La camioneta negra se detuvo frente a la hacienda La Herradura en medio de una nube de polvo. Hacía más de seis años que Ramiro Bárcenas no pisaba esa tierra que aún lo soñaba. Bajó del vehículo con pasos firmes, sin saber que el temblor más fuerte no estaba en el suelo, sino por dentro. Apenas cruzó la gran puerta de madera, el aire cálido de Zacatecas lo envolvió como una bofetada de recuerdos. Y fue ella quien lo recibió. —Bienvenido, patrón Ramiro —dijo María con una reverencia suave, sonriente. Ramiro se detuvo. Por un segundo pensó que era otra persona. La niña que recogió harapienta bajo el sol ardiente ya no estaba. Frente a él había una joven mujer, alta, delgada, con la melena dorada peinada hacia un lado y un vestido color crema que dejaba adivinar unas curvas suaves, madura

