Capítulo Vigésimo

1228 Words
Quería decirme que todo estaría bien, que encontraría la manera de superar esto, pero sabía que esas palabras no serían suficientes. Me lo había repetido tantas veces y volvía a encontrarme en el mismo sitio donde todo comenzó. Los sentimientos que estaba experimentando eran nuevos, creo que para él también. Una mezcla de esperanza y desesperación, de querer estar ahí para él y al mismo tiempo respetar su espacio. De querer olvidarme de estos sentimientos enfermizos, me decía que debía de poner un alto. Deseaba que mi madre aun no estuviera en casa, de tocar su puerta y esperar ahí. Era así mi locura hacia él, que pedía con todas mis fuerzas estar a su lado de uno o cualquier otro modo. Nada salé como uno quiere, como lo desea o como lo espera. Al cruzar la puerta y cerrarla tras de mí, sentí la mano de mi madre tomar de mi brazo, se aferró con tanta fuerza que me hizo tropezar y perder el equilibrio provocando que me golpeara en el mueble. —¿Dónde has estado? — Su voz era como un torrente, una mezcla de preocupación de enojo y de tristeza. Podía sentir la culpa en sus palabras esa desesperación que no se iba, estaba ahí presente como cada día. —¡Tu hermana no contesta! ¿No te importa si algo malo le ha pasado? Eres una insensible. Ella puede estar con hambre y con frio y tú… ¿Dónde estabas? El dolor del golpe no me dolía tanto como su manera de tratarme. Ella jamás cambiaría. Me puse de pie intentando no llorar, no iba a negar que me dolía ver como se preocupaba por Eris, pero lo que me estaba afectando era los sentimientos por el chico Wilson, la actitud de mi madre solo fue una sacudida. Aquello solo me recordaba lo sola que me encontraba y lo frágil que podía llegar a ser. Entendía que se preocupara por mi hermana ya que era su favorita o mejor dicho su única hija, y que su desesperación por protegerla la llevaba a actuar de esa manera. Antes sus ojos yo era nada. El nudo en mi garganta me recordaba lo sola que me encontraba en esta casa, incluso en el trabajo a pesar de que estaba llena de gente. Una sombra me cubría y esa era la soledad apoderándose de mí, susurrándome que mi madre no poseía ni una pizca de sentimientos por mí ya que para ella yo no existía. —¡Ana! —La llame por su nombre. — Pase toda la noche buscando la, regrese en la madrugada para avisarte que la había encontrado. Te llamé mil veces y te envié mensajes. — Tragué en nudo en mi garganta, retuve las lágrimas que quería escapar, cerré mis puños con todas mis fuerzas. — Si tan solo hubieras contestado una de mis llamadas no estarías tan preocupada, ya que ella esta con una amiga y se encuentra bien, solo quiere tiempo para poder comunicarse contigo. Mi madre abrió la boca, entendía que no sabía que decir. Tal vez se sentía culpable por el golpe, aunque lo dudo o solo no sabe que preguntar. —Eris necesita pensar, aclarar sus dudas. — Me aleje de ella para dirigirme a mi habitación. Me senté en el borde de la cama, tocando mi frente ya que con ella golpeé el mueble. Fue ahí que sentí una pulsada, la cabeza comenzó a dolerme y me di cuenta del líquido que bajaba lentamente. Observe mis dedos los cuales estaban manchados de sangre. Al parecer el golpe había sido más fuerte de lo que había pensado. Busque un trapo para limpiar y detener el sangrado. Me comencé a sentir aturdida, no solo por el golpe, más bien era por la acumulación de emociones. Los sentimientos hacia Wilson, esta obsesión enfermiza mezclada con la soledad que sentía en mí casa con mi familia, se volvió algo caótico dentro de mí. Mientras me limpiaba pensaba en Jarek, en sus ojos, en sus labios. Las lágrimas que había retenido comenzaron a salir humedeciendo mis mejillas. Me mire al espejo y lo único que observaba a de más de una Dalia borrosa y destrozada, observaba la desesperación por encontrar mi lugar en esta tierra, al lugar donde realmente pertenecía, donde podía sentirme valorada y amada. Con todas mis fuerzas deseaba que ese lugar fuera con Jarek, mi chico Wilson como yo lo llamaba. Pensar en él, en sus ojos color cielo, en sus manos tocando mi cuerpo, su aliento rozar mis labios era el único escape a esta soledad. Dormí un poco, puesto que dormir en el auto fue muy incómodo. Aun me encontraba con sueño a pesar de haberme quedado dormida. Me desperté una hora antes de mi entrada al trabajo, mis ojos se encontraban inflamados por las lágrimas que había derramado y el chichón en mi frente no ayudaba en nada a mi estilo. La única solución era un poco de maquillaje el cual no usaba, o podía faltar y salir a caminar para despejar la mente. La primera opción me parecía más aceptable, necesitaba el dinero y faltar un día no me era permitido. No era correcto ponerlo como opción, puesto que mi prioridad era algún día seguir estudiando salir de esta casa y estar junto a Jarek. Al pasar por la casa del chico Wilson algo dentro de mí se removió, era la esperanza de que los sentimientos de él crecieran y llegaran al nivel de los míos. Sus palabras aún estaban en mi mente golpeándome con fuerza llenándome de esas esperanzas que en algún momento las había enterrado. Mis pies picaban, ansiosos por caminar en dirección a su puerta. Mis ojos solo deseaban ver a través de la ventana y mis manos ardían con el impulso de golpear su puerta. Cada fibra de mi ser clamaba por un vistazo, una señal, cualquier cosa que lograra quitarme estas ganas inmensas de querer verlo y estar con él en este momento. Dentro de mí sabía que no podía hacerlo, al menos no por ahora. El deber llamaba, gritaba que corriera ya que era tarde, con un suspiro profundo reprimí las ganas y comencé a correr. —Santo Dios, santo fuerte. — Dijo Mercí al verme. —Santo inmortal. — Continue con una pequeña sonrisa en mis labios. —Santa María, pero ¿qué te pasó? —Me miraba el golpe en la frente que no lo había cubierto ya que solo tuve tiempo de darme un baño de gato. — ¡No me digas que fue Eris! ¡Por que la mato! —No, no fue Eris. — Me alegraba saber que Merci se preocupaba por mí a pesar de que yo no solía ser tan amable con ella. —Fue un accidente me tropecé y golpeé la esquina de la cama. —¡Cariño qué te pasó! —La señora Amparo dejo el carrito donde llevaba las verduras y camino hacia mí. —No es nada, solo me tropecé. —Dalia, te conozco bien y sé que estas mintiendo. ¿Quién te lo hizo? Y no te atrevas a mentirme porque te jalo de las orejas. No tuve más opción que decirles la verdad, a la señora Amparo no le ocultaba nada, pero tuve que omitir mi salida con el chico Wilson, ella estaría decepcionada de mí.
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