Mientras Julia y Kata continuaban en la cocina, las niñas estaban jugando con los chicos voleibol, Antonio seguía sentado bajo aquella palmera recordando a Sandra. En un instante se dejo llevar y solo quería decorarla, cuando Julia le hablo, preguntando por unos ingredientes, después que el le dijo donde estaban, trato de alejarse un poco y se fue a la playa, allá se acostó en la arena y una lagrima salio sin ser esperada, sus recuerdos volvieron, llevaba ya tres años sin recordarla tanto como ese día. De pronto se tocaba el tatuaje que tenia en la pierna, donde había recibido el disparo y volvió a perder en sus recuerdos.
Estas satisfecha ahora? se pregunto Sandra. ¿Es que acaso tienes deseos de morir o que te pasa? ¿porque tienes que hacer ese tipo de preguntas?.
Si alguien lo había disparado, aquello tenia que significar que el estaba huyendo. Por eso era mejor que se marchara de allí. Sandra aparto las mantas pero, en cuanto se puso de pie, las piernas se le doblaron y se desplomo al suelo. Allí sentada, la habitación parecía darle vueltas. No podía ir a ningún sitio mientras se encontrara así de débil pero, si se mantenía tranquila y se tumbaba, unas pocas horas podrían hacer milagros. Tenia que dejar de torturarse por .... y de dejar de preguntarse si Antonio era tan violento como parecía.
Sin embargo, resultaba mucho mas fácil decirlo que hacerlo. Ella seguía sentada en el suelo cuando Antonio abrió la puerta.
-¿Que estas haciendo? pregunto
-Necesito ir al baño. Puedo conseguirlo sola si voy despacio.
A pesar de todo, las piernas de Sandra seguían siendo el problema.Al salir al pasillo se dio cuenta, de que, por mucho que lo intentara, seguían estando en sus manos. En la puerta del cuarto del baño, ella se detuvo.
-Estoy bien.
Efectivamente pudo entrar en el cuarto de baño, cerrar la puerta y sentarse en el retrete con la cabeza entre las manos. Luego se lavo las manos y la cara en el lavado. Entonces, mientras ella se incorporaba, Antonio le abrió la puerta.
Completamente mareada, Sandra volvió a la habitación y se tumbo en la cama, quedándose con los ojos cerrados hasta que, unos minutos mas tarde, él le toco en el hombro. Entonces, ella abrió los ojos de par en par y se metió entre las mantas. Antonio le dio una bolsa de agua caliente. Habia una estufa eléctrica al lado de la cama y un cubo junto a la pared.
-¿ Para que es eso? pregunto ella.
-Queda mas cerca que el cuarto de baño.
-No pienso usarlo.
-Como quieras.
-¿En acaso el toque final para darle a esta habitación el ambiente de una cárcel?
-Tal vez.
-¿Te están buscando?
-No creo que lo hagan hasta dentro de unos días.
-¿Podría tomar algo de beber? pidió ella, sabiendo lo vulnerable que ella era en aquella situación.
-Claro.
La tomo sin saborearla, pero por lo menos estaba caliente. Y dos capsulas mas. Las que había tomado la noche anterior parecía haberla ayudado a dormir. Sin embargo, le dolía tanto la garganta que se pregunto si podría tragárselas.
-Son capsulas para los síntomas de la gripe y del resfriado, dijo él. No te hagas ilusiones no te estoy drogando.
Sandra pensó que necesitaría anestesia para que aquello ocurriera. Se trago las píldoras en cuanto Antonio salio de la habitación y se quedo inmediatamente dormida.
Cuando se despertó, la ropa de la cama, estaba húmeda, como si hubiera sudado abundantemente. Se sentía algo aturdida, pero la pesadez de los miembros casi había desaparecido. No estaba completamente recuperada, pero estaba segura que se encontraba mejor. Si hubiera estado en su cama o en otra que le inspirara confianza, se habría vuelto a dormir.
Sin embargo no se sentía a salvo allí ni podría estarlo hasta que estuviera muy lejos de ese lugar. Y ya no podía faltar mucho para eso. Se sentó en la cama sin marearse. Pudo caminar por la habitación sin que las paredes le dieran vueltas. Entonces encima de una silla, vio las ropas que había llevado puestas el día en que cayo al rió.
