La agonía de tenerla entre sus brazos lo estaba matando. Ya habían pasado varias semanas, ella no quería estar con él, se rehusaba pues la primera noche no fue como ella lo pensaba. Aquel día sintió cosas que no quiso sentir, además de que la forma en que se dieron las cosas no fue de su agrado. Él había asesinado a uno de sus hombres, frente a ella, por siquiera haberle tocado el brazo.
—Ni se te ocurra tocarla. —masculló separando las palabras por sílabas, mientras le apuntaba a la cabeza con su Taurus 82S, calibre 38. Scott era de sus más fieles hombres pero a Ryan eso no le importaba, solo pensó en que alguien más quería tocar a su mujer—. Quitale las manos de encima o te aseguro que tú y toda tu puta familia hoy mismo terminarán bajo tierra.
—Ryan… Cálmate, hermano, no hay porqué reaccionar de ese modo. —le pidió el hombre, Ryan estaba sumamente alterado, le pidió que se callara pero el tipo no obedeció y, sin pensar que podía lastimar a Adele, le disparó a Scott entre las dos cejas, la bala atravesó el cráneo y golpeó a Adele, ella también sangraba en el brazo pero eso él no lo vio.
La sangre corría por el suelo, Adele, aun con el brazo ensangrentado, se agachó para limpiar pero él le pidió que se marchara, que sus hombres se ocuparían de aquello. Lo miró en silencio, unos minutos y se retiró. En la noche, pasadas las veintiun horas, él llegó a la habitación, con deseos de tocarla, de hacerla suya. Ella no quería, estaba indispuesta y esto pareció enojarle.
Pero más molesta estaba ella y con mucha razón. Ryan le había lastimado y ni siquiera tuvo la osadía de disculparse, lo que le decía que él no era de pedir perdón ni mucho menos de perdonar y lo constató cuando asesinó a uno de sus más fieles hombres, el más joven de todos. Si quería salir viva, debía hacer todo sin un margen de error o terminaría con un balazo en la cabeza, acompañando a Scott.
—Asesinaste a tu más fiel trabajador, me lastimaste a mí ¿y aun así pretendes que tenga sexo contigo como si nada fuera pasado? ¡Estás loco, Ryan! —chilló, pero él le tapó la boca con su mano, ella buscaba morderlo pero no lo logró—. No esta noche, no complaceré tus deseos hasta que te calmes.
—Adele… —alargó el nombre al verla levantarse de la cama y salir de la habitación. Ella caminó hasta la cocina y se preparó un té. Adele no tenía sueño, buscaba pensar en todo lo bonito que había vivido antes de ser secuestrada por ese rufián pero el sangriento recuerdo de la muerte de Scott permanecía latente en su cabeza. Él escuchó los ruidos en la cocina, supo que era ella, no había nadie más, se dirigió hasta allá y al verla de espaldas, le sorprendió.
Adele intentaba resistirse a sus caricias, no podía negar que aquel hombre era extremadamente seductor y atractivo. Ryan rozaba su firme erección al tiempo que besaba la clavícula de Adele. Ella se estremeció al sentir las manos de su secuestrador recorriendo su cuerpo por debajo de la ropa de dormir que vestía y que dejaba muchísimo a la imaginación. Una de las manos de Ryan bajó hasta su perla, le deseaba con ansias locas y no podía contenerse. Sus dedos jugaban con su clítoris, excitándola, calentándola.
Ryan le dio vuelta haciéndola quedar frente a él, la tomó y sentó en la isla. Ella, con sus manos, enredaba su cabello mientras este le besaba apasionado, deseoso de poder comérsela de pies a cabeza. La desvistió de la cintura para abajo, hizo de sus prendas retazos de tela inservibles. Adele lanzó su cabeza hacia adelante cuando la boca de Ryan se cernió sobre su perla y azotó su interior. Sus gemidos fueron más fuertes, apretó la cabeza de Ryan haciendo que su lengua llegara aun más lejos de lo que él podía. De su boca salió el nombre de Ryan seguido de monosílabos y algunos gritos ahogados.
—Grita, preciosa, quiero que grites. —le ordenó Ryan, en una muy breve pausa, introdujo de nuevo su lengua haciéndola delirar y cuando ya estuvo lo suficientemente humeda, la retiró. Ryan se levantó, se sacó la bermuda que vestía, el bóxer abultado le hizo tragar grueso.
Ryan no lo pensó una ni dos veces, le tomó de sorpresa al embestirla. Su espalda se arqueó al recibirle y con sus uñas, arañó la espalda de Ryan quien le besaba como fiera hambrienta. Aquello no era la consumación de un matrimonio, ni la fulana prueba de amor del noviazgo. Era sexo, rudo y salvaje, como a él le gustaba hacerlo. Se consideraba la versión moderna de Christian Grey y Adele sería quien comprobara aquella afirmación.
Ryan apretó su perfecto culo, comprobando la naturalidad del mismo, conforme aumentaban las embestidas. No tenía piedad ni compasión de nadie cuando se trataba de tener sexo. Sus manos viajaban a la velocidad de la luz por la espalda de Adele, y las largas uñas de ella dejaban en evidencia el deseo y la lujuria que sentía, marcando su espalda con fuertes rasguños. Adele mantuvo sus ojos cerrados, pidiéndole al universo que ese momento no terminara nunca. El sonido del choque entre sus pieles, lo prendió más de lo que ya estaba.
La tomó y la llevó a la cama, pero la mala suerte parecía acompañarles, especialmente a Ryan. En el preciso instante en que la tumbó en la cama, la puerta de la habitación se abrió. Los dos se separaron, él se enfureció, odiaba que le interrumpieran cuando estaba “laborando”. La mujer, que parecía ser de la limpieza le pidió disculpas y salió prácticamente corriendo apenas comprendió lo que podía ocurrir. Adele solo miraba en silencio y le pidió se calmara, pero este parecía sordo ante su petición.
—f*****g, hija de p…
—Cálmate, deja eso así, ya se fue. —susurró, halándole del brazo—. Ven aquí y terminemos esto.
Lo haló del brazo hacia ella, deseaba tenerle dentro de nuevo, sentirse suya. Él no se resistió a la dulce voz que usó Adele para hacer su petición. Ella ya estaba aprendiendo a conocerlo y dominarlo. Sus lenguas se unieron de nuevo en un voraz y hambriento beso. Sus noches no eran nada románticas, no debían serlo. Ella era solo la rehén de un peligroso criminal que la deseaba, que quería con ella todo lo que Christian Grey con Anastasia salvo el matrimonio y todo ese asunto. Él solo quería hacerla su mujer, no podía negar que tendría muchísimos beneficios si se unieran de manera legal pero él no quería eso. Solo deseaba darle sexo y del salvaje.
Le dio vuelta sobre la cama, ella se sujetó de las almohadas, Ryan la embestía con pasión y lujuria, le excitaba la forma en que ella gemía y gritaba su nombre, los pezones endurecidos de Adele le invitaban a probarlos, ella se levantó, quedando encima de él, se tocaba los senos incitándolo. Él entraba y salía con fuerza, apoyándose de la cadera de Adele, quien le devoraba la boca con besos de vez en cuando.
Ryan besaba el cuello de su mujer, marcando su territorio como lo hacen los animales. Se ocupó de besar cada centímetro de su cuerpo, no había espacio que no tuviera el sello de Ryan First. Cuando los dos llegaron al orgasmo, ella gritó su nombre y él gritó el de su mujer. Su nueva mujer. Permanecieron así unos minutos, luego él cayó sobre Adele en la cama, dejando caer todo su peso sobre su frágil cuerpo.
