G-ONCE Parte 4

1869 Palabras
A la hora del desayuno el conde Valmire tenía una gran sonrisa y estaba listo para compartir la buena noticia, su hermano se sentó junto a su esposa y Erika llevaba un vestido de color azul con una línea de encaje blanco sobre el pecho. Del otro lado de la mesa el barón se sentó y acomodó la servilleta para disfrutar de la comida. Liana suspiró — ¿por qué todos actúan tan extraños? — preguntó. Lady Elina le sujetó el brazo — recuerda comer en silencio, es un día importante — susurró y se acercó al oído de Liana para agregar — sé puedes comportarte. Las puertas se abrieron y Fausto entró al comedor — siento la tardanza — dijo y caminó hacia su silla. Su apariencia era terrible, se había quitado la chaqueta y llevaba una camisa blanca con dos botones desabrochados, tenía el cabello despeinado, un poco de paja en los pliegues del pantalón y pesadas ojeras. Erika bajó la mirada, si su padre o su tío se presentaran de esa forma en la mesa, su madre los correría inmediatamente y les recordaría la importancia de los modales y la etiqueta. Que el archiduque estuviera vestido de esa forma era muy desagradable. Intentó ignorarlo, pero en un escape de su mirada se encontró con los ojos del archiduque fijos sobre ella y recordó las palabras de su hermana. El conde Marius Valmire se aclaró la garganta y se levantó — antes de iniciar el desayuno… Fausto comenzó a comer. — El día de ayer el archiduque nos dio una excelente noticia — continuó el conde — pasado mañana partiremos con rumbo al castillo y después de tres semanas de preparación, celebraremos la boda de Erika con el príncipe Hermes — anunció. Erika levantó la mirada y a su lado, Elina la abrazó y le dio un beso en la frente. — Brindemos por esta noticia — dijo lord Cédric. — Justamente iba a proponerlo — dijo el barón y levantó su copa para que la llenaran. De prisa el mayordomo se adelantó para tener las copas llenas — también la del archiduque — agregó el barón — alteza… Fausto tomó la copa recién llenada y le dio un trago empujando la cabeza hacia atrás, entonces siguió comiendo y de reojo, miró a Erika. En teoría, ella era inocente. No estaba obligada a presentarse en el granero ni a dejarlo pasar una noche en vela sentado sobre el suelo, luchando contra el sueño y el recuerdo de que murió en ese mismo lugar. Sin embargo, cada vez que la miraba, Fausto la encontraba fuera de lugar. Erika intentó sonreír, pero al mirar a Fausto, la conversación del día anterior volvió a su mente y la idea de viajar al palacio para casarse tan prontamente, la puso nerviosa. Con la iniciativa de Fausto, que no había dejado de comer, los demás pronto dejaron los brindis y disfrutaron de la comida. Fausto fue el primero en terminar, pero se quedó en el comedor y continuó mirando a Erika. Su mirada se volvió tan obvia, que todos en la mesa la notaron. El barón se aclaró la garganta — excelente banquete, señores Valmire, si continúan alimentándome de esa forma, jamás querré irme — dijo, para aliviar el ambiente. Erika buscó la mano de su madre y después de unos minutos se disculpó y dejó el comedor. Fausto la siguió con la mirada. Después de apartarse un poco, Erika sintió que volvía a respirar y que su corazón latía a un ritmo tolerable. Más tarde y como era de esperarse, su madre fue a verla a su habitación para elegir las prendas que llevarían al viaje. Lady Elina sonreía mientras caminaba — es la mejor noticia que hemos recibido en años, ah, estarás casada en un mes, mi niña. Erika negó con la cabeza mientras abrazaba su almohada — es demasiado pronto, el viaje hasta el castillo toma una semana, tendré solo tres semanas para conocer al hombre con el que voy a casarme, ¿qué pasa si no soy de su agrado? Lady Elina dejó de revisar los vestidos y giró para verla — cariño, ¿no te has mirado en un espejo?, eres la niña más hermosa, el príncipe Hermes necesitaría ser un hombre ciego para no verlo. Erika suspiró — ¿y qué haremos si es ciego? Lady Elina intentó no pensar negativamente — su madre la emperatriz ya decidió este matrimonio y el príncipe es un buen hijo que la escuchará antes de tomar una decisión apresurada — subió las manos para atrapar el rostro de Erika — descansa, prepararemos el equipaje y pasado mañana comenzará el resto de tu vida — le dio un beso en la frente — confía en mí. Será perfecta. Erika suspiró. Después de dejar el comedor, Fausto subió a su habitación para lavarse la cara y cambiarse de ropa. El barón Elvore lo siguió y llamó a sir Sebastián — ¿qué fue lo que sucedió?, ¿dónde pasó la noche? — susurró y tras un mal presentimiento, le pidió con una seña a sir Sebastián que bajara la cabeza para susurrar — ¿con quién?, ¿es discreta? Fausto abrió la puerta — dormí solo. Si eso te tranquiliza — dijo y volvió a cerrar la puerta. El barón atrapó la puerta y entró a la habitación — alteza, me disculpo por mi tono, me preocupa un poco. Desde que llegamos — miró el pantalón que Fausto se había quitado y estaba lleno de paja — si pudiera explicarme lo que sucedió anoche. Alteza — insistió al ver que Fausto terminaba de vestirse y salía de regreso al pasillo — no puedo ser un buen consejero si no entiendo lo que le está pasando. — Salí a dar un paseo — respondió Fausto — encontré un granero y me quedé dormido. — ¡En un granero! — enfatizó el barón — pudiendo dormir en una cama con suaves sábanas, usted durmió en un granero. ¡Ahora todo tiene sentido! — agregó con sarcasmo. Fausto avanzó por el pasillo con paso decidido y se detuvo a medio camino — no la veo, averigua en dónde está — le pidió a Sebastián. Ya fuera su escolta o el barón, ninguno necesitó preguntar de quién hablaba Fausto. El barón suspiró — alteza, necesito decirle que me preocupa. Su atención sobre lady Erika se está volviendo muy insistente. — Tú y yo conocemos la situación en la corte — respondió Fausto — necesitamos observarla y saber si podrá con el cargo. Por eso es tan importante vigilarla. El barón estuvo a punto de decir que la “vigilancia”, se estaba tornando peligrosa, pero antes de que pudiera decir algo, Sebastián regresó para informar que Erika caminaba por el pasillo del otro lado de la villa. Fausto sonrió — buen trabajo — dijo y le puso la mano en el hombro a sir Sebastián. — De eso hablo justamente — dijo el barón, pero Fausto no lo escuchó. Aunque se suponía que debía descansar, Erika no pudo hacerlo, dejó su habitación y caminó despacio con una expresión deprimida. Aunque su mamá le dijera que todo estaría bien y que en cuanto llegara al castillo, el príncipe Hermes la miraría y su corazón quedaría flechado para dar inicio a un amor que duraría décadas en vida y quedaría grabado en los libros de historia por siglos y eras. Erika no era tan optimista. Teresa se inclinó hacia el frente — señorita, es su décimo suspiro. — Deja de contarlos — le pidió y suspiró. — Once. Erika dio la vuelta para encararla y vio a Fausto que caminaba al final del pasillo, al instante él también se detuvo y permaneció en esa posición, mirándola. Erika dio la vuelta — rápido — susurró — ¡ahora! — le dijo a Teresa y aceleró el paso. Muy rápidamente Erika avanzó por el pasillo y sintió la presión sobre los músculos de sus piernas en cada paso que daba, a su lado Teresa también aceleró. Pero debido a la extensión de las faldas, el peso del vestido y la diferencia en la zancada, Fausto se mantuvo cinco pasos atrás todo el camino. Sin mostrar el menor esfuerzo. Erika cruzó el jardín, fingiendo admirar las flores, pero sus ojos buscaban una salida. Fausto siguió el paso, atento a cada movimiento, deteniéndose cuando ella lo hacía. Erika acabó cansada y desistió de esa carrera sin sentido. Del otro lado Liana llevaba un ramillete de rosas, ya les había quitado las espinas y los pétalos marchitos para que fueran perfectas. Alzó la mirada y vio a Fausto. Su rostro se iluminó — archiduque, aquí — dijo al levantar el brazo, caminó de prisa y conforme avanzó, la escultura se movió revelando a Erika, que caminaba apenas unos pasos delante del archiduque. La sonrisa de Liana se esfumó — mentirosa — susurró. A diferencia de Erika que avanzaba rápidamente, Teresa estaba cansada, acababa de comer y sentía el estómago pesado, además… tenía frío. — ¿Desea que le traiga un chal, señorita? — preguntó Teresa, deseando ir por uno para ella también. — No, gracias, Teresa — respondió Erika, sin apartar la vista del sendero — solo… quédate cerca, por favor. Fausto dio un paso adelante, pero antes de poder acercarse, Liana apareció en su camino, acompañada de su doncella, Talía, quien llevaba un pequeño cesto con flores recién cortadas. — ¡Archiduque! — exclamó Liana, interponiéndose en su trayecto — ¿no es un día perfecto para pasear entre las rosas? Fausto, cortés pero impaciente, inclinó la cabeza — sin duda, lady Liana. Pero me temo que tengo asuntos urgentes que atender. Liana no podía perder la oportunidad — ¿le gustaría que prepare un ramo? — preguntó con picardía. Erika escuchó la voz de su hermana, giró la mirada y se aferró a su falda — Teresa, ¡ahora! — corrió hacia la fuente. — ¿No cree, archiduque, que las flores alegran cualquier ánimo? Quizá le vendría bien una — insistió Liana. Fausto notó la huida de Erika y, con rapidez, sujetó los hombros de Liana — le agradezco el detalle, pero debo disculparme — dijo, rodeó a Liana y continuó tras Erika. Liana frunció el ceño, ofendida, y se volvió hacia Talía — ¿viste eso?, ni siquiera me miró — murmuró, apretando la rosa entre los dedos. Talía sonrió con resignación — quizá hoy no sea su día, señorita. Podríamos intentarlo mañana. Mientras tanto, Erika logró esconderse detrás de una muralla y, desde ahí vio a Fausto detenerse en mitad de los jardines y mirar hacia todos lados. La había perdido. Ante toda la escena el barón Elvore frunció el ceño y levantó la mirada hacia el caballero a su lado — sir Sebastián, ¿usted entiende lo que está pasando? Sebastián negó con la cabeza — lo siento, mi lord. Fausto se quedó solo, respirando agitado, sintiendo no solo la frustración de la pérdida, sino la humillación. La culpa de todo la tenía ese sueño que no podía sacar de su cabeza y Erika, por actuar diferente y hacerle sentir que se había vuelto loco.
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