Drew y Estíbaliz se preparan para salir a pasear. El sol sonríe en el diáfano cielo. Habian nubes deshilvanadas que esparcía en el espacio. Cerca del vano de la ventana, Drew espera a Estíbaliz.
«Un día más, un día menos para que venga», piensa Drew. Imagina a su hermano Teodoro en los cristales de la ventana. Aunque solo ve su reflejo, no puede hacer un lado la figura fraternal, por mucho que esta sea un ailusión.
—¡Estoy preparada! —exclama Estíbaliz.
La muchacha está ataviada con una atractiva cofia, dos coletas y un vestido de patrones lunares, que eran como diminutos círculos que pueblan la tela rosácea y sobresalta con su piel medio bronceada. La coloración de su piel es producto de que en los días libres, gusta asistir al baile del mar para bañarse y deleitarse con la serenata de Tritón canta.
—¿Siempre tienes que ser tan entusiasta?
—Sí —refuta el decaimiento de Drew con una amplia sonrisa. Se acerca—. Seguir en el pasado nos consumirá.
—¿Vienes de una clase de literatura o filosofía? Ya querrás rebatir mi pesimismo.
Estíbaliz pone los ojos en blanco.
—Deberíamos partir —sugiere mirando el ambiente del exterior por la ventana—. Hace buen sol y el clima es perfecto para dirigirnos a la plaza.
—Te recuerdo que estoy sentado, no puedo caminar. Además, debes moverme —aclara Drew.
—Eres igual a Teodoro.
—Siempre dices lo mismo, ¿no puedes cambiar la comparación?
—Lo extraño igual que tú. —Sostiene los tubos de la silla para maniobrar la salida—. Por más petulante que seas, te adoro como un hermano menor.
—Estuve pensando en Marche, ¿sabes? Alba y tú se llevarían la mar de bien.
Salen al pasillo. Unos muchachos hablan con la matrona. Chicas caminan con libros, aferrados a sus pechos en crecimiento, y conversan banalidades. El rumor del jardinero se percibe, ya que el sonido seco de la tijera para cortar césped, viaja en las esquinas y rincones. Las celosías de los ventanales simulan la apariencia santa de una iglesia, sus sombras se proyectan en el suelo limpio y forma una sucesión de rombos. Además, para añadir, Un muchacho trapea la cerámica y una chica friega las paredes sucias.
—¿Quieres ir a vivir con los Windsor? —pregunta Estíbaliz.
—Me gustaría, tal vez así vislumbre un futuro y no piense en el s******o cuando tenga tu edad.
La manera de hablar de un niño de diez años aterra a Estíbaliz.
—Deberías dejar atrás las vicisitudes que nos condujeron a este agujero. Es el único bien que podemos agradecer. Al menos no estamos muertos de hambre en la calle —reprende Estíbaliz.
—Mi madre murió ante mis ojos y ni sabemos dónde tiraron el c*****r de mi padre…
—Con Alba no creo que hables estos temas obscuros —interrumpe a tiempo.
—Sí los hablo, pues ella acepta que desahogue este dolor y lloro en sus pechos maternales —responde, impertérrito—. Me recuerda cuando abrazaba a mamá, su fragancia es igual, es como traerla de vuelta.
Estíbaliz permanece muda. Retrocede al año cuando entró al orfanato. Sus padres no habían muerto de manera tan trágica, dado que su padre murió en el servicio militar en África cuando apenas, Estíbaliz, cumplió cuatro años de vida y su madre feneció en el incendio, devorada por las llamas.
¿Dónde estaba durante el incendio aquella noche? En el puerto. Su costumbre era pasear largas horas, durante la noche, en el puerto. Así contemplaba los bajeles majestuosos en la sombría soledad nocturna. No temía por el relente, una angina era menos probable de contraer. La delincuencia tampoco era motivo de preocupación.
El almacén, en su entonces, estalló y martilló el tambor seguido del rugido demoníaco de la sucesión de estallidos. El resplandor de las llamas tiñó el cielo de naranja, pero, a medida que las llamas crecían y tragaban todo a su pado, fue trocado a un rojo intenso. Incluso parecía que hubiera amanecido.
Estíbaliz corrió por las adoquinadas calles, que era laberínticas e intrincadas; sus nervios se denotaban en la secreción corporal del sudor ansioso que perlab su piel y expelía un aroma de preocupación. Las contraventanas de los hogares se abrieron de par en par y el cúmulo de humanos despavoridos aumentó en la calle. Ahogando exclamaciones, recogían todo de sus hogares y algunos entraban en estado de pánico. Todos, en general, ponían pies en polvorosa.
El segundo estallido, más potente, detuvo la carrera de Estíbaliz. En consecuencia, se agachó para entregarse a las lágrimas, ya que era tarde para avisar a su madre y el viento no perdonaba al abanicar el fuego y expanderlo en el perímetro. Mas un suceso extraño llegó a captar su atención, cuando hubo aceptado la muerte radical de su progenitora, de soslayo advirtió una silueta en un callejón; esta silueta emitía aullidos sofocados, el hedor, a carne quemada, acariciaba las aletas de la nariz de Estíbaliz. Ella Intentó aclarar la visión, pero el tercer estallido presionó su instinto de supervivencia y la empujó a huir del lugar.
Pasaría por miserias parecidas a las de Teodoro y Drew, pero a diferencia de ellos, la muchacha no tenía un techo donde descansar. Por consiguiente, se volvió una niña errante que dormía en cualquier sitio al caer la nefasta noche; dicha noche no dejaba de reproducir la barahúnda de aquellos horrísonos estallidos y voces humanas apiladas hasta desparecer en cenizas al llegar el amanecer. Algunas veces, un alma caritativa se acercaba y daba cobijo a la niña moribunda. Entonces, colocaban a Estíbaliz frente a una chimenea. Sin embargo, pese a la ayuda altruista de los pueblerinos, no podía evitar regresar a la calle. Ella anduvo por los parajes desérticos del hollín y pólvora; de las vigas y escombros; presenciaba los ocasos en el tenebroso vestigio de lo que antes fue una vida normal.
Tiendas, talleres, edificios, coches, alumbrado público, era todo un desastre con una razón incognoscible, aunque tú, querido lector y lectora, y yo, conocemos el motivo del accidente. Como un testaferro de las calamidades a su edad temprana, ella también fue espectadora de la reconstrucción de Bridgepark. Y aunque la rutina cotidiana no iba a ser jamás igual, ya que el destino no recula ni el dios ciego, al que oró y descubrió que era sordo, se apiada de los hechos de la vida que azota a sus hijos, pareciera que el mundo tuvo conmiseración con la desgracias de los niños. Entonces, ofreciendo una dádiva a los centenares de jóvenes e infantes que quedaron hundidos en pobreza, surgió el proyecto del orfanato. En aquel momento, llegó como una noticia bomba a oídos de Estíbaliz y se regocijó por ser el fin de sus días en la calle. El orfanato supuso el regreso de una sonrisa para muchos niños abandonados.
Había avistado el progresivo aumento poblacional de Bridgepark y las inauguraciones. Esto trajo de vuelta la otrora rutina que envolvía el trajín diario del pueblo. Así Estíbaliz no tuvo tiempo de alimentar las quimeras de su depresión. De manera que, poco a poco, se integro a una sociedad convaleciente y más humana por haber sobrevivido a una catástrofe por mano del hombre.
«No todo es para siempre», pensaba.
Los veranos ya no eran grises, pues había retornado el verdor estival. Las primaveras eran llevaderas y no sufría de hambruna, dado que, con la llegada de pescadores, recibía peces de poco valor monetario pero de gran valor para el estómago. Sus amistades, hechas con en sus tiempos de vagabunda, que no solo eran las ratas que conoció cuando dormía en los callejones, la ayudaron a cocinar. A veces, los muchachos errantes se reunían y encendían fogatas para cocinar los peces que les regalaban en el puerto.
