1. La subasta
—En esta subasta, tú eres el diamante Hope, o mejor dicho, un huevo Fabergé —le dijo Greg a Yelena, tomándola del mentón—. No te preocupes, saldremos de esto —le aseguró él.
Ella asintió sin decir nada. Greg era como un rayo de luz en medio de la oscuridad que la envolvía desde hacía más de un año debido a su padre.
—Confío en ti, Greg. Sé que no permitirás que me hagan daño.
—Por supuesto que no —le respondió él, rozando apenas sus labios.
Yelena cerró los ojos ante la cercanía de él. Greg no se apartó tras ese leve contacto; al contrario, se quedó observando el rostro casi perfecto de la joven, sonriendo sutilmente ante su ingenuidad.
Greg Montelviere solo se apartó de ella al escuchar el sonido de pasos acercándose al cuarto.
El cuerpo de Yelena tembló al percibir que se alejaba, y vio la puerta de la habitación abrirse de golpe.
—Espero que la mercancía ya esté lista.
Greg asintió, halando sin ningún cuidado el brazo de la chica por el hombro.
Ella no dijo nada; se dejó hacer. Greg ya le había advertido que eso podría suceder, que no podría tratarla con condescendencia frente a los demás o no le permitirían quedarse a su lado.
El hombre que había entrado en la habitación la observó de arriba abajo como si fuera solo un trozo de carne. Uno de muy buena calidad, porque ella no solo se sintió incómoda, sino también desnuda bajo su mirada. A pesar de no ser su primera subasta, no podía dejar de sentirse nerviosa.
El hombre se dirigió a Greg en un idioma que ella no conocía, y ambos soltaron un par de carcajadas. Lo único que deseaba Yelena era zafarse del agarre de ese hombre y salir huyendo, pero eso era imposible, un sueño irrealizable.
“¿Pero de qué le serviría eso?”, pensó Yelena. Lo único que haría sería poner en peligro a Greg, el único en ese lugar en quien podía confiar. Ella solo tenía que ser paciente. Él encontraría la forma de sacarla de ahí y escapar juntos hacia una nueva vida.
“Si debo odiar a alguien, es a mi padre y a su nueva familia”, se dijo a sí misma, apretando los puños mientras se dejaba colocar un saco en la cabeza y ser llevada a otra habitación desconocida para ella.
Si su padre no se hubiera vuelto a casar y comprometido con esa mujer, no se habría endeudado ni se habría involucrado con gente tan peligrosa como los secuestradores que la tenían ahora, obligándola a pagar la deuda de su padre con su propio cuerpo.
—Camina, princesita, y no estés triste; eres la atracción principal de esta noche.
Ella tembló al escuchar esas palabras, especialmente al sentir cómo le quitaban no solo el saco que cubría su cabeza, sino también tiraban del diminuto vestido con el que estaba vestida, dejándola casi desnuda, así como el conjunto de encaje de ropa interior que llevaba puesto.
Su primer instinto fue cubrirse, pero le resultó imposible hacerlo, ya que de inmediato sus manos fueron esposadas por detrás y la empujaron al centro del escenario.
Las luces del lugar se enfocaron en ella, haciendo imposible que pudiera ver a las personas que la rodeaban. Sin embargo, podía sentir sobre ella las miradas lascivas y perversas de todos los hombres que estaba segura se encontraban en esa habitación.
La voz del hombre que se haría cargo de la subasta resonó, haciendo que ella cerrara los ojos, deseando que esa maldita noche terminara rápido.
Le había llevado todo un año a Ikal De Luca encontrar el rastro de quienes habían raptado a Yelena, pero finalmente la había localizado a unos metros frente a él en el escenario.
Las manos de Ikal se crisparon en un par de puños al verla casi desnuda. Sin embargo, tenía que serenarse; no podía perder el control. Gracias a su trabajo como el mejor agente de una importante agencia de la ONU enfocada en la erradicación del tráfico humano, se encontraba ahí.
Su trabajo lo mantenía alejado de su hogar y familia, y descubrir que su hermanastra era ahora una víctima y que el hombre a quien siempre había admirado era un vil integrante de la Cosa Nostra fue una sorpresa amarga.
Ikal confrontó a ese hombre una vez se enteró, siendo la primera y última vez que lo hizo, ya que después de proporcionarle todos los datos necesarios, el hombre desapareció como la rata que siempre había sido.
