UNA NOCHE QUE NO SALIO COMO ESPERABA

1211 Words
🌟 TIFFANY 🌟 Nunca había pisado un club. Ni siquiera uno modesto. Mi padre solía decir que las fiestas nocturnas eran terreno de almas perdidas, y aunque ya no está, su voz sigue viva en mi memoria, como una advertencia suave pero persistente. Al cruzar la puerta, me invadió una mezcla de vértigo y libertad. Suspire. Sonreí. Ya no soy la niña que él protegía. Soy una mujer. Y esta noche, me toca vivir. —Me gustaría presentarte a un grupo de amigos —me dijo Andrés, con esa sonrisa que siempre parece esconder algo más. Él siempre ha sido mi amigo y de cierta manera un enamorado eterno, pero ahora ya no estoy a su nivel. —Solo no me dejes sola, ¿sí? No conozco a nadie, me siento incómoda cuando estoy en medio de personas que no conozco —le respondí, aferrándome a su brazo como si fuera mi ancla. El lugar era un delirio de luces, música y juventud. Dos, quizás tres pisos. No lo tenía claro. Todo se movía demasiado rápido, como si el tiempo aquí tuviera otro ritmo. Andrés me llevó a una mesa rodeada de parejas que parecían salidas de una revista: risas, tragos, miradas cómplices. Las chicas fueron amables, incluso dulces. Me ofrecieron un cóctel, pero lo rechacé. No podía permitirme bajar la guardia. —¿Me concedes este baile? —me preguntó Andrés, extendiendo su mano. —A eso vine —le dije, sintiendo cómo la adrenalina me recorría el cuerpo, quería olvidar mi realidad. La pista era un universo paralelo. Cambiaba de género como si leyera nuestras emociones. Bailamos cinco canciones seguidas, quizás más. Reímos, giramos, nos acercamos. En una balada, él se pegó a mí. Sentí su respiración cerca, sus manos en mi cintura. Y entonces lo vi: sus ojos buscando mis labios. Quería besarme. Me aparté de golpe. —¡Lo siento! Iré al baño —mentí, huyendo como si el suelo quemara. Esto era una tontería. Mi corazón latía con fuerza, no por el baile, sino por el peligro inminente. No estaba preparada. Caminaba distraída, enfrascada en mis pensamientos, cuando choqué con un tipo enorme y caí al suelo. —Lo siento —murmuré, tratando de recomponerme—, no sé con quién choqué en mi huida—. No te vi. El tipo me miró de arriba a abajo con una expresión que me heló la sangre. No dijo nada, pero sus ojos oscuros escudriñaban cada centímetro de mi cuerpo, como si estuviera buscando algo. O a alguien. Un escalofrío me recorrió la espalda. Este no era un simple accidente. Este tipo me estaba buscando. Me apresuré rápidamente, tratando de disimular mi nerviosismo. Tenía que salir de ahí. Tenía que alejarme. —No te preocupes —dije con una voz que apenas reconocía—. Estoy bien. Y antes de que pudiera responder, levanté la vista. Él me miró. Frío. Sin expresión. Y siguió su camino como si yo no existiera. —¡Mal educado! —le grité, elevando la voz por encima de la música. Se detuvo. Se giró. Me enfrenté. Ah, si se trata de defenderse, soy una fiera. —¿Qué has dicho? —preguntó, con tono desafiante. Regresándose. —¿Tus padres no te enseñaron que a una dama no se le toca ni con el pétalo de una rosa? Me miró de arriba a abajo, con desprecio. —No veo ninguna dama por aquí. ¡Ubícate, mujer! Me hervía la sangre. Estaba por responderle con todo lo que tenía cuando otro hombre se interpuso, me ayudó a levantarme y me susurró que no valía la pena. Cuando quise buscar al tipo arrogante, ya no estaba. Se había esfumado. Bien por él. En el baño, me miré al espejo. Me arreglé el cabello. Me lavé las manos. Y me repetí mentalmente: —Ese imbécil no tiene idea de quién soy. No soy una muñeca rota. Soy Tiffany. Y nadie me define. Volví a la mesa. Andrés me esperaba, con cara de culpa. —¿Estás bien? Lo siento por lo de la pista… Yo no sé en qué demonios estaba pensando. —No es por eso que estoy molesta, es que un tipo maleducado me chocó y me tiró al suelo. No me miró, pero su voz me envolvió, suave y reconfortante. —¿Estás bien? ¿Te lastimaste? —Sí, estoy bien. Solo furiosa. Ni siquiera tuvo la decencia de disculparse. No entiendo cómo hay gente así. Me senté y me hundí en mi indignación, sintiendo cómo el enojo me ardía en el pecho. Sabía que era una emoción que debía dejar ir, pero no podía. El momento, la rabia, el dolor, todo estaba ahí. —Tómate una copa de vino, te ayudará a relajarte. Mi respuesta salió casi sin pensarlo, cortante, un reflejo de mi frustración. —No bebo. Menos en un lugar como este y menos cuando no estoy a salvo. —Es un vino suave —insistió. —No te hará daño. Prometo que llegarás a casa sana y salva. El comentario me irritó aún más. ¿Creía que era una ingenua? Mi ceño se frunció. —No bebo, punto. Prefiero un refresco. Andrés permaneció en silencio, sin articular palabra alguna. En lugar de eso, alzó su mano con un gesto claro y decidido, intentando captar la atención del camarero que se encontraba cerca. Yo, por mi parte, me mentalicé y me preparé interiormente para lo que creía que iba a suceder: que pidiera una bebida exclusivamente para él, dejándome de lado y sin tenerme en cuenta en su elección, como si yo no estuviera allí presente. —Un refresco para la dama —dijo—, y por primera vez en la noche, me sentí vista. Como una dama. Como alguien que importa. Sentí que se había dado cuenta de mi enojo y de mi frustración, y que no me había ignorado. Lo había validado. Y en ese momento, me sentí protegida. La noche siguió. Me divertí más de lo que esperaba. Sus amigos eran simpáticos, aunque cuando empezaron a presumir sus lujos, me sentí fuera de lugar. Yo no tengo nada de eso. Trabajo para comer. Para estudiar. Para sobrevivir. —Cuéntanos, Tiffany, ¿qué hacen tus padres? El golpe fue directo al alma. —No quiero hablar de ellos. Andrés, creo que ya es hora de irnos. Él entendió. Me conoce. Sabe que hay heridas que no se exhiben. —Desde luego. Chicos, nos vemos mañana en la universidad. En el auto, mientras miraba las casas lujosas por la ventana, él intentó tomarme la mano. Lo vi por el reflejo y la retiré con disimulo. —¿Me estás evitando? —¿Qué? No, para nada. Ya casi llegamos. Gracias por invitarme. Me divertí mucho. Espero que no sea la última vez. —lo dije más por cortesía. —No lo será, te lo aseguro. —me dijo, con esa sonrisa que aún no sé si me gusta o me incomoda. Y así terminó la noche. Con luces, música, un corazón agitado… y una promesa de que Tiffany no se dejará definir por nadie. Ya no soy la niña rica de que todos envidiaban, pero mi esencia esa estaba intacta. Sin saber lo que me esperaba.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD