-Y yo que pensé que eras un delincuente.
-No andabas muy descaminada - dice Antonio.
-Y yo estaba convencida de que estabas huido.
-Hay todavía estabas más cerca.
-¿De quién?
-Supongo que una buena confidencia se merece otra -admitió él, mientras Sandra lo escuchaba con atención-. Hace seis meses uno de mis amigos resultó muerto. Llevábamos en el mismo equipo durante algún tiempo y yo intenté ayudar a su compañera. La ayudé a resolver el tema financiero, le di un hombro en el que llorar, ese tipo de cosas. Pero lo que yo no había esperado es que ella decidiera que yo era el sustituto de Alan para muchas otras cosas. Me dijo que era yo el que siempre le había gustado, aunque nunca antes se había permitido admitirlo. Cómo ya no había nada entre nosotros, sabía que Alan se alegría mucho por los dos.
-¿Y a ti no te alegró?
-No. Yo intenté mantener la calma y las distancias y entonces, esto -explicó él, señalándose la pierna-. Detuve la bala de un franco tirador. La idea de que Angela me secara el sudor de la frente mientras yo me convalecía no estaba en mi agenda. En lo que a ella respecta, estoy en una lancha flotando alrededor de una isla Griega.
-Y en vez de eso, estás escondido en una hotel que se encuentra cerrado.
-Pero es legítimamente. El dueño soy yo. Era exactamente lo que necesitaba. Estar lejos de todos y de todo, un lugar en el que no necesitara ver a nadie, en el que no tuviera que hablar con nadie. ¡Maravilloso! Y entonces, veo tu furgoneta y a ti en el puente con el cuerpo casi encima del río. Y por eso pensé que no eras más que una suicida que pensaba que su mala suerte era el final de mundo.
-Siento que seas tú el que me haya atendido para escuchar los asares de mi vida.
-Los he oído mucho peores.
-Cómo la tuya -bromeó ella-. Ha debido de ser horrible para ti. Huir de una mujer que está deseando devolverte tu... ¿virilidad? -añadió ella, contemplando su esbelta musculatura, que tenía encima una fuerte carga s****l.
-Tienes un sentido del humor algo perverso.
-¿De verdad? Entonces, tengo que intentar controlarlo.
-¿Por qué ibas a hacerlo? Te sienta bien. Les va a tus ojos.
-Cuándo salga de aquí, no me creeré nada de esto -dijo ella, riendo-. ¿Cuánto tiempo falta para eso?
-Podrían pasar un par de días antes de que un coche pueda pasar, pero con una llamada telefónica podrías conseguir un barco.
Aquello significaba que tendría que dejar allí su furgoneta y volver por ella más tarde. Había hecho aquel viaje siguiendo sus impulsos. Había decidido visitar una exposición sobre jardines de invierno en la que había podría podido ponerse en contacto con proveedores que hubiera utilizado después en sus diseños.
Le encantaba su trabajo, pero en aquellos momentos, la idea de permanecer allí le resultaba de lo más tentadora. Había recibido un duro golpe y le llevaría algún tiempo recuperarse.
-¿Puedo? -preguntó ella, tomando la cafetera.
-Por supuesto.
-¿Puedo...? -replicó ella mientras se servía café-. Es decir... ¿te importaría quedarme aquí hasta que pudiera pasar con mi furgoneta? No estoy segura de encontrarme bien todavía.
-Será un placer que te quedes.
-Gracias.
De repente, Sandra tuvo la sensación de que algo transcendental ocurriendo. Era como si hubiera abandonado la autopista que era su vida para adentrarse por un sendero entre los bosques, oscuros y profundos, llenos de sombras en las que el peligro no dejaría de acecharla.
Sandra no había tomado una decisión que fuera a cambiarle la vida. Todo lo que estaba haciendo era tomarse un respiro. Hasta el jueves, iba a dejar a un lado todos sus problemas.
No subiría a la habitación que había compartido con Hugh por nada del mundo, pero, allí abajo, le parecía que había llegado a aquel hotel por primera vez y que se había encontrado otro huésped con una personalidad compleja y fascinante.
-¿Qué hay ahí? -preguntó ella, señalando una puerta.
-¿Por qué no vas a verlo tu misma?
