Estíbaliz y Drew llegaron a la iglesia. Sentado en un banco, frente al hogar religioso con estilo renacentista. Babus lee un cuento de Han Christian Andersen. Su calva reluce con el brillo del sol; tiene un poco de cabello a los costados que realza su enjuta apariencia; además, una mancha gris alrededor del mentón daba una tonalidad rara a su barba. Sus anteojos son más antiguos que sus zapatos, que parecen haber sido usados durante la gran guerra.
—¡Babus!
El sacerdote aalza su vista, desconcertado por la mención de su nombre. Piensa que era el espíritu santo, pero no, no es. Su corazón se alegra al ver a Drew y Estíbaliz.
—¡Dios los bendiga, muchachos! ¿Vienen a disfrutar de la lectura? —pregunta, entusiasmado.
Antes de que Estíbaliz respondiera con una evasiva respuesta pudiera evitar el sopor de oír uno de los relatos, Drew se adelanta.
—¡Claro que sí!
Entonces, Babus se explaya con el relato del cuento desde la primera página. Estaba leyendo una colección de los cuentos célebres del autor de Dinamarca. Desde el soldadito de plomo hasta la reina de la nieves. Pese a que Babus relata como si de un teatro se tratase, pues hace gestos infantiles que producen grima a los jóvenes, Estíbaliz se entretuvo con los cuentos. No son aburridos y, además, sus metáforas y elementos de composición son dignos de elogios. Su favorito fue La Sirenita, casi llora con el abrupto final de la protagonista echa espuma de mar y luego recorre la casa de los niños, ya que su alma flota, libre del martirio del amor que la había cegado en un principio.
—¿Qué les pareció la hora de lectura? —pregunta Babus.
¿Hora? Fueron dos horas sentados y ya es medio día.
—Me gustó la reina de las nieves —declara Drew.
—Es excelente, una de las mejores, pero el Patito feo se gana un lugar en mi corazón y ni hablar de la Niña judía.
—A mí me agradó La Sirenita —apunta Estíbaliz.
Babus cavila la preferencia de la muchacha.
—Quizás porque te recuerda a Teodoro, ¿cierto? —aventura.
Se ruboriza y no pudo evitar ocultar las mejillas sonrojadas.
—¿Cómo puede usted decir algo así? ¡Claro qué no! Teodoro no amaría a otra que no sea yo —dice Estíbaliz, aunque por dentro sí tenía sus dudas.
Pensaba que Teodoro, viéndose despechado en el mar, aprovecharía, en las escalas de los puertos, a tener amores pasajeros junto a Marche. Duda ligeramente, con la pizca de los celos añadida al sazón de su celotipia, sobre la confianza que tiene en su amado. Sin embargo, con lo seco que es Teodoro, ni el agua del mar pudiera llenar a ese ser de emociones reprimidas desde la muerte de sus padres.
—¡Cálmate! Tampoco es para tanto —repone Babus y cruza sus piernas como una chica—. Dios nos hizo con la capacidad de amar. Por tanto, repartimos el amor que profesamos hacia él, nuestro padre eterno.
—Amén —dico Drew y da un codazo a Estíbaliz que se distrajo con un pajarito.
—Amén —responde, obnubilada.
Se hace una película fantasiosa de Teodoro. Lo visualiza como un chico que tiene relaciones con cualquiera. Imagina a una chica más guapa que ella. Esta personaje en cuestión, es una variante de mujeres que había visto durante su vida. Genera un rostro según los estándares estéticos del momento. Crea cabello, pies, manos, cuerpo con base en lo visto en las revistas que leen, a veces, las empleadas antes de cuchichear sobre sus vidas de solteras y lo mucho que desean un hombre a su lado.
—¿Quieren una naranja? —ofrece Babus.
—¡Claro! —exclama Drew.
Babus se dedica a mondar la naranja que extrajo del hábito, aunque la indumentaria no se ajusta a la moda del siglo XX, se siente cómodo con una vestimenta que armonice con la apariencia de la iglesia del siglo XIV.
Estíbaliz no había reparado en la pose afeminada del sacerdote. Entonces recuerda las cientos de críticas que las empleadas hacen sobre su conducta. Tal vez es momento de investigar sobre su comportamiento. No es asunto suyo si Babus es homosexual, pues, ella a veces se siente atraída por sus compañeras de habitación y al bañarse cerca de ellas. Sacude el indecoroso pulso s****l que le produjo pensar en los cuerpos esbeltos de sus compañeras.
—Babus —dice Estíbaliz. El sacerdote la mira sin dejar de mondar la naranja con precisión—, he escuchado rumores en contra usted y disculpe mi osadía, ¿es homosexual?
Drew no pudo evitar dirigir una mirada de estupor. «¿Qué pregunta tan estúpida hiciste?», se leen en los ojos estupefactos de Drew, mas Babus reacciona pasivo, frunce el ceño y deja de pelar la naranja. «Perfecto, acabo de arruinar el día», piensa Estíbaliz, pero luego del mutis, como si el niño y el sacerdote se pusieran de acuerdo, se rieron. La escena produce vergüenza a Estíbaliz. Se siente como una imprudente, además de tonta.
—¡Qué pregunta me acabas de hacer, querida! —exclama Babus después de reírse.
—Debe entenderla, Babus, no conoce tu historia —afirma Drew—. Siéntate Estíbaliz, hay lugar a un lado de él.
—No, no soy homosexual —apresura a decir Babus, aguantando la risa—. Muchos cometen el error de creerlo. —Estíbaliz se sienta a un lado de Babus—. Estoy consciente de ser un hombre con gestos femeninos, no lo dudo, es algo adquirido de mi madre y sabrás ahora que mi soltería no se debe por estar al servicio de Dios, nuestro padre y señor, amén. —Drew también dice amén—. Presta oídos a mi historia, quizás te sirva aprender algo de ella. Aclaro que no estoy en contra de la homosexualidad, en secreto, hago mi labor por los creyentes de Dios que aman a otros hombres. —Esto sorprende a Estíbaliz—. Dios nos hizo para amar al prójimo, sea hombre o mujer, el amor no tiene género. Mi risa se debe a la creencia social de que un hombre afeminado debe ser homosexual por sentado. Tengo la suerte de pensar así por entrar al servicio después de los acontecimientos que cambiaron mi vida.
Babus nació en Londres. Provenía de una familia de alcurnia con comodidades edénicas. Contaban con el reconocimiento de la Corona. Su sangre se remonta al siglo XVIII y desde esa época, prevalece una galería en una mansión ubicada en Versalles, Francia, con todos los cuadros generacionales del apellido de Babus. Eso incluía una fotografía cuando era adolescente.
Su vida cómoda le proporcionó una infancia relativamente sin preocupaciones. Un niño que era complacido en sus deseos materiales cuánto pidiese por aquella boca pueril. La madre y el padre profesaban un amor infinito a su vástago único. Pasaría la adolescencia en una de las mejores academias de Londres. Su futuro era encaminarse a la política, labrarse un sendero que dejara en alto, una vez más, la bendición generacional con la que nació, pues sus antepasados en su mayoría eran juristas y abogados. Avanzó a la universidad, de entrada en Oxford, no pudo evitar emocionarse por el prestigio de estudiar en una de las mejores universidades del país.
Los padres mandaban una mesada a su hijo, en aquel entonces de la época universitaria de Babus, que le alcanzaba para disfrutar de los placeres capitales, pero en lugar de gastarlos, reunió, con miras a un proyecto futuro, una fortuna considerable para vivir con sosiego durante un tiempo. Antes de graduarse, Alemania y Francia dieron inicio a la nefasta primera guerra mundial. Ni hablar de la gripe española que hizo estragos en Europa.
Impelido por un carácter nacionalista, gracias a las enseñanzas de una familia que entregaba su alma a los gobernantes, entró al servicio militar para servir a su país. De manera que congeló sus estudios y, por ende, su graduación. Sus padres aprobaron esta decisión con una amplia sonrisa. Babus en la guerra extendería el currículum exagerado, que nadie conoce y solo ellos se jactaban de su gloria pasada en tiempo modernos, del apellido. Esto no valía en el tiempo en el que los rangos sociales cada vez valían menos para el proletariado.
Cuando Babus finalizó su entrenamiento parsa asistir al ejército, no había vuelta atrás para su destino. Fue enviado a la región de Picardía, en Francia. Participó en la batalla contra los alemanes en el valle del río Somme. Ya había transcurrido la contienda de Verdún y estaban en una ruda etapa de estancamiento. Justo en ese instante se desencadenó una sangrienta pugna de trincheras. Por otro lado, el movimiento Británico por el río Somme, trataba de aligerar la presión en Verdún, pero las fuerzas alemanas no desistían.
