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LA BIBLIOTECARIA DE LA CASA CUNNIGTON

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Blurb

Una aventura espera a la huérfana Sophia Hassel, quien se ha pasado toda la infancia entre los estantes del universo libresco de la gran biblioteca de la mansión Cunnington. Ahora, sin su anciana protectora, deberá enfrentarse al genio del nuevo Duque y a las intrigas de la sociedad londinense que la van a forzar a descubrir los más oscuros secretos de su familia si quiere sobrevivir a la temporada

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LA LLAVE
-En el quinto anaquel. Creo que es el tercero a la derecha querida-Recordó la voz quebradiza de Lady Cunnigton solicitando le trajera un libro en específico de la magnífica colección. -¿Será este?-Dudó por unos segundos estirándose en el último peldaño hasta alcanzar el de cubierta dorada.- Aquí está.-Susurró para sí misma aliviada. El libro se veía carcomido en las esquinas y oscurecido por el uso quizá centenario. Era un volumen bastante grueso, unas dos mil páginas de buen pergamino cubierto por cuero laminado en hojas doradas. Lo sopesó en su mano, mientras lo tomaba dulcemente por el lomo y bajaba con cuidado por la escalerilla corrediza. Tenía el escudo de la familia repujado en la portada, un torreón sembrado de rosas y una pluma en la base, símbolo de una nobleza antigua y amante de las artes. Pasó las yemas de los dedos sobre el relieve imaginándose cuantas generaciones de señores debieron inscribir sus historias en este libro. Fantaseó por unos minutos sobre los secretos contenidos en el mismo, mientras sus pasos resonaban sobre el parque marmóreo de la antigua mansión. Atravesó un corredor y luego otro, subió las escaleras alfombradas apenas iluminadas con las últimas luces del sol de invierno que se reflejaba en los cristales de los grandes vitrales. De pronto sintió un escalofrío frente al recibidor, como si se le hubiese colado un hálito congelado por la espalda y se arropó automáticamente con su modesto chal de lana abrazada al antiquísimo tomo y siguió su camino. -Gracias querida. Podrías dejarlo junto a la tetera, sobre la mesa de noche.-  La mirada profunda de la anciana y su voz apagada se contrastaban, pero el tono siempre amable la recibió tras abrir la pesada puerta de la alcoba ,  caldeada por el fuego de la chimenea. Al parecer las doncellas, Charlie y Daissy, sus compañeras de correrías en el pueblo, acababan de acomodar a Lady Gabriel en su lecho. Se le veía muy relajada, como si no sufriera de ningún dolor. Sus cabellos plateados recogidos en una espléndida trenza, un rostro ovalado enmarcado por unos ojos  oscuros brillaban con sabiduría y con un guiño amable para  Sofia. No parecía haber sufrido uno de los continuos accesos de tos que la dejaban cada vez más debilitada, pero no la engañaba, su respiración ligera y sibilante la delataba. - Como desee Milady. - Pronunció apenas Sofía saliendo de su rápido análisis del estado de su Señora.Se acercó a la dama depositando el precioso libro junto a ella y aprovechó para acomodar el cobertor y revisar que tuviese su tónico y su chal a la mano. -Querida Sofía, no seas tan formal. -Habló la dama tomando ligeramente la mano de la mujer que la cuidaba.  -Ya te he dicho que me llames Gabriel. Y no te comportes como una doncella, siempre has sido una compañía siempre grata en mi casa, pero no eres mi mucama. - Mi Señora, digo Lady Gabriel. Usted siempre ha visto por mí, y me ha abierto las puertas de su preciosa casa. Le debo todo mi respeto y gratitud. Yo sólo la acompaño, le recuerdo sus medicinas y hago de secretaria al leerle cartapacios. No merezco tanta atención de su parte...- -Pues si quieres agradecerme deja ya los formalismos muchacha. -dijo con voz queda la anciana y rió con suavidad.  -Ahh, estos viejos huesos ya no funcionan como antes y les conviene tomar de vez en cuando el sol con una compañía agradable que no va tras mi herencia. La única que aprecia el verdadero tesoro de esta mansión, además de mis cansados ojos-. Con esto le dio un apretón suave como un aleteo de pájaro en su mano, y la liberó con igual gentileza con un guiño. Sofia sintió una pequeña llavecita en su mano. -Toma esta llave, Sofía, y guardármela hasta cuando sea necesaria- Puede ser que yo la olvidé y eso sería un grave problema-. Añadió enigmática la anciana. -Vete tranquila por hoy querida, que pronto anochecerá y hiela hasta los malos pensamientos.