Ikal dejó de pensar en el pasado en el momento en que se estableció el monto de la primera puja. Lo único en lo que su mente pensaba era en ganar esa subasta y sobre todo emplear muy bien el dinero que había recolectado cobrando un par de favores. A medidas desesperadas, acciones desesperadas se dijo.
—Qué les parece si empezamos con 50.000 dólares — pueden verla, es toda una hermosura.
De inmediato las paletas de dos hombres se alzaron.
—Bien, quien dice 100.000 mil — a esos dos hombres se sumaron 4 más incluído Ikal.
Ikal no permitiría que nadie se quedara esa noche con Yelena, no si deseaba mantenerla a salvo.
Yelena, por su parte, sentía cómo su estómago se revolvía, la bilis subía hasta su garganta, pero sabía que no podía mostrarse débil. No había nada que excitara a esos hombres más que la vulnerabilidad de las mujeres por las cuales pagaban.
“Una noche más, no es nada”, se dijo a sí misma, mientras escuchaba cómo las cifras iban subiendo cada vez más. Entre más alto subiera la cifra por ella, más complaciente debía ser.
La puja finalmente se detuvo en 5 millones de dólares.
“Mierda”. El comprador debía ser un magnate o jeque árabe, algo así, ya que jamás nadie había pagado tanto por ella.
—Vendida al hombre de allá atrás — dijo el subastador —. Por favor, pase a liquidar la cuenta para que pueda llevarse a su mercancía.
Una mujer se acercó a Ikal, pidiéndole que la acompañara. Él siguió a la mujer hasta donde lo esperaba otro hombre, donde depositó un gran maletín de cuero en sus manos.
—La mujer es suya por una semana — dijo el hombre, sonriendo mientras pasaba los fajos de billetes por una contadora.
—Jamás creí pagar tanto por una mujer, pero esa hembra lo vale — dijo Ikal, sin salir de su papel.
—No se va a arrepentir, señor Balam. Solo tenga cuidado y no se vaya a obsesionar con ella.
Ikal notó un tono posesivo en la voz del hombre.
—Por supuesto que no, no hay finanzas que duren mucho pagando 5 millones de dólares por una semana con una mujer.
—En eso tiene razón, bien, ya puede pasar por ella. La tendrá por una semana; después de esa semana, uno de nuestros hombres la irá a recoger a la dirección que ha proporcionado con anterioridad. Señor Balam.
Ikal no volvió a hablar, simplemente dejó que lo condujeran a otra habitación donde aguardaría por la llegada de la mujer por la que había pagado 5 millones de dólares.
Yelena se encontraba ya vestida e impaciente, no por ser llevada frente al hombre que la había encontrado, sino esperando a Greg. No tardó en presentarse ante ella, mostrando un rostro preocupado. Ella corrió a sus brazos.
—Greg, qué bueno que estás aquí, no podía marcharme sin verte.
Él, como siempre, la tomó de los hombros viéndola a los ojos: —Por supuesto que vendría a verte. No podría dejar que te fueras sin decirte que soportes. Solo es una semana, un paso más hacia nuestra libertad, así que te pido que no cometas ningún error con este sujeto. Por la cantidad de dinero que pagó, dudo que me permitan acercarme al lugar donde te lleven.
—No te preocupes, haré todo lo posible por estar a salvo y no causarte problemas — le dijo ella, perdiéndose en un beso apasionado que terminó justo cuando la puerta de la habitación se abrió de nuevo para llevársela una vez más.
Esta vez no sería trasladada por los hombres de siempre. Fue llevada hasta una enorme limusina donde un hombre moreno, vestido de traje y con antifaz, la aguardaba.
Ella se sentó al lado del hombre con algo de desconfianza.
—Por favor, relájate — le pidió Ikal.
Ella tuvo que morderse el labio inferior para no responderle, lo que hizo que Ikal se inclinara hacia ella evitando que se lastimara.
—Por favor, no lo hagas — le pidió con voz ronca.
Una voz que la hizo tranquilizarse. De hecho, la cercanía de ese hombre hizo que alzara su mirada, encontrándose con la de él.
Su mirada no era igual a la de Greg; era la más intensa y oscura que ella hubiera visto hasta ahora. Una mirada que la hizo tranquilizarse.
—Por favor, créeme cuando te digo que no tienes nada que temer. Muy pronto serás libre.
Yelena cerró sus ojos justo en el momento en que él pronunció esas palabras, deseando, por primera vez en mucho tiempo, creer en las palabras de ese hombre.