El sol se filtraba por los ventanales de mi oficina mientras repasaba por enésima vez la lista de medidas de seguridad que había implementado. Dos guardaespaldas altamente capacitados se habían convertido en mi sombra desde que puse un pie en la empresa esa mañana. No iba a permitir que las amenazas anónimas me hicieran dudar de mi propia seguridad.
Con un suspiro, dejé el documento sobre mi escritorio y froté mis sienes. Todo en mi vida estaba patas arriba. Entre la crisis empresarial, la farsa de mi relación con Adam y las amenazas constantes, apenas podía respirar.
Un golpe en la puerta me hizo alzar la mirada. Antes de que pudiera responder, la figura de James Lockwood apareció en el umbral. Mi corazón se detuvo un segundo.
—Lizzie, tenemos que hablar —dijo con esa sonrisa de autosu
