El comedor de la villa Valmire resplandecía bajo la luz de los candelabros. La mesa, larga y adornada con flores frescas, rebosaba de manjares. La familia ocupaba sus lugares y celebraba a los invitados de honor: el archiduque Fausto y el barón Elvore.
El conde Marius Valmire fue el primero en romper el silencio, alzando su copa con entusiasmo contagioso.
— ¡Brindemos por la futura boda de mi sobrina Erika con el príncipe Hermes y por la visita de su alteza, el archiduque Fausto!
— Excelente brindis — dijo lord Cedric — alteza, nos sentimos honrados con su visita.
Fausto cerró los ojos, el brindis estaba mal y el barón Elvore usaba una copa para esconder su risa.
Lady Elina intervino: — mi hija es una joven muy inteligente y sabia, llegado el momento sé que su presencia será un gran aporte para la corte.
Liana, deseosa de participar, se inclinó hacia adelante — Erika siempre ha sido la mejor en todo… incluso cuando…
Elina le sujetó la mano y la miró de forma severa — Liana, por favor, no interrumpas. Los adultos están conversando.
Liana apretó los labios y buscó la atención de Fausto — archiduque, me han dicho que el castillo es impresionante y que fue construido de espaldas al sol para que su sombra cubra toda la capital, ¿es verdad?
Fausto la miró; a diferencia de Erika, cuya actitud era lo opuesto al de su sueño, Liana actuaba igual y soltó un suspiro de alivio — es un lugar magnífico, lady Liana — dijo y tomó su copa para beber.
Fue difícil para Liana mostrar emoción después de una respuesta tan vaga y se limitó a sonreír.
Esa mañana y después del banquete, Fausto caminó por el jardín de la villa junto al barón Elvore y sir Sebastián Lores.
El motivo de su paseo; su sueño.
— No brindo por la salud del emperador — dijo Fausto, caminando lentamente y repasando todos sus recuerdos, cada momento, palabra y gesto que vivió el día anterior. De pronto, se detuvo y giró hacia el barón Elvore — no les dije que la boda será en un mes.
El barón suspiró — efectivamente, alteza. No lo mencionó.
Lejos de estar decepcionado, Fausto festejó — lo sabía, por eso el brindis fue diferente. Tiene sentido; si un elemento cambia, debe hacerlo el resto de la operación. Lady Liana no se cayó del caballo y no se lastimó el tobillo, y Erika — hizo una pausa — ella es la más extraña.
El barón frunció el ceño y miró a sir Sebastián Lores en espera de que él entendiera el flujo de pensamientos del archiduque.
— Desde el momento en que llegué a la villa, su actitud ya era diferente. Aunque, no lo entiendo — siguió caminando — dime, en tu opinión, ¿viste emoción en su rostro tras descubrir que se casará en un mes?
El barón parpadeó — sería difícil para mí detectar dicha emoción, alteza, siendo que usted no compartió esa información.
— ¡Cierto!, no lo hice — respondió Fausto, indiferente ante la idea de que se saltó la conversación más importante y siguió caminando.
El barón volvió a suspirar — sabe alteza, a veces los sueños pueden parecer tan reales que nos cuesta distinguirlos de la vigilia — habló con suavidad — sin embargo, siguen siendo una ilusión.
— Tal vez — dijo Fausto y respiró hondo. Las imágenes no podían salir de su mente, especialmente ese olor a rosas y piedra antigua, igual que en su sueño.
Sebastián sujetó el hombro de Fausto y se llevó la otra mano a la empuñadura de su espada en actitud protectora, después señaló uno de los arbustos.
Fausto le indicó que todo estaba bien, caminó al frente, se aclaró la garganta y dijo — lady Liana, puede salir.
Liana se levantó de un brinco, ruborizada pero divertida — ¿cómo me descubrió?, no importa, solo quería asegurarme de que no hablaran mal de mí — replicó, cruzándose de brazos con fingida indignación.
— Gracias por esa respuesta — dijo Fausto — a esta hora del día, podría decirme dónde puedo encontrar a lady Erika.
Liana dejó de sonreír — mi hermana suele salir al jardín a pintar. Si sigue por ese camino la encontrará.
— Muchas gracias mi lady, como pago, le daré ese baile que está esperando.
Liana se emocionó.
Del otro lado del jardín, Mirella le robaba miradas a Elric, un cargador que trabajaba en la cocina, ambos llevaban un par de semanas coqueteando y entre gestos y señas. Acordaron una cita en el granero.
El jardín de la villa Valmire estaba bañado por la luz suave de la mañana. Erika, sentada en un banco de hierro forjado, balanceaba un jarrón de porcelana con la mano izquierda mientras que la derecha, con delicadeza, deslizaba el pincel sobre la superficie, pintando flores azules en miniatura.
Fausto la miró desde la distancia, siguiendo la ruta que Liana le indicó, le hizo una seña al barón para que se quedara atrás, subió los escalones y acomodó la silla del otro lado para sentarse — espero que no le moleste mi compañía — dijo, con una sonrisa calculada.
Erika, alzó la voz — Teresa, ¿puedes venir, por favor?