Estaban muy tiesa por el agua, pero se vistió, pensando que habría tiempo de ponerse algo mas presentable cuando estuviera lejos de allí, en el primer hotel que pudiera encontrar.
Se sentía todavía algo débil, pero se encontraba mejo. A pesar de todo, la adrenalina le empujaba seguir, por lo que se le paso la correa del bolso por la cabeza y recogió su pequeña maleta.
Sin embargo, no tenia ni zapatos ni abrigo. Suponía que seguían húmedos, pero estaba segura de que podría alcanzar su furgoneta descalza.
Recordó que había un pasaje que llevaba al lateral de la casa. Por allí, podría llegar al aparcamiento y, con un poco de suerte, salir del hotel antes de que la vieran.
De puntillas salio de la habitación, casi riendo de la histeria. Sandra Valenzuela, que se vanagloriaba de llevar las riendas de su trabajo y de su vida, había perdido el control durante veinticuatro horas y salia, descalza, de un hotel como una caradura que estuviera evitando pagar la cuenta.
La puerta tenia los cerrojos echados y una llave en la cerradura. Los abrió con mucho cuidado, casi sin hacer ruido alguno pero, al salir la puerta se cerro de un portazo.
Sandra empezó a correr, con la cabeza gacha para evitar la lluvia. Entonces, oyó que el perro empezaba a ladrar y que Antonio gritaba. Se cayo al suelo pero se levanto de inmediato, dirigiéndose a toda velocidad al aparcamiento. La furgoneta esta cerca de la casa. La alcanzo en el mismo momento en el que él llegaba a su lado. Sin embargo, pudo abrir la puerta y ponerse al volante.
Antonio mantuvo la puerta abierta mientras ella se secaba los ojos. Cuando termino se aferro al volante.
-Me voy.
-¿Al rió otra vez?
-Me marcho. Eso es lo que quieres. ¿no? Entonces, ¿Porque no me dejas marchar?
-Sal del coche.
-No.
Él la agarro por el brazo y la saco del coche mientras Sandra se resistía y lo escupía. Entonces, Antonio la obligo a incorporarse y le dio:
-Mira a tu alrededor.
-¿Que?
-Abre los ojos, idiota.
La lluvia le caía por la cara, cegándola. Sandra parpadeo con fuerza, sin levantar la cabeza, por lo que él le tomo la barbilla y la obligo a mirar mas allá de él y de la furgoneta.
-Dios mio, no...
-Pues así es- dijo él.
El aparcamiento era prácticamente una franja de tierra. Mas allá había un lago. Por las incesantes lluvias, el rió se había desbordado. El sendero que había entre los arboles resultaba infranqueable por lo que ella no podía haber conducido sin toparse con el agua. Tal vez no hubiera sido muy profunda, pero le habría hecho sentir la humedad y frió.
Ella nunca se había desmayado antes de ir allí, ni había tenido ataques de histeria. Tuvo que hacer un gran esfuerzo para controlarse. Entonces, se volvió para regresar a la cocina de la casa. Una vez alli, se sentó en el suelo, delante del fuego. Antonio la siguió llevando sus maletas. Ella estuvo a punto de darle las gracias pero la expresión que el tenia en el rostro la silencio.
-¿Ocurre esto a menudo?
-El rió se desborda siempre que llueve o nieva mucho pero nunca había visto una inundación tan seria como esta antes.
-¿Por que no me aviso alguien de que este maldito lugar era una trampa?
-Si viniste aquí para ahogarte, ¿de que te quejas?- le espeto él-. Hazme un favor. - Olvida lo del suicidio.
Puedo pasar perfectamente sin este tipo de comportamiento agresivo. Vuelve a la cama - añadió, cuando ella empezó a estornudar.
-¿Es que no puedo quedarme delante del fuego?
-No.
-Por el amor del cielo, ¿por que no?, - exclamo ella, llena de frustacion.
-Porque no estoy aquí para tener compañía, y mucho menos la compañía de una mujer neurótica.
