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Yo soy un peón

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oscuro
independiente
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Descripción

Una novela que acabará por narrar diversas historias para desenterrar un misterio.

Drew es un joven del orfanato en Bridgepark, esperando a su hermano Teodoro que viene en el bergantín Hegel. Se acerca él y Estíbaliz al puerto Canbrill, allí conocerán un misterioso personaje llamado Clark quien narrará el relato del manuscrito sagrado YO SOY UN PEÓN, según, dicta un mensaje codificado para encontrar un tesoro, pero lo que no saben, es la profesión peversa que envuelve a Clark y el incendio de Bridgepark que los dejó huérfanos.

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EL MANUSCRITO
Prendieron el foco en la habitación enmudecida por la oscuridad, fría y gélida e inaudita personificación de nuestros temores. Se extendió delante de todos ellos un campo minado de cuadros blanco y n***o, encarando entre líneas divisoras de filas de don nadie, los ejércitos de la corte suprema del monarca.  Respiraron sofocados por instantes, desconocían el tiempo y las leyes que rigen el universo. Solamente estaban allí viéndose, obligados al eterno ciclo de una guerra tras otra, del morir y renacer. El rey puedes notarlo ataviado de sus vestiduras pulcras y sagradas según un designio divino inventado en sus delirios de grandeza, admirando las tropas destinadas en la elaboración de estrategias sucias. A su lado un sacerdote locuaz y al otro, una hermosa mujer de presencia imponente. —¡Imperio blanco de sentimiento inculto, preparados estamos para el combate oscuro! —exclamó el rey levantando su cetro al sol artificial. Los caballos relinchan, corcovean y piafan, torres movedizas izan banderas del color mencionado y sus vigías alistan cañones; sacerdotes del clero sostienen dagas llevadas al centro del pecho en consonancia del crucifijo, luego están los sin nombre, los olvidados, reclutas y soldados de madera mas no de plomo, vitoreando como aficionados a las palabras del rey. Entre la muchedumbre de esos seres invisibles de identidad desconocida, hay un pequeño soldado de alabarda y cojones reducidos. —¿Quiénes somos? —preguntó sin formar parte de la barahúnda. —Un peón de corazón de melón —respondió el caballo a su espalda. Miró al cuadrúpedo magnífico de crines alargadas y piernas musculares de esculturas griegas. —¿De melón? —Una bala reservada, una espada afilada, ¡una flecha de malicia!; un corazón de hierro es protegido, un corazón de melón es mal herido —cantó el caballo. —¿Tú eres de hierro como el cañón de Napoleón? —preguntó el muchacho. El caballo negó a su pesar. —Soy una bestia que salta por donde quiera, pisoteo y maldigo, reverbera en trueno el relincho, acabando con las vidas de insidia del malhechor —contestó orgulloso el caballo. —¡Un pony saltarín que entra al rin! —bramó el vigía de la torre—. Ustedes por allí libre de estrategia perecedera, nosotros avanzamos con fuerza devastadora. ¡Abran fuego y capturen, cubrimos cuanta brecha perduren!  —¿Quién eres tú? —preguntó el chico sin entender nada de la elocuencia del vigía. —¡Soy el protector solidario del rey! ¿Quién eres tú? —Me pesa no saberlo, me encuentro con dicha arma y lógica no poseo —dijo el soldado triste. —¡Eres un peón, un nada para esta atracción! —burló el vigía. —Sólo un paso y diestro se mea, avanzan entre ellos a una muerte lloriquea —anexó el caballo. —¿Soy eso realmente? —preguntó entre lágrimas el peón—. ¿Un nada para la servidumbre?  —¡Por supuesto que aquello eres y el señor te originó cual eres! —habló el sacerdote—. Nada puedes hacer que ser nada. —¿No puedo ser alguien como ustedes? —preguntó esperanzado el Peón. Ellos se burlaron, sus compatriotas de al lado también. Carcajadas estridentes a su oído afecta, se sentó y echó a llorar tal cual un huracán.  —¡Llorón como un peón! —dijo irónicamente el rey sonriendo como un patriarca satisfecho de la crueldad de sus súbditos. La reina con ternura dirigió su mirada al peón llorón, aunque este estaba afanado en enjugar sus gotas de aserrín. Sonó entonces una campanilla, escucharon los tambores del ejército contrario y la fila de peones se posicionan blandiendo sus armas.  El peón llorón tomó la alabarda decidido a fracasar, su destino era igual a los demás. Sin valor alguno, un paso en el tablero, sacrificable sin protestas, era desigual. Deseó saltar como el caballo, tener el cañón de una torre, convertirse en canónigo y dejar de ser nada. —Soy un peón y nada puedo hacer —dijo aferrado a su arma. Comenzó la batalla después del clarín del alba. Las tropas hechas un guiñapo de color alquitrán avanzan al norte.  El rey ordenó bloquear el flanco izquierdo, en marcha tétrica, los cuervos encapuchados apuntaron al quejica en las montañas nevadas y ófricas del este. Cruzó el peón llorón con la alabarda, los campos vegetales junto a sus compañeros de armas para entrar en la trinchera, y estar al tanto del movimiento en las fronteras de las casillas.  Habían caído dos escuderos del rey en el norte, los canónigos respondieron en el abad de sus oraciones, las estocadas de venganza predatoria a la caballería endiablada del enemigo. La bruja de proceder abismal con la espada de Hades en sus manos de llamas azules, recorrió en diagonal el terreno. Los canónigos cayeron en una trampa cuando una de las torres disparó su cañón, esto por torpeza del rey al bloquear las vías de escape de los alfiles con los peones a sus costados. El jaque sería dado al ocaso, cuando la bruja del páramo se posicionara encarando al rey. —¡Sálvame querida, soy una criatura indefensa a penas bien vestida! —rogó el rey a su mujer. La reina levantó su escudo y protegió al rey en silencio, mientras las tropas del este decidieron proseguir la marcha para despejar el camino de la torre. Fracasada la primera campaña, se cobraron las vidas de dos sacerdotes blancos, y aunque posibilidad existía de un peón derribar dicho enemigo de kilogramos incontables, persistía la amenaza de la bruja concediendo presto el retirar de la torre y la noble protección de los escuderos del rey oscuro. —Oye amigo, llorar no servirá y en la muerte nos veremos —dijo el compañero del peón llorón. —¡¿Por qué luchamos?! —gritó exasperado el peón llorón. —En nombre de Su Majestad y por querer dominar la tierra arada —dijo el segundo peón al lado derecho del peón llorón. —¡Pero es un volátil de carácter inútil! —reprendió el peón llorón—. Murieron nuestros sacerdotes y sus iglesias quedaron sin dotes, fallecieron dos hombres nobles y sus familias quedaron sin padres. —¡Pardiez, ducha verborrea me causa diarrea! —burló el peón izquierdo. —Un pueblo es la bota de su gobernante, cuanta materia fecal traguemos, mejor comeremos —dijo el peón izquierdo encogiéndose de hombros. —¿Deciden conformarse con ser una suela? —preguntó indignado el peón llorón. —¡Pues eso somos, nacimos pobres y morimos sin nombre! —dijo el peón izquierdo. —¡Es este el hado del peón nacido! —corroboró el peón derecho. Una lanza atravesó el cráneo del peón derecho de improviso, causando que en el aire volaran sus partículas al desintegrarse. Continuó el soldado armado hasta más allá de los campos vegetales. El estallido del cañón seguido de una gruesa capa de polvo y sangre al cielo en ofrenda al infierno, terminó con la escasa victoria del peón enemigo. Caballo veloz de galope imparable, saltó la trinchera como un ser alado y asesinó al enemigo que estaba a punto de matar al peón izquierdo. —¡Vaya banda de charlatanes en querella, holgazanes en tiempos de cólera; andamos en la guerra y no estamos en guardería! —sentenció el caballo piafando repetidas veces. —¡Rocín ensillado has salvado a dos hombres del estado! —vociferó el peón izquierdo. —¿Tú amigo paralítico está? —indicó el caballo con su hocico al peón llorón. —¡Llorica, es un llorica! —se burlan al unísono el vigía, el