Aquel hombre catedrático del presente, portaba un fusil en sus manos cuando fue testigo de las tragedias dramáticas que solo un infierno humano es capaz de mostrar. Su vida dio un vuelco. Estaba atrapado en un agujero hediondo a heces y los piojos no paraban de malograrlo. Redactaba cartas desesperadas a su madre, con ganas de regresar lo más pronto posible a su hogar, cansado de las balas; de conocer personas y al día siguiente verlas partidas a la mitad; de cubrirse de una explosión que esparcía tierra y sangre; de no poder dormir atento de que aviones los acribillara. En lugar de recibir consuelo, Babus recibió una ruda respuesta de su madre. Aquellas palabras desgarradoras lo humillaron por su expresa cobardía. Incluso lo desheredaron del apellido. Aquello devastó todo lo que creía correcto de su familia. Comprendió que no solo las amistades son efímeras, también lo es la familia y estos no pueden jamás entender el dolor que sientes al encarar la muerte en el campo de batalla. Con esta filosofía nueva, reemplazó la vieja. En consecuencia, dejó de importarle su vida y lo que hiciera con la misma, sí tenía que morir, debía morir.
Finalizaría la batalla en el río Ancre, que resultó en una victoria táctica de parte de la entente. Babus aprovechó la situación caótica para desertar de las filas británicas. Se separó para siempre de la guerra, aunque no fuese el final de la misma.
Solo y con una pequeña suma de dinero, que serviría para sobrevivir durante tres meses en Francia, paró en Orleans. Desde allí envió una carta directa a su madre. Debido a su sentido del ahorro, tenía a su nombre una cuenta en Inglaterra donde acumuló las mesadas. Su prosperidad económica la tenía acumulada allá y podría asentarse como un negociante. De ese modo diría adiós a una vida de lujos que destruyeron los sentimientos de sus padres. Escribió una extensa misiva que manifestaba su indignación y cuando aún podía arrepentirse, la envió. Quiso visitar Versalles y destruir el cuadro en el que pertenece al linaje de su familia, pero aquella resolución inmadura a negar su apellido sería un sinsentido. Lo mejor era regresar a su brigada y así volver a Inglaterra para presentar su dimisión, pero luego remembró lo estricto que eran sus superiores y en vez de parar en Inglaterra, acabaría de nuevo matando alemanes. Un miedo razonable, podía preverse que la guerra podía durar muchos años más.
Pensó en lo ridículo del detonante: un asesinato. Los líderes cómodos en sus asientos, encolerizados, mandan a otros a matarse con quienes odian, mientras continúa vivo el ser que dirige la nación atacada y en este caso, defendida por los títeres mismos, dígase la población que besa un ideal. Se disparan millones de balas para acabar con millones de vidas y, a su vez, estos líderes se pavonean de sus victorias y lloran sus derrotas mientras los c*******s se descomponen en el terreno bélico.
Asqueado por el filo de una realidad encarnada en su época, decidió invertir un poco en diversiones superfluas y patéticas. Contrató a varias prostitutas para agrandar su soledad y placer s****l. Acababa de rellenar de semen una v****a, y se quedaba meditando sobre lo efímero del amor y el placer mientras fumaba un cigarrillo: la prostituta se había marchado y él le había pagado.
Recibió la respuesta de su madre en donde se alojaba, ya que buscó una casa cómoda donde permitieran desatar su libre albedrío. Se hospredó en la morada de un compatriota soltero y senil que cada noche soñaba con la muerte. Leyó el contenido de la carta, una sarta de insultos y regaños de su madre oficialmente declararon a Babus un proscrito familiar. Sería desheredado y no volvería a tocar fortuna, debía apañarselas solo en el mundo. A continuación leyó que cancelaron, incluso, los pagos de sus estudios en Oxford. Encogió los hombros, fue en busca de una prostituta y descargó su tristeza penetrándola hasta el amanecer. Pero esta prostituta no se fue como las demás, se quedó a un lado cuando vio las lágrimas que recorrían los cachetes joviales de Babus, que estaba sentado en el borde de la cama, decepcionado del mundo y su decadencia. Ella lo abrazó y este hombre siguió llorando en los pechos de ella. La dama de la orden del tablero n***o se llama Aimé.
