Capítulo 4 (editado)

4522 Palabras
Salieron los cuervos espantados por la presencia demoníaca de un hombre que pasea por los parajes naturales de un bosque. A su alrededor, estáticos arces observan su marcha en el sendero. Ataviado con un saco, su anillo proyecta el símbolo del rey. El sombrero es una fedora negra con un cinta blanca alrededor. Una dama vestida de n***o, con su doncella, andan por un camino diferente. De improviso, como alguien que llega con un bate y rompe la ventana de un habitación sin razón aparente, oyeron un silbido y el señor, aferrado al bastón, esconde la mano en el bolsillo y palpa el gatillo del revólver. Espera, paciente, y de reojo ve que la dama también se detiene. Entonces, sin notarlo, cae a sus espaldas, un nativo norteamericano alto y robusto con el pecho descubierto y un pantalón con símbolos de su tribu. El pecho sube y baja, silenciosa es su respiración. El suspenso aumentaba como el halo de ominosa presencia. —Kawak. —Se gira el anciano y extiende los brazos. Se abrazaron sin sonreír, pero fue un abrazo fugaz teñido de diplomacia. —¿Lo tienes? —pregunta. Asiente el nativo. La dama, en silencio, como si tuviera los labios sellados, hace señas a la doncella y esta extrajo una daga que traía en una funda. Acto seguido, entrega la daga con parsimonia. —¿Aún profesan su amor por el partido Nazi? Vaya escoria. —Me parece absurda la inteligencia inglesa —manifiesta Kawak. —Norteamérica es inútil desde su dichosa independencia. Ahora se jactan de su participación histórica en la guerra. —Ofrece un tabaco a Kawak, el nativo lo acepta y ambos se disponen a fumarlo luego de encenderlo con un mechero—. Desde que pisé Nueva York, quería devolverme a Inglaterra. El nativo expele una risa amarga. Tiene tatuado el símbolo de una torre negra en el hombro. —¿Dónde estaba? —pregunta el rey. —¿Quién? —El canalla. —Lo capturamos en el puerto, planeaba huir. —Los Nazis buscaron refugio en Suramérica, pero antes de replegarse, cometieron un delito grave que merece juzgarse. —¿Incendio de Bridgepark? —pregunta con una ceja levantada. —Sí. —Clark, ¿dónde? —Está vivo, Kawak. Hemos recibido sus informes de la situación. Al parecer, hay miembros del partido blanco que asesinan sobrevivientes de la catátrofe del pueblo, es una situación preocupante. Un río y su celestial tonada amenizan la tensión del ambiente. —Hmmm… —Te necesitamos aquí, Kawak —dice el rey, vaticinando los deseos del nativo—. Clark regresará pronto. Kawak es bastardo de Clark. El espía inglés decidió criarlo, cuando Kawak nació, hasta tener edad suficiente para viajar a la tribu donde pertenece su madre. Empero, quería conservar el apego con el indígena, educándolo hasta los diez años. Sucedió incluso antes de la guerra y de la creación de la orden del ajedrez n***o. Clark viajó desde Inglaterra a Estados Unidos para pasar un año sabático. Desde su pisada en la concurrida Nueva York, sucedieron situaciones incómodas. Quizás no sepas quien es Clark, pero es el hombre del anillo del caballo n***o en Bridgepark. Más adelante se conocerá la serie de desventuras que vivió en Estados Unidos. Pero durante esta etapa tormentosa, mantuvo una relación secreta con una nativa. De modo que reemplazó el afecto que sentía hacia su mujer en Inglaterra. Del amorío nació un fruto y futuro m*****o de la orden. Kawak nace en Arizona, se cría con su padre y madre al principio, pero los ideales de la tribu cuasaron disgustos en la pareja. Clark no era descendiente de ninguna estirpe indígena. En consecuencia, lo que hizo ella era imperdonable para los miembros de su e***a. Sin embargo, en una discusión sana, sin gritos ni reproches, pues la decisión de traer un hijo al mundo no fue del todo accidental, Nayeli quería atar a su hombre de una forma u otra y Clark amaba profundamente a Nayeli. Aún en el presente, Clark guarda un retrato de ella en su casa ubicada en el condado de Kent. Entonces, prosiguiendo con la discusión en el hotel, pactaron una resolución: Clark criaría a Kawak hasta los diez años, después lo entregaría a la tribu y estos se encargarían de su formación como m*****o íntegro. Nayeli regresó a su hogar, se despidió de Kawak, anegada en lágrimas. No quería separarse del infante y su amado. Clark sentía un peso abrumador al cargar a Kawak. Los doce años avanzaron a galope tendido. El niño creció y aprendió hablar un inglés perfecto. En ocasiones, recibía las visitas de su madre cuando debía amamantarlo. Clark había alquilado un apartamento provisional y allí se forjó Kawak. Fue aleccionado sobre las costumbres inglesas y, a su vez, Nayeli impartía clases sobre su tribu y hasta le enseñaba el dialecto. A los cinco años, Kawak conocía el bosque como la palma de su mano y a los nueve, sabía cazar, pescar, talar, leer, escribir, matemática básica y mucho más. Incluso llegó a ver clases en una escuela primaria. Clark, como ya sabemos, no solo se quedó un año. Prosperó con un local de comida rápida para tener un sustento que ayudara a amenizar sus gastos. Acumuló, de las ganancias, una considerable suma que dio a Nayeli cuando debía irse a Inglaterra. Kawak se había encariñado con su padre durante los años que compartió con él. Clark lo acompañó junto a Nayeli hacia New York. Cuando Clark parte a Inglaterra con los ojos cristalinos como el mar, eclosionó la ira teutona, la que fue capaz de arrasar con Europa. Se desencadenó la invasión a Polonia. Vientos amenazadores de un augurio negativo, lo percibía la piel de Kawak a sus catorce años. Enviaba cartas muy seguido a su padre, este respondía cuanto antes. En las misivas expresaba su opinión sobre la expansión de Alemania, junto a la Unión Soviética. La situación era preocupante, pero aclaró que era un capricho pasajero de dos naciones políticamente inestables. Kawak discernía respecto a lo último. Un jesuita hablaba en un plaza sobre el advenimiento de los jinetes del fin del mundo. Los estertores de la muerte anunciaban la llegada. Francia fue invadida, Kawak se preocupó aún más. Clark informó, desde Londres, que estaban hondamente asustados. No tenían forma de repeler una movilización militar de proporciones Nazis. Usó como referencia el temible avance por tierras galas que hicieron sufrir al pueblo francés. Años más tarde, Kawak se enteró que su padre se alistó en el ejército para defender Inglaterra, pero al contrario de proteger Gran Bretaña, fue enviado a África. Desde ese día, Nayeli y Kawak, no supieron más de Clark, su paradero era desconocido. Entonces, el nativo, impelido por su amor al padre, a sus dieciocho años, se alistó en el ejército norteamericano. Para sorpresa de muchos, sus habilidades superaban al resto de los aspirantes del grupo de prueba. De manera que cautivó a los superiores que tenían preparado algo superior a los reclutas con condiciones físicas magistrales. En lugar de ser enviado a Italia, Kawak recibió la invitación de ser m*****o de la orden del tablero n***o, una organización de contraespionaje creada por los Aliados para combatir a los espías del Eje. Aceptó sin chistar y, semanas después, fue enviado a Londres. Su propósito era eliminar espías del tablero blanco, organización creada por el Eje con el fin de desestabilizar las naciones desde el interior, pero en el fondo tenía un segundo objetivo: hallar a Clark. Matar espías alemanes y japoneses era sencillo, puesto que sus sentidos híper desarrollados, gracias a su entrenamiento en el bosque, ofrecía ventajas sobrehumanas en el campo. Derribaba, uno a uno, a los peones, pues era difícil alcanzar una torre o caballo, la gran mayoría eran francotiradores y asesinos profesionales. De este modo, Kawak se ganó el tatuaje de la torre negra. Fue condecorado con el anillo por haber desempeñado una labor magnífica que protegió el gobierno de Churchill. Por otro lado, en sus días de asueto, dedicada infructuosas búsquedas para dar con el paradero de Clark. Viajaba desde Kent hasta Escocia. No sabía hasta dónde podían llegar sus pesquisas. Acabó por desalentarse y antes de tirar la toalla en el intento de hallar a su padre, probó preguntar a un colega si podía obtener información sobre Clark Smith. Su colega cooperó de la mejor manera y dio con Clark Smith dentro de la misma organización. Sabiendo esto, Kawak realizó los preparativos para encontrarse con su padre en las cercanías de Dover, allá por los riscos blancos que caracteriza el sitio, a ojos del puerto de Calais que estaba rodeado de las tinieblas de la guerra. Se habían escrito por cartas, a veces por telegrama. Su corazón formulaba preguntas, una tras otra, pero cuando se halló con Clark, en el risco, se dio