Cicatrices de un Renacer
El peso de los últimos ocho años de mi vida descansaba sobre el escritorio, materializado en los planos que tenía que entregar, nunca imaginé que tanto esfuerzo y desvelos culminarían de esta manera, ni mucho menos que lo haría con el corazón hecho pedazos, escondido entre mis maletas como un secreto avergonzante, ahora era copropietaria de la constructora Diseños A&M junto a Matheo, y la ironía de nuestro éxito a veces me sabía amarga: nuestra empresa había nacido entre tazas de café frío y interminables madrugadas en la biblioteca de la universidad.
Él era el genio detrás de las estructuras imposibles - el arquitecto - y yo, la obsesionada por los detalles que transformaban simples espacios en experiencias inolvidables, especializada en Diseño de Interiores, Exteriores y Gráfico, dos mentes locas, dos visionarios sin un centavo pero con una ambición que podía mover montañas.
¡Athenea, los planos del proyecto Bristol! Los inversores llegarán en una hora - la voz de Matheo irrumpió en la neblina de mis recuerdos, trayéndome de vuelta al presente.
Lo vi aparecer en el marco de la puerta de mi oficina, con una carpeta de bocetos bajo el brazo y ese ritmo acelerado que nos definía desde los tiempos de la facultad, le esbocé una sonrisa, tratando de ocultar el torbellino interior que me consumía, mientras ajustaba el render 3D en mi pantalla, ante nosotros, el diseño de un rascacielos de vidrio y acero cobraba vida, brillando con la luz dorada del atardecer londinense que simulábamos.
Con movimientos casi automáticos, afiné el ángulo de la cámara virtual, permitiendo que la luz bañara con suavidad la fachada que Matheo y yo habíamos creado juntos, socios, la palabra resonó dentro de mí con una mezcla de orgullo y nostalgia después de ocho años, todo había comenzado con dos estudiantes locos, un sueño compartido, el cheque de mi padre con sus palabras “ Inviértelo en algo que te haga feliz, princesa ” y los ahorros de toda la vida de Matheo.
Matheo, el cliente ya aprobó tu estructura y mi diseño. Relájate - le lancé una sonrisa cómplice mientras doblaba con cuidado la esquina de un plano físico, un gesto casi inconsciente para calmar la energía nerviosa que emanaba de él.
Él se pasó una mano por su cabello ya de por sí revuelto, un tic inconfundible que delataba su nerviosismo, y dejó escapar un suspiro profundo que parecía cargado con el peso de todo el proyecto.
Tienes razón preciosa, como siempre - Dijo Matheo con una sonrisa que enamoraría a cualquiera.
No podía negarlo, Matheo era intenso en estado puro, cada proyecto nuevo lo vivía con una pasión abrasadora, como si el mundo fuera a terminarse al día siguiente, era la misma obsesión perfeccionista que lo había hecho parecerme insoportablemente arrogante en aquella clase de Diseño Sostenible, años atrás, por entonces, todos los hombres me resultaban insufribles. Cristian se había encargado de que así fuera.
Cristian, mi primer todo, primer amor, primer beso, primera vez... y la última vez, una traición, la peor de todas, no se limitó a romperme el corazón; lo pulverizó sin piedad, arrastrando consigo mi fe en las personas, descubrir que llevaba meses con mi mejor amiga a mis espaldas... aquel puñal traicionero no solo me hizo sangrar, sino que me obligó a huir de Beacon, del pueblo donde mi madre y mis hermanas vivían felices, ajenas por completo a la profundidad de mi dolor.
Después de eso, cerré mi corazón con llave y arrojé la llave al mar, los hombres eran todos iguales: egoístas, mentirosos, cortados por la misma tijera, o, al menos, eso necesitaba creer... hasta que Matheo encontró una rendija y se coló, sin mi permiso.
¿En qué piensas? - La voz de Matheo me arrancó bruscamente del trance amargo.
Se había acercado sigilosamente y ahora apoyaba sus manos en el borde de mi escritorio, inclinándose hacia mí, su mirada, usualmente llena de planos y cálculos impersonales, se posó sobre la mía con una curiosidad tan intensa que casi resultaba tangible. Él siempre podía leerme como si yo fuera un plano abierto, con todas mis capas y secretos expuestos.
En que eres igual de terco que en la universidad - evadí, haciendo girar mi silla hacia el imponente ventanal que enmarcaba nuestro edificio, el emblema de Diseños A&M, buscando refugio en aquel símbolo de nuestro éxito compartido, sacrificio, esfuerzo incluso lágrimas, noches en vela diseñando nuestra propia estructura.
Él rió, un sonido bajo y cálido que pareció vibrar en el aire entre nosotros, pero su sonrisa se desvaneció tan rápido como había aparecido.
Y tú sigues esquivando preguntas como balas - observó, con una perspicacia que me dejaba al descubierto - Sabes que no soy como ellos, ¿verdad princesa?
No mencionó su nombre, nunca lo hacía, y sin embargo, la mención flotaba en el aire, tan palpable como el frío del cristal bajo mis dedos, el fantasma de mi pasado siempre estaba ahí, en el espacio que separaba nuestros escritorios, en nuestras pausas más largas.
Claro que lo sé, te conozco perfectamente Matheo, te recuerdo que somos socios - dije, desviando la mirada hacia el cielo gris y plomizo de Londres, buscando en las nubes un refugio para mi incomodidad.
Matheo no se conformó con mi respuesta, dio un paso al frente, cerrando la distancia que yo intentaba crear, note que su respiración era tranquila, pero sus palabras, cargadas con el peso de ocho años de complicidad, cayeron como una losa sobre mis hombros.
Athenea - insistió, y mi nombre en sus labios sonó a una plegaria y una demanda a la vez - Hablo muy enserio princess.
El aire de la oficina se espesó de repente, haciéndose pesado y difícil de respirar, mis dedos se aferraron con fuerza al frío borde del escritorio, buscando un ancla, como si el suelo de repente hubiera comenzado a tambalearse bajo mis pies, quitándome por un momento mi estabilidad emocional, sentimental incluso física.
Cristian. Pronunciar su nombre en mi mente ya no desgarraba como antes, pero sí evocaba el eco de un dolor antiguo, el dolor que deja cicatrices.