Todos sabían que Santiago aparecía cuando tenía un problema, así que estaban esperando lo inevitable. Era el hermano mayor que lleva a sus hermanos al colegio, los recoge y los deja, algo que incluso a su madre le parecía una locura.
—Santiago, hijo, ¿quieres hablar de algo? —preguntó mientras bebía un poco del café que él había preparado.
—¿Dónde está papá?
—Llega tarde hoy.
—¿Salimos a cenar fuera o…?
—Santiago…
—Mamá, estoy bien. He descansado y estoy pasando tiempo con ustedes. A veces me siento desconectado de mi familia, y eso me hace sentir mal.
Los dos se miraron, y finalmente él tomó asiento al lado de su madre.
—Fui a visitar a mi abuelo.
—¿Está bien?
—Sí, está bien, como un roble.
—Lo imagino. Entonces, ¿qué te preocupó durante la visita?
—Quiere heredarme todo.
—Eso es un montón… —replicó Laura, sorprendida.
Con los años, se había dado cuenta de que el abuelo de Santiago era quien se encargaba de las finanzas de la familia. En cuanto pudo, el abuelo se esforzó por pasar tiempo con Santiago, logrando una relación muy estrecha.
—¿Eso es lo que te preocupa?—pregunta su madre mientras le acaricia la espalda.— ¿Hacerte cargo de todo? ¿Es la responsabilidad lo que te asusta?
—En parte.
—¿Y la reacción de tu padre?
—Me importa un bledo, pero… sí, es la responsabilidad.
—Hijo, nunca nada te ha quedado grande. Eres capaz de todo y más —respondió Laura, llenándolo de besos. —Aceptes o no, deberías sentirte honrado. Tu abuelo está confiando su vida en ti.
—Lo sé, mamá.
Lo que realmente preocupaba a Santiago eran las cláusulas del abuelo para heredarle el negocio. Tenía que estar casado en menos de seis meses y mantener el matrimonio por al menos tres años. Durante ese tiempo, el negocio sería entregado poco a poco.
Esa empresa era el verdadero amor de su padre, y Santiago deseaba arrebatársela, pero sabía que no podía hacerlo solo. Necesitaba ayuda, alguien de confianza, y la primera persona que vino a su mente fue la exnovia de su hermano.
Cuando pasó a recoger a sus hermanos, notó que estaban extrañamente callados. Domenic se sentó en el asiento del frente, su hermana miraba por la ventana, y su hermano menor estaba absorto en el celular.
—¿Saben que solo nos tenemos los unos a los otros? Es estúpido pelear a muerte por alguien a quien ambos aman, ignorando lo mucho que deberían amarse entre ustedes.
—Él siempre me lo quita todo y lo arruina —respondió uno.
—Todo gira alrededor de Gala, y por eso acabas quedándote sola —dijo otro.
—¡Eh, eh, eh! Aquí nos hablamos con amabilidad, o se bajan y caminan a casa los dos —advirtió Santiago, deteniéndose junto a la banqueta.
Domenic, cansado de la discusión, zanjó el tema:
—¡Ya basta! Elsa terminará contigo, dejará de ser tu amiga, y nos olvidaremos de esto. Llevo tres semanas escuchando lo mismo. ¡Se acabó! No es de ninguno de los dos. Ahora vámonos, mi programa empieza en veinte minutos y no voy a perderlo por sus tonterías.
Santiago puso el auto en marcha, sabiendo que de los tres le tenía más miedo a Domenic. Al llegar a casa, su madre tenía la merienda lista. Él los besó a todos, les preguntó cómo estuvo su día, y los tres respondieron al mismo tiempo, mientras Laura sonreía, dividida en su atención.
—Santiago, ¿qué haces aquí? ¿Qué problema te trae a casa?
—¿Te dejó una novia? ¿Te botaron de tu empresa? —bromeó Gala.
—No tengo problemas… —se quejó él, aunque los tres comenzaron a reír.
—Siempre que estás aquí tienes problemas, y llevas casi una semana —dijo su hermana.
—No tengo problemas. Solo tengo una… novia —anunció, intentando sonar casual.
—¿Qué tipo de novia?
—Una a la que quiero pedirle… un anillo.
Las bromas continuaron, pero en su mente, Santiago ya estaba planeando cómo convencer a Regina para que aceptara su loca propuesta: un matrimonio por contrato, un favor mutuo que podría cambiar sus vidas.
—No tengo problema… solo tengo una… novia —anuncia.
—¿De qué tipo? —pregunta Galilea.
—Ya sabes de las de enserio a las que les das un anillo.
—Papá conoce joyerías ahora le preguntas —dice Domenic —Ahí compramos los regalos caros de mamá, pero yo no puedo decir el precio.