cuenta que hasta el hombre más guerrero puede llorar. Padre e hijo se abrazaron frente el rugido del mar que rebotaba en el risco. La brisa impetuosa removía los cabellos de ambos. La escena daba la fortuita sensación que el destino o el universo quiso juntarlos mediante la orden del trablero n***o. Clark reveló a Kawak, que tiene una hija. Se encuentra en Bridgepark, su nombre es Estíbaliz Smith, pero cuando entró en la orden del tablero n***o en África, fingió su muerte para no arriesgar la vida de su esposa e hija. La comitiva del tablero n***o estaba realizando túneles subterráneos en puntos clave del país que conectaban con ciertas zonas en caso de bombardeos. Explicó un poco sobre la tensa situación que rodeaba a Londres, Kawak estaba al tanto de las patéticas maniobras aéreas del Eje en Gran Bretaña. "Un error que marcará la derrota de Alemania", dijo Clark y añadió que la RAF vence en habilidad a los aparatos alemanes. Deseoso se conocer a su hermana menor, sin revelar la identidad de espía, se dirigió a Bridgepark. Por las noches se dedicaba a saltar los techos en pos de conocer a Estíbaliz. Dio con la dirección de la casa que suministró Clark y esperó el amanecer cerca de la iglesia. Se reunió con algunos miembros de la organización, habían piezas blancas que merodeaban en Bridgepark. Durante el tiempo que pasó en Bridgepark, apoyó a asesinar a los enemigos. En el transcurrir de la faena de captura, halló, en la plaza abandonada donde están las casas barrocas, un documento que contenía un inventario completo de los almacenes de pólvora; además de un mapa. No podía perder tiempo, debía averiguar las intenciones. Alguien elucubraba un siniestro plan que iba aperjudicar a los habitantes del pueblo. A continuación, pidió ayuda, por telégrafo, a Clark y mientras esperaba su respuesta, fue a ver a su hermana desde el campanario de la iglesia. Estíbaliz salía a hacer las compras al mercado central con una cesta de mimbre y un sombrero de alas anchas. Kawak sonreía cuando veía a su pequeña hermana que iba a manos de la madre. Recordó a Nayeli y de regreso a su guarida, que era en un almacén portuario en desuso, escribió una larga misiva para Nayeli. Ese mismo día se retiraban varios miembros de la orden a Estados Unidos, dado que recibieron la alerta de un submarino Nazi que capturó imágenes de Nueva York y, en consecuencia, el gobierno américado decidió repatriar a sus mejores miembros de la orden que estaban esparcidos por Europa. Uno de ellos, que era colega de Kawak, aceptó la responsabilidad de hacer llegar la carta a Nayeli. Después de entregar la carta, no se detuvo a procrastinar, continuó escarbando el plan de las piezas blancas en Bridgepark. Los alemanes capturados se suicidaban antes de que, Kawak, sustrajera información bajo tortura y a veces se disparaban a mitad de persecución. Pero, una noticia alertó a Kawak cuando terminaron la construcción del túnel subterráneo en el pueblo. Recibió el telegrama de Clark, lo llevaba esperando y habían pasado cuatro semana. Sus ojos se abrieron de par en par aquella noche: uno de los miembros blancos destruyó los almacenes como un atentado directo a la economía de Inglaterra. El supuesto accidente fue intencionado. Era tarde cuando iba a actuar: el primer almacén estalló. Kawak se recuperó de inmediato, el temblor sacudió las paredes del refugio. Cuando salió, reconoció a Estíbaliz en el puerto. Vio que emprendió una carrera. Enonces Kawak decidió seguirla por la escalera de un negocio contiguo a un callejón. Saltando como una ducha pantera hasta el alféizar de una ventana, se repantigó y subió al techo. Pisó, con precisión, las tejas y no perdió de vista a su hermana. Tenía el revólver en mano y el tomahawk que había transportado desde Norteamérica hasta suelo inglés. A la zaga de Estíbaliz, un asesino se preparaba para matarla. Sin dudarlo, calculó la distancia, saltó y lanzó el tomahawk. El filo se enterró en el hueso del brazo armado del sujeto encapuchado. Tocando suelo, intentó derribarlo, pero el asesino lo esquivó y extrajo una pistola alemana; Kawak tensó el martillo del revólver, con pericia, y disparó a tiempo. Le hizo un tercer ojo al asesino, recuperó el tomahawk. Volteó y una segunda explosión lo aturdió. Las calles estaban atestadas de gente que corría de aquí para