Capítulo 1: El Juramento de Medianoche
ELLIOT
Amelia, por favor, despierta. Acaban de entregarme información urgente. Mi fuente dice que Dina Paterson y un abogado de la familia están viajando. Llegarán aquí al mediodía.
Su intención no es ayudarte. Es quitarte al niño usando tu falta de dote y la ilegitimidad. Solo un apellido de estatus puede detenerlos. Sabemos que cumpliría su amenaza. Necesito que confíes en mí.
AMELIA
La niebla del posparto se disipó de golpe, reemplazada por un terror helado. Recordó la amenaza que la madre de Ethan le había lanzado.
Ella lo dijo... me lo prometió. Preferiría arrebatarlo de mis brazos y lanzarlo por el risco a que manchara aún más la reputación de su familia.
Una súplica apenas audible escapó de sus labios.
Elliot, por favor, no permitas que se lo lleven.
ELLIOT
Amelia, es imperativo que tengas un respaldo. Tu situación actual y la ilegitimidad del pequeño te ponen en desventaja. Debemos nivelar la balanza, y con mi apellido estarán protegidos.
Observó el titubeo, el silencio que confirmaba la negativa que tendría que esquivar. Se anticipó a su respuesta.
No es una pregunta, Amelia. Es una orden para sobrevivir, es el único camino, susurró
Ella miró la cuna: el bebé, frágil, pequeño, indefenso. Valía más que cualquier promesa rota.
La voz del Juez, traído en plena madrugada, resonó en el pasillo, un ruido obsceno en la quietud de la casa. El sofocante sonido del reloj confirmaba que el tiempo se había terminado.
Amelia, recién salida de las sábanas, sintió el frío del miedo atravesar su cuerpo. No había luto por el fantasma de Ethan; solo la confianza de un Juramento y la urgencia de Elliot, que la tomó de la mano como si huyeran del fuego.
Amelia no respondió con palabras, sino con un simple asentimiento, que significaba: Hazlo, no dejes que se lo lleven.
La sala de estar de Elliot era un escenario lúgubre. El Juez, de pie, proyectaba una sombra junto a un Elliot tenso. Amelia, agotada, sostenía al bebé envuelto en mantas.
Un silencio opresivo llenaba la habitación, pesado y frío. El aire mismo parecía retener el aliento colectivo, cargado de una tensión donde la quietud se sentía como la pausa forzada antes de un estallido inevitable.
JUEZ
Por favor, repitan después de mí. Yo, Elliot Rolan-Johnson, hijo de Stephan Johnson, Conde de Roland-Coventry, tomo a Amelia Hunt, hija del difunto Duque de Hunt, como legítima Esposa...
Amelia apenas escuchaba las palabras legales. Su mirada estaba fija en el bebé. Estaba agotada, sus párpados caídos revelaban noches de angustia.
JUEZ
Señor Elliot, ¿acepta a la señora Amelia como su esposa, comprometiéndose a protegerla y honrarla?
ELLIOT
Su voz era baja, pero resonante. No era una promesa de amor, sino un juramento de deuda y protección
Sí, acepto. Y juro proteger a su hijo como si fuera mío, por la ley y por la sangre.
JUEZ
Señora Amelia, ¿acepta al Señor Elliot como su esposo, comprometiéndose a honrarlo y respetarlo?
Amelia miró a Elliot.
Elliot, el nuevo Conde, era un hombre cuya presencia llenaba los espacios, alto, con una complexión atlética y robusta. Su rostro varonil, marcado por una atractiva barba incipiente y un cabello rubio oscuro, se veía endurecido. Sin embargo, lo que realmente la conmovía eran sus ojos grises, penetrantes y cargados con el peso de la culpa y la tristeza, pero también con el acero de una promesa. Ella sabía que él no buscaba su dote o su corazón, sino redención para sí mismo y un escudo para su hijo.
AMELIA
Su voz era un hilo fino, pero firme
Sí, acepto. Y juro que mi vida y la vida de mi hijo nunca serán un arma en su contra. Le daré la paz que mi familia no puede ofrecerle.
JUEZ
Los declaro marido y mujer.
El Juez cerró su libro con un golpe seco.
El silencio que siguió no fue de alegría, sino de deber cumplido. Era un silencio denso, cargado con el peso de la decisión irrevocable.
ELLIOT
Se acercó a Amelia, no para besarla, sino para susurrarle al oído, sellando el verdadero pacto.
Mi nombre es tuyo, Amelia. El coronel no te tocará. Dina Paterson no te tocará.
AMELIA
Gracias, Elliot. Por darnos tu respaldo, cuando el amor nos dejó sin nada.
Elliot no la besó. Se dirigió a la ventana. El sol aún no había salido, pero su mente ya estaba en la defensa legal que debía montar antes del mediodía.