Al otro lado había una despensa y un congelador bien provistos. Al cerrar la puerta del congelador Sandra dijo:
-Con todo eso podrías aguantar aquí durante meses. ¿Cuánto tiempo piensas quedarte?
-Unas cuántas semanas.
-¿Y no te aburrirás?
-Así puedo ponerme al día con la lectura y escribir un poco. La semana que viene tal vez encienda la radio. Dentro de un mes debería estar deseando marcharme.
-¿Qué te parece si nos tomamos un poco de sopa ante de dormir? -sugirió ella, mirando las latas de sopas que tenía alineadas en la despensa-. Con todo esto, podría preparar una sopa como no la has probado nunca.
-De acuerdo.
Como preparar la sopa no le llevaría mucho tiempo, Sandra decidió ir al salón y seleccionó un par de libros de unas de las estanterías. Uno de ellos era una novela victoriana romántica y uno de Ed McBain.
Las contraventanas estaban abiertas en aquella habitación. Encima de la mesa, había un procesador de texto por lo que ella decidió que era allí dónde Antonio trabajaba. Por ello, decidió irse con sus libros a otra parte. No quería molestarlo. Terminó tumbada en su cama, leyendo el de Ed McBain, pero después de un rato se marchó a la cocina. Allí se estaba más caliente y podría sentarse tranquilamente en el sofá.
Sin embargo Antonio estaba tumbado allí con la cabeza apoyada en los brazos y los ojos cerrados.
Cuando ella abrió la puerta, él abrió los ojos.
-Me preguntaba dónde estarías -dijo él, como si se alegraba de verla.
-He encontrado algunos libros.
-¿Quieres saber cómo acaba?
-Ni se te ocurra. Pero te apuesto algo a que no puedes decirme como acaba este.
La novela victoriana, encuadernada en piel verde algo deslucida, titulaba surgió como una flor. Estaba llena de ilustraciones con lánguidas damas y caballeros de poblados bigotes.
-Es una buena elección para una jardinera -dijo Antonio-. Seguro que acaba en lagrimas. Eso era lo que le pasaba habitualmente a las damas victorianas que surgían.
-Eres un sabelotodo -replicó Sandra, sentándose en sofá para ponerse a leer.
Tomaron la sopa, que era de marisco, una lata de carne de cangrejo con sopa de tomate, sopa de guisante, caldo de pollo, nata, y, cuando estuvo bien caliente, un generoso de jerez.
-Interesante -dijo Antonio-. Si tu diseño de jardines no te sale bien, podrías convertirte en una interesante cocinera.
-Mi negocio va estupendamente -replicó Sandra, indignada-. Estoy apunto de convertirme en un nombre reconocido dentro uno o dos años. Y nunca he querido dedicarme a otra cosa. Siempre he tenido un toque especial para las plantas -añadió, extendiendo las manos, que sentía raras sin su anillo-. Cuando mi padre vivía, teníamos un jardinero. Él me enseñó a escoger las plantas, el lugar donde crecerían mejor y me permitió hacer trabajos de jardinerías esporádicos. Siempre supe que disfrutaría más con la jardinería que otra cosa. Sin embargo, algunas veces soñé con hacerme abogado y trabajar en el bufete de mi padre.
-¿Y por qué no lo hiciste?
-Porque la única razón hubiera sido que habría estado trabajando con Hugh. Su padre y el mío eran los socios fundadores. Era solo una ilusión. Ningún otro trabajo me habría dado la satisfacción que consigo con diseñar jardines. ¿Tienes jardín?
-Tengo una casa en la ciudad con un patio.
-También se me da bien los patios, podría diseñar el tuyo
-Dice eso porque no has visto mi patio.
-Los diseñadores de ropa deben mirar a la gente e imaginarse como vestirlos. Mentalmente, planeo jardines para la gente que conozco. Tal vez el tuyo tendría que llevar algo de acero inoxidable -comento ella, riendo.
-¿Cómo?
-O tal vez pizarra y buenos herrajes.
-¿Sin flores?
-Todavía no he llegado a las flores. No consigo pasar a través de un montón de follaje n***o.
-Me parece que me estás tomando el pelo.
-Nunca te prometería un jardín de rosas -dijo ella. Efectivamente, había estado bromeando.
-¿Y que diseñaste para Hugh? -preguntó él.