caballo y el peón izquierdo. —Insensibles y crueles son ustedes, delante estaba y una pica su vida arrebata. ¡¿Qué dirán sus hijos y esposa?! —La mujer un mejor marido buscará —dijo el caballo. —Sus hijos crecerán y en el olvido dejarán —dijo el vigía. —Ya lo ves amigo, somos peones representando un pueblo, somos nada y de nada servimos. —Palmeó en consuelo el hombro del peón llorón. —¡Llamará la parca pagana y tu puerta abrirá, su dedo decidirá y no lo negarás, aclama tu servicio y en el erebo obtendrás domicilio! —cantaron los tres alegres. El peón llorón siguió llorando como un ciclón. La reina estaba cada vez más cerca del terreno, tenía una profunda curiosidad por el súbdito de pensamiento extraño. Durante el anochecer avanzaron las tropas del oeste con premura, protegidos por la caballería y el vigía. En el flanco este, el peón llorón en protección de la torre y el caballo, emprendió una carrera con su compañero de armas hasta las montañas, entrando en tierras enemigas. Un milagro sucedió cuando se detuvo en la casilla infértil de la arada capa de tierra negra, frente a una formación rocosa de cúspide mortecina.  —¡¿Sucesos fantasmales que socorren a cobardes?! —preguntó el peón derecho desde la nieve. Emergió del bosque una pequeña luz bailarina, se acercó hasta el peón llorón rodeándolo.  —¡Ay de mí! —chilló temblando en patizambo—. ¡Nacer sin sombra para morir sin gloria!  Se hizo intensa la esfera luminosa hasta moldearse como una masa desafiando la gravedad.  —Vivimos en penumbra hasta las estrellas alcanzar, sean sueños los anhelos, somos dueños de nuestra meta lograr —dijo una voz meliflua femenina.  —¡¿Quién es usted?! —gritó despavorido el peón llorón.  ¡Hágase la luz reprimiendo las tinieblas! Surgió la reina blanca después de una centella. Tan alta y esbelta, apoyó su mano delgada en el hombro del súbdito asustado.  —Dicen nombres no tener ni valor poseer, un peón debe nacer y nada obtener, pues tarde ellos aprenden, son los ignorantes quienes envidia en lengua derrochan —cantó la reina.  El peón llorón fue abriendo los ojos, dejando escapar lágrimas retenidas.  —Hablas de envidia y lenguas. ¿Por qué conjuras tales palabras? —preguntó el peón Llorón. La reina hizo una leve sonrisa de ternura ante el guerrero.  —Pisotean los bárbaros los demás creyendo dominar la sociedad; te escuchan y en risas te apuñalan, mantienen su sabiduría a costa de la falsa verdad —dijo la reina.  —Mi señora, educación no tengo y mis padres son granjeros. ¿Puede explicar Su Majestad, la belleza de sus versos? —preguntó en solemne humildad, bajando la alabarda.  —Ellos te han mentido por castigo a su natalidad, escucha y observa. —El peón miró los ojos estrellados de la reina—. Un peón es pueblo y ciudadano, es guerrero y trabajador, sostienen nuestro arca y nosotros aunque mandamos, son ustedes de igual riqueza.  »Nadie percata, procede a la burla el rey sumado a la birla colectiva, dicen ustedes ser sacrificables, ¡es un error creerlo! Cumplen nuestros horrores pero se sella la victoria con honores. »Un peón tiene objetivos, tiene deseos y cerebro, ellos desearían ser como tú. ¡Mira al caballo pastando, el vigía murmurando y los cardenales traicionando! No tienen elección de ser como vinieron en la caja mas tú tienes posibilidad de ser como te complazca.  —¿Seré lo que quiera? —preguntó el peón llorón como un niño. —¡Mi señora, no pierda tiempo con un don nadie, es usted una dama respetable! —vociferó de rabia el vigía en la distancia.  —¡Es un peón de corazón de melón y caerá podrido en olvido! —condenó el caballo.  —¡Nosotros somos nada y ustedes son monarcas, se deja manifestar esperanzas embelecas en discursos de odas truculentas! —gritó el peón izquierdo sumido en cólera por la preferencia de la reina.  —No escuches una sociedad que marchita el pensar individual —dijo la reina ignorando las bravatas.  —¡Mi señora, ellos dijeron tales condiciones y usted me presenta adulaciones! No sé a quien creer —dijo el peón llorón.  En rodillas para dar un beso en la frente del súbdito, apoyó la otra mano en el hombro del peón.  —Valiente es quien decide creer en su saber. Cobarde será quien decide creer en el ajeno conocer —dijo la reina.  Dentro del pecho del soldado recorrió un ardor de coraje, sus cuencos oculares se rodearon del bálsamo enfurecido, expresó en una mirada determinada blandiendo la alabarda. Había tomado una decisión.  —Decido creer en mi saber —dijo el peón.  La reina esbozó una sonrisa. Lastima sería para ella abrir la boca de impresión, arqueada como un arco tensado. La espada de la bruja atravesó el vientre desde la espalda.  —¡Su Majestad! —gritaron todos al unísono.  —¡Furcia majadera, alentando seres inservibles, eres una mujer perecedera! —burló en canto la bruja. No tardó en desvanecerse dejando la estela de su presencia. El peón fue invadido por una profunda rabia provocada por la misantropía de la malvada bruja.  —¡Duelo obtendrás canalla! —gritó enfurecido.  Se batieron repiqueteando el acero, retrocediendo grácil la bruja y el peón manteniendo el vals de sus piernas.  —¡Peones, sucias piezas de bajo valor! —provocó la bruja entre risas—. ¡La peste del Estado mayor!  —¡Villana luciferina! Somos el terror de un reino cuando decidimos lo correcto —dijo el peón.  —¿No obtienen ustedes, los gobernantes merecidos por creer en lo correcto? —preguntó la bruja tratando de asestar dos mortales estocadas.  —¿Y no obtienen ustedes el escarmiento por creer a sus pueblerinos incultos? —Esquivó el peón un corte. —¡Un vasallo moralista, vaya desgracia para la humanidad! Te haré un favor, estate quieto —Continuó esgrimiendo a diestra y siniestra.  —¡Moralista y pensador para no morir como deudor! —exclamó e hizo retroceder a la bruja.  —¿Deudor? ¡Ha salido filósofo este señor, sin duda es peligroso! —dijo con sorna, jadeando ante cada ataque del peón.  —¡Partiré como acreedor y sembraré en honor las cosechas del futuro libertador! —Atravesó la alabarda en la boca del estómago de la bruja.  —¡Ah! Maldito seas, hombre de culto. —Cae al suelo agonizando—. El enemigo del mundo es la razón. —¡Del mundo, no! —dijo el peón retorciendo el arma—. Es la sumisión a los líderes de los credos.  —¡Oh! Debí de haber comprendido mas esto me ha enmudecido, es el poder embriagador que nos hace ciegos. —Muere finalmente.  —El poder embriagador de la pócima del ego —dijo el peón recuperando la alabarda—. Te vuelve sordo y más tarde tonto.  Cuando regresa el cálido sol artificial del preludio, se alzaba con altivez el peón guerrero ante sus compatriotas anonadados. Saltó las escarpadas, vadeó los ríos caudalosos, enfrentó con rudeza y prudencia todo obstáculo en compañía de la brigada del este. La guerra por el oeste estaba fracasando, pero las tropas enemigas seguían centrando su atención en rematar al rey, de alguna forma u otra lograba escapar de la amenaza cubriéndose con el vigía mientras el caballo trataba en lo máximo posible proteger y cerrar brechas abiertas. Esto visto desde la posición oeste.  Los peones caían en número, por lo tanto quedaban unos pocos después del sacrificio de ambas reinas, igual las piezas eran escasas. Sólo dos caballos blancos juntos en el oeste puesto que decidió partir a seguir acompañando al peón guerrero. Dulce fragancia a pólvora se esparcía como la niebla mediante el turbulento avance. —¿Habrá un final luego de la crueldad? —preguntó el peón guerrero. —Hay un fin para todo y esto lo decide El Poderoso —dijo el peón izquierdo. —¿El Poderoso? —Un dios omnipresente, espectador de la m*****e, indulgente con su gente y castigador de pecadores —contestó el peón izquierdo. —Hablas mejor de él y nada me conmueve de él —dijo el peón guerrero con seguridad ateísta. —Es un padre vehemente, con sus manos nos recibe benevolente. —Denoto miedo en tu voz, antes te has burlado y en versos me habías humillado, arrastrado estas a mi lado, confías ciego en dios cuando antes al prójimo has maltratado —contesta