Capítulo 42

2056 Palabras
Para cuando llegó a la casa que compartía con su madre, todavía no sabía como se enfrentaría al tema de Susan. Sin embargo, sabía que no dejaría a Hugh solo por una aventura. Si mantenía la calma, todo saldría bien. Hugh la amaba tanto como ella a él.  Su madre, vestía con un impecable traje tipo chanel y el pelo, de color rubio ceniza, muy elegantemente peinado, salió al vestíbulo en cuanto Sandra abrió la puerta.  -No te esperaba hasta mañana. -dijo ésta, feliz de ver a su hija. -Bueno, pues aquí estoy.  -Estoy segura de que has vuelto porque estabas deseando ver a Hugh. ¿Sabes que estás aquí?  -No. -Entonces, tienes que llamarlo por teléfono.  Sandra había decidido no ponerse en contacto con Hugh hasta que supiera lo que iba a decirle. Sin embargo, su madre se le adelantó y tomó el teléfono. Pero Sandra se lo quitó y colgó enseguida.  -Tengo que deshacer las maletas y algunas cosas de las que ocuparme. En este momento, no tengo muy buen aspecto, así qué, primero me organizaré y lo llamaré mañana por la mañana. Hasta entonces no me esperaba.  -¿Quieres decir que ni siquiera vas a decirle que ya estás en casa?  -Exactamente.  -¿Va todo bien? -pregunto ésta, frunciendo el ceño.  -Claro.  Entonces, fue a sacar sus maletas del coche y las subió a su habitación. A pesar de que últimamente había empezado a compartir el apartamento de Hugh, aquel cuarto había sido su dormitorio desde antes de nacer. Pensó qué, tal vez, nunca podría volver a tumbarse en la cama de Hugh sin pensar en el que Susan había estado en aquel lecho con él.  Muy triste, se tumbó en su propia cama. Tal vez si durmiera un poco podría ver el asunto como más claridad. Estaba confundida y no tenía a nadie en quién confiar.  Su madre se pondría del lado de Hugh. Ya se encargaría Esta de encontrar una excusa. La mayoría de los amigos de Sandra culparían a Susan, que era famosa por su afición a los hombres. Sin embargo, Sandra, una persona muy reservada, se echaba a temblar ante la idea de formar parte de los cotilleo de la gente. Oyó que la puerta del vestíbulo se cerraba. Probablemente su madre había salido. Después de aquello, debió dormirse porque el timbre la despertó. Al ver que nadie contestaba, Sandra se decidió a bajar. Al abrir la puerta, vio que era Hugh. El corazón le dio un vuelco. -Hola, cariño -dijo él, antes de que ella pudiera hablar, mientras cerraba la puerta -.¿Que es todo esto de no querer decirme que estabas en casa? Evidentemente, había sido su madre. Entonces, él la estrecho entre sus brazos. Hugh era mayor que Sandra pero pudiera haber pasado por ser de su edad por su picara sonrisa. -Te perdono - añadió él-. Pero solo si no vuelves a marcharte. No ha habido un minuto, ni de noche ni de día, en el que no te estuviera echando de menos. -¿También en la cama? - le espeto ella, sin poderlo evitar -.Regrese a casa. Te vi con Susan. Hugh se encogió como si le hubiera dado un golpe. El rosado color de su piel se volvió blanco. Durante unos segundos, los rasgos de su rostro perecieron tensarse y envejecer. -Oh, Dios -exclamo él, cubriéndose la cara con las manos -. Lo siento, lo siento. Lo siento tanto. Ella no haba querido soltarse lo de aquella manera. No quería perderle pero tampoco podía olvidar. Al ver que ella no decía nada, él dijo muy humildemente: -Te amo con todo mi corazón. Nada mas que a ti. Sandra recordó la primera vez que le había dicho que la quería. Habia sido después de un baile de Semana Santa, cuando la llevaba a casa en su coche. Cuando Hugh le declaro su amor y le pregunto que si quera casarse con él, a Sandra le pareció que todos sus sueños se habían hecho realidad. Hugh, el único hombre que ella amaba , le había dicho que ella era la mujer de su vida. -Lo que paso con Susan no volverá a ocurrir - decía él -.No significó nada. Como sabes me ocupo de su contrato de alquiler. Tenia los papeles en casa, en mi casa y ella vino a examinarlos. Tu telefoneo sonó en el dormitorio y yo fui a contestarlo. Era una llamada de negocios para ti. Yo lo anote. Entonces, Susan entro y estaba... bueno, ya conoces a Susan. Sandra había visto el vestido rojo sobre la alfombra del salo antes de subir al dormitorio. Durante un instante, le había parecido sangre. Luego a través del espejo, había visto la cama. -Así qué, ¿me estás diciendo que todo fue culpa de Susan? ¿Es que tú no pudiste contenerte?  -No, claro que no. Fue culpa mía. Me comporte de un modo irresponsable y hubiera hecho cualquier cosa en el mundo por no hacerte daño. Por favor, Sandra, créeme. Te prometo que no volverá a ocurrir nunca. Nunca Él intentó acercarse a ella, pero Sandra dio un paso atrás. No podía arreglarse de aquel modo.  -Necesito tiempo para pensar -dijo ella-. ¡Qué mundo tan extraño! Mientras he estado fuera he conocido a otra persona. -añadió ella. Hugh volvió a tensar los labios pero, casi enseguida sonrió-. ¿Es que no me crees?  -Creo que cualquier hombre flirtear contigo, si le diera la oportunidad. Además, tú tienes todo el derecho a estar enfada conmigo. Me he comportado de un modo egoísta. Pero ya sabes que Susan no significa nada. Yo siempre estaré enamorado de ti. Estamos hechos el uno para el otro, para estar juntos...  -susurró él.  -Pues esa noche no. Ni en muchas otras más -le espetó ella, abriendo la puerta principal -Lo siento -dijo él.  Se disculparía muchas veces y cada vez, la resistencia de Sandra iría debilitándose, pero no estaba dispuesta a rendirse tan fácilmente.  Cuando oyó que el coche se marchaba, se sentó en la escalera. Su madre esperaría encontrar a Hugh allí, con ella como un par de tortolitos. Cuando viera que su hija estaba sola, Sandra le tendría que dar una explicación. Y ahí empezarían las discusiones y las acusaciones.  Ella anhelo la magia del pequeño hotel, aislado del mundo. La única persona con la podía hablar de todo aquello era Antonio. Tenía el número de su teléfono móvil y, además, había dejado una tarjeta con el número de su casa y el de su despacho en la encimera de la cocina. Tal vez, él la llamaría alguna vez, pero no podía esperar. Necesitaba hablar con él.  Se sentó en la cama y marcó el número. Sólo tuvo que decir > para que él la reconociera.  -¿Qué tal va todo?  -¿Sabes quién soy?  -Claro que sí. Iba a llamarte yo. ¿Va todo bien? ¿Cómo explicaste lo de anillo?  -Nadie sabe lo del anillo todavía. Esa es otra crisis para mañana. ¿Estás cómodamente sentado?  -Te escucho.  -Iba a mantenerme tranquila con todo el asunto. No iba a hacer nada hasta mañana pero Hugh descubrió que había regresado. Cuando vino, digamos que perdí la cabeza.  -¿Lo le habrás disparado?  -No me hace gracia.  -Puede ser una mujer muy violenta.  -No nos hemos pegado. Me dijo que sentía mucho que hubiera ocurrido y que yo los hubiera visto. Sino los hubiera visto, nada habría cambiado porque, cómo tú dijiste, no ha significado nada. Y me ha jurado que no volverá a ocurrir.  -Como buen abogado es un litigador nato.  -¿Qué debería hacer?  -Me parece que te las estás arreglando muy bien.  -Yo no. Él sí. No quiero que Hugh me meta demasiadas prisas enseguida. Quiero mantenerlo apartado durante algún tiempo. Incluso le he dicho que he conocido a otra persona mientras he estado de viaje.  -¿Y?  -No pareció preocuparlo. Está muy seguro de mí.  -Suena cómo si fuera un seductor.  -Lo es.  -Lo que necesitas -le aconsejó Antonio-, es que alguien te mantenga apartada de sus brazos hasta que estés segura de que es ahí dónde quieres estar. ¿Y quién puede ser mejor que el misterioso hombre que has conocido durante tu viaje?  -¿Cómo dices?  -Hay un viejo proverbio chino que dice >. Es decir, tienes que cuidar de ellos a perpetuidad.  