Metáforas

1110 Words
Lo que Santiago y yo pensamos que serían tres días se convirtió en una semana, y por lo que estaba escuchando con la persona a la que le dictaba sus órdenes, esas semanas acabarían siendo dos. Yo, después del tercer día, me dejé llevar por la aventura, por su insistencia, y me permití ser libre por completo, desde levantarme muy tarde con sus brazos rodeándome hasta caminar de la mano por la orilla de la playa y perdernos en caricias dentro del mar al atardecer. Es imposible no sentirse libre y segura con alguien que emana tanta energía positiva, exquisita y relajante. —Tengo una cena de negocios mañana, tengo que volver a Mainvillage, pero puedes venir conmigo o quedarte —dice mientras me besa las mejillas y me acaricia los costados. Sus dedos traviesos van a desabrochar mi vestido de baño justo antes de depositar un beso en medio de mis pechos.—Estas son las tetas más ricas que jamás he visto —comenta, y yo le doy un beso. —Sabes que tenemos que dejarlo, ¿verdad? —Soy plenamente consciente, pero, ¿eres consciente de que tenemos que vernos en todas partes? —pregunta y me mira divertido. Las despedidas a veces se sienten como pausas. Santiago y yo la prolongamos todo lo que nos fue posible, nos sacamos todas las ganas posibles y, una semana más tarde, éramos un par de desconocidos que iban por su lado. George y yo seguíamos trabajando juntos, y mientras él intentaba arreglar las cosas, yo me mantenía firme en mi decisión. —¿Qué estás haciendo? —pregunta Claudia. —Sigo probándome el vestido, pero está difícil. —Hoy salgo con el primo de Tom, ¿por qué no vienes con nosotros? Así le presento a alguien. —Conozco esa trama. Voy, me lo presentas y después hasta quieres que me enrolle con él. No gracias, no soy prostituta —anuncio mientras abro la puerta del probador. Una mujer nos mira a ambas antes de entrar al vestidor de al lado y las dos la devoramos con la mirada. Mi amiga susurra: —Ella es una perra, pero tú eres bien puta. —No soy nada de lo que me acusas. Quiero a mi pareja, adoro la vida que suelo tener con él, una casa más grande, un par de animales, una finca, un proyecto en común, una vida lo más normal posible. —Tú querías hijos hace unos años. —Vale, no son fáciles, ni gratis, y la verdad, ya él tiene un hijo... ¿para qué otro? Yo soy de las que opina que quiero un hijo con un buen papá, y por más que me guste George, es el hombre que trabaja hasta tarde, que genera riquezas y cuida económicamente de su hijo, pero nunca le he escuchado decir que va a sacar tiempo para ir a un partido, una presentación o simplemente a retirar sus notas. Yo sé eso, lo pienso, pero no voy a decírselo a Claudia para que lo use en su contra de la persona con la que quiero volver. Me pruebo dos vestidos más y decido comprarlos para el evento de la empresa. Esa noche tengo programada una cena con George, y todo está preparado para nosotros: un lugar precioso, una conversación que parece honesta, comida buenísima. ¿Qué más podría pedir? —Vuelve conmigo, vuelve a casa, querida. —George, ¿qué quieres de esta relación? —Lo quiero todo, quiero casarme contigo, tener dos hijos, quiero que dure toda la vida —dice y saca de su bolsillo una caja de anillo, la abre y veo un anillo delgado, con pedrería alrededor. Él me mira y dice:— No voy a pedirte matrimonio así porque no quiero parecer desesperado, aunque lo estoy, ni quiero que sientas que hace falta un ultimátum para que yo haga las cosas correctamente, pero este es un anillo de promesa, un anillo para recordarnos a ambos que vamos a algún lugar y vamos juntos. Fuimos juntos al evento de inauguración. Había demasiada gente importante y ninguno de los dos tenía tiempo como para hacer una declaración de amor por el otro. Esos eran posibles clientes, socios y aliados, y entre los invitados estaba no solo mi padre, sino también los suyos. Su madre se muestra seria, retraída, y la verdad, no hacen falta señales de humo para entender que no está contenta con mi presencia. —Este es mi papá; George, ya lo habías conocido, y Anne. —Es un placer conocerlos. —La señorita Rigott es la gerente general del banco. —Sí... y es mi pareja también. —Su madre rueda los ojos, y su padre le deja con la palabra en la boca. La mujer estrecha su mano hacia la mía y me felicita por el puesto. Luego ve a su hijo y se disculpa para ir a buscar a su marido. George me toma de la mano y me dirige hacia la pista de baile. —Estás loca, esto es sobre el banco. —Los de finanzas se leerán la revista de finanzas y los de chismes la de chismes, solo no voy a darles el gusto de alejarme —me asegura y se acomoda en el centro de la pista en cuanto escucha el cambio de canción. Yo le sigo, bailo junto a él, mirándole a los ojos, y George sonríe de una manera en la que me siento única y especial, la persona más importante en su vida. Nos detenemos cuando la música finaliza y vemos a la gente a nuestro alrededor aplaudiendo. —Acepto, regresaré a casa. —No me importa a dónde quieras regresar, quiero que regreses conmigo. —Donde tú y yo estemos, está nuestra casa —respondo. Mi papá nos dejaba a mis hermanas y a mí hacer una sola compra escolar con mi mamá. En realidad, ella era lo único que quería comprar personalmente: zapatos escolares. Nos compraba dos a cada uno. Yo solía elegir el mismo estilo las dos veces, mientras Linnie compraba dos diferentes para cada mitad del año y Gretta evitaba ver a mi mamá con todas sus fuerzas. En fin, mi mamá solía repartir consejos sobre zapatos. A mí me intentó meter por la cabeza que no había peor cosa que tropezar con la misma piedra, pero lo más triste aún era llevar los mismos zapatos viejos y feos por costumbre y falta de creatividad. Pasé mucho tiempo creyendo que mi mamá tenía una obsesión poco sana con los zapatos. A lo largo de la vida entendí que eran metáforas y, con el tiempo, comprendí cada una de ellas.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD