Al llegar al lugar, se encontró frente a un edificio modesto, sin nada que indicara la magia que albergaba en su interior. Tocó el timbre y una pequeña ranura en la puerta se abrió, revelando un par de ojos inquisitivos. —¿Tiene la tarjeta? —preguntó una voz desde el otro lado. Camille asintió y mostró la tarjeta dorada. La puerta se abrió con un crujido suave, invitándola a entrar. Una vez dentro, se encontró en un vestíbulo decorado con elegancia y una atmósfera de misterio palpable. Un anfitrión la guio hacia una sala donde varias personas ya se encontraban, todas con máscaras que ocultaban sus identidades. Camille respiró hondo y se tocó la máscara que había comprado. De inmediato, sintió una extraña liberación, como si se quitara un peso de encima. La música suave y el murmullo de