Aquella vez, Sandra rió de buena gana.  -Nunca había oído nada por el estilo. Me parece que es un poco duro para el rescatador.  -Los antiguos chinos eran tipos duros -replicó Antonio-. Hasta pronto.  Él colgó antes de que Sandra pudiera decirle que no fuera allí. Pensó que debería llamarlo y decirle que no debía ir... Pero recordó que había utilizado la primera excusa que encontró para llamarlo y hablar con él.  Sí él iba la ya de por sí explosiva situación podría estallar como un volcán. Con toda seguridad, haría que Hugh y Esta se pusieran furiosos. Pero, tras sentarse en la cama y acurrucar la rodilla contra su pecho, Sandra experimentó una cálida sensación en el estomago ante la perspectiva de ver a Antonio.  La llamada siguiente, Sandra se marchó de casa antes de que su madre se despertara. La noche anterior, Esta había entrado en el dormitorio de su hija, pero ella había pretendido estar dormida. Tal fuera una cobardía dejar las cosas como estaban hasta que Antonio llegara, pero no podía hacer ningún daño y Sandra tenía mucho trabajo del que ocuparse.  El jardín de su casa no había cambiado desde su infancia.  Todo seguía el mismo diseño de entonces. Era el jardín de su madre y no quería que su hija lo cambiara. Sin embargo, había un pequeño terreno al otro lado de una valla que durante años había estado cubierto de arboles viejos, malas hiervas y zarzas. Aquel lugar se había convertido en el jardín de Sandra, en el que un invernadero se había convertido en su estudio.  Allí también había llovido durante su ausencia. Nada como las inundaciones que había sufrido pero todo estaba limpio y el aire olía fresco.  Elizabeth, a las que todos conocía como Bets, que llevaba casi seis meses trabajando allí y tenía toda la intención de quedarse porque le encantaba trabajar con Sandra, ya estaba en su escritorio. Era una mujer inteligente muchacha de 18 años, peliroja y llena de unas pecas que odiaba, aunque su novio le decía que eran muy monas.  Bets se alegro de verla. El estudio estaba más animado con Sandra y, además, la responsabilidad de estar sola había sido muy grande.  -Has regresado antes de tiempo. ¿Por qué?  -¿Te refieres a la exposición? -preguntó Sandra, colgando su abrigo-. No fui. Cambie de opinión.  -Por lo menos te ha servido para descansar.  -Efectivamente. ¿Ha ocurrido algo interesante por aquí?  -No he tenido esa suerte -dijo Bets, riendo.  Sandra tenía muchos asuntos de los que ocuparse. Los planos que había preparado para unos clientes algo exigentes parecían estar apunto de encontrar aprobación. Además, alguien que se había mudado a una casa completamente nueva quería un jardín bien crecido para la primavera. Entonces, tuvieron una llamada de un firma de equipamiento para jardines infantiles. Luego, llamó Hugh. Bets contestó el teléfono.  -Sí, está aquí -dijo la muchacha, sonriendo.  -¿Hugh? -preguntó Sandra, contestando de mala gana-. Mira, estoy muy ocupada. No puedo hablar contigo ahora.  -No tardaré mucho. He reservado una mesa para dos en el Gateway está noche.  Aquel era uno de sus restaurantes favoritos pero Sandra no estaba dispuesta a ir allí aquella noche ni arrastrada por caballos salvajes.  -Lo siento, no puedo. Tengo otros planes.  Entonces, colgó el teléfono ante la estupefacción de Bets. Además, se había dado cuenta de que Sandra no llevaba su anillo de compromiso.  A continuación, Sandra se puso su abrigo con impaciencia, como si no pudiera esperar a salir de allí.  -Estaré en el molino -dijo, marchándose antes de que Bets le pudiera preguntar si se había peleado. Sabía que Hugh, probablemente, llamaría a su madre y si la localizaba, Esta llamaría enseguida a su hija. Pero Sandra no estaba dispuesta a enfrentarse a ninguno de los dos hasta que no tuviera refuerzos. Necesitaba a Antonio.  
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