Cuando el orfanato fue inaugurado, Estíbaliz creyó que el hado seguía sonriendo, pero, por mal fario, no sería así. Una serie de asesinatos, diez víctimas para ser precisos y específicamente sobrevivientes al incendio, asaltó a Bridgepark durante la semana que celebraban el aniversario de reconstrucción. Las autoridades locales trataron de hallar una explicación lógica, pero era difícil seguir el rastro de un perfecto asesino y, con ello, sus motivos. El último cuerpo, un sexagenario que caminaba hacia su casa, recibió un balazo en el cráneo de un revólver calibre 32, y el asesino dejó una marca en la piel: un peón. Los detectives indagaron el asunto como sabuesos. Incluso revisaron las fotografías de los c*******s. De este modo encontraron un escabroso detalle que había pasado desapercibido: todos tenían marcas minúsculas de piezas de ajedrez en la piel. Otro umbrío detalle era la concordancia de las piezas con la posición social y profesión de la víctima. Entonces, durante la conmoción del asesinato en público del señor, que erael padre de Teodoro y Drew, los presentes ofrecieron nimias descripciones del homicida y esto ocurrió porque el hombre no tenía rostro. De menara que solo pudieron identificar un anillo en el dedo pulgar, pero el anillo tenía un caballo n***o y no un peon. Tampoco pudieron identificar su cuerpo, vestía con un amasijo de telas remendadas y sucias, creían que era un vagabundo del montón.
Estíbaliz había visto, desde la ventana de su alcoba, el disparo fulminante y la estela carmesí, que dejó en el aire el impactó de la bala, al morir el señor. Había, incluso, seguido el rastro del asesino con la mirada hasta perderlo de vista cuando este se escabulló en el bosque. Vomitó y una de las chicas del servicio entró para atenderla. Helada de pies a cabeza, no paraba de temblar con los ojos vidriosos. Deseaba no haber presenciado el asesinato ipso facto de un hombre aquel día. A pesar del trauma, no enfermó, pero, semanas después, sí se enfermó de algo peor: amor. Teodoro era el nuevo residente del orfanato en la sección dedicada al sexo masculino, ya que habían alas en cada que distribuían el sexo masculino y el femenino.
Despertando la sexualidad de sus anhelos fantasiosos, amén del instinto natural que conforma a cada humano, enterró la mirada lasciva en el nuevo muchacho. Teodoro, por su parte, sintió que alguien lo veía desde una de las ventanas cuando había llegado, acompañado por la matrona, a las puertas del orfanato. Pero ignoró la sensación, pues estaba afrontando la muerte de su padre y la responsabilidad de proteger a Drew.
El sacerdote Babus los recibió en el salón; este sacerdote era abnegado con los niños desde hacía un buen tiempo y, además, estaba libre de pecados. Cabe añadir también que era un siervo obediente de la iglesia y se sospechaba de su feminidad en una época estricta con los homosexuales, pero la matrona no hizo caso a las lenguas de serpiente de las empleadas que inferían sobre la homosexualidad del pobre hombre.
Drew se sentía a gusto en el orfanato. En menos de unos cuatro días, dialogaba muy seguido con Babus en los bancos, de piedra, del jardín central. El sacerdote tomó aprecio al niño lisiado que dependía de una silla de ruedas. Leían la palabra de Dios e inspirado, Babus se explayaba en monólogos poéticos que desgranaban los versículos. Por otro lado, Teodoro hacía de vago después de culminar los quehaceres. Era un adolescente reacio a hacer amistades, pero excelente compañero. Los muchachos no tardaron en agarrarle cariño y bromear sobre su desconfianza. Sabían su historia a medias, así que tenían conmiseración con Teodoro y procuraban no resultar pesados a la hora de hacer chistes. Por otra parte, Estíbaliz asistía a los talleres de tejido; sin embargo, prefería acompañar a la matrona, y su ejército, al mercado, para comprar los ingredientes del banquete sencillo que elaboraban cada día. Luego de colaborar con los arreglos del comedor y aprender a procesar alimentos, se iba a fisgonear en secreto a su amor platónico.
El muchacho caminaba desvaído, estaba entregado a su pensamiento. Estíbaliz no podía evitar verlo de arriba abajo. Admiraba su cabello largo, nariz mediana, labios rosados con matices oscuros y carnosos, tez blanca, pero bronceada, aunque no sería propio, pues, su tonalidad se asemejaba al oro, lo cual resaltaba el color castaño de su cabello rizado. Entonces, al verlo, sus piernas clamaban placer y, en consecuencia, se le cruzó un pensamiento fugaz e indecoroso, que era el vapor del erotismo candoroso de una muchacha que desconocía el amor y lo veía tan cerca. No dudaba en querer acercarse, pero sería inapropiado. «¿Qué tanto piensa?», se preguntaba. Lo veía como un enigma seductor en aquellas horas de ocio. De improviso, se le ocurrió una idea durante una tarde cuando limpiaba los baños. Supuso que una manera efectiva de acercarse a su fruto paradisíaco en el infierno era asistir a las lecciones de biblia con Drew. Pero ella odiaba escuchar los versículos, porque eran extremadamente aburridos comparado con salir a ayudar a las empleadas del orfanato. Sin embargo, sacrificó su tiempo para invertirlo en pro de su objetivo.
Entonces Babus se sorprendió por la llegada de Estíbaliz. Era una plácida mañana, el sacerdote aceptó a su «discípula» y ella se sentó junto a Drew. Por dentro, Estíbaliz estaba hirviendo de impaciencia, quería socializar de una buena vez con Drew. Escuchó las anécdotas morales del libro de Dios por dos horas extendidas a diez en su cabeza. Casi se dormía, pero luchó contra el sopor y al irse Babus, Estíbaliz comenzó a hablar con Drew. Como ya sabemos, Drew es un niño muy pesimista y esta actitud causó malestar en Estíbaliz. «El día es uno más», respondía a las insinuaciones de Estíbaliz por mantener una conversación a flote de su agrado. Teodoro entró en escena casi a la hora del almuerzo, y la muchacha se quedó petrificada al tenerlo tan cerca, se estremeció por el aroma a lavanda del nuevo jabón que donó una compañía, ubicada en Galés, para el aseo de los niños y niñas. «Su cuerpo huele bien», pensó la ilusionada Estíbaliz, pero Teodoro ignoró a la chica y esta ni hizo pío para hablarle. ¡Vaya desperdicio de tiempo!
Desistió en realizar su fantasía y desechó el deseo de tenerlo en sus manos y saborear sus labios. Era necesario centrarse en las tareas del orfanato, la rutina diaria para ganarse el pan. También esperó la visita de parejas que deseaban adoptar un alma antes de cumplir la edad suficiente y ser capaces de defenderse en la selva de asfalto. Cuando un niño cumplía la mayoría de edad, debía sobrevivir en el mundo.
El mundo era, y es, cruel en demasía con la juventud. La modernidad produce una etapa de intranquilidad y los días transcurren lentos. De manera que estresa a los jóvenes y los presiona a tomar decisiones que formen la experiencia de sus vidas. Diría que el sendero de la jovialidad conduce a un paradero ennegrecido por el porvenir, pero, mediante el avance, se aclara a unos cuarenta años de texto profundo en el que las historias de un ayer realzan la antología de nuestras vidas.
En las clases de filosofía, Estíbaliz asistía como oyente, sentía miedo y fascinación por las lecciones que analizaban los textos de Schopenhauer. Veía la vejez como uno de sus mayores temores si no podía disfrutar su juventud y plasmar recuerdos que pudiera contener hasta dormir en el sepulcro. Aquella pulsión de terror de saber que sus años de vida se habían marcado por las miserias que les tocó, impulsó una vez más a intentar hablar con Teodoro y cuando estuvo cerca, reavivada la llama de su nubilidad, se retractó y como una tortuga se ensimismó en un escarnio interno. «¡Estúpida!», se regañaba cuando Teodoro pasaba y no hacía nada. Por otro lado, creerán que Teodoro fue ciego, pero el muchacho comenzó a sentir simpatía por la tierna Estíbaliz. A veces, daba un vistazo al cuerpo de la chica en el pasillo cuando pasaba con la matrona y su conglomerado de mujeres, le hacía sentir un ardor en el pecho, quería tenerla para él. Entonces, miró de casualidad, en una ocasión, hacia la dirección donde Estíbaliz lo espiaba. Como resultado, cupido aún no había flechado pero apenas se preparaba el escenario, medio sonrió. Estíbaliz se ruborizó al captarlo y reservó esa imagen para sus noches de exploración corporal.
Discurrió un mes de tareas relacionadas con limpieza profunda en el orfanato, todos trabajaron de principio a fin hasta que dio entrada el otoño que reemplazó el verdor de los árboles. La profusión de hojas naranjas, al ser batidas por el viento, caían al suelo y formaban hojarascas. Esto causó que se extendieran las labores de limpieza.