Babus no pudo eludir la inmensa simpatía que le causó Aimé. Al amanecer, la invitó a desayunar y reposaron juntos durante el atardecer. No sentían un apego romántico, solo se tenían lástima el uno al otro, dos cascarones vacíos que se ofrecían un hombro. Pero del campo regado por las lágrimas, nació una cantidad incontable de flores. Del trabajo de Aimé y el dinero de Babus, pudieron subsistir durante ocho meses y en el lapso de esos meses, se enamoraron. Babus consiguió trabajo gracias a un contacto de Aimé, así pudieron medrar algo que no les permitiera terminar en la calle. El viejo soltero aceptó de buen grado a Aimé. Como ya estaba en los último días cercanos a la muerte, su acción caritativa no podía ir más allá, aunque la hija, que venía a veces desde París, desaprobaba la presencia de los inquilinos que los tachaba de indeseados, pero, a su vez, el esposo opinaba lo contrario al saber que Babus participó en la batalla de Somme y se enorgullecía de ver al inglés.
Babus reconstruyó su identidad con el decurso de la guerra. La nube oscura que cubría a Europa se disipó en el año 1918 cuando Alemania aceptó el armisticio. Para aquél año, Babus y Aimé estaban por casarse, pero la situación cambio en contra del matrimonio. El viejo se había muerto hace un tiempo, la hija extendió el plazo de dejarlos allí, pero esta se cansó de vivir en París y quiso mudarse a Orleans. Hecho por el cual tuvieron que desalojar la vivienda. Aimé ya no era prostituta, se dedicaba a ser ama de casa mientras Babus trabajaba. Cuando recibieron la orden de desalojo, Babus no tuvo otra opción que tratar de reunir por cualquier medio para irse a Inglaterra. En su momento, Aimé estaba embarazada.
Culminada la odisea de reunir el dinero, Babus y Aimé dejaron sus vidas en Francia. Aimé pisó suelo inglés y dio a luz a la preciosa Ana. Babus retiró su grandiosa cantidad de dinero que lo ayudó a comprar un humilde hogar en las afueras de Londres. Invirtió en un negocio de comida francesa y prosperó con un éxito rotundo. Actualmente, Babus aún conserva su negocio, es un secreto que contó a Drew. Prosiguiendo con el relato del pasado de Babus, su vida fue saboteada por su estirpe noble. Su madre averiguó dónde residía su hijo y se fue con el padre de este en un coche de lujo. Babus los recibió con expresa frialdad y negó que avanzaran al interior de la casa. Recibió un escarmiento severo de su madre en público. Los vecinos y transeúntes no podían evitar mirar el estallido histérico de la señora. El padre se burlaba y escupía sobre el éxito de Babus, y se jactaba de que Babus era como era por haber nacido de un hombre ejemplar. Lo odiaban en exceso y Babus, callado, solo escuchaba. Rogaba que se marcharan lo antes posible. Después de recibir tremenda humillación ante los ojos chismosos, se sentó a llorar cerca del caldero con Aimé. Ella había oído las bravatas de la madre de Babus, incluso, casi salía a defender su nombre ante tal fiera. Como toda francesa, no le tenía miedo a una cualquiera, así sea la madre de su amado.
Dios reprendió a los padres de Babus. La madre falleció por un derrame cerebral. El padre, como lo había desheredado, decidió destinar su fondo monetario a la beneficencia. Más adelante, cuando Babus inaugura el séptimo local de su ahora franquicia, falleció su padre de un paro cardíaco. Él no tuvo la cara para mirar a sus padres, ignoró sus muertes y siguió triunfando en el mercado. Debido a que no era hombre de andar con amigos, un trauma sin superar desde la guerra, pasaba todo su tiempo con Aimé y los gestos, poses, modismos, fueron absorbidos por él. De allí surge su reputación de afeminado, de la delicadeza e interacción diaria con Aimé. Estos dos disfrutaban largos viajes por Gran Bretaña, se divertían. Planificaron su boda, soñaban al escribir tonterías. Era un amor tan enlazado y profundo que nada podía separarlos o eso se creyó.
Alemania, como todos conocemos, siendo la principal antagonista y causa de estas inmundicias, invadió Polonia. Babus vaticinó la extensión Alemana por el continente Europeo, después de la derrota de Polonia, el cual empezó por Francia. Aimé recibe una carta por aquellos meses que tomaron el país y lo dividieron.
Hay que narrar unos sucesos fundamentales para entenderlo. Babus no lo explica porque desconoce sobre la organización.