—¿Un anillo de promesa? —pregunta Tom emocionado.
—Thomas les ha dado anillos de promesa a todas sus novias durante los últimos seis meses, —se queja su hermana. — es carísimo ser Thomas.
—Gracias a Dios trabaja porque si no, nunca comeríamos jamón —bromea Domenic.
—¿Quieres casarte? —pregunta Laura en shock. —¿Has conocido a alguien para casarte?
—Sí, sí, mamá. Sí.
—Vale, ¿y cómo se llama?
—Regina.
—¿Y qué hace?
—Es una mujer trabajadora, guapa, inteligente.
—Nunca dejas de sorprenderme, acabas de contarme algo totalmente aislado.
—No puedes gritarme tantas cosas en frente de tus hijos —responde, escondiéndose detrás de Domenic. Su hermano ríe y le da un beso.
—Ya inicia mi “iPad time”. ¿Me puedes pagar por quedarme?
—Sí, sí, te pago.
—Santiago…
A mí me tocó un mes en la cama de mi hermana, otro mes compartiendo su casa y, finalmente, cuando empezaba a sentirme yo misma, cuando mi cerebro procesaba no tener trabajo y tenía ganas de irme al otro lado del mundo, empezaron a entrar llamadas de Santiago. Eran tantas que pensé que iba a decirme que tenía una enfermedad de transmisión s****l ultra contagiosa y necesitaba advertirme. Le ignoré diez veces, pero, como es un acosador sin límites, me rastreó hasta la casa de mi hermana.
—Tienes visitas.
—Hola, cuñada. ¿Un placer? —Gretta le ve de pies a cabeza y sonríe divertidísima.
—Casa equivocada.
—¿Está Regina?
—¡Rinnie!—grita. — Tienes un acosador.
A ver, que mi cuñado, aparte de ser el hombre sexy del que mi hermana melliza y yo estamos enamoradas no tan en secreto, es un tipo protector y alto que plantea matar a cualquiera que se meta en casa con malas intenciones.
—Ey, Ramón —le llama con tanta dulzura que inactiva las defensas del “Ramoncito”, quien le abraza como los bros que son. Yo veo a Santiago y le pregunto qué está haciendo en casa de mi hermana.
—Te extrañaba, cariño.
—¿Te has mudado a la casa de visitas para tener sexo secreto con este?
—Sí, a todo sí, y he decidido dejar de ser un secreto. —interviene Santiago.
—Entonces te ha bastado otro hombre para salir de nuestra cama —se queja Ramón—. De haber sabido…
—No es sano lo de “un clavo saca otro clavo”.—comenta Gretta.
—Santiago… deja de mezclar las cosas y de confundir a la gente.
—Las rosas son para ti, Gretta, y el whisky para ti, guapo —le dice a Ramón y le da un beso en la mejilla. Luego viene a llenarme de besos, y me quedo tiesa como una estaca observándole.
Es increíble lo que una persona puede hacer para caerle mal a uno, pero Gretta y Ramón le invitan a cenar encantados. Ramón ha preparado pastas con mariscos, y a Santiago le flipan las pastas y los mariscos. Se hace parte de la casa, se convierte en parte de mi familia.
—No le hagan caso a Santiago.
—¿Este no es el tipo que te presentó papá?
—Imagínate su cara cuando le diga que vamos a ser familia.
—¡Santiago! —le digo, exasperada, y le doy un par de golpes en la nuca—. Al corredor, fuera y lejos de esta casa. Vamos, muévete.
Le arrastro hacia la puerta y él se deja un poco. Cuando estamos fuera, me da un beso en la mejilla y me toma de las manos antes de decir:
—Necesito una esposa.
—Búscate una.
—Una socialmente aprobable.
—Santiago, deberías poder tener una más.
—¿Qué pasa si te cuento que no soy primo de George, sino su medio hermano? Y mi abuelo me ha ofrecido sus compañías, su herencia, todo, pero tengo que estar casado. Además de eso, no sé manejar un sistema bancario. Tú sí, así que es un ganar-ganar. Mi papá ha sido un imbécil contigo, y mi hermano te ha dejado ir. ¿Qué tal si se las devolvemos?
—No quiero saber nada de tu familia.
—Regina…
—Sé que no quieres saber nada de ellos, pero te estoy pidiendo un favor —dice, mirándome con esos ojos—. Mejoro la oferta: cuando nos separemos, vamos cincuenta y cincuenta. Pasarás de ser empleada del banco a dueña.
—Ya les servimos la cena —anuncia Ramón.
Feliz navidad chicas, las adoro con el alma, espero que lo pasen súper bonito. Un abrazo enorme.