el peón guerrero con certeza. —Cuando los cuervos forman una orquesta, es el miasma quien los convoca, ellos no respetan y tu cuerpo se incrementa —respondió ahogando el miedo—. Busco a dios antes del trágico degradar y a la naturaleza agradar. —Es el ciclo vital, es la dura realidad, en cuanto a tu fe, no me produce felicidad, ves en mi un protector divino y soy la plebe del reino —dijo el peón guerrero sin atisbo de dejarse llevar por el temor a la muerte y después de la misma. —¡Tienes un temple de virilidad, resaltas en masculinidad! —exclamó lloroso—. Brinda algo a este guiñapo guapo. —¡Eres un hipócrita! —dictaminó el peón guerrero—. La muerte vuelve al hombre religioso. —¡Y el tiempo de saberlo nos convierte en niños de nuevo! —dijo echándose a los pies del peón guerrero—. ¡Perdóname por ser ignorante! Estuvo cerca de reponer a su compañero en compasión de perdonar, terrible fue el estallido ensordecedor de la torre enemiga. El peón guerrero se cubrió delante del cráter humeante; acercándose con lentitud emergió de la niebla un espectro demoniaco trastocado en piedras de alturas inimaginables. —¡Era un buen predicador, mi bala sonrió y se mostró dios en sus parajes bíblicos! —dijo el vigía lóbrego de la torre enemiga, soltando una carcajada al finalizar el canto. —¡Ah, bastardo blasfemo! —gruñó el peón guerrero, encolerizado. —¿Deseas reunirte con tu amigo y bailar en el infierno? Ustedes no merecen el cielo, los reyes están con El Rey de reyes —dijo el vigía socarrón. —¡Además de villano eres un asno! No hay un dios ni un rey de los reyes, solamente nosotros al mando de un rey incoherente —dijo el peón guerrero preparándose para la batalla. —¡Eres infiel a las creencias, me sorprende un hombre de pagana insolencia! —gritó el vigía consternado por la falta de fe, sin embargo; pesaba más el hecho del peón guerrero permanecer pasible contra su intimidación. —Estar en las alturas te ha enseñado a velar las dudas, puesto que allá lo ves y en el cielo nada ves; el palacio del paraíso en tu mente se construye, pues aislado de la tierra la realidad obstruyes —dijo el peón guerrero. —¡Bribón, eres un bravucón! —Sacudió el puño—. Lejos mis pies están del firme, observo a mis hermanos en delirios fallecer, veo cuando el rey cobarde huye para desaparecer, en las alturas como vigía en demasía lo aprecias. ¡Cuánta sangre derramada, el hombre pelea por nada!  —Estás en la posición de un padre abnegado, en los cielos lo ve y nada puede hacer —dijo el peón guerrero—. Disculpa la distracción, presto se acabó la atracción. La bala de la torre blanca derribó a la torre enemiga. Esta se acercó y se posicionó a un lado del peón. —¿No estás cansado de ver como un dios, tus conocidos morir? —preguntó el peón guerrero, triste y apesadumbrado. —Cansado de rezar y en actos sangrar, no me considero un dios, me considero un humano —dijo el vigía extenuado, contemplando con el catalejo como la guerra dejaba una huella. Cuando terminó el reconocimiento no pudo aguantar llorar. ¡Cuánta razón tiene el peón! En la niebla escoltado por la torre se encontraron con el caballo. Este los recibió con la arrogancia característica, sus crines carmesí, piafar exhausto, patas convalecientes, desorbitada la vista; tiene sus pezuñas manchadas de vino. —¡¿Quiénes son ustedes?! —dijo relinchando. —¿Quién eres tú? —preguntaron al unísono ocultando la expresión de asco causada por la apariencias del caballo. —Era un caballo de guerra, ahora soy un rocín de muñeca, goza de mi proeza y deja mis días acabar —dijo el caballo. —Te conozco, eres el caballo de corazón de melón —dijo el peón guerrero con cierta sorpresa. —Te equivocas, mi hermano ha muerto y en el pasado quedó. ¿No recuerdas su separación? —preguntó al borde de la locura, aunque decía la verdad, no era el caballo del este.  —¡¿Murió?! —lamentó el vigía—. Maldición mi amigo, estoy en desesperación, esto no es salvación. ¡Pony saltarín que entra rin! —Es esto la guerra, una demostración de soberbia —dijo el peón guerrero—. Estamos aquí, un despechado observador, un llorón nacido del dolor y un caballo aciago ¿No era blanco tu color? —¡Soy blanco pero ahora soy rojo! —dijo el caballo—. Llega el fin de los tiempos, parece esto redactar el final del cuento. —¿Por qué hablas de cuentos y desenlaces? —preguntaron en sincronía al caballo. —¡Hermano querido, allí voy! —gritó de pronto corcoveando. La bala acabó el sufrimiento del caballo, manchó de pintura carmesí los ropajes blancos del peón y la piedra de la torre, donde se encontraba el caballo entró la segunda torre enemiga.  —¡Huye peón guerrero, debes atravesar la niebla! —gritó el vigía conociendo su destino. —¿Qué hay detrás de ella? —preguntó el peón indeciso. —¡Maldito, debes yerto caer y llegará el renacer! —vociferó el vigía enemigo, apuntando al peón. —¡Un paso y morirás! —gritó el peón al vigía aliado. —¡Es mi culpa ser una bestia! Me merezco una estacada, te subestimé y envidié, maldecida cuita, esto me hiere. ¡Todos somos peones! —cantó en desdicha el pobre vigía, en el fondo sabía lo mucho que valen los peones. —¡Vigía, tus palabras son de hierro y mi corazón es de melón! —dijo el peón guerrero secando una lágrima. Avanzó recordando el inicio de esta aventura transformada en desventura. Escuchó el cañón enemigo a su espalda. —¡Somos peones, recuérdalo! —fue la última frase del vigía aliado. —¡Hemos perdido la batalla! —exclamó horrorizado el vigía enemigo. Caminó despacio rodeado por la niebla. Una luz cegadora como un relámpago lo aturdió durante unos instantes, cuando recuperó la visión no pudo evitar sentirse feliz, todos sus compañeros estaban allí en fila, aplaudiendo, vitoreando su nombre. —¡Su Majestad, lo ha logrado! —gritó el vigía recién fallecido. —¡Es el peón de corazón de melón! —anunció el caballo del este. —¡Es de hierro su convicción, perdonó como guerrero a quienes tanto se burlaron! —dijo el caballo del oeste. La reina apareció como un ángel en medio de la celebración, se acercó clemente hacia su súbdito, levantó una mano para callar la francachela. —Llegaste lejos y aquí nos encontramos —dijo la reina. —¿He muerto sin sufrir? —preguntó inocente. —No, debemos explicar, por lo tanto comenzamos a hablar —dijo la reina sonriendo—. Como hombres y mujeres nacemos, vivimos siendo peones hasta llegar al límite de nuestras ensoñaciones. »Hay quienes nacen como vigías, diestro en caballería, hombres del clero en palabrería, después están ustedes, los mencionados en porquería. Nos extrañamos de su existencia, es un pueblo para mantener nuestra estancia, al frente están sin clemencia protegiendo la grandeza de la demencia. —Su Majestad, ¿Cómo puedo interpretar la verdad? —preguntó el peón victorioso. —¿No deseaste un día caballo ser?, ¿no deseaste un día vigía ser? —preguntó la reina. —Nunca lo he pensado, me consideraba un simple peón. —Porque ellos te hicieron creer que eras un simple peón, y en la simpleza se halla la riqueza. —Desearía ser rey y al mundo cambiar. —Un rey es una figura, un gordo sin capacidad de cultura, seamos lo que seamos, el mundo es lo que será —dijo la reina—. ¿No has deseado ser reina?  —¡¿Una reina?! —preguntó retrocediendo—. ¡Pero soy un hombre! —No, eres peón, hombre y mujer —especificó la reina. —¿Me convertiré en alguien de la realeza?  —Si es tu sueño, lo has alcanzado, pues un duro camino has pasado. Miró a todos sus compatriotas, caviló por unos segundos y tomó la decisión. —Seré una reina —dijo el peón. Restalló el ambiente blanquecino en jolgorio.  El peón fue ascendiendo por arte de la falta de gravedad.  —¡No temas, cree en ti misma! —dijo la reina. Todos alabaron la metamorfosis del peón victorioso en cantos devotos. Ella quien otrora era él, descendió con la curva tallada de sus caderas, tenía una corona, creció como una torre, se movía como sacerdote y batallaba como jinete; sus labios dibujados en pequeñas comisuras y mejillas de manzana. Abandonó el rencor por amor, miró a sus nuevos súbditos quienes le rindieron homenaje arrodillados. —Soy alguien, soy algo —dijo emocionada. Un suceso melancólico ensombreció el espectáculo. La piezas se disolvían una a una delante de ella. —¡¿Qué ocurre?! —preguntó asustada. —Cumplimos nuestro objetivo, no tenemos ya principio —dijo el peón derecho, desapareció. —Morimos y debemos entrar al limbo, gobierna con mano sabia y recuerda nuestra imagen en perdón —dijo el peón izquierdo, desapareció. —¡Ocultamos tu propósito y vaya desidia, jamás creímos en un peón siendo nosotros un peón! —dijeron los caballos, piafaron y desaparecieron. —Dios nos reclama en su misericordia, juzgamos entre tanta concordia, generando la discordia. ¡No llore Su Majestad, en ti yace la victoria! —cantaron los vigías. —No soy su reina. ¡Yo soy un peón! —corrigió la reina expulsando lágrimas estelares. —Como nosotros lo fuimos alguna vez —desaparecieron luego del último saludo. —¡Nos equivocamos, creímos en el plagio de un mundano, expiamos nuestras vidas fariseas, para ser nuestro padre, un señor diferente a los humanos! —dijeron los sacerdotes, extendieron sus brazos y fueron succionados por la tierra, pues ellos no ascendieron. —Cuando tu lengua moviste por vez primera, recordé cuando joven era —dijo una voz senil y femenina a su espalda. La reina sacudió la cabeza girando hacia la voz. —¡Su Majestad ha envejecido tanto! —exclamó la reina. —Nuestros cuerpos caducidad tienen, no sirve ni eterna es la belleza cuando los ángeles intervienen. —Comenzó a disiparse la antigua reina. La reina abrazó a su amiga en sollozos, colapsada en sentimientos por ser ella quién creyó sin titubeos en su fortaleza siendo un peón llorón. —No nacemos como queremos, pero si nos forjamos como queremos —dijo la antigua reina y desapareció. Se disolvió el entorno alrededor, quedó abrazada en su nuevo cuerpo. Secó las gotitas con el manguito. El campo de batalla estaba desierto, abundante era el silencio, no había viento a sentir. Sonó la campanilla del inicio de esta travesía, como un títere recorrió los prados, campos vegetales y montañas hasta detenerse cerca de un anciano devastado, apoyado en una roca, debilitado y hediondo a derrota. —Eres tú —dijo el rey n***o, tosiendo. —Es el fin, acabó la guerra, amenazo al rey n***o —dijo la reina. Su risa de bufón y bramidos de agonía, entornando los ojos, dirigió sus pozos macabros a la reina. —El hombre no puede vivir sin guerra, es su instinto de supervivencia declarando superioridad —dijo el rey n***o. —¿Qué quieres decir? —preguntó de pronto mareada. —El triunfo nunca existió sin egoísmo —contestó pausadamente—. Tantos padres, madres, niños y animales, viajando en el río de las ánimas, culpa de nuestra mezquindad, debimos orientar un pueblo y fuimos conductores del abismo. —El rey n***o cerró los ojos, arqueó sus labios en una sonrisa conciliadora—. Dos hombres, luchando por nada. El rey blanco entró en escena derribado en el suelo, oprimido en soledad, estaba más pálido y viejo. —Una capa y botas, ¿de qué sirve esta corona? —dijo el rey blanco, aunque debería ser el rey rojo, está empapado de la sangre de su gente—. Soñé en dirigir en base de ansias de dominio, impera sin embargo, mi atroz cinismo; postrado y ciego estoy, veo las alas ófricas del ser alado hoy. —Dinero, papel y minerales. ¿Nos sirvió evadir la fosa común? —preguntó el rey n***o. —¡Pardiez, tenemos la muerte en común! —chilló el rey blanco, entregándose al eterno sueño. —La vida no enseña a ser humano, es la muerte quien nos enseña a serlo —dijo el rey n***o, falleció. La reina cayó respirando con dificultad, latía fuerte su corazón, rodeó la bruma negra su visión. —Pagamos por injustos, sería mejor morir justos, este campo formó mi camino y hoy seré parte del tiempo. —El cuerpo agotado sucumbió al terreno, se volteó con la mirada al cielo, presenciando el sol apagarse—. ¡Tardé tanto en comprenderlo, somos eternos viajeros!

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