La doncella apareció casi de inmediato, haciendo una leve reverencia. Fausto la reconoció al instante, era la mujer que fue interrogada por lady Elina durante la noche, después de la desaparición de Erika, la ropa era diferente, el peinado también, pero su rostro era el mismo.
Erika siguió pintando — aunque no me molesta su presencia, alteza, pienso que no debemos estar a solas — habló sin mirarlo — no me apetece estar junto a alguien que no teme difamar a otras personas.
Fausto supo que hablaba de su conversación y la mención del beso, pero esa no era una difamación, ella realmente lo besó y dijo algo muy extraño — ¿les gustan las carreras?
— ¿Perdón?
— Me preguntaba si le gusta correr.
Erika frunció el ceño — no, yo prefiero la poesía y la jardinería. Disfruto de los paseos, pero no de las carreras. Detesto la idea de azotar a un caballo para llegar a un sitio antes que otro.
Fausto se empujó hacia atrás, era el tipo de respuesta que daría una persona que no entendía el tema. Era como si ella no recordara lo sucedido el día anterior; peor aún, como si Erika Valmire se hubiera convertido en otra persona — ¿qué opina de su boda?
Erika soltó un largo suspiro — como mis padres le han dicho, somos una familia devota y respetaremos el itinerario de la familia imperial, en el momento en que ustedes lo consideren pertinente.
Fausto estaba algo perdido, en sus recuerdos ya les había explicado al conde y al resto de su familia que la boda sería pronto, le era difícil entender que esa conversación no sucedió. No, sí sucedió, pero todo el concepto era difícil de manejar.
Para continuar, decidió poner a Erika a prueba — hablo del contexto en relación a su compromiso, ¿qué opina de eso?, convertirse en la prometida del príncipe Hermes para evitar una guerra civil, ¿no le molesta?
Erika dejó de pintar y giró la mirada hacia Fausto — ¿a qué se refiere? — había genuina sorpresa en su rostro y sus dedos temblaban, se podía ver en el movimiento del pincel.
Fausto se inclinó hacia el frente y su mirada se tornó inquisitiva — usted me lo dijo, mi padre ya tenía acordado un compromiso para Hermes, uno que inclinaría la balanza a su favor y daría pie a una guerra de intereses entre él y la emperatriz. Pero mi madre fue más inteligente, anunció el compromiso entre mi hermano y usted. Una mujer sin inclinaciones políticas y apadrinada por el conde Valmire quien ha permanecido neutral desde hace varias décadas.
La expresión de Erika denotó sorpresa y tristeza.
Fausto lo encontró bastante molesto — fueron sus palabras, por favor, deje de actuar como si no entendiera lo que está pasando porque usted — la señaló — es la única que realmente sabe qué fue lo que pasó esa noche.
Teresa se asustó y dio un paso atrás.
Erika desvió la mirada, dejó el pincel sobre la bandeja y se puso de pie — mis disculpas, alteza, tengo que retirarme — dijo con voz cortada.
Lucía realmente herida.
Fausto sintió una punzada de culpa al verla marcharse “tú lo dijiste”, pensó. — ¿Por qué eres tan diferente?
Todos los demás actuaban como en su sueño. Solo Erika ponía a prueba su paciencia.
El barón Elvore subió los escalones — lady Erika se veía muy afectada, intuyo que no le dio la noticia de la boda. Alteza.
Fausto resopló con pesar — llama al conde Marius y a lord Cédric, les daré la noticia.
— Me alegra escucharlo, iré y los traeré en este instante — dijo el barón.
Fausto ladeó la cabeza. Sobre la mesa, el florero que Erika había pintado mostraba una escena compleja: montañas, un árbol y una mujer de espaldas mirando un lago. La imagen era tranquila, pero también nostálgica y le dejó algo en claro. La persona que pintó ese jarrón y la que caminó a un granero en llamas, no eran la misma.
El conde Marius Valmire y su hermano menor, Lord Cédric Valmire caminaban por el jardín para buscar a Fausto.
Él se puso de pie para recibirlos, al hacerlo, ladeó el florero ligeramente ocultando la pintura. Se aclaró la garganta — como saben, el motivo principal de mi visita es hablar sobre la boda entre lady Erika y mi hermano. Les informo que ya tenemos una fecha. En tres días partiremos de regreso al castillo, lady Erika tendrá una preparación de tres semanas y entonces celebraremos la boda — habló de prisa, muy diferente a como hizo en su sueño.
— Es una estupenda noticia — dijo Lord Cédric.
— Es excelente — interrumpió el conde.
Fausto asintió y dejó que el conde y su hermana conversaran sobre sus planes para la boda mientras comentaban sus deseos de una pronta recuperación del emperador.
— Alteza, todos esperamos que el emperador se recupere. Es un hombre fuerte y pronto lo veremos cabalgando por los jardines imperiales — dijo lord Cédric.
— Excepto que el emperador no cabalga — intervino el Conde y le lanzó una mirada a su hermano indicándole que se quedara callado.
Fausto apoyó los codos sobre la mesa y se cubrió el rostro, exhausto y confundido.