Sandra había deseado que él no le hiciera aquella pregunta. En su primera ensoñación con Hugh, se lo había imaginado caminando con ella por una avenida con altos arboles que se dirigía hasta un mirador encima de una colina. Hugh había sido el hombre de sus sueños.
-Si alguna vez lo hice -dijo ella-. hace tanto tiempo que se me ha olvidado. Y tú, ¿cómo empezaste? ¿Qué te hizo buscar desgracia con la que escribir?
-Estaba de vacaciones, en las laderas de un volcán que todos creían inactivo. Pero no fue así. De repente, estallo y yo le venid mi testimonio a una agencia de prensa. Ahora tengo muchos contactos y contratos. Me envían y yo voy. Y, la mitad de las veces, juraría que los problemas están esperando a que yo llego.
-Estoy segura de que podrías hacer que un volcán entrara en erupción solo con plantar tu tienda. Si diseñara tu patio, lo haría a prueba de incendios.
Sandra se hecho a reír. Cuando sus miradas se cruzaron, pareció que una chispa saltaba entre ellos. Ella no pudo evitar echarse atrás y apartar la mirada.
Antonio se levanto de la mesa y recogió los platos para llevarlos al fregadero. Sandra, que había estado muy animada toda la noche, se sintió de repente muy cansada.
-Estoy canalada- dijo ella, sin poder reprimir un bostezo-. Creo que me voy a marchar a la cama.
-Hasta mañana. Vamos- añadió, refiriendo se al perro.
El animal se dirigió a la puerta mientras él se ponía unas botas de goma y tomaba una linterna.
-¿Vas a llevarlo a dar un paseo? - pregunto ella. La respuesta era tan evidente que él no contesto-¿Que tal tiempo hace? -Cuando Antonio abrió la puerta, ella fue a mirarlo por sí misma. No había ni una luna ni estrellas ni luz alguna aparte de la de la linterna. Sin embargo, había parado de llover y parecía que las aguas habían empezado a bajar-. ¿Puedo ir con vosotros?
-No -respondió él.
-No me llevará ni un minuto ponerme un abrigo y cambiarme de zapatos.
-No -insistió él, siguiendo al perro afuera.
Sandra dejó que la puerta se cerrara. ¿Acaso no acababa de decir lo cansada que estaba? Había pasado bien el día y estaba segura de que, tras dormir profundamente otra noche, se sentiría estupendamente al día siguiente.
A pesar de lo que le esperaba dentro de meno de tres días, ella no podía evitar sentirse tan bien. Sabía que, mientras estuviera allí, no volvería a tener pesadillas sobre Hugh.
Cuando se despertó, el primer pensamiento de Sandra fue sobre Hugh y Susan. Enseguida, notó el olor del desayuno y saltó de la cama. La vista que se veía desde la ventana era desoladora, todo barro y cielos plomizos pero eso no impidió que se dirigiera al cuarto de baño para ducharse y lavarse el pelo. Luego se puso un par de pantalones negros y un jersey de cachemir. Hugh seguía sonriendo desde la fotografía, colocada encima de sus cosas. Tal vez hubiera hecho mejor en romperla en pedazos que en tirar el anillo. Sin embargo, a pesar de todo sus problemas, no podía evitar sentirse alegre.
-¿Un huevo o dos? -le preguntó Antonio.
-No suelo desayunar mucho -respondió ella. Solo tomaba un café y cereales. Pero, entonces, se dio cuenta de que no tenía prisas ni horarios. Lo único que tenía que hacer era ponerse fuerte para cuando tuviera que marcharse-. Un huevo, por favor.
-Y jamón. Este lugar es famosa por sus huevos y su jamón.
-¿De verdad?
-¿Te he mentido alguna vez?
-Nunca -dijo ella-. Pero me apuesto algo a que lo haces cuando juegas al póker.
Los huevos con jamón estaban deliciosos. Después de desayunar. Antonio se fue a su escritorio mientras Sandra se relajaba al lado del fuego de la cocina leyendo sus libros.
A media mañana, preparó algo de café y le llevó una taza al tiempo que devolvía la novela victoriana a la estantería.
-Efectivamente acabó en lágrimas. No pienso leer otro de esa estantería. -Antonio abrió un cajón del escritorio. Contenía juegos, rompecabezas y dos barajas de cartas-.Por el excelente programa de ocio que tiene este hotel, debería tener por lo menos tres estrellas -protestó ella.