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Capítulo I
En la comisaría de la Avenida de Blas Infante, en Sevilla, estaban reunidos en el despacho del comisario una mañana, cerca de las 11, un grupo de policías. En ese momento se escuchó que alguien tocaba en la puerta, golpeando con los nudillos.
―¡Entre! ―dijo el comisario con voz ronca.
Al abrirse la puerta y ver quien había golpeado, la dijo:
―¡La estábamos esperando Marta!, ¡qué largo ha sido el cafetito que se ha tomado hoy!
―¡Disculpe señor!, no sabía que teníamos reunión, me lo acaban de comunicar. Había ido a por una medicina, porque a la hora de la salida, me encuentro siempre la farmacia cerrada ―estaba contestándole ella, mientras entraba en el despacho y cerraba la puerta tras de sí.
―¿Se encuentra usted mal? ―preguntó el comisario, haciendo un gesto de contrariedad.
―¡No!, ¡qué va!, solo iba a por Frenadol, que me gusta tenerlo siempre en casa, para en el momento que siento en la garganta una pequeña molestia, me tomo un sobrecito y se me pasa, y así no le dejo que vaya a más.
―¡Siempre tan precavida! ―comentó el comisario, con una sonrisa en los labios.
―¡Bueno!, ¿y para que me quería? ―preguntó Marta, mientras miraba a los otros compañeros que estaban allí en la habitación, ¿tenemos algo que hacer?
―Sí, ¡las maletas! ―dijo Jenaro sonriendo.
―¿Qué dices?, si aún faltan meses para las vacaciones, ¡no seas bromista! ―le contestó ella.
Carlos, el más mayor de todos los allí reunidos dijo:
―¿Quién te ha dicho nada de vacaciones hija?, ¡es trabajo!, y ya quisiera haber sido yo el elegido, pero mi ciática, me permite ya pocas cosas.
―¡Pues a ver cuándo te jubilas! ―le dijo Antonio―. Y me dejas tu puesto.
―¡De eso nada! ―le contestó Carlos, poniéndole cara de pocos amigos―. Me vais a aguantar hasta que me toque, a no ser que en este tiempo que me falta, los huesos digan que ya no debo seguir, y obligado tenga que dejar todo, aunque no me gustaría, la verdad.
―¡Bueno señores!, centrémonos en el asunto y pongamos todas las cartas sobre la mesa ―dijo el comisario de pronto tomando la palabra.
―¿De qué cartas habla?, ¿a qué asunto se refiere? ―preguntó Marta, mientras cogía una silla, y se sentaba frente a la mesa del comisario, como estaban los demás compañeros.
―Como ha llegado tarde, y todos estos estaban impacientes, ya les he dicho de qué va la cosa, así que luego que le cuenten ellos lo que no entienda y así no hay necesidad de repetirlo ―la contestó el comisario, y siguió―. Toman el vuelo, ya están reservados los billetes, como no lo hay desde aquí, tendrán que desplazarse hasta Málaga, que desde allí sí que hay vuelo directo…
―¿Vuelo?, ¿a dónde?, pero ¿de qué está hablando?, ¿y quién es el que se tiene que ir? ―preguntó la policía, con evidente nerviosismo, no dejándole seguir hablando.
―Señora, ¡paciencia! ―dijo el comisario―. Ya se irá enterando de todo a su tiempo.
―¡Pero bueno!, es que no entiendo nada, si aquí tenemos un aeropuerto, ¿por qué hay que ir hasta Málaga?, ¿y cómo?, ¿para qué?, ¿por qué no lo empieza a contar de nuevo y así me entero de qué va todo? ―le pidió al comisario con un tono más suave.
Carlos tomando la palabra dijo:
―Me parece buena idea jefe, que la diga ya, que en la maleta tiene que echar ropa de abrigo.
Marta sorprendida, se le quedó mirando, y dijo:
―¿Abrigo? pero ¿qué dices?, ¿y de qué maleta estás hablando?
―¡Bueno!, pues como gusten, empiezo de nuevo ―dijo el comisario―. Mire Marta, hemos decidido que sean ustedes dos los que vayan.
―¿Ir?, pero ¿dónde?, ¿cuándo?, ¿quién lo ha decidido?, ¿y cómo?, si no han contado conmigo ―estaba preguntando la sorprendida policía, que de un salto se había puesto en pie, y miraba a todos, sin acabar de entender nada de lo que escuchaba.
―¡Pero bueno!, si no me deja usted hablar, seguro que no se va a enterar de nada, y como ya veo que tiene muchas preguntas, será mejor que tenga un poco de paciencia y me escuche un poquito ―la estaba contestando el comisario algo nervioso, por las interrupciones.
―¡Siéntate y estate calladita! ―dijo Jenaro―. ¡Déjale que te lo cuente!, y así te enteras de todo.
―¿Y tú?, ¿no tienes nada que decir?, si me he enterado bien, quiere que seamos nosotros los que vayamos no sé dónde, ¿y cómo has aceptado sin ni siquiera decírmelo?
―¡Marta por favor!, escucha al comisario ―dijo Jenaro muy serio―. Luego te explico cómo ha sido todo.
―Bueno, si ya tengo sus permisos ―dijo el comisario, con rostro muy serio, mirándola―. Continúo, o mejor empiezo. Nos han encargado una difícil, bueno más bien diría, diferente misión, hemos de proteger…
Se interrumpió, se quedó pensativo y después de unos segundos preguntó:
―¿Alguno de ustedes sabe que es una J.M.J.? ―Antes de que ninguno le contestara, él siguió hablando―. Creo que va a haber una en Polonia, y nosotros tenemos una tarea.
Marta según iba enterándose de las cosas y sin poder más, alzó la mano, y antes de que le dieran permiso para hablar dijo:
―¡Imposible!
―¿Cómo que imposible? ―la preguntó Carlos extrañado.
Antes de que ella volviera a hablar, el comisario tomando de nuevo la palabra le dijo:
―Señora, sin más interrupciones, ¡por favor!, si no, nos va a llevar toda la mañana el asunto, nada nos es imposible. Miren, he recibido una llamada del Señor Cardenal y me ha dicho que necesita de nuestros servicios ―estaba diciendo el comisario muy serio.
―¿Del Cardenal? ―volvió a preguntar Marta toda extrañada―. ¿Esto qué es?, ¿una catequesis?, ¿por qué no ha llamado a alguno de los muchos curas que están bajo su mando?
―¡Doña Marta!, esto es un asunto oficial, no un capricho de nadie, como les decía… ―Y la miró con gesto de pocos amigos, para que no le volviera a interrumpir.
Ella en esos momentos, quizás porque había recordado algo, tomando de nuevo la palabra dijo:
―¡Ah, sí!, eso de la J.M.J., creo que son unas reuniones de jóvenes cristianos o algo por el estilo, tengo entendido.
―Pero si lo sabías, ¡qué bien!, mira, ninguno de nosotros cuando lo ha preguntado antes, teníamos ni idea de lo que nos estaba hablando ―comentó Jenaro.
―Bueno, pues infórmenos más, si hace el favor, ya que vemos que es la única que sabe algo del tema ―estaba diciendo el comisario.
―Pues creo que fue el Papa anterior, no el anterior no, uno antes, creo que sí, fue el Papa Juan Pablo II, el que queriendo estar más cerca de los jóvenes, los reunió y por eso se llaman “Jornadas de la Juventud” ―estaba diciendo ella, al resto de los que había en aquella habitación.
―¿Pero solo es para los jóvenes? ―dijo Antonio―. ¡Mira!, ¡y yo que me iba a apuntar!
―¡Señores, seamos serios!, no es una broma ―volvió a decir el comisario.
―¿Y qué tiene que ver esto con nosotros? ―preguntó Marta de nuevo―. Ni siquiera tiene que ver con Sevilla, aquí en España ya se reunieron una vez, pero fue en Madrid.
―¡Pero que informada está usted de todo ese asunto! ―dijo el comisario sonriendo.
―Es que una conocida fue y me lo contó, pero lo que yo digo, ¿qué pintamos nosotros en todo eso? ―volvió ella a preguntar.
―Bueno, después de su valiosa información, si me da su permiso continúo yo ―dijo el comisario de nuevo.
―Sí, por favor, siga, a ver si me entero de una vez de lo que nos quiere decir, y sin tantos rodeos ―dijo Marta, y ya se quedó callada.
El comisario poniendo en su rostro un gesto de paciencia les dijo:
―Bueno, pues que quieren que vayamos alguno de nosotros a esa J.M.J. que se va a celebrar en Polonia.
―¿En calidad de qué? ―volvió a interrumpir Marta, a la que se le notaba el nerviosismo que aquello que estaba escuchando le producía.