Drew, sentado todo el santo día con Babus, no podía soportar sentirse como un inútil. Entondces recordó a la pretensiosa de Estíbaliz, que solo le habló una vez, y pidió que la llamaran. Estíbaliz soñó que era Teodoro, pero bajó de la nube, de sus vapores idilicos, al ver a Drew. Este explicó su situación, pues quería hacer algo útil para apoyarlos con la limpieza otoñal. A partir de ese momento, nació una amistad carismática entre el niño pesimista y la positivista Estíbaliz. Siendo la única chica que sabía jugar ajedrez, Drew pidió que le enseñara para entender el juego de mesa. Ella accedió. La muchacha aleccionó al niño y pronto, alumno y maestra, conversaban durante más de trece partidas diarias al finalizar el trabajo de limpieza.
Te preguntarás: "¿cómo colaboraba Drew estando en silla de ruedas?". Con un balde y una esponja lavaaba las paredes del pasillo, no hasta el techo, de ello se encargaban otras internas que eran diestras en el arte de la limpieza y cabriolas de circo. No debía hacerlo, pues no estaba permitido por su condición. De hecho, la matrona no quería acceder a que Drew hiciera algo, pero después se apiadó al conocer sus nobles intenciones. Incluso sentenció que Drew era un niño de provecho que un día sería un hombre honorable. Así pasó, entre lluvias y partidas de ajedrez, pasó la jordana de trabajo cansino. Estíbaliz conoció la historia de Teodoro y cómo Drew paró en una silla de ruedas. En resumen, la historia de cómo Drew quedó lisiado.
Antes de acceder al orfanato, Drew intentó lanzarse al filo de las rocas cuando su padre falleció; entonces Teodoro lo persiguió por las calles de Bridgepark en aquel instante. Lágrimas caían en el trayecto. Drew estaba casando de vivir a los diez años, cansado de enfrentar desgracias tras desgracias, harto de soñar con la muerte de sus padres y sufrir una sociedad indolente a sus penurias. Su hermano entendía este sentimiento, pero no había motivos para claudicar, podían mejorar su futuro. Antes de que Drew saltara, Teodoro lo atrapó. El niño forcejeó como un toro colérico y se libró. Corrió en la dirección equivocada, un coche lo atropelló y, en consecuencias, dado que el parachoques impactó en las rodillas de drew, quedó lisiado.
Enternecida por el relato, como mujer sintió un arrollo de compasión por la depresión del niño y se dedicó a cuidarlo de corazón. Teodoro se enteró del cuidado especial de Drew y fue directo al pasillo, un grato día, donde residen los niños recién nacidos hasta los doce años. Allí halló a Drew pasándolo bien y de lo más cómodo con Estíbaliz, pues reían y charlaban. Volvía a ser el Drew que tanto añoraba Teodoro. Justo en ese momento, Cupido lanzó su flecha cuando Estíbaliz y Teodoro cruzaron sus ojos de esperanza. De inmediato, el muchacho se enamoró de la amiga de su hermano, una chica capaz de devolver el brillo a un niño enojado con el infortunio universal.
Transcurrió el primer día en el que comenzaron a hablar de tonterías, nerviosos y tímidos. Estaban reticentes a abrir sus pétalos como uana flor de primavera luego de un invierno. Después de la fase inicial, se desarrolló mejor el hilo de su relación. Comían juntos en el comedor, Teodoro se acercaba a presenciar las partidas de ajedrez e incluso participaba en la conversación; salían, en las horas de descanso, al jardín y acompañaban a Drew con Babus. El sacerdote estaba contentísimo, seguro de que ellos disfrutaban las clases de la Biblia, pero en el fondo, hasta Drew se aburría. Lo hacían por acompañar al solitario cincuentón Babus, ni un hijo tenía y seguía siendo tildado de homosexual. Cabe mencionar que nadie conocía la historia de Babus a excepción de Drew. Claro está, estuvo involucrado en el incendio, pero aún tengo páginas para desarrollar su relato, por ahora continuamos con el amor de Estíbaliz y Teodoro.
Llegó el invierno y los internos se juntaron para recibir los regalos donados por la caridad. Eran ciertos juguetes que se reservaban en un almacén y eran hechos por un famoso juguetero polaco refugiado en Londres conocido como: Ethan Fowler. Este había cerrado su fábrica en Nochebuena durante la guerra e hizo una última tanda de juguetes para distribuir «sueños» a cada niño.
