espera — respondió con una sonrisa imperturbable — pero no se preocupen, volveremos a vernos.
Erika se despidió con una breve inclinación y hubo un silencio muy pesado hasta el momento en que la puerta se cerró.
Erika dio la vuelta y miró a Fausto — alteza, si me disculpa, necesito hablar con mi hermana en privado, por favor, podría disculparme con lady Ana. Regresaré a mis clases en cuanto pueda.
— Entiendo — dijo Fausto — con su permiso. Yo le informaré a lady Ana.
La segunda vez que la puerta se cerró, la mirada de Erika cambió drásticamente — ¿por qué hiciste eso?
Liana se sentó y le dio otro sorbo a su bebida — en la villa mamá no quería que probáramos el vino y no entiendo la razón, es delicioso.
Erika apretó los puños — Liana, hablo en serio, ¿qué es lo que pensabas?
— ¿Sobre qué?
Erika soltó un largo suspiro — le mentiste al príncipe, dijiste que nunca habías usado un arco y eso es una mentira, ¿por qué?
Liana dejó finalmente su copa — en realidad, las dos le mentimos — la miró con picardía — hace un par de minutos me seguiste el juego y cometiste la misma falta.
Erika no pudo creerlo.
Liana sonrió abiertamente — hermanita. Me miras como si creyeras que voy a ir con el príncipe para decirle acusarte de mentirosa. Puedes relajarte, lo que dije fue una estrategia, estoy atrayendo la atención del archiduque.
Erika frunció el ceño — ¿de qué forma?
— Usando a su hermano, ¿no lo viste?, es la primera vez que el archiduque me presta atención. Quizá no lo notaste porque a ti siempre te está mirando.
Erika frunció el ceño y preguntó: — ¿qué estás insinuando?
— Nada en particular, pero hermana, deberías ser más reservada, no está bien que coquetes con tu futuro cuñado.
Erika apretó los puños deseando decir quién había sido la coqueta, pero tuvo que contenerse y a manera de reclamo, se levantó — tengo que regresar a mis clases — se alejó y empujó la puerta para salir de ese lugar que la estaba asfixiando.
Talía entró corriendo, miró la mesa y sonrió — señorita, ¿podemos comer todo esto?
— Sírvete — sugirió Liana.
Erika regresó al estudio de lady Ana con el corazón latiendo muy rápido y una rabia que no podía sacar de su cabeza. Su hermana no se daba cuenta, o tal vez lo hacía y no le importaba.
— Tienes una mirada interesante — dijo lady Ana.
— ¿Cómo lo hace? — preguntó Erika — ¿cómo se enfrenta a los nobles y sonríe?, como si no le importara lo que dicen, o la forma en que la critican, ¿cómo mantiene esa mirada inexpresiva?
Lady Ana cruzó los brazos — siéntate. En primer lugar, debes manejar el peso correcto de cada cosa. Habrá eventos en tu vida que requieran toda tu atención y otros que deberán ser relegados para que no te consuman. Piensa que esta copa es tu cuerpo — dijo y tomó una de las copas que estaban sobre la mesa — y esta es la cantidad de pensamientos que puedes tolerar — la llenó de vino — si no aprendes a jerarquizar ni a entender la diferencia entre aquello que es importante y lo que no…
El vino se derramó sobre el mantel.
— La pregunta no es cuándo colapsarás, sino cómo lo harás. Una persona que ha rebasado su propio límite correrá hacia las llamas en lugar de huir de ellas.
Erika cerró los ojos e intentó controlar sus emociones, respiró profundamente dos veces. Entonces abrió los ojos y juntó las manos al frente — lamento llegar tarde, lady Ana.
— Descuida, puedes sentarte.
Dos días después el príncipe Hermes tomó un descanso dentro de su apretada agenda para mirar la galería en el norte del jardín. Era uno de sus lugares favoritos porque ahí estaba la colección de retratos de los anteriores emperadores y secretamente, imaginaba el lugar que ocuparía su retrato, en esa exhibición de arte.
Sir Gael, uno de sus caballeros de confianza se acercó — alteza, lady Liana pide permiso para entrar a la galería.
— Lo permito.
Pocos minutos después Liana corrió muy prisa, se paró junto al príncipe y le mostró una reverencia — ¡alteza! — lucía ligera y resplandeciente bajo la luz del día, con una sombrilla de encaje blanco sobre el hombro y una sonrisa dulce — ¿le molesta si lo acompaño?
Hermes dudó, pero finalmente asintió.
— Solo un paseo.
— Gracias. El palacio es tan vasto… que me hace sentir diminuta. En la villa todo es más sencillo, más... contenido — dijo ella, caminando con pasos pequeños a su lado. — Pero siempre he soñado con esto. Con fuentes de mármol, pasillos interminables y vestidos que arrastran las hojas caídas en otoño.
Hermes sonrió, apenas. — La vida en palacio no es un sueño, lady Liana. Es un deber. Y a veces, un precio.
— Estoy dispuesta a pagarlo — respondió ella con voz suave, mirándolo de reojo — porque sé lo que significa quedarse fuera. Sé lo que es observar desde lejos un mundo que siempre ha sido mío… por sangre, pero no por derecho.
Hermes volvió el rostro hacia ella, sorprendido por la intensidad de su confesión — no entiendo a qué se refiere.
Liana bajó la mirada — quizá, no debería decirlo, alteza, olvide que hice ese comentario — se giró y una piedra la hizo tropezar — ¡Oh! —exclamó Liana, cayendo hacia él.
Hermes fue rápido en sujetarla. Su brazo la sostuvo con firmeza, y por un segundo, los ojos de ambos se encontraron a escasa distancia.
— ¿Se encuentra bien?
— Sí... gracias a usted — dijo ella con una sonrisa temblorosa, sin apresurarse a apartarse.
Hermes la ayudó a ponerse en pie y retiró su mano con cierta torpeza. Pero Liana, aún con la mirada clavada en él, murmuró:
— Me alegra haber tropezado.
Era un intento de coqueteo muy descarado, pero también muy inocente, Liana, siendo tan joven, no se daba cuenta de lo transparente que era.
El esfuerzo desesperado de una joven por robar el juguete nuevo de su hermana.
Hermes lo notó desde el comienzo y la dejó seguir, intrigado por ver qué tan lejos estaba dispuesta a llegar.