CAPÍTULO III. APRENDIENDO A ORAR
Cuando tenía ya los tres años cumplidos, le ocurrió lo siguiente. Viendo un día que su padre salía al campo, le siguió de lejos. El padre se puso a orar en un lugar donde acudía pensando que nadie le veía. La niña lo vio y le escuchó, luego se volvió a la casa y allí delante de su madre le dijo que había aprendido una cosa nueva.
La madre le pidió que se la enseñara, y fijaros cuál sería su sorpresa, cuando vio que se ponía a orar y que repetía algunas de las palabras que había escuchado a su padre, sobre todo una “¡OH ALTÍSIMO, OS ADORO!”.
Esto dejó a la madre sin saber qué hacer, pues no sabía que había sido observando a su padre como lo había aprendido. Cuando llegó este a casa, le contó todo lo que la niña había dicho y hecho, y él la llamó y la preguntó:
―¿Quien ha sido el que te ha enseñado estas cosas?
―¡Has sido tú! ―respondió la niña.
―¿Cuándo? ―preguntó el padre extrañado.
―Esta mañana al salir de casa te he seguido y te he visto hacerlo.
―Verás, este es un secreto de familia y a nadie se lo has de decir nunca, pues estas cosas son solo cosa de hombres ―Pues tal era la costumbre.