allá. El pánico colelctivo era parte de la atmósfera. Buscó, sin perder tiempo, a Estíbaliz en la muchedumbre. Escaló una casa para ampliar su campo de visión. Otros miembros luchaban contra los enemigos del atentado. De repente, una bala silbó en su oído. Vio un francotirador apostado en una chimenea, apuntaba hacia él. Se cubrió al lanzarse a un callejón, pero allí lo esperaba otro homicida. Aprovechó el despiste de este, pero el villano se giró y propaló un improperio en alemán. Tenía una pistola en la mano. Disparó, pero Kawak se había agachado. Entonces, el nativo dirigió un gancho a la boca del estómago del hombre y con el tomahawk, enterró el filo mortal en el centro del cráneo. Con el pie empujó el cuerpo del cádaver que tenía los ojos templados. Una vez que terminó el combate, prosiguió su carrera. Ocurrió el tercer estallido, uno de los fragmentos de metal, que voló a alta velocidad, hirió a Kawak en la clavícula. Dio pasos como si estuviera bailando un vals con el dolor. Gruñía. Vio a Estíbaliz, su hermana observaba, estupefacta, el cielo alumbrado por las llamas. La silueta que había visto Estíbaliz aquella noche, era su hermano herido por uno de los fragmentos. Ya conocemos las consecuencias del atentado. Kawak se recuperó durante unos meses en reposo. La guerra terminó con la victoria soviética en Berlín, en el transcurso del año 1945. El panorama general de Bridgepark era lamentable. Kawak fue convocado a Londres para colaborar con su padre en la investigación de los últimos integrantes de la orden blanca. Antes de marcharse, dejó a cargo unos tres miembros para cuidar a Estíbaliz durante su ausencia. Esto explica la caridad de ciertas personas con Estíbaliz al quedar huérfana, como eran miembros de la orden, no podían hacer mucho, pero lo poco era valorado por Estíbaliz y, en anonimato, Kawak se sentía satisfecho cuando recibía noticias sobre el bienestar de su hermana. En Londres, la orden combatió las células restantes del partido Nazi. Después se fueron a otros condados para continuar borrando la amenaza. Clark y Kawak fortificaron su relación padre e hijo, eran el dúo favorito del gobierno y del rey, jefe de la orden. Pero, el rey de Estados Unidos, convocó a Kawak, ya que necesitaba su presencia para acabar con las fuerzas enemigas en Texas que trataban de huir a México. Contristado, una vez más, debía desprenderse de su padre. Siendo un hombre recto y de justicia, se despidió de Clark sin lágrimas y regaló una sonrisa de felicidad a su padre. El destino los unirá después, por ahora, necesitaban separarse otra vez. Retornó a Estados Unidos junto a los soldados que participaron en la guerra. Al llegar a New York, fueron recibidos con vitores y un espectáculo de bienvenida inolvidable. Kawak se dirigió a Arizona, su objetivo era proteger a su madre y la tribu. No supo más de Clark. Entrando en el presente mórbido, un alemán yace en la tierra con espuma en la abertura de sus labios. Las volutas de humo del tabaco ascendían al infinito; un viento estival acarició los semblantes adustos de los presentes. La dama avanza, se situa cerca del cuerpo, corta el cuello del c*****r. El rey se rie un poco y estronuda. Kawak acaba su tabaco. La doncella, con un frasco diminuto, recolectó algo de sangre fresca. —¿Vale la pena? —pregunta el viejo, impávido ante la escena. —No —contesta Kawak. —¿Por qué el hombre está aferrado a un ideal? Son solo ideales efímeros y extinguibles, nada palpable. Siguen creyendo que resucitará el partido Nazi, pero terminó, acabó, es el fin del juego, nada de lo que hagan hará que Hitler salga de la ataúd a conmemorarlos por semejante idiotez. »Veo a estos hombres y no puedo evitar compararlos con la humanidad. Todos apegados a una creencia para dar pasos en la existencia. Necesitan ser parásitos a unas palabras que consuelen sus miserias, angustias, penalidades y demás sandeces que hagan más desgraciado al hombre. »Los partidos políticos representan, en su máxima expresión, la imbecilidad del ser humano en querer seguir siendo gobernado y que otros tomen decisiones por él para luego criticarlas. De una forma u otra, nacemos dependientes y morimos dependientes del entorno social que nos rodea. »Este tipo, como otros tanto, se suicidan en nombre de una bandera que no les importa su inválida presencia. Uno