Pérdida

992 Words
Casi seis meses más tarde. George me despertó con caricias en mi zona íntima, besos que repartía por mi cuello una que otra caricia sobre mis nalgas, es imposible no despertarse ante tanto toqueteo y con alguien llamando mi nombre a susurros. Me da un beso en los labios cuando ve que abro los ojos, sé que ha despertado mucho más contento de lo habitual y no me importa saber la razón, solo quiero ser parte de eso, me deshago de mi pijama y mi novio sonríe mientras se quita el pantalón, estamos listos, pero disfrutamos un retiro más del tonteo, de las caricias futuras debajo de la sabana, el aroma, el calor y los sonidos en mis cuerpos. Amarnos libremente. Con él puedo estar haciendo el amor como una joven virginal a un minuto y al rato estar disfrutando del sexo más apasionado, pero no deja de encantarme cada versión de mi pareja. Le miro a los ojos mientras sacaba dentro de mí, y él me acaricia la espalda, me Besa en las sienes y yo le acaricio el cabello. Nos quedamos acostados en la cama hasta que me da de beber un poco de agua y me pregunta si quiero desayunar con él antes de irse al aeropuerto. —¿Cuándo regresas? —No lo he definido. —Me gustaría que hiciéramos algo cuando regreses, tal vez una escapada... —Suena prometedor, cariño —responde y me da un beso suave sobre los labios. Luego se va a la ducha y yo lo noto raro, más distante que los últimos días. No digo nada más, solo voy a preparar el café mientras me pregunto si debería decirle que estoy embarazada y dejarme de postergarlo, pero eso lo hace más real, más que cuando oriné sobre el estúpido palito y me dio un número de semanas. ¿Dónde quedaron las rayas cuestionables? Vale, en el pasado... —Mi amor, creo que tengo que irme ahora mismo —dice mientras se ajusta los botones de la camisa. Yo me quedo en silencio pensando si decirle o no, pero en su lugar le abrazo, le doy un beso en la mejilla y termino de despedirme. —Te amo —le digo, pero él está ocupado tomando su pasaporte y su reloj de la caja fuerte. Viene corriendo a besarme y abrazarme. —Te amo, nos hablamos más tarde. Yo quiero que entiendan a quién amé para que les quede claro lo mucho que lo hice, lo bien que lo pasé. Quiero que sepan que con George compartí sueños, ya saben, la casa, la vaca, la otra casa, abandoné otros como los hijos, y me tropecé de cabeza con la realidad. Su familia no me podía querer porque yo era la amante, incluso cuando me negaba a aceptarlo. Aparentemente a mí me hacía el amor y me llenaba la cabeza con viajes e ilusiones, me compartía sus aspiraciones, me tenía como su mano derecha y a veces al mismo tiempo la izquierda, llevando la responsabilidad y el peso de sus decisiones laborales. Yo era el cerebro de todo, hasta que quedé embarazada, y entonces comencé a preocuparme por más que mis propias necesidades. Es que uno se puede hacer la estúpida hasta que se convierte oficialmente en la casa chica de alguien, y tenía claro que la relación económica con su exesposa podía ser demasiado complicada para disolverse en un papel de divorcio sin una buena pelea, pero me quedó claro que el problema era otro. Entré ese día a la oficina y vi a George senior ocupando el puesto de su hijo. —Puedes cambiarte a esta oficina, mi hijo no estará regresando en un buen tiempo. —Vale, estoy bien donde estoy. —No es usual avisarles a los empleados cuando van a despedirlos, pero mi hijo pronto tendrá razones para deshacerse de ti, así que sería una gran idea que te vayas buscando un nuevo puesto. —Que me lo diga todo él. Pasó de su padre, de las dudas, el terror de haber pasado casi un mes sola, con el mínimo de llamadas y el miedo de convertirme en la mamá soltera de un bebé que ni siquiera planeé. No soy de fallar pastillas ni dejar en libertad a mi fertilidad, soy más de programar las cosas y todo esto me estaba enloqueciendo. Esa noche trabajé hasta tarde y sí, tuve la necesidad de ir a su oficina, revisar cajón por cajón, pensar como él, rebuscar y entonces, en el lugar más estúpido, debajo de la alfombra encontré una caja fuerte, y probé con su fecha de cumpleaños, la mía, la de su hijo... y por último jugué con la fecha en la que nos conocimos, y abrió. Observo en el contenido unas cuantas cosas que le parecen importantes a George, unos papeles del banco, dinero, unas joyas, entre ellas, bandas de matrimonio y un anillo de compromiso. Reviso entre los papeles y encuentro los papeles del divorcio, y leo su nombre, el de su mujer, porque eso es su esposa... Ella había firmado, pero el espacio de George seguía en blanco. Es entonces cuando entendí que su padre no bromeaba, George tenía demasiadas cosas por decirme. Le llamo tantas veces que siento que cada una es una nueva cachetada directa sobre mi ego y la poca dignidad que me queda. Lloro, grito, me enojo, pero nada de esto me ayuda. Me quedo dormida entre tanta decepción, me despierto a mitad de la noche con dolor, llamo una ambulancia, y es entonces cuando todo termina de desmoronarse. —Estoy de cinco semanas —logro decir mientras tomo la mano de mi médico. "Salve al bebé", le pido y él me promete que harán todo lo que puedan. Me hacen más preguntas, pero me cuesta respirar y sé que estoy sangrando, puedo sentir el dolor, el líquido caliente. —¡Ayuda! Uno nunca sabe lo que quiere hasta que lo pierde.
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