Teodoro y Estíbaliz no recibieron juguetes, por su edad. Así que decidieron aprovechar el suceso para caminar en Bridgepark. Brillaba el níveo manto grisáceo que cubría el cielo; el sol se veía como una esfera borrosa entre tantos cúmulos que expelían nieve. Abrigados y con guantes confeccionados por la misma Estíbaliz, la pareja anduvo tomados de mano hasta detenerse en el trajinado puerto. Siguieron andando por el adoquinado suelo hasta llegar a una zona alejada, doblaron en una esquina donde se distinguen casas humildes. Subieron las escaleras de piedra para continuar la ruta. Llegaron a su destino, una plaza abandonada con palomas alrededor que descansaban sobre la estatua de un ángel agrietado y ceniciento. Entonces, una vez que estuvieron allí, unieron sus labios inexpertos. Acto seguido, aumentaron la fruición del beso y sus manos reptaron por sus cuerpos encima de la tela.
Los brazos contorsionados de los arces, rasgaban las ventanas de los hogares barrocos. Una silueta los espiaba a unos metros considerables de distancia. Ellos no repararon en la presencia del ser, pero Estíbaliz hizo un resquicio ínfimo en la vista y pudo verlo mas creyó que era un efecto ocular y siguió besando a Teodoro como si no hubiera un asesino en el fondo. La silueta poseía un anillo con el símbolo del peón blanco. El vaho que expulsaba de su nariz denotaba la extrema serenidad de su vigilancia que se combinaba con la calma perturbadora del sitio abandonado.
La reverberación de las campanas de la iglesia los alcanzó. Supieron que era mejor regresar. Después del silencio, que yace en todo beso y las miradas son la máxima expresión de los sentimientos, se tomaron de las manos y enfilaron sus pasos por el mismo sendero. Por otro lado, la silueta permaneció estática y un brillo en una de las ventanas delató el cañón de un fusil francotirador. El disparo retumbó y espantó las palomas que aletearon ante tal estertor mortecino. A continuación, Teodoro y Estíbaliz se agacharon, vieron atrás y luego su instinto los impulsó a correr. Oyeron dos disparos más, pero era un revólver lo que sonaba aquella vez; siguió una maldición en alemán, idioma que reconocieron ambos. Entonces aceleraron la carrera, agitados. Luego de un buen tramo recorrido, llegaron al puerto donde la vida proseguía como si nada hubiera ocurrido. Descansaron cerca de un hostal, hablaron del suceso con los latidos en la garganta; estaban sentados en unos taburetes cerca de una cuba con agua. Uno de los huéspedes del hostal marítimo los había visto y frunció el ceño, Teodoro también lo miró y no hizo caso a la desdeñosa ojeada. Aquel hombre del hostal tenía el anillo del caballo n***o. Estíbaliz sintió una mala espina enterrada en su espalda, miró por unos segundos al hombre, y Teodoro la asió por el brazo. Salieron a la calle y continuaron el retorno hacia el orfanato.
Habían vuelto a respirar tranquilos, pasado el susto. Decidieron jamás pisar aquel sitio abandonado. Drew se percató de la actitud anómala de la pareja y preguntó el por qué de sus rostros afligidos, pero estos ofrecieron una versión distinta e irreconocible a la verdadera.
Procedo a narrar la mentira ridícula que ofrecieron a Drew en su momento: un hombre andaba a caballo por un camino que ellos habían tomado cerca del bosque, y vieron como cazaba un conejito. Este bellaco alzó su rifle y disparó contra el conejo, le voló la tapa de los sesos; el ruin sujeto se reía a mandíbula batiente. Ellos se iban a retirar, pero el cazador se dio cuenta de la presencia de ellos; entonces, se desarrolló una persecución en la que intervino Estíbaliz para exagerar el asunto.
Drew fingió, con una actuación espectacular, creer tan extraña situación que ni en una novela, por más fantástica que sea, podía ocurrir. Había algo más que ocultaban y Drew estaba dispuesto a esperar la revelación.
Regresando al presente, están cerca del gran arco de salida y entrada del orfanato.
—Estás callada últimamente —comenta Drew.
—Solo evocaba el cómo nos conocimos —responde Estíbaliz.
—No ha pasado mucho, fue hace un año, pero pareciera como si hubiera pasado más.
—En la juventud lo vemos así. Cuando seamos viejos y admiremos el pasado, habrá sido un soplido y quedarán vestigios del ayer como sinónimos de los años vividos —reflexiona.
—Déjame adivinar, ¿Schopenhauer? —Enarca una ceja.
—Sí.
