Capítulo 41

2094 Palabras
Se decidió por el rompecabezas, que completo en la mesa de la cocina. No recordaba la ultima vez que se había pasado un día sin hacer nada. Sin embargo, sentía que estaba recuperando fuerzas mejor que en un balneario. Para comer, tomaron unos bocadillos de queso calientes y para cenar, una esponjosa tortilla francesa. Cuando el teléfono móvil empezó a sonar, ella hubiera querido apagarlo. De algún modo, aquel ruido hacia pedazos la ilusión de que aquel lugar era una isla secreta en la que nadie podía encontrarla. Por supuesto, la llamada era para Antonio. Sandra se levanto para salir de la habitación, pero él le indico la silla. Durante unos momentos, hablo con alguien que parecía preguntarle como estaba y adonde habían llegado las inundaciones. Cuando colgó, después de asegurar que todo iba bien, le pregunto a Sandra: -¿Quieres llamar a alguien? Ella pensó que las llamadas de negocios podían esperar, lo mismo que la de Hugh. Pero tal vez debiera de llamar a su madre. Esta Lindhust se podía poner algo enojada si pensaba que no le estaba dedicando toda la atención que merecía. -Es mejor que llame a mi casa y hable con mi madre. Su madre le explico que Hugh acaba de marcharse. Sandra le dijo que volvería a casa el jueves y que luego tuvo que soportar la perorata de su madre sobre lo mucho que le había costado encontrar un par de zapatos. Tengo que colgar - concluyo Sandra -.Me alegro de que hayas encontrado los zapatos - añadió. Entonces, colgó el teléfono y se disculpo con Antonio -. Lo siento mi madre habla demasiado. -¿Va todo bien? -Si. Se ha comprado un par de zapatos  y Hugh ha pasado a tomar el café con ella. -¿Tu madre se lleva bien con Hugh? -Mas que eso. Ella lo idolatra - explico Sandra, recordando lo feliz que se había sentido su madre el día que se anuncio el compromiso con Hugh. Sabia que se le rompería el corazón se lo dejaba-. ¿Que voy hacer? - añadió, mirándose la mano sin su anillo de compromiso -. No puedo pretender que no  ha ocurrido nada. -No, a menos que se te ocurra una excusa mejor por haber tira el anillo. Sandra no haba tocado las cartas que se había llevado a la cocina con el rompecabezas. Una baraja que era corriente. La otra era de cartas de tarot. No tenia ni ideas de como leerlas pero había un libro de instrucciones.  -Veamos si las cartas nos ofrecen una respuesta - dijo ella. Antonio la miro sorprendido-.Bueno, a mi no se me ocurre nada y tu no andas muy lejos. -A mí no me metas en ese juego.  Efectivamente, todo aquello era un juego. Sandra no era supersticiosa. Algunas veces leía el horóscopo y en algunas ocasiones había tenido sueños que aparecían poseer un significado oculto. Por eso, no esperaba que las cartas le indicara el camino. Solo era un juego. Y, a juzgar por las instrucciones, parecía muy complicado. -El primer paso es aprender el significado de cada carta por separado. La torre, significa ruina y traición. Pues vaya comienzo. Espero que vayan mejorando - comento ella, siguiendo las instrucciones.  Sin dejar de sonreír, prosiguió con a siguiente carta-. La muerte significa la muerte... Todavía le quedaban un montón de cartas. Aquello se basa en la casualidad. No significa nada pero pudo evitar que un escalofrió le corriera por la espalda. -No creo que quiera jugar a esto - concluyo ella, riendo algo forzada. -Las instrucciones decían que debes aprender lo que significa, no que te lo tomes todo personalmente - le dijo Antonio, mientras ella guardaba las cartas en la caja-.Háblame de algunos de los jardines que hayas diseñado. muy pronto, se sintió relajada de nuevo y le hablo sobre un jardín que estaba diseñando alrededor de un viejo molino de agua. Las horas pasar agradablemente e incluso los silencios parecían ser cómodos. No sentía que tuvieran que hablar todo el rato y, aunque era tarde y estaba cansada a ella no le apetecía irse a la cama. Más o menos a medianoche, Sandra se quedo dormida encima de un cojín. Solo se despertó cuando el la llamo. -Es hora de irse a la cama. -¡Dios mio! -exclamo ella, incorporándose. Estaba algo atontada por el sueño y, durante un momento, creyó  que él  iba a tomarla en brazos para llevarla  a la cama-.