más del montón, un número creciente de los caídos, estadísticas que alimentan el morbo informativo de los canales amarillistas que están fervientes de hablar de datos y el espectador solo dice: «¡Wow, murieron millones de personas en la guerra!», después lo ves alegre, continúa su vida… La vida que esos millones de soldados dieron para defender la libertad de aquel hombre que pasea su perro en el parque y no sufrió las calamidades de otros. Así de indolente es el mundo y así de cínico es el ser humano. Entonces, ¿para qué matarse siguiendo un concepto a ciegas? Ni su padre ni su madre lo recordaran, pues todos morimos al finalizar la partida. Kawak, como una estatua, escucha el monólogo. —No hagas nada con el cuerpo, deja que se pudra y sea pábulo de los pájaros. Obremos por esas aves que deben pasar hambre desde que terminó la guerra —especificó el rey inglés. La doncella y la dama siguen selladas como un par de tumbas. No hablan, no opinan, no observan a ninguno de los dos hombres. Solo se limitan a existir en el escenario. Son los personajes más cargados de misterio, pues la dama tiene unas pestañas de abanico, nariz aguileña, mentón puntiagudo, casi similar al de una bruja, pero con una belleza perturbadora. La doncella debe tener quince años y su vestido n***o es casi victoriano, es regia, su nariz pequeña, labios con forma de corazón, pintados de rojo, lo cual sobresalta su epidermis del color de sus bragas blancas que lucen sus pechos en aumento. Sus manos están entrelazadas y en dirección al centro del vestido, descienden hacia las piernas. Esboza una «v». Kawak se pregunta quiénes son ellas, ya que no había conocido a una dama y a duras penas se entera que hay mujeres en la organización. El rey infiere el interés de Kawak. —Son francesas —aclara, luego carraspea—. Ellas lideraron la resistencia cuando Francia se dividió en dos, son heroínas en secreto. —¿Por qué recolectar sangre? La dama lo mira, impertérrita. —Hacemos perfume con la esencia de los hombres, su sangre —explica la dama en un excelente inglés. —Son grandilocuentes artesanas, confeccionan sus propias vestimentas, pintan, crean zapatos, pelucas… —¿Pelucas? —pregunta Kawak. —Sí, porqué trabajan con materia prima humana —dice el rey no sin cierto repelús en la voz. —No debería revelar el secreto al distinguido Kawak, señor —aconseja la dama e hizo una sonrisa afable pero álgida a Kawak—. Es usted un nativo, ¿correcto? —Sí —responde Kawak. —¿Puedo conocer a las mujeres de tu pueblo? —pregunta con un brillo de imperiosa curiosidad. —Tengo tiempo libre, ellas son excelsas artesanas. —No del todo, querido Kawak —interrumpe el rey. Ambos personajes lo miran, la doncella está contando los pétalos de una flor que crece cerca de un árbol musgoso—. Debes indagar sobre un posible sospechoso que se dirige a Canadá, lo interceptaremos en la frontera y evitaremos alzar sospecha. —A sus órdenes —contesta Kawak, asintiendo. —Monsieur, puede adelantar trecho, debo hablar con Kawak —avisa la dama. —¿Qué planea usted? —pregunta el rey, atónito. —Nada que intervenga en sus asuntos hueros y sus niñerías de labrador. —Es usted fría como un fiordo de Noruega. —No pierda tiempo, por favor, monsieur. El rey, a zancadas largas, se aleja de ellos. Kawak y lo dama lo siguieron con la mirada. Poco a poco, se hace un punto en la distancia. Es devordado por la neblina del fondo y desaparece. —Conozco tu pasado, Kawak —inicia la dama, Kawak presta atención—. Bridgepark, una hermana de nombre Estíbaliz y tu padre es Clark, vive en Kent. —¿Cómo conoce usted a mi hermana? ¿Quién… —No aceleres el asunto, muchacho. —Levanta la mano para frenar su diálogo. El rostro tenaz de la dama, asusta—. Hay alguien que amo en Bridgepark, por algún motivo estamos enlazados a aquel maldito pueblo portuario. No debe reservar sorpresa de lo que digo. —No, no me sorprende. —Antes fui mujer de un hombre, un verdadero hombre que iba a sacrificar su identidad para vivir con mi cuerpo pecaminoso. Antes de servir a la organización, yo era una puta barata de las calles de Orleans y aquella doncella es mi hija, pero lo que no sabe, es que estamos vivas. Kawak dejó pasar el silencio. —Usted debe conocer el sentimiento de un hijo que quiere saber de su padre. Por asuntos que me mantienen atada a una maldición como