-Finalizó la anciana dama. Sofia miró la llave  sorprendida por un momento. Parecía muy pequeña. Seguro era de una caja de cartas o un baúl de la biblioteca. Lady Gabriel solía dejarle esos encargos. Como organizar los anaqueles de la colección o ayudarle a agenciar el papeleo del escritorio ducal,así que no se inmutó demasiado por la tarea. -Buena noche entonces Sra Gabriel, y un dulce descanso- respondió con una sonrisa sincera a su protectora la joven Sofía Hassel. Le dedicó una ligera caricia a la anciana al acomodarle el chal y colgando de su relicario la llave, salió sin saber que sería la última vez que vería a Lady Gabriel viva en este mundo. Salió, sin comprender que la dama la dejaría a ella sintiéndose tan desprotegida como si la hubiera lanzado desnuda a la tormenta invernal. El funeral fue muy sencillo para tratarse de una duquesa. Apenas estuvo la servidumbre, Sofía y el párroco, el Sr. Grayheart, del vicariato que sostenía el ducado en el cercano pueblo de Blumbury. Tras la ceremonia, toda la servidumbre volvió a la mansión con un aire de tristeza e inquietud pintado en el semblante. Sofía no se sentía diferente. No tenía a donde ir ni una persona a quien acudir. Su vida sencilla había sido protegida por la amabilidad de la duquesa con tanta naturalidad durante su infancia y  adolescencia, que ella nunca había pensado que haría cuando Lady Gabriel falleciera. Su educación había sido muy extravagante. Su padre, Marcus Hassel,  le había enseñado los rudimentos básicos del conocimiento: las letras y las matemáticas, además de algo de medicina. Ella había sido ayudante de su padre boticario y médico desde muy pequeña y luego, se había convertido en una especie de enfermera para la duquesa en su larga convalecencia. Por otro lado, la extensa biblioteca de la duquesa y su valioso trato, habían cultivado en ella la afición por la literatura y la historia. La dama le había enseñado música, francés y latín, en sus charlas sobre viajes y antiguas civilizaciones, además solía cantarle canciones de antiguas baladas que narraba mientras ella tocaba el piano. ¿Para qué serviría todo ello ahora?, era un huérfana sin dinero ni abolengo. No había salido fuera de los límites de Blumbury desde niña. Su único hogar estaba en aquellas colinas agrícolas, en medio de las pastas de los libros y cartapacios dónde había aprendido a soñar en ese mundo lleno de aventuras, inmensos océanos e infinitas montañas como algo mágico, terrible e inalcanzable para una muchacha pueblerina como ella.  Se asomó al ventanal con aire resignado. La nieve se derretiría, dando paso a un clima que despejara los caminos tras el invierno. Y con los primeros retoños tiernos aparecería el hombre que vendría a tomar posesión como nuevo Duque de Cunnington. Entonces ella tendría que irse de allí. El mayordomo no le había dicho nada hasta ahora, pero la servidumbre cotilleaba, llegaría en unos días el nuevo joven señor que había heredado el Ducado y sus posesiones adjuntas. Por costumbre el nuevo duque se encargaba de rectificar o cambiar al personal de la mansión según sus deseos y necesidades, la cuestión era que ella no respondía ya a ninguna necesidad de la mansión, había sido su dama de compañía y su enfermera. Tras el fallecimiento de su protectora, no tenía ningún valor para el joven Duque de Cunnington. La echaría de seguro. Era según decían las doncellas del personal, un oficial de la marina,un joven de inflexible rigor,  hijo ilegítimo del duque, que antes de morir el viejo, finalmente había sido reconocido por él en el testamento y tras la muerte de la duquesa, había heredado todo a falta de otro pariente cercano. ¿Si al menos pudiera conseguir una prórroga en la mansión hasta que consiguiera un puesto como institutriz en alguna casa decente? Trabajaría como mucama, si le permitían permanecer allí hasta que pudiera encontrar un lugar a dónde ir. Para eso necesitaría al menos una recomendación del duque. ¿Se la daría sin conocerla? Tal vez no. ¿Tal vez el vicario pudiera darle noticias de alguna familia que necesitara sus servicios? La maraña de sus pensamientos se vio detenida por el traqueteo de un carruaje que se detenía frente al portón de entrada de la mansión ducal. El escudo de la familia en el lujoso carro tirado por cuatro fuertes sementales que piafaban en el aire gélido. Los ojos castaños de la joven se abrieron con sorpresa, mientras con un murmullo creciente el resto de la servidumbre se agrupaba en el  portón principal.  - Resulta ahora que ha llegado el duque antes de lo esperado. - Resopló aterrada-  Sea como el destino proponga entonces-. Decidió enderezándose. Sus cabellos sueltos caían en bucles acaramelados sobre un vestido sencillo de lana y su chal tejido y deshilachado en las puntas. Se lo ajustó sobre los hombros delgados como si fuera un escudo e hizo un mohín de resolución al salir a encontrarse con su nuevo señor.  - Al menos debería estudiar  el rostro del contrincante cuando tengo la ventaja  del terreno, decidió siguiendo al maestro  Sun Tzu. - haré una prueba de reconocimiento-. Y avanzó con paso desafiante para una doncella ingenua que jamás se había enfrentado a un  capitán experimentado en combate como Lord Henry Huxley, el nuevo duque de Cunnington. https://books.google.com.co/books/about/La_bibliotecaria_de_la_casa_Cunnigton.html?id=VIQrzgEACAAJ&redir_esc=y

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