Aimé formaba parte de una red de espionaje desde la primera guerra mundial. Fungió como prostituta en Berlín. Para ese entonces recaudaba información vital que enviaba a los jefes de contienda en Verdún. Estuvo a punto de ser descubierta, pero antes de ser arrestada, huyó por los poblados que delimitan Verdún. Relató el motivo de su huida, fue condecorada en secreto por el gobierno. Muy sencilla la ceremonia, solo estaba ella en la cámara con los distinguidos miembros de la Legión de Honor.
Continuó laborando como prostituta y generando ingresos. Ella tenía una casa en Lyon en la que vivía su madre y su hermana enferma. De Paris se mudó a Orleans. Dormia en las habitaciones de sus clientes y comía en tiendas de poca monta. La economía durante la guerra era un desastre, no podía esperarse demasiado dinero como prostituta. Enviaba lo que podía para pagar los insumos médicos de su hermana, para nada valió porque al final murió. Justo dos días después de la muerte de su hermana, conoció a Babus. Incrementó el dinero que enviaba a su madre, siempre en secreto hacía estas acciones. Jamás lo confesó, temía que Babus no aceptase su pasado.
Ella creyó librarse de la senda maldita que amarra a los humanos a un insidioso mañana. Cuando recibió la carta, se dio cuenta que era de la organización del tablero n***o. Solicitaba su presencia como m*****o oficial, porque fue seleccionada por su excelente labor durante la primera guerra mundial. No hallaba la forma de conversarlo con Babus, su miedo crecía por dentro. No prestó atención a la carta y antes de que regresara su marido de revisar el local principal, quemó el contenido.
Una semana después, cuando Ana comenzaba a hablar más fluido, llegaron dos hombres uniformados de n***o con los anillos. Aimé abrió sin siquiera identificarlos. Ellos esclarecieron la razón de su visita. Debía marcharse a servir en Francia o sería dada de baja con la muerte. Ella suplicó tiempo para pensarlo, pero los hombres circunspectos extrajeron sus revólveres y en silencio martillaron el arma, exigieron una respuesta. Los ademanes atribularon una ansiedad desbocada, con los síntomas a tope, los hombres para no someterla a presión, le dieron una hora para decidir. Su hija Ana lo había visto todo, Aimé la abrazó tan fuerte como nunca antes lo había hecho.
Los hombres no abjuraron en su fuero interno para forzar el asentimiento de Aimé. Cumplida la hora exacta, regresaron y tocaron la puerta de la familia. Aimé respondió un «sí» pero necesitaba una semana para acomodar los trastes que iba a llevar a Francia; sus ojos trémulos no suavizaron a los ingleses y ellos le dieron un mínimo de cinco días para que se presentara en Dover a las seis de la mañana. Ella asintió, callada y con la congoja en el pecho. Acto seguid se desplomó en una silla y su hija se quedó muda ante el suceso. Babus regresó y encontró a su esposa,abatida. Aimé no tenía ganas de hablar, solo trajinaba de aquí y allá, murmurando cosas en francés. Babus no era muy ducho en francés, trató de atribuir los comportamientos de su mujer a una crisis nerviosa por la menstruación. Incluso iba a ir en pos de los medicamentos, pero Aimé lo retuvo con lágrimas que caían en el suelo.
Fue difícil de explicar y controlar el hipido. Le dijo todo: desde su misión como espía hasta la carta que recibió. Babus comprendió la circunstancia y, como buen padre y hombre, apoyó a su amada. Acudió a despedirse de ella en Dover. El trato era quedarse con Ana, pero antes de regresar, los hombres uniformados reclamaron a la niña. Apuntaron con ametralladoras Thompson a Babus y, en consecuencia, se llevaron a Ana junto a Aimé. esta última no pudo luchar por defender tal injusticia.
La actitud de Babus cambió radicalmente. No volvió a ser el mismo después de haber sido despojado de lo que más amaba en la tierra. Encontró refugió en el servicio de Dios al entrar a un monasterio. Se refugió en las enseñanzas de un afable jesuita, conversó con él y fueron directos en el asunto para entrar al servicio del señor y predicar la palabra a una masa de oyentes. Habían vacantes disponibles, pero debía recibir una instrucción estricta. Así inició su aventura como m*****o del clérigo, alejado de sus negocios. Los locales los dejó a cargo de los gerentes que hacían un estupendo trabajo, pues eran personas de confianza y de leyes morales pétreas, muy difícil sería corromper a uno de ellos que acudieron a pedirle ayuda, y Babus los salvó de la pobreza. Debían su vida a un hombre que perdió el amor y el fruto del mismo.