Sandra estaba muy segura hubiera terminado odiandole de igual manera aunque le hubiera conocido en otras circunstancias. En un tren, en la calle... A pesar de que estaba muy quieto, su actitud revelaba una impaciencia furiosa igual que se hubiera estado paseando de arriba a bajo de la habitación.
Ella se levanto, recogió la maleta pequeña y se dispuso a salir de la cocina intentando adoptar un aire de dignidad.
-Nunca hubiera pensado que tendrías que esconderte para estar solo. No puedo imaginar a nadie que pueda querer tu compañía.
La pequeña estufa eléctrica había hecho que la habitación se calentara un poco. Ella se quito las ropas mojadas y se metió en la cama. La lluvia no paraba de caer por lo que Sandra se pregunto si acabaría subida al tejado con el hombre y el perro, esperando ser rescatados por un helicóptero.
Entonces Antonio entro con su otra maleta y el termómetro. Se lo puso pero se lo quito antes de que ella pudiera leerlo.
-¡Enhorabuena! - exclamo-. Has conseguido que la fiebre te suba otro grado mas.
-Si sigo así podría morir de causas naturales - le espeto ella.
-No lo creo. Pero no te vuelvas a ir de paseo. La próxima vez no pienso ir a buscarte.
-Admito que fue una estupidez marcharme de aquella manera - dijo ella, pensando que, mientras dependiera de él, era mejor no enfadarle.
-Estoy completamente de acuerdo.
-Tiene que dejar de llover pronto y, tan pronto como pueda, me marchare. Hasta entonces, intentare no invadir tu espacio.
-Entones, respondió él, casi sonriendo-, pongámonos mano a la obra para que no te pongas de pie muy pronto.
Los cuidados que él le proporcionaba no eran muy sólidos pero resultaban adecuados. Antonio no hablaba mucho, ni ella tampoco, pero le llevaba bebidas y le preparaba las bolsas de agua caliente. Aquella noche durmió bien y a la mañana siguiente tomo pan y mantequilla, a mediodía una tortilla y un poco de pudin de arroz.
La constitución de Sandra era robusta por lo que, a media tarde se vistió de nuevo. No es que tuviera intensiones de escaparse, pero sentía la necesidad de salir de la habitación y de respirar un aire distinto.
Habia sacado de la maleta unos pantalones vaqueros, un amplio jersey y un par de zapatos bajos. Desde la habitación, giro al lado contrario de la cocina y se dirigió a las salas publicas del hotel.
Con puertas cerradas y las ventanas con las persianas echadas, el hotel tenia un aspecto espectral. Tenia un aspecto completamente diferente al del concurrido hotel que ella recordaba. No había flores por ninguna parte. El vestíbulo estaba desierto. En el comedor las mesas y las sillas estaban contra la pared. Contemplo el rincón en el Hugh y ella habían sonreído mirándose a los ojos mientras hacían tintinear las copas de champan. En aquellos momentos, todo era silencio y sombras en una fría y vacía sala.
Luego, Sandra subió por la escalera principal y llego a la habitación en la que ella había pasado dos noches con Hugh. Todo el mobiliario había desaparecido, pero la cama con dosel todavía dominaba la habitación, devolviendole los recuerdos de sus apasionadas noches de amor y la angustia de haber visto a Hugh en otra cama y con otra mujer.
Los recuerdos le resultaban dolorosos que comprendió que nunca debería de haber vuelto a aquella habitación. La agonía perecía haberla destrozado por dentro y sintió que un nervio empezaba a palpitarle en la cabeza. Recordó que tenia unos analgésicos en su maleta. Se tomaría un par de ellos, se tumbaría e intentaría aplacar el dolor de cabeza antes de que se convirtiera en una migraña.
Ya de vuelta en su habitación se sentó en la cómoda que había allí y saco dos patillas de paracetamol. Tenia la maleta abierta, en medio de la habitación. De algún modo el retrato de Hugh, sin el que nunca viajaba apareció encima del resto de sus cosas.
Recogió la foto mientras se tragaba una de las pastillas. En aquel momento, Antonio entro en la habitación. Durante un instante, se le quedo mirando fijamente. Luego, dio un salto y la agarro de tal manera que la fotografía se le cayo de las manos y la segunda de las pastillas se le quedo alojada en la garganta.