¿Cuanto tiempo llevaba dormida?. - Cinco, diez minutos. Necesitas descansar. -Sí. Hasta mañana. Una vez en la cama, Sandra no se durmió enseguida. Durante un momento, no pudo evitar pensar en lo  agradable que había sido  aquel día. Un día más y tendría que marcharse. Había dejado de llover. Sin embargo,  había estado a la intemperie  durante la inundación. Tal vez el motor no arrancara. Las bujías podrían estar  empapadas. Aquellos detalles podrían retrasar su partida. Tal vez, debería comprobar el estado del coche al día siguiente. Fue Antonio el que le hizo aquella sugerencia después de desayunar. -¿No crees que deberíamos ver como esta tu furgoneta? -Ya lo había pensado yo - respondió, muy a su pesar. El motor rugió  estupendamente en cuanto  lo  conectaron. Las  aguas  se habían retirado.  Ya no había nada  que la impidiera marcarse,  pero quería  aprovechar aquel último día y última noche. -Voy  a dar  un paseo. ¿Quieres  venir conmigo? -sugirió  ella.  -Claro - respondió  él-.  Pero  vas  a necesitar unas  botas de goma.  En uno  de los  armarios, había  varios  pares. Sandra encontró unas  que le servían  y un  impermeable. Entonces, se marchó con Antonio y con Bruno, el perro, a la zonas altas  que rodeaban el hotel. A pesar de su cojera Antonio caminaba con la agilidad de un atleta. Luego,  bajaron por una ladera hasta el pequeño puente.  La corriente del río seguida siendo fuerte pero las aguas  había bajados. Aunque se hubiera inclinado  sobre el muro, Sandra  no habría  podido tocar las aguas. Al mirar hacia abajo sintió la mano de Antonio en el hombro.    -No creerás...  -No creo que vayas a saltar, pero no quiero que vuelvas a perder el equilibrio. ¿Qué estás buscando? El anillo hace mucho que ha desaparecido.  -Lo sé. Si alguna sale a  la superficie, sé que será a kilómetros de aquí. Me quedaba un poco grande. Hugh quería ajustármelo, pero yo me negaba a separarme de él. Nadie, en un millón de años, se creería que lo he tirado.  -Pues bien te has encargado de contradecirles -dijo él, riendo.  En realidad, la situación no dejaba de ser cómica. Sin embargo, cuando Sandra llegara a casa, se convertiría en un asunto muy serio.  -Te echo una carrera de vuelta al hotel -dijo ella, corriendo sendero arriba. Las botas le impedían correr bien, pero seguía teniendo ventaja sobre un hombre con una sola pierna buena.  -No es muy justo -le gritó Antonio.  -Tu problema es que no puedes soportar la competencia -replicó ella-. Venga, Bruno te echo una carrera a lo alto de la colina.  El perro hecho a correr, salpicando barro por todas partes. Sandra resbaló un poco, pero era una sensación maravillosa volver a sentirse sana otra vez. Al llegar a la pequeña cima, se volvió a mirar a Antonio mientras Bruno correteaba a su alrededor. Estaba haciendo el signo de la victoria cuando Bruno se abalanzó sobre ella y la tiro al barro.  -¿Qué ha pasado ahora con tu orgullo -preguntó Antonio riendo, cuando llego a su lado.  -¡Cállate! ¿Le has enseñado tú a hacer eso?  -¿A tirar a las mujeres al barro? Claro que no -replicó él, sin dejar de reír. La ayudó a levantarse.  -Gracias. Entonces, ella le puso las manos en la cara cubriéndosela de barro. Hubieran podido enzarzarse en una pelea como las de bolas de nieve. A ella le habría encantado tirarle barro y reír entre gritos. Durante un segundo, acaricio la idea de frotarse contra él para cubrirle la ropa de barro pero entonces él dijo:  -Un movimiento más y no podrás utilizar el cuarto de baño la primera.  -Y yo que pensaba que eras un caballero.  -Nunca habías pensado eso.  -No, es cierto. Y, en cuánto a ti -dijo Sandra, refiriéndose al perro, que estaba jadeando con la lengua afuera como si estuviera sonriendo-, no sé de que estás riendo teniendo en cuenta la pinta que tienes. Ademas, tú si que no te vas a meter en el cuarto de baño antes que yo.  Ya en la cocina, Sandra se apoyó contra la pared para poder quitarse las botas. Como estaban cubiertas de barro, no podía agarrarlas bien.  -Deja que te ayude -dijo Antonio, quitandole una después de la otra.  -¿Se supone que ahora te tengo que ayudar a quitarte las tuyas?  -Tengo que limpiar primero a Bruno. Tú ve a lavarte y ya te diré después si hay algo que puedas hacer por mí. -bromeó él, mirándola de un modo algo lascivo, como un villano de melodrama.  -Eso será en tus sueños -replicó ella, dirigiéndose sin dejar de reír, al cuarto de baño.  Las botas y el impermeable le habían protegido la ropa pero, como tenía barro en el pelo, se duchó otra vez. Cuando salió, tenía la piel luminosa, no solo por el ejercicio sino también por una cierta excitación interior.  Se puso las braguitas y el sujetador y encima una bata de satén color crema. Se vestiría más tarde, cuando tuviera el pelo seco. Como estaba goteando, se puso una toalla en la cabeza.  En la cocina, Bruno presentaba un pelaje cuidado y brillante y Antonio tampoco estaba cubierto de barro se había quitado las botas de goma y, o había usado otro cuarto de baño o había metido la cabeza bajo el grifo del fregadero.  Sandra se sentó delante del fuego, se quito la toalla de la cabeza y se sacudió el pelo. El fuego ardía alegremente y le calentaba la cara y la parte del pecho por dónde se le abría la bata.  Ella sonrió a Antonio. Entonces, él se acercó y se arrodilló a su lado. Ella sabía que le quitaría la toalla de alrededor del cuello y cerro los ojos, dejándose llevar, sintiendo los dedos de él a través del grosor de la toalla, relajándola... La sensación era tan agradable que Sandra se sintió flotar.  -¿Crees que esto es buena idea? -dijo él, de repente.  Aquella palabras la hicieron reaccionar. Al abrir los ojos, vio que la bata se le había bajado un poco, sobre los hombros y, rápidamente, se la subió.  -Casi me había quedado dormida otra vez. Debe de ser el aire de por aquí -respondió ella, hablando por hablar. Luego se paso las manos por el pelo-. Bueno, ya está casi seco. Ahora creo que me lo podré peinar un poco. Supongo que el tuyo se seca solo. ¿No? Esa son las ventajas de tener un buen corte de pelo. ¿Quién es tu estilista?  -Estás bromeando, ¿no?  Ella se hecho a reír como si así fuera. Pero, al llegar a su habitación supo que aquello no había sido una broma. Se había dejado llevar por los caminos de la seducción sin ni siquiera protestar o resistirse. ¿Cómo podía ella culpar a Hugh y a Susan cuando ella misma hubiera actuado de modo similar? Sólo habría sido, como hubiera dicho Antonio, una alteración temporal de las hormonas. Una aventura. Mucha gente se dejaba llevar pero ella, desde que se había comprometido con Hugh, ni siquiera había mirado a otro hombre.  Sandra decidió que no podía quedarse allí otra noche. Estaba suficientemente fuerte como para conducir. Otra noche en aquel lugar podría suponer una terrible equivocación. Tenía que irse a casa enseguida.  Cuándo se hubo vestido y hecho sus maletas fue a la cocina.  -Es mejor que me marche. No puedo permitirme pasar tanto tiempo sin hacer nada.  Antonio no pareció ni preocupado ni sorprendido. Le dijo que se alegraba de haberla conocido y juntos, se dirigieron a la furgoneta. El hombre y el perro la acompañaron hasta que logró sacar el vehículo hasta la carretera principal. Entonces, los dos se bajaron.  -Conduce con cuidado -dijo Antonio.  Cuando ella se volvió a mirarlos por última vez, habían desaparecido y se dio cuenta de que ya estaba echándolo de menos. Estuvo a punto de detener el vehículo y correr hasta alcanzarlo, pero sabía que aquello sería una locura. Piso bien el acelerador y se obligó a tranquilizarse. 
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