Estíbaliz pide ayuda a una de las empleadas del jardín frontal. El jardín está rodeado de geranios, verbenas, rosas y algunos girasoles. Alrededor los protege una cerca gótica que combina con el enrejado del orfanato. Dos fuentes laterales alzan ángeles gordinflones que portan jarras, debido a la inclinación de estas, sale una lengua diáfana de agua. El alero proyecta una sombra recortada sobre los escalones.
La empleada ajusta su cofia. Enjuta es su apariencia, aparenta ser frágil pero cuando levanta la silla de Drew, parece que puede cargar cien troncos. Estíbaliz se esfuerza, en cambio, la empleada de unos treinta años o más, lo hace sin esfuerzo.
—Gracias, Lucía —dice Estíbaliz.
—No te preocupes, señorita Estíbaliz. ¿Cómo está el niño consentido? —pregunta a Drew con una melosa sonrisa.
Aunque no se ha dicho, Lucía es española y su acento inglés es un poco forzado, lo cual causa gracia a Drew.
—Muy bien querida Lucía, iremos a dar un paseo —responde Drew, encantador como de costumbre.
—Eres un niño hermoso, dios te bendiga y proteja. —Hice un ademán en el aire de la cruz y posa sus dedos cálidos en el cuello de Drew—. Mejoraste de la fiebre, eres fuerte como un ejemplar inglés.
—Y usted es preciosa como su eterna España —piropea Drew.
Lucía se ruboriza y aclara la garganta con una sonrisa que resalta sus mejillas rosadas. Se despide y continúa con el trabajo de jardinería junto al jardinero que acaba de terminar de podar un seto.
—Todo un romeo —aventura Estíbaliz.
—Aprendí del mejor, ¿no?
Se refiere a Teodoro y la muchacha no pudo evitar emitir una carcajada. Drew es más ávido en decir cumplidos a una dama. Teodoro ni puede expresarlo. Estíbaliz se había acostumbrado a la sequedad de manifestaciones sentimentales de Teodoro: tuvo que habituarse a las acciones de afecto que este, cuando disponía de suficiente valor, lo hacía. Ya el simple hecho de estar a un lado de su amor imposible en un principio, hacía, y hace, feliz a Estíbaliz.
—Deberíamos visitar a Babus —propuso Drew.
Ella pone los ojos en blanco.
—No quiero oír más discursos bíblicos por favor.
—Babus es distinto en el exterior. Puedes hablar cualquier cosa con él y puedes consultar banalidades. No todo ser humano, por más siervo que sea de una religión, tiene que ser entregado a su dogma y hablar siempre del tema —reprende Drew—. Mientras ustedes se besaban en la playa, yo iba con Lucía a visitar a Babus a la iglesia.
—¡¿Cómo sabes lo de la playa?! —espeta Estíbaliz, alarmada de haber sido descubierta. Por suerte, están lejos de Lucía y ella no pudo oírlos. Está prohibido mantener relaciones afectivas en el orfanato.
—Podré tener diez años, pero no soy un estúpido. —Calla unos segundos—. A decir verdad —añade—, solo supuse mediante una afirmación y tú terminaste por confirmarlo. Me imaginaba que estaban en la playa, mas no lo sabía.
Drew desternilla por la jugada mental que había aplicado.
—Eres insoportable algunas veces —dice Estíbaliz, su semblante denota vergüenza.
—Y así me quieres, mamá —responde Drew secando las lágrimas de risa.
En uno de los cuartos del edificio frontal, al otro lado de la calle, está el hombre del anillo del caballo n***o. Él los escruta detrás de la ventana; enfoca su mirada en Estíbaliz. En un rincón está otro hombre, ambos tienen la capucha levantada, cubren con sombras sus rostros.
—Asegúrate de vigilar a la niña, cualquier sospechoso me avisas, estaré cerca de la iglesia —dice el hombre, su voz es gruesa y raspada.
En silencio, como si fuera parte de la atmósfera, el desconocido toma el fusil francotirador y lo cubre con un abrigo ancho.
—Toma los túneles subterráneos para llegar a la plaza; a la izquierda por el sendero noroeste, está el acceso a la iglesia. Puedes escalar hasta la torre, tendrás un campo mayor de visón.
Asiente el francotirador y se marcha. El hombre del anillo del caballo n***o se queda esperando el avance de Estíbaliz y Drew.