Aimé escribía a menudo, su hija había aprendido a escribir como a dibujar también. Recibía cartas de las dos, sus misivas contentaban al futuro sacerdote. Lamentablemente él no podía responder. Aimé rogaba que no se dejara embargar por sus emociones y respondiera. Babus siguió recibiendo las cartas hasta que, de pronto, en la puerta de su casa, recibió una esquela. En ella expresaba que Ana y Aimé habían muerto durante el servicio. Maldijo lo máximo posible su vida. Desde la gran guerra hasta ese año, solo había recibido desgracias, unas tras otras, pero también había tenido la oportunidad de ser padre y haber amasado una fortuna como emprendedor. Aún con la guerra en pleno apogeo, vaticinó una gran depresión que azotará más adelante al mundo.
Si era, de por sí, entregado a Dios, acabó por entregarse totalmente. Su devoción era tan absoluta que sus colegas alabaron y compadecieron su conducta, dado que conocían a un hombre que lloraba por las incoherencias que debían sufrir los seres humanos en la tierra poblada por los supuestos hijos de Dios.
Hubieron mujeres interesadas en su fortuna, pero Babus las rechazaba con rotundidad. Su alma, cuerpo, mente y corazón pertenecían a Dios, su mujer y su hija. Cuando las rechazaba, les decía eso y muchas terminaban por hacerse la idea de que era homosexual y era sacerdote para ocultarlo. Babus se reía de tal locuacidad para afirmar una inclinación hacía el sexo masculino del cual no sentía nada más que un somero interés como individuo, nada que transcendiera al erotismo.
Culminando el año de instrucción, fue trasladado a Bridgepark para acabar sus estudios religiosos y declararse oficialmente m*****o del clérigo ortodoxo que reinaba en Inglaterra. Allí sería testigo del atentando que conocemos. No hace falta narrar esa parte porque Babus detiene el curso de sus recuerdos.
—Disculpa por inferir algo que no eres Babus —habla Estíbaliz.
Reina el mutis entre ellos. Tañe la campana en la torre. Babus suspira mirando contristado el cielo límpido. El sol dibuja un nimbo de colores alrededor.
—Quisiera regresar en el tiempo y volver a estar con ellas —expresa manando la nostalgia en el aliento. Retiróa los lentes, los limpia, después voltea a ver a los muchachos.
Estíbaliz tuvo conmiseración con el gesto triste de Babus, que está afligido y con los hombros caídos.
—Deberíamos comer naranja, el cítrico aliviará las penas —anima Drew.
—Es pasado, no puedo atorarme en las cadenas, debo disgregarlas y vivir el presente —susurra Babus para sí. Pica en tres partes simétricas, la naranja. Luego la reparte a los muchachos.
—¿Y qué pasaría si ella estuviera viva? Nos dijiste que era m*****o de una organización de espionaje internacional, ¿no? —dice Estíbaliz tratando de reavivar la esperanza en Babus—. Tal vez murió Aimé, pero pudo haber nacido otra faceta de ella que protegiera su verdadera identidad.
—Eres adorable, querida Estíbaliz…
—Un español lo hizo, un tal Juan Pujol, pieza clave de la guerra. —Toma la mano senil de Babus y este sonríe con lágrimas anegadas—. Ella puede estar viva aún, Babus. No perdamos la esperanza.
—En el caso de estarlo, ella me habrá abandonado para no volver…
—No seas pesimista —suena irónico viniendo de Drew, pero intervino en las palabras de Estíbaliz—. Cierto es que no soy el mejor para decir esto, pero también creo en la posibilidad de que Aimé esté viva. Quizá espere el momento correcto de hacerlo.
—Dios bendiga sus afirmaciones, nada me haría más feliz que volver a estar con ella y mi hija —recalca Babus.
—Ten fe de que será así, Dios guarda lo mejor para nosotros cuando flaquea la esperanza.
—¿Quieren leer escuchar otro cuento de Andersen? —propuso el sacerdote, repuesto en ánimos.
Así pasaron el resto de la tarde, haciendo compañía al único verdadero amigo que tienen en Bridgepark. Babus, bien sabemos querido lector, no volvería a saber de la amistad. Pero él, desde que daba clases a Drew por separado, hizo un verdadero amigo. Ahora suma en sus dedos, cuando los cuenta, a la preciosa Estíbaliz.