―Mire, ya en serio se lo digo ―dijo el comisario con voz autoritaria―. ¡Por favor, sin más interrupciones!, que, si no, se me va el hilo y no terminamos. Como les decía, El Señor Cardenal me ha llamado y ha pedido nuestra colaboración. Para tal evento, formaremos parte de un contingente de seguridad, para que al Papa no le suceda nada desagradable. Me ha dicho, que no es que exista ninguna amenaza tácita, pero que siempre es bueno estar prevenidos, y que, desde distintos países, se van a nombrar a unas personas, para que, en colaboración, puedan desarrollar este trabajo. Me ha preguntado que, si podía designar a los mejores, y yo no lo he dudado, ustedes dos lo son ―Y señaló con la mano extendida a Jenaro y después a Marta.
Ella al ver aquel gesto, sorprendida se llevó la mano al pecho, al mismo tiempo que preguntaba asombrada:
―¿Yo cuidando de la seguridad del Papa?, pero ¿no conoce usted mis ideas?
―¡Sí!, ya sé, que se las da un poco de atea, pero bueno, esto se lo puede tomar como la gran profesional que es, como un trabajo más, como otro cualquiera, y sin dejar que sus ideas equivocadas, o no, que en eso no me meto, la afecten. Pero sigo, ya he empezado a mover los hilos, y tengo un amiguete, que se ha ofrecido a ayudar, un sacerdote anciano, bueno, que no se entere él que le he llamado así, si no se va a enfadar mucho conmigo, es de la Parroquia de Los Remedios y, por cierto, ¡ya les estará esperando! ―dijo el comisario después de consultar el reloj.
―Pero ¿qué dice? ―preguntó Jenaro extrañado―. Si aún Marta no se ha decidido a coger su encargo.
―Pero ¿de verdad, es que cree que admitiría un no por respuesta?, esto es un trabajo, no es una broma, y como tal hay que tomarle, sin importar nada más. Márchense que él les puede informar, de todo lo que necesiten para cumplir bien con su misión ―les estaba diciendo el comisario, dando así por terminada esa inesperada reunión.
―Pero ¿de qué nos puede informar un cura? ―preguntó Marta bajito, y en su voz se notaba su mal disimulado enfado.
―Mire, ese sacerdote ha colaborado con cosas por el estilo, me ha dicho el Señor Cardenal, y él es el enlace que tenemos de momento. Luego, más adelante, ya nos irán informando de otros pasos que tengamos que hacer ―la estaba aclarando el comisario.
Como la reunión había terminado, fueron saliendo de aquel despacho, uno a uno, Marta se quedó la última y volviéndose hacia el comisario, cuando estaba a punto de atravesar la puerta, le miró muy seria mientras decía:
―¡Esto no me ha gustado!, yo necesito tiempo para preparar un viaje así, ¡la maleta no se hace sola!
―¡Ande, pues no pierda más el tiempo!, esta tarde se la toma libre, por si tiene que pasarse por el Corte Inglés, a por algún trapito necesario. ¡Ah!, y póngalo en gastos corrientes ―el comisario sonriendo la contestó.
Marta sin poder creer lo que acababa de escuchar, le preguntó sorprendida:
―Jefe, ¿he escuchado bien, puedo gastar en algo personal y ponerlo en la cuenta de gastos del trabajo?
―¡Bueno, sin que sirva de precedente!, sí, pero no se pase, no se vaya a comprar un traje de noche, que yo sé que a la Ópera no va a tener que ir ―la contestó el comisario sonriendo―. ¡Ande! ―añadió―. Que la conozco bien y sé que no me voy a arrepentir.
―Jefe, ¿está seguro?, ¿no me lo habrá dicho de broma?, ¡bueno!, algún modelito sí que cogeré, ¡ya sabe!, para no desentonar ―le contestó Marta aun sorprendida por la oferta que le acababan de hacer y dándose la media vuelta salió mientras decía―. Iré esta tarde a comprar prontito antes de que se arrepienta.
Ya fuera del despacho, estaban comentando el caso, Antonio y Jenaro, y cuando la vieron llegar tan sonriente los dos al unísono la preguntaron:
―¿Qué pasa?
―¡Nada, nada, cosas mías! ―les contestó.
―¡Vaya!, parece que ya has asimilado el viajecito, pero ¿te has enterado de que solo tienes dos días para prepararlo? ―comentó Antonio así de pasada.
―¿Qué?, pero ¿de qué me estás hablando?, ¡no!, la verdad es que, pensando en todo el jaleo, no me he enterado muy bien de cuándo es ese viaje ―dijo Marta abriendo mucho los ojos, pues no había caído antes en la cuenta.
―Pues el primero, porque creo que vais a tener que hacer alguno más, es dentro de dos días, y desde Málaga ―le estaba diciendo Antonio con un tono de guasa―. Y no creo que vayas a ir así, con ese uniforme.