El monitor cardíaco suena con regularidad. Piiii... piiii... piiii. El ritmo de la vida suspendido entre líneas verdes y el eco de un disparo que aún retumba en los huesos de Ramiro Bárcenas. Abre los ojos por primera vez desde la cirugía. La habitación es blanca, silenciosa, apenas interrumpida por el murmullo lejano de enfermeras y pasos de goma contra el suelo. Lo primero que intenta mover es una mano. Lo logra. Luego intenta los pies... nada. Su pecho se agita. —¿Dónde estoy? —pregunta con voz rasposa. El doctor entra justo en ese momento, con un expediente en mano y la expresión de alguien que ha repetido ese tipo de noticias demasiadas veces. —Señor Bárcenas, qué bueno que despertó. Está en terapia intermedia. Lo operamos de urgencia, la bala afectó la zona lumbar, cerca de una

