El cumpleañero

1273 Words
Veo a Galilea, quien tiene una sonrisa muy parecida a la de Santiago. Es su mini mí. Estoy segurísima de que si tuviéramos una hija sería el clon de Galilea, maldad incluida. Santiago sonríe divertido, y Tom me mira con cierta suficiencia, como si a él jamás le hubiese pasado que alguien escuchara lo que no tenía que escuchar. —Pudiste haberme dicho —le reclamo a Galilea. —No entendí mucho de lo que dijiste —comenta, confundida—. Suena a que George te mintió con lo de su divorcio, y eso te hace zorra, pero no tanto. Y suena a que mi hermano es guapo, divertido y... ¿folla bien? ¿Un 7...? De donde vengo, en el cole, un 7 es apenas aprobado, pero no sé si en la cama es bueno ser un 7. —Suena mediocre —añade Tom. —Esa es una calificación general —les digo—. La s****l no es algo que vaya a compartir con ustedes, pero es más que un 7. —Ya compartiste bastante. Si no soy un 10 de persona, ¿soy un 10 en la cama? —Santiago, hola, estos son mis hijos —le regaña su madre. —Sí, ellos son tus hermanos y nosotros no vamos a tener sexo hasta casarnos. Mira todo lo que nos ha costado esperar. Los chicos se ríen. —Dame mi calificación. Si vas a avergonzarme frente a mi familia... —Según el promedio que le damos mis amigas y yo a los hombres, eres un 6.75. A veces te pones un poco mediocre y piensas solo en ti, y a veces te vas y no me hablas. Eso no lo hace un 10… En fin, eres un 6. Tom tiene un 7, o sea, y están casados. Es bueno ser un 6, casi ningún hombre tiene 10. Santiago abre la boca un par de veces, pero no dice nada. Saca su celular y apunta unas cuantas cosas antes de ponérmelo frente a los ojos. Me río cuando leo: ¡¡Eres una perra!! —Es mi cumpleaños, Regina. —Tienes toda la vida para mejorar. —¿Sabes cuánto te doy yo a ti? —pregunta. —¿Como un 10 por las tetas? —Santiago y Regina —dice su madre, y le hace una seña a Tom para que se aleje de nosotros. —Sí, y porque te amo —dice, y me llena de besos en el rostro. Su mamá se queja del exceso de amor que derrocha Santiago y saca a sus hijos de la cocina. —Entonces hiciste un hijo sexualmente desconsiderado —comenta Galilea para molestar a su mamá—. Qué desperdicio. Tanto cuerpo. —No puedo hacerlos buenos en el sexo, Galilea. Eso es trabajo de cada quien, y Santiago tiene genes oscuros. —Ya... pobre. Alexis se ríe de sus hijos, de su esposa y hasta de mí. Pero creo que el tipo es suicida. De verdad uno no sabe qué va a esperarse cuando se va a la casa de otra gente. Mi papá siempre nos decía que no podíamos ir a pijamadas porque desconfiaba de los otros papás y de las hijas de otras personas. Entonces rara vez nos dejaba hacer pijamadas en casa. La cosa es que, por gente como Alexis, me queda claro. Este señor tiene cuatro hijos ultracompetitivos, una mujer extremadamente ansiosa, y me tiene a mí en su casa. Ha sacado dos mazos de Uno y sintió que era una buena idea para unirnos jugando. —Yo de verdad paso —les digo. —¿Por qué, tienes miedo de perder? —me provoca Thomas, y su hermano ríe hasta casi ahogarse. —Llevo mal perder, y se supone que no deberíamos ofendernos en esta o ninguna ocasión. —¿Qué tan mal perdedora puedes ser? —dice Alexis mientras me sirve. —Ven, mi amor, yo te enseño —dice mi novio. —No necesito que me enseñes. —Yo no voy a ir en medio de ustedes dos —le asegura Dominic a sus papás—. El que quiera divorciarse saca el Uno. Advirtió y Laura se sentó al lado de su esposo. Yo les pido con detalles todas las reglas y pruebo unas semillitas que se ha traído Galilea. —Bien aburrido... lo juegan. —Ah, sí, ¿tú tienes más ideas? —me reta Tom. —Si sale siete, es mudo, y sumamos las palabras a nuestro mazo si hablan. —¿El shot? ¿dónde lo dejaste? —Hay niños, Santiago —me quejo, y él se ríe—. El placer de la confusión. Son terribles, son demasiado horribles. Que sepan que ese mazo está arreglado, que al cumpleañero lo mandaron a comer más 16. Es que se pasan, y con eso de quedarse en silencio... Galilea comió cinco, y Tom diez por burlarse. Alexis y su mujer tienen un juego muy personal en el que se bloquean, se pasan y se insultan hasta con la mirada. ¿Se deben algo? No lo sé. Después de ganarles, me hago aliada de mi novio, quien ahora se enfrenta a mi enemigo de juego personal: su hermano adolescente, al que bloqueé dos veces. —No le puedes soplar a Santiago. —Vale, mi amor, pero no tires la de la derecha —su madre ríe. Después de la partida y la derrota del señor de la casa contra su hija menor, finalmente le cantamos cumpleaños al hijo mayor del clan. Santiago parece feliz; sus hermanos le apoyan con los deseos, y después de eso hacen feliz a su madre entregándole regalos a su hermano. —Qué sexy esto. —¿Verdad que sí? —le dice Galilea—. Llevo días peleando con Tom al respecto. —Es un sombrero de abuelo. —Es un sombrero súper apropiado. Te amo —le dice y le da un abrazo. Gali sonríe complacida. —Y tú, mira, estas son unas chanclas —dice Thomas mientras saca las chancletas de la bolsa de regalo. Su madre lo mira incrédula—. Y una camiseta a juego con la mía. Nos compré algo chunguísimo, ya te paso el link. Su madre se gira para verlo. —¿Tú sacaste el regalo de la bolsa y compraste un regalo para los dos? —No voy a gastar mis ahorros para que elija entre nosotros y elija mal. Mejor le digo desde ya que es para hacer recuerdos. Ahogo la risa, y Santiago le da las gracias por tan hermoso y considerado regalo. —Vamos a ir juntos a hacer snorkel. Nos pensaremos si pueden participar el mismo día o no. —¡Qué bien! —le felicita su madre. Yo tomo a los perritos y los llevo a hacer sus necesidades, que no es tan fácil. Camino junto a ellos por la acera, y los dos parecen felices jugueteando. Santiago viene corriendo hacia nosotros, y los perros parecen reconocerlo: se van con él. Santiago me pasa un abrigo por los hombros y me da un beso en la mejilla. —Gracias, lo he pasado maravilloso. Este es el mejor pastel casero de cumpleaños que he comido en mi vida. La señora de allá adentro quema los pancakes —me dice, y me río. Santiago me da un beso, uno lento. Yo se lo devuelvo de la misma manera, y me dejo llevar demasiado por el hombre que huye. Me separo y le pongo un poco de freno. —Tu familia y la mía necesitan esto, pero nosotros dos necesitamos enfocarnos en lo que queremos.
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