—Esto es, sin duda, el mejor sexo que hemos tenido en semanas. —susurró Adele, no podía negarlo. El tipo era bueno en lo que hacía. Él era su versión moderna de Christian Grey y ella, aunque no era sumisa, indudablemente era la Anastasia que él necesitaba. Él la miraba complacido, le gustaba escucharla admitir sus capacidades. Quería darle más, se sentía picado pero el hambre fue más fuerte que el deseo en esa oportunidad. Se sentía mareado y aprovechó para usar a Adele a su antojo—. ¿Te pasa algo, te sientes bien? —le cuestionó preocupada, él negó lento con un brazo sobre su cabeza—. ¿Qué sientes?
—Estoy como mareado, me siento mal... —contestó en una voz muy baja y dulce, una que solo ella apenas conocía.
—¿Dónde está el botiquín de primeros auxilios? —Él le señaló la puerta del baño, ella acudió a buscarlo prácticamente corriendo. Mientras ella sacaba el alcohol del botiquín, Ryan se masturbaba, imaginándola de enfermera. Cuando sintió sus pasos, le señaló con el dedo—. ¿Qué pasa?
—Tú serás mi enfermera. —le anunció, ella lo miraba sin entender a qué se debía el tema—. Mañana te iré a comprar el traje, tengo algo planeado para nosotros dos, ya verás. —Ella asintió sin comprender, ya le tocaba esperar hasta el día siguiente. Se acercó a él y con el alcohol, impregnó un pedazo de algodón, se lo colocó en la nariz y él comenzó respirar profundo. Al cabo de unos minutos, le pidió el favor de que le preparara algo de comer, ella no se negó, mantenía su plan de obedecer cada cosa que él le pidiera y así lo hizo.
Ella estaba en la cocina preparando la cena de Ryan, aunque le costaba enfocarse en lo que hacía. Su mente divagaba en los recuerdos de sus últimos años, los últimos minutos antes de ser secuestrada. Sin duda, estaba en su mejor momento, el mejor año de su carrera y ese rufián acabó con todo. Lo odiaba por destruirle la vida de tal manera, aunque la enloqueciera en la cama.
Ese hombre no sabía nada de ella, no tenía la más remota idea de los sueños que tenía por cumplir y de la nada vino a arrebatarle todo. Solo pensar en ello le hacía llorar, sin intención alguna, hizo un mal movimiento y la taza de vidrio del café se le cayó al suelo haciéndose pedazos. Ella se quejó, llorando aun más y se agachó a recogerlos. Ryan apareció casi inmediatamente, le pidió que dejara de hacerlo o se lastimaría pero ya era muy tarde. Un pedazo de vidrio se había incrustado en la mano derecha de Adele, Ryan lo sacó con cuidado y la sangre no tardó en salir.
Ryan buscó el frasco de alcohol isopropílico y el algodón en el baño de la habitación, ella gimió cuando él comenzó a limpiarle la herida. Susurró varios “lo siento” mientras la limpiaba sin apartar la vista de los ojos de su prisionera. En un intento de desviar sus pensamientos más morbosos, arrancó un pedazo de tela de su franelilla y le cubrió la herida. Ella lo miraba con una sonrisa que él jamás había visto, eso le cautivó.
—Tienes una muy bella sonrisa, Adele. —susurró, de pronto se encontraban en una cercanía muy peligrosa, pero ambos amaban el peligro—. Quisiera que sonrieras más seguido. —Aquel comentario borró la sonrisa de Adele.
—¿Sonreír? ¿Me estás jodiendo? —le preguntó de mala gana, Ryan se sorprendió de lo fría que fue Adele aunque la comprendía—. Tiene que ser un muy mal chiste.
—Mira, yo entiendo que tú…
—Tú no puedes decirme que me entiendes porque aquí la prisionera, la que está luchando por salir viva de esta mierda soy yo. —reclamó, apretando su mandíbula y apuntándole con sus dedos—. Ni siquiera sabes quien soy, no tienes idea de nada sobre mí.
Ryan no dijo nada, dejó que Adele se desahogara. Él sabía que pronto pasaría, que ella se estaba tragando muchas cosas y en algún momento explotaría. Típico de una persona con temperamento flemático. Ella le gritó que estaba en su mejor momento cuando él decidió secuestrarla, que era injusto todo lo que estaba viviendo, le insultó llamándole escoria, lastre, malnacido… Todo insulto que se le ocurriera se lo lanzaba y cuando fue a insultarlo de nuevo, él le calló la boca con un feroz beso dando entrada a la continuación del apasionante encuentro que tuvieron hacía menos de una hora. Aquel beso le cortó hasta la respiración. Era intenso, apasionado, hambriento, fogoso, deseoso. Él era un muy buen besador.
Ese beso fue el detonante perfecto para que Adele sacara sus demonios internos. Ryan la cargó y la sentó en la encimera de la cocina, se separó para admirarla antes de continuar, ella lo atrajo agarrándole de la nuca, enredó sus manos en su cabello besándole con pasión.
De pronto su mente se llenó de recuerdos con Brandon, no sabía porque pero los despejó de inmediato. No quería que nada la distrajera ahora mismo. Estaba muy excitada a causa de los besos de Ryan, él no tardó en acariciar su zona íntima y apretó su trasero. Posteriormente la acostó sobre la encimera sin dejar de acariciar sus muslos.
Ryan subió las piernas de Adele a sus hombros, su vágina estaba justo frente a él, le encantaba la vista. Era exquisito probarla, hacerla gritar de placer y no perdería la oportunidad de escucharla de nuevo. Ella deseaba sentir el contacto de los labios de Ryan con los suyos y al vivir la experiencia, soltó un fuerte grito de placer que prendió al hombre. Ryan comenzó a besarle con desespero, deseoso de seguir oyendo sus gritos y gemidos; ella le presionaba la cabeza para hacerle llegar más profundo.
Estaba al borde del éxtasis. Cuando llegó al orgasmo, se corrió dentro de la boca de Ryan. Él, ensimismado en su labor, saboreó el elixir que ella emergía. Supo que ya estaba lista para el siguiente paso. La levantó y la volteó contra la encimera de la cocina, de espalda a él. Rozó su m*****o en la entrada de su vágina, ella gimió y él le preguntó si lo quería dentro. Ella asintió.
—No, Adele, quiero que me lo digas. —le ordenó, con una voz gruesa y seductora.
—Ryan… hazme tuya… ahora. —soltó con mucho esfuerzo, su voz estaba quebrada. Él sonrió, excitado.
Acto seguido, la tomó de la cadera y lo introdujo en ella con calma, pero ella no quería calma. Ella quería violencia, intensidad, fuerza. Y se lo hizo saber cuando este le embistió un par de veces. La respuesta de él siempre era la misma “sus deseos son órdenes, princesa”. Y apoyándose de los hombros de ella, aplicó una mayor fuerza e intensidad en sus embestidas. Ella mantenía sus manos aferradas a la encimera de la cocina, justo frente a la isla donde le devoró con sus labios.
Adele pedía más conforme pasaban los minutos, Ryan tomó los erectos y jugosos senos de Adele entre sus manos, los manoseó y apretó sus pezones con deseo de morderlos. Le dio la vuelta para que ella quedara frente a él, la sentó en la encimera y la embistió de nuevo, violento como a ella le gustaba.
Adele gritó cuando Ryan mordió sus pezones, eso le excitó más. Él los besaba, entraban a la perfección en su boca, tenían el tamaño ideal para él. Ella, queriendo tomar el control le tomó la cara y le besó, enredando sus manos en el cabello de él.
Alguien toca a la puerta, interrumpiendo el momento. Ryan toma aire para no cometer una imprudencia. “¡No es posible!”, bramó él, molesto pues como es sabido detesta las interrupciones inoportunas. A decir verdad, para Adele tampoco es que sea muy agradable que les interrumpan siempre en la mejor parte. Ella le pidió que ignorara el llamado, sabía de lo que era capaz Ryan y prefería evitarlo.
—¿Y si es importante? —inquirió,
—Ya sabremos después, Ryan. —dice agarrándole del brazo para besarlo, impidiéndole que se mueva del sitio—. Además, ¿qué puede ser más importante para ti que el sexo?