espía a tiempo completo, no pude evitar arrastrar a mi hija a este río putrefacto. —Señora, disculpe. ¿A dónde quiere llegar usted? —Que lleves a mi hija a Bridgepark, junto a su padre. —¿Cómo sabré quién es el padre? —pregunta, impresionado por la petición. —Su padre es un sacerdote llamado Babus. Entró al servicio de Dios luego de enterarse de mi supuesta muerte. —Sostuvo las manos ásperas de Kawak—. No puedo viajar a Gran Bretaña, las circunstancias me lo impiden y quiero alejar a mi hija de esta vida que no es vida para una joven como ella. »Allá tendrá un futuro y el hogar que no pude darle gracias a una maldita guerra. Quería rechazar la propuesta participar en esto. Pero me amenazaron y Babus ya no está conmigo. Dile que aún sigo viva, no expliques cómo, solo díselo. Eso lo alegrará más que nada en este mundo. —¿Cómo podrá creer a un nativo americano que aparece de la nada con una adolescente y afirma que su amante continúa con vida? La dama, de sus abultados senos, extrajo un sobre de carta. —Adentro está la epístola que redacté. Huele a su fragancia favorita, un perfume que me regaló durante su estadía en Francia. Kawak acepta la carta y la guarda. El bosque se mantiene sereno y no emite sonido especial alguno que acompase con la situación. Un breve movimiento del follaje lozano apenas reproduce un fondo agradable que acompasa con el rumor de la corriente del río. —Gracias, Kawak, deseo que lleves a Ana con tu gente. —Nayeli cuidará bien de ella, es mi madre y la matriarca de la tribu. —¡Ana, ven! —llama la dama y la doncella se acerca. Mira a Kawak, solemne—. Irás con Kawak y vivirás un tiempo con su gente hasta que puedas viajar a Inglaterra y conocer a tu padre. —Sí, mamá —responde, obediente. Los ojos verdes de Ana penetran en él, despiden una tristeza mayor de lo que puede gritar un ojo adulto. Es más hermosa que su madre y su cabello cae en divinos bucles de oro sobre sus hombros desnudos. —Los días de huir terminaron, podrás ser libre de esta angustia —asegura la dama sin muestra de emociones en la voz, pero sus ojos contrarian esta apariencia. A Kawak le parece extraño tal apreciación de sentimientos madre e hija, ambas lloran para sí mismas, encasilladas en su caparazón. ¿Qué tantas penurias pasó Ana? ¿Será digna aún y su cuerpo mantendrá la inocencia sin perturbar? ¿Por qué de las vueltas que da el mundo, tenía que ser él quién reuniera una hija con su padre y sea portavoz de una noticia que quizás reanime un amor extraviado en los años? Eran las preguntas que no le van a permitir pegar ojo durante la noche, dado que amenazan su realidad. A decir verdad, ser un asesino despierta la perversidad profunda, la naturaleza verídica de cada animal racional. Kawak no puede entender cómo podía padecer los males sentimentales sí para matar se necesita hielo en las venas. Quizás aún fuera débil, blando, pero no lo era, su reputación de guardián lo precede, como su sombra, donde quiera que vaya; empero, las palabras del rey inglés, calaron en estas cavilaciones. Comprende que no es nadie para nadie, solo es alguien para una organización que lo exprime hasta beneficiarse de la última gota de su talento. Vislumbra lo fácil que sería reemplazarlo en caso de morir en una misión. Se ve reflejado en la dama, una mujer que hubiera sido una madre común y corriente, pero ahora es una maniaca adicta al perfume hecho con sangre de c*******s que otrora fueron miembros de un partido político lleno de psicópatas. El mundo per se es extraño y la pregunta más intrigante es: ¿por qué Bridgepark, de una manera u otra, está presente en sus vidas? No había pedido una francesa con una adolescente y el hado se lo impuso sin derecho a reclamar. Kawak esperaa a que Ana se despidiera de su madre, pero no lo hizo. La adolescente da unos pasos sin vacilación y, como un robot, se plantó a un lado de Kawak. ¡Vaya dueto tan raro! Sin embargo, hay que mantener la compostura. Kawak entiende lo que el fuero interno de la dama exije. Se despiden luego de unos diez minutos de silencio, cada quien se separa y tomas las bridas de su vida. Mientras la dama se aleja, Kawak voltea . Ella sigue, no voltea siquiera y desaparece al cabo de unos segundos. Cuando va retomar el rumbo